Disclaimer: los personajes y el mundo de Harry Potter pertenecen a J.K. Rowling.
Advertencias: Es una historia que contiene Slash, es decir, relación romántica chicho/chico. Si no os gusta el género, quizás es el momento de dejar de leer y dar marcha atrás ;)
Summary: Ha pasado un año desde que los Merodeadores terminaron Hogwarts y desde que entraron a trabajar para la Orden del Fénix. Todo parece ir como siempre, trabajando en una misión tras otra y luchando contra los magos oscuros, con la única novedad de la inminente boda de James y Lily. Pero, para Sirius, las cosas cambian cuando, sin querer, hace un pequeño descubrimiento...
Nota de la autora: Hola! Me apetecía mucho muchísimo escribir sobre estos dos fuera de Hogwarts. Hasta ahora todas las historias que leí sobre ellos ocurren en el castillo o ya de adultos, cuando Sirius sale de Azkaban. Sin embargo, siempre me he preguntado cómo serían las cosas una vez acabaron el colegio. Y pensando, pensando, imaginando e imaginando, se me fue ocurriendo este fic que empecé a escribir y que os traigo aquí (y que no, todavía no está acabado y va con calma, por el momento).
Para poneros en situación: Este fic tiene lugar durante el año de 1979. Este primer capítulo concretamente en verano (Agosto). Remus y Sirius son simplemente amigos, buenos amigos. Y ya se verá cómo se van desarrollando los acontecimientos a partir de aquí ;)
¡Espero que os guste!
Capítulo I
El manto de la noche ya hacía unas horas que había cubierto los cielos nublados de Londres, pero ni la ausencia del gran astro fue suficiente para que el bochorno que se había asentado durante el día en la ciudad menguara ni un ápice.
Los cielos estaban cubiertos por nubes negras, ni rastro de una sola estrella. A lo lejos, de vez en cuando el veloz y luminoso resplandor de un rayo rompía la oscuridad durante unos breves segundos. La tormenta eléctrica estaba todavía muy lejos y tardaría en alcanzar la capital.
A orillas del Támesis el sofocante calor era aún peor. Cabría esperar que el río refrescara algo el ambiente, pero a Sirius, que cruzaba el puente de Westminster en dirección a su pequeño piso, le daba la sensación de que la humedad volvía el aire denso y pegajoso. Con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones vaqueros, apuró el paso deseando adentrarse en la calles y alejarse de esa especie de aliento viscoso que parecía adherirse a su piel, cabello y ropas.
Tras él, los martillos que vienen repicando en la campana principal del Big Ben desde hace más de un siglo, dieron las once de la noche. Se le había hecho algo tarde.
Aunque vivía solo en su apartamento y no tenía que rendir cuentas ante nadie, Sirius prefería no andar a esas horas solo por las calles. No por miedo a ser atracado por algún vándalo muggle, faltaría más, sino por los otros, aquellos que se hacían llamar mortífagos, seguidores fieles de un despiadado y cruel mago amante de la Artes Oscuras que llevaban años sembrando el caos y el terror por toda Gran Bretaña, tanto en el mundo mágico como en el muggle.
Después de un complicado día en una misión para la Orden del Fénix, Sirius decidió pasarse por casa de sus amigos James y Lily antes de dirigirse a su piso. Ansiaba algo de compañía y cuanto más retrasase su vuelta a casa, mejor.
Una deliciosa cena junto a la mejor de las compañías eran, sin duda, la mejor medicina para olvidar un día difícil. Entre risas, unas cuantas copas de hidromiel y el exquisito bizcocho de limón que nadie mejor que Lily preparaba, las horas pasaron amenas y más rápido de lo que a Sirius le hubiese gustado.
- ¿Qué es lo que os hace tanta gracia? – había preguntado Lily cuando volvió a entrar en la concina después de haberse ausentado un momento y al encontrarse a los dos amigos riendo a carcajada limpia.
