Tu recuerdo llega a mí como un enemigo inesperado; me toma por sorpresa, me lastima, me ataca sin piedad alguna hasta que decide que ya he tenido suficiente por este día.
¿Será acaso algún sentimiento de culpabilidad escondido? ¿Es que te hice mal mientras estabas a mi lado y ahora, después de que ya es demasiado tarde, decide tomar justicia en sus propias manos? ¿Qué habré hecho para merecer este castigo de mi dulce enemigo, ese que habita mis recuerdos de ti?
Aunque sé perfectamente bien que no es posible, te veo frente a mí, justo como te recuerdo. Mi cerebro me grita "¡Detente! ¡No es cierto! ¡No volverá, no importa cuánto lo quieras. No sigas haciéndonos más daño. Acéptalo y sigue hacia adelante. Tienes en quién refugiarte. La quieres, quizá llegues a quererla igual. ¡Basta ya!" Pero sin importar cuánto grite, cuánta razón tenga, siempre termino deseando no despertar de este sueño que me ataca aún estando despierta.
Quiero estirar mis brazos hacia a ti, sentirte con cada punta de mis dedos, observar como tu rostro extrañado cambia poco a poco a uno que reconozco claramente. Verme en esos ojos llenos de amor, en esa mirada que me volvía loca y esperar con anticipación las palabras que decías con tanta ternura y verdad. Esas palabras que no te repetí lo suficiente. Las que siempre tenía en mente cuando te miraba, hablaba contigo o incluso cuando pensaba en ti.
Como extraño sentir tu pequeño cuerpo junto al mío, siempre en busca de ese sentimiento que rara vez lograba articular. Tu voz, rogando que te hiciera sentir lo que tú claramente sentías por mí, siempre dejándome saber que estarías ahí para mí mientras te fuera posible.
Recuerdo como me sentía cada vez que te tenía cerca; como mi corazón se aceleraba por tan solo estar a tu lado, mis manos apenas podían quedarse firmemente entre las tuyas. Mi respiración llegaba con dificultad, como si algo le impidiera hacer su trabajo de rutina correctamente pero siempre tuve de seguro que si estuviera sin ti, sabiendo que podía estar a tu lado, no hubiera respirado de ninguna manera. Mi cuerpo se sentía liviano, como si no tuviera preocupaciones que lo lograran mantener pegado a esta tierra. La confianza que sentía en mí misma cuando estaba contigo, ahora no es ni la sombra de lo que antes fue.
Ahora, después de tu partida, lo único que puedo conseguir es sobrevivir. En verdad, estoy muerta, mi cuerpo sigue vagando por este mundo sin rumbo alguno. Toda acción que tomo, cada palabra que sale de mí es, en el fondo, automáticamente procesada por éste, mi cerebro sin sentimiento de pérdida, temor, o dolor. La felicidad que siento cuando estoy con los demás es creada a base de recuerdos de cómo se sentía estar a tu lado; todo es fríamente calculado para poder aparentar que todo está bien, que todo es normal.
¿Cómo podría estar todo bien si yo nunca lo estuve?
¿Cómo puede ser todo normal cuando yo misma nunca lo fui?
¿Cómo puede estar todo bien cuando no estás a mi lado?
¿Cómo voy a ser normal ahora si ya no estás aquí?
Todo lo que sucede aquí es por el bien de la apariencia. Todos los que dicen que no les importa cómo los demás los ven, en el fondo, se preocupan más que los que se quedan callados sobre sus miedos de la sociedad. Todos se parecen, todos hacen lo mismo, todos piensan igual, todos quieren lo mismo, todos terminarán en el mismo lugar.
¿Acaso es tan malo ser diferente?
¿Es tan malo querer algo más?
¿Es un pecado querer algo mejor?
¿Deberíamos ser castigados si llegamos a conseguir lo que queremos?
¿Está en el destino del ser humano ser feliz?
¿Por qué, cuando estuve tan cerca, me fue todo arrebatado?