- Jajajaja, de aquella vez jajajajaja… que hechizamos jajajajaja, las estatuas todas jajajaja – a James le costaba hablar entre tanta carcajada.
Su amigo no estaba mucho mejor. Se agarraba las costillas con una mano mientras que con la otra golpeaba la mesa con el puño en medio de un tremendo ataque de risa.
Lily inspiró hondo y se sentó en la silla al lado de su novio. Tuvo que esperar pacientemente al menos diez minutos hasta que se les pasó.
- Lo que James trataba de decirte antes – comenzó Sirius mientras se secaba con la mano las lágrimas de los ojos – es la anécdota de aquella vez en sexto curso cuando conseguimos hechizar a todas las estatuas del colegio para que eructaran o echaran una flatulencia cada vez que un alumno de Slytherin pasaba a su lado.
- Ah, ya recuerdo – dijo Lily tratando de aparentar cierta seriedad, como quien habla de la última ley promulgada por el Ministro de Magia. Sin embargo, una pequeña sonrisa amenazaba con asomar por la comisura de sus labios -. Esa broma trajo de cabeza a los profesores durante días. Cada vez que alguno utilizaba el contra hechizo Finite Incantatem, lo único que conseguían era que los eructos y los pedos sonasen todavía más fuertes – ante este comentario, los dos chicos rompieron otra vez a reír a carcajadas.
- Nunca me había reído tanto como esa semana – consiguió decir James entre risas.
- La mejor broma de todas, sin duda – corroboró Sirius.
- Yo no estoy de acuerdo – objetó Lily, consiguiendo que ambos dejaran de reír casi al instante -. No es por ser aguafiestas, pero esa broma me pareció bastante ordinaria. Puede que tuviese algo de gracia el primer día, pero cinco… Además de vergonzoso e insultante para los alumnos de Slytherin.
- Venga, cielo, ya no eres prefecta – protestó James haciendo un mohín -. Puedes decir en voz alta que tuvo mucha gracia y que fue una de las mejores travesuras de los Merodeadores.
- Lo siento, James, no estoy de acuerdo.
- Lo que Jamie no se atreve a decirte es que esa broma fue idea suya – dijo Sirius dejando escapar otra carcajada antes de coger su copa de hidromiel y vaciarla de un trago -. De ahí esos morritos de perrito herido. Bueno, cervatillo herido.
- ¡Es que fue una broma fantástica, maravillosa, fabulosa, grandiosa, épica, legendaria…! Espera que pienso más calificativos – exclamó James. Lily se echó a reír y le revolvió el pelo con cariño.
- Yo me reí mucho más con aquella otra broma que le hicisteis a Peeves a principios de séptimo curso. ¿Cómo conseguisteis que todos los personajes de los cuadros de todo el castillo hicieran pedorretas o pusieran carantoñas y se rieran cada vez que pasaba ese fantasma granujilla? Nunca lo había visto tan desconcertado. Fue divertido que por una vez, para variar, fuera él el objeto de las burlas.
- Oh, sí. Esa también estuvo muy bien – comentó Sirius con una nostálgica sonrisa en los labios -. Claro que luego se cogió el mosqueo del siglo y no paraba de proclamar por los pasillos que su venganza sería "épica, tétrica y maquiavélica".
- Bah, la de las estatuas fue mil veces mejor – se quejó James cruzándose de brazos, como un niño pequeño enfurruñado.
- Así que la broma a Peeves no fue idea tuya, ¿no? – dedujo Lily mirando cariñosamente a su novio mientras le acariciaba la nuca tratando de que se le pasase la pequeña rabieta.
- No. Esa fue idea de Remus – señaló Sirius.
- ¿De Remus? – se sorprendió Lily -. Pero… si recuerdo perfectamente haber sacado el tema de Peeves en una conversación, porque estaba segurísima que era cosa vuestra, y él lo negó y, de verdad, parecía no tener nada que ver con el asunto.
- Ah, el bueno de Remus – comentó James sonriendo casi recuperado y olvidada ya la pequeña traición de su novia -. Gracias a su cara de no haber roto nunca un plato nos hemos librado de muchas.
- Aun no entiendo cómo me pudo tener tan engañada durante todos esos años – dijo Lily mientras se levantaba a por más bizcocho de limón.
- Porque tú eres tan buena y pura que solo puedes ver lo bueno de los demás.
- Por mucho que me hagas la pelota no te voy a dar más bizcocho que a los demás, James.
Sirius contempló como su amigo, que se acababa de levantar para ayudar a Lily, le apartaba suavemente un rojizo mechón de pelo de delante de la cara, rodeaba a su novia con los brazos y le daba un dulce beso en los labios.
Un extraño pinchazo en su interior hizo que Sirius se removiera incómodo. No sabría explicarlo con exactitud, pero cada vez que presenciaba un gesto de amor entre sus amigos, ya fuese una caricia, un beso, unas palabras o un simple intercambio de miradas cargadas de complicidad, Sirius sentía un pequeño vacío en su interior.
Se encontró a sí mismo echando de menos algo que no tenía. ¿Cómo era eso posible? Era extraño porque hasta el momento nunca había echado en falta la compañía romántica. Sí, había salido con varias chicas, incluso mantuvo una relación bastante seria con una, pero la cosa al final no llegó a funcionar y terminaron más o menos de un modo amistoso. Sirius siguió con su vida sin darle mayor importancia, disfrutando de sus amigos y de su juventud y más tarde volcándose por completo con la causa de la Orden del Fénix.
Pero, a pesar de todo esto, desde no hacía mucho, miraba a sus amigos y los envidiaba. No era la compañía de una noche lo que buscaba o añoraba Sirius. Era mucho más. Algo tan fuerte y puro como lo que unía a James y a Lily, un amor capaz de mover montañas, secar ríos y mares y traer la luz a la oscuridad.
Sacudió la cabeza desterrando de ella esos pensamientos y volvió a centrarse en la conversación con sus amigos. Y así, el tiempo transcurrió, impertérrito, rememorando batallitas de colegio y comiendo más bizcocho de limón.
Cuando vio que incluso a James se le abría la boca en un enorme bostezo y los párpados ya no podían soportar más su propio peso, el joven mago decidió entonces que era ya hora de dejar descansar a sus amigos y marcharse.
Como su piso no disponía de ninguna chimenea que conectar a la red Flu, no le quedó más remedio que utilizar la de sus amigos para llegaral Caldero Chorreante. Una vez puso los pies fuera del Callejón Diagón, el aplastante calor de la ciudad le golpeó en el rostro sin compasión, asfixiándolo durante un momento.
Se detuvo unos segundos contemplando el cielo y preguntándose si debía aparecerse directamente en su piso o mejor ir dando un paseo.
Desde luego, la primera opción era la más práctica, la más cómoda y la más rápida.
Sirius echó a andar.
Era una pena que Dumbledore no le dejase utilizar su fabulosa motocicleta para las misiones. Pero desde aquel incidente hacía ya dos años, cuando James y Sirius la habían utilizado para escapar de unos mortígafos y se habían topado por casualidad con unos policías muggles, el director de Hogwarts y otros miembros mayores de la Orden no veían con buenos ojos el vehículo.
"Malditos viejos y aburridos carcamales", se lamentó Sirius.
Mientras pensaba un poco en todo en general y en nada en particular, Sirius atravesó un estrecho callejón por el que atajaba camino hacia su piso. Desde algún lugar, puede que de una ventana abierta de algún apartamento o de algún local cercano, le llegaba la melodía de la última canción de Blondie.
Cantando distraído el estribillo de "One way or another", pateó una lata vacía de refresco que algún incívico había tirado al suelo y se dispuso a cruzar la calle.
Entonces una silueta al otro lado, en la frondosa alameda que tenía enfrente, captó toda su atención.
¿No era ese Remus? Juraría que sí. Su mata de pelo castaño claro, la fina cazadora verde militar que James, Peter y el propio Sirius le habían regalado en su último cumpleaños y de la que nunca se separaba, su pose erguida al permanecer de pie, alerta… A pesar de esa noche oscura sin luna ni estrellas y de la pésima luz amarillenta de las farolas, sin duda ese joven que se encontraba a poco más de cincuenta metros de él era Remus Lupin.
¿Qué hacía allí, en ese parque y tan lejos de su casa? Pensó en llamarle, en silbar para llamar su atención y acudir a su encuentro. Era una agradable sorpresa encontrárselo allí. Llevaban más de dos semanas sin verse y ahora que lo tenía delante caía en la cuenta de que lo había extrañado. Le apetecía hablar con él, ponerse al día y preguntarle por su última misión con Longbottom…
¡Misión! Sirius bajó inmediatamente la mano que acababa de alzar. ¿Y si su amigo se encontraba en esos momentos trabajando para la Orden del Fénix? Podría resultar poco o nada procedente y adecuado salir de la nada e interrumpir a Remus en lo que fuese que estuviera haciendo.
Sin estar muy seguro de lo que hacía o pretendía, Sirius dio unos pasos atrás y volvió a internarse en el cobijo de las sombras que le proporcionaba el callejón. Se apoyó en la mugrienta pared, volvió a meter las manos en los bolsillos de los vaqueros y observó a su amigo.
Si se hubiese detenido apenas un segundo en mirar la pared y contemplar el extraño reguerillo de un líquido de cuestionable origen que bajaba por la pared y en torno al que había surgido todo un hábitat que incluía una capa fina de musgo y toda clase de minúsculos artrópodos, sin duda se lo habría pensado dos veces antes de pegar su adorada camiseta negra de los Rolling en ella. Pero estaba demasiado ocupado vigilando a su amigo.
¿A quién esperaba? Porque, ahora que se había detenido a estudiar a su amigo, se había dado cuenta de que éste esperaba reunirse con alguien. Remus aguardaba de pie, mirando siempre hacia el mismo lugar. De vez en cuando movía nervioso un pie, jugueteando con la punta de su zapato con una pequeña ramita del suelo, o dando un par de pasos para, acto seguido, volver a su sitio.
¿En qué consistiría la misión? Esperaba sinceramente que fuese algo sencillo, un simple intercambio de información con otro miembro o una cita con algún mago o bruja con intención de reclutarlo para la Orden.
Pero en caso de que la cosa se torciese y fuese necesario plantar batalla, allí estaría él dispuesto a ayudar a su amigo. Y si de paso podía luchar y darle su merecido a algún mortífago, mucho mejor.
En ese momento un cambio en la postura de Remus le indicó que la compañía que esperaba se acercaba. Sirius se tensó, al acecho, preparado, con la varita en la mano, sin intención de intervenir salvo que fuese necesario, pero siempre en guardia.
Ahí estaba, se acercaba a Remus. Pero, ¿qué? No, no debía ser ese. Ese era un chico muggle con gorra y en monopatín. Entonces alguien que venía detrás y que Sirius no lograba ver desde su escondite.
Pero contra todo pronóstico, el chico del monopatín se paró enfrente de su amigo y le saludó, aparentemente alegrándose mucho de verle. Remus le sonrió de vuelta.
Sirius frunció el ceño. Conocía muy bien a su amigo y sabía que esa sonrisa no era para cualquiera. Esa sonrisa… no era la típica sonrisa amable y educada que Remus mostraba siempre al hablar con compañeros, conocidos o con la cajera del supermercado. No, esa sonrisa era única y exclusivamente para amigos y familiares. Gente muy cercana.
¿Quién diablos era ese muchacho? ¿De qué estarían hablando, tan desenfadados y alegremente? ¿Qué demonios hacía Remus quedando con un muggle casi a media noche un jueves en un parque del barrio de Southbank de Londres?
Aquello no pintaba bien y Sirius estaba más que dispuesto a llegar al fondo de todo. Quizás se tratase de un mago disfrazado de muggle, para desorientar a posibles espías. Descartó esa idea de inmediato. No conocía a ningún mago que supiese andar en monopatín y con la agilidad y soltura con la que lo hacía ese chico. ¿Un mortífago, entonces? Menos aún. ¿Un squib espía, tal vez? Sirius no entendía nada.
El chico del monopatín debió de decir algo verdaderamente gracioso porque Remus soltó una sincera carcajada. A continuación, el muggle se acercó un poco más a su amigo y posó una mano en el antebrazo de Remus, acariciándoselo suavemente.
Sirius frunció todavía más el ceño.
Remus se puso alerta un segundo, mirando a su alrededor. Después le hizo un gesto al muggle con la cabeza, indicándole que le siguiera. Los dos se internaron en el parque.
Inquieto pero también muerto de curiosidad, Sirius se despegó de la pared (llevándose adheridas a la camiseta un poco de la flora y fauna del muro), se convirtió en Canuto y, sigiloso y veloz, cruzó la calle y se internó en el parque en pos de los chicos.
No se habían alejado demasiado. Se hallaban de pie, al lado de un gran árbol y ocultos de miradas indiscretas gracias a otros árboles y algunos arbustos. Canuto se las apañó para espiarles desde detrás de un sauce llorón. Con el hocico apartó un poco la cortina de ramas del árbol para poder ver mejor.
Remus echó un nuevo vistazo alrededor, aunque se le veía muy tranquilo. Supuso que lo hacía ya por rutina. ¡Siempre alerta! Después se acercó más al chico del monopatín, acercando su rostro al suyo.
Sirius supuso que ese sería el momento del intercambio de información, un chivatazo susurrado al oído. Puede que la ubicación del nuevo cuartel de los mortífagos, o los nombres de más magos traidores, o puede que…
"Oh"
Bueno… un intercambio sí que era. Aunque no precisamente el que Sirius se esperaba. No, desde luego, eso no era lo que se esperaba. Para nada. Remus y el otro joven besándose a escondidas en un parque a medianoche.
"Vaya. Esto es… mmm… interesante."
El gran perro negro ladeó la cabeza un instante, sorprendido y algo confuso. Sabía que no debía seguir mirando, pero había algo hipnótico y fascinante que no le permitía apartar la vista.
Pero cuando el besó se volvió más apasionado, con Remus pegando la espalda del chico contra el tronco del árbol y las manos de uno perdiéndose bajo las ropas del otro, Sirius reaccionó. Al momento el perro dio un par de pasos atrás, de pronto arrepentido y avergonzado. No estaba bien que espiase a su amigo de esa forma. Sacudió la cabeza, intentando deshacerse de un par de viejos recuerdos entremezclados que acababan de acudir a su mente sin ser invitados.
Comenzó la retirada, lidiando con un leve eco de extraños y confusos sentimientos que trataban de abrirse camino en su interior y cuyo significado no lograba a atisbar, cuando de pronto se vio sorprendido por otro cánido que ladraba furioso y con toda la piel erizada y que acababa de salir de detrás de un arbusto, sin duda defendiendo lo que consideraba su territorio de un extraño y no bien recibido perro.
Con el susto y para esquivar al furioso can, Canuto reculó sin percatarse de que salía de detrás del sauce, quedando a la vista de los dos jóvenes que los contemplaron, todavía abrazados, alarmados por la repentina y estruendosa interrupción.
- ¿Canuto? - preguntó Remus asombrado, con sus ojos color miel clavados en él.
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