Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a KryPexel , yo solo la adapte.


Hola! esta es mi primera publicación anque no es mia, espero que le guste.

Lo primero que digo es que esta historia es una adaptación, la original la leí hace poco y me encanto.

La autora original es KryPixel, ella pertenece a FictionPreess.

Besos espero que les sea de su agrado.


- Cada vez que la recuerdo, surge en mi mente esa sonrisa maquiavélica, segura, precisa… Lo tenía todo planificado, todo saldría tal como ella lo quería.

Bienvenido al Pacto de Sangre

Solía encontrármela en el metro, esperábamos en la misma esquina del andén el penúltimo vagón. Al llegar, ella se iba a la parte más alejada de la puerta mientras yo trataba de colarme por donde mejor podía. A esa hora, la hora pico, se llenaba tanto de seres humanos que era una odisea siquiera poder entrar. Yo la miraba a través del reflejo que se formaba en las ventanas. Ella permanecía con la mirada ida en alguna especie de trance, siempre seria. Sus ojos, pequeñas almendras achocolatadas se quedaban fijas en un punto X y sus labios se separaban unos milímetros. Cuando llegábamos a la tercera estación contigua ella "despertaba" y como si nada se encaminaba hacia la salida.

Pasaba el tiempo y yo seguía inexplicablemente pendiente de ella. Mis amigos entre bromas me preguntaban si acaso yo me había enamorado de la niña rara, lo cual hace rato ya me había preguntado yo. La respuesta era clara, la chica no me parecía en absoluto atractiva físicamente. Menuda, delgadísima y el cabello largo y algo pajoso, como si la estuviera viendo tal cual despertó. No suelen gustarme las chicas desarregladas. Entonces la única respuesta concebible para mí, era que sentía una especie de intriga hacia su forma de ser. Tenía deseos de saber si aquella muchacha podía gestar alguna emoción humana, como la risa, el llanto… o quizá furia.

Nada parecía a prevenirme del rumbo que tomarían nuestras vidas. No hasta aquella madrugada maldita. Mientras esperaba la locomoción, como siempre me encontré con la chica extraña. Me fijé en ella y de pronto noté algo diferente. Mi consternación se hizo mayúscula al entender lo que veía: Estaba sonriendo. Pero… no me parecía una sonrisa de alegría, sino de ansias, como si esperase que algo sucediese… Y sin saber por qué me daba la impresión que, fuese lo que fuese, no parecía ser nada bueno.

Se abrieron las puertas.7:35 de la mañana, creo que llego a buena hora. Le eché un vistazo al reflejo del vidrio y la vi otra vez. La sonrisa no se había desvanecido un ápice y de hecho parecía que a cada segundo se hacía más y más ancha, con destellos de malicia brotándole de la mirada. Respiraba agitadamente, inhalaba un rato y exhalaba con violencia. Sentí una morbosa curiosidad pero a la vez un ligero temor que frenaba mis ganas de girarme para verla con mayor claridad.

Medio minuto más tarde, el vagón frenó de improviso bruscamente haciendo que varios pasajeros salieran expulsados hacia adelante. Las luces se apagaron provocando que el pánico reinara en el lugar. La gente gritaba desesperaba y gemían a doloridos a causa del daño que habían sufrido. Yo caí sobre una mujer obesa, y sobre mí se desplomó un hombre macizo. Me costaba respirar, quería huir rápido de ahí. Algo no andaba bien. De pronto, una niebla color escarlata nubló nuestra vista y la temperatura aumentó inexplicablemente. Una risa macabra se hizo escuchar en medio de todo el barullo y temblé de pies a cabeza. Bienvenido al pacto infernal.

No veo nada, todo está muy difuso… Siento frío, algo hiela mi espalda… ¿Dónde estoy? ¿Quién se aproxima? Siento pasos… Tengo miedo, quiero moverme pero algo me sujeta… ¡Quiero ver maldita sea! … Los pasos se detienen, trato de gritar, pero mi boca está sellada con lo que parece ser una mordaza… la imagen se comienza a aclarar… Debo estar soñando, estoy acostado en una especie de mesa metálica. Frente a mí hay una persona, no puedo verle bien porque la única iluminación es una ventana minúscula en la esquina de una lejana pared, creo que estoy en un sótano. La silueta que la luz me deja vislumbrar es la de una persona de contextura delgada y pequeña. Me miro, estoy solo en ropa interior, inmovilizado por aros de hierro en cada muñeca y en cada tobillo… Aparece más luz, alguien abre la puerta y haces del exterior penetran con fuerza en el siniestro ambiente. Por fin veo el rostro de mi captor, es la chica del vagón. La sorpresa hace que me agite en mis ataduras. El recién llegado, que parece ser un anciano, le entrega una caja de madera y se retira luego de echarme un leve vistazo. Yo trato de moverme, de pedir ayuda de preguntar qué sucede. Ella abre la caja y sin más preámbulo me dice:

-Eres mío, de ahora en adelante me perteneces, y saciaras mi sed cuando esté sedienta, calmarás mi hambre cuando esté hambrienta. Desde hoy, desde ahora, Tú eres mío.

Por primera vez escucho su voz. Era un poco rasposa para ser mujer y arrastraba las palabras, hablaba con calma pero con una fuerza estremecedora. Preso del pánico traté de zafarme inútilmente ¿Qué tiene ella en sus manos? ¿Qué es eso de que soy suyo? ¿Qué planea hacer conmigo? Eran miles las interrogantes que amenazaban con volverme loco si es que no recibían respuesta pronto. Supliqué al dios que estuviera de turno que todo fuera un sueño, un loco sueño nacido de mi insensato interés en la chica del metro.

Posó unos cuantos dedos en la mesa y recorrió lentamente, saboreando la superficie hasta llegar a mi pecho. La miré con pavor. Ella sonrió malévolamente y de la caja que tenía sujeta en la otra mano, sacó una figurilla de metal… semejante a una especie de timbre. Lo acercó a mi costado derecho, el frío me hizo sobresaltar, ella rió deleitándose de mis reacciones provocadas por pánico. Luego vi que su mano adquirió un color rojo intenso y un aire caliente chocó contra mi piel. Sin poder creérmelo y esperando que mi súplica respecto al sueño se cumpliera, observé que el metal de a poco se fue enrojeciendo también. El frío en mi espalda hacía un vívido contraste con el calor que emanaba desde la mano de la chica. Mis ojos se abrieron como platos. Ella estaba acercando la figurilla hacia mi piel.

Mi carne comenzó a quemarse y a expeler un olor intenso. Arqueé la espalda con un impulso sobrehumano y pronto volvió a caer. Mi garganta se desgarró en gritos desesperados que se ahogaron en la tela que censuraba mi boca. Gemí y lloré como nunca antes lo había hecho en la vida. Tiré fuerte de las argollas que aprisionaban mis muñecas y la fricción las lastimó. Un dolor infernal se concentró en la zona de mi costado, el ardor de un volcán dirigido en el punto más sensible de mi piel. Para cuando ella decidió apartar por fin el metal caliente, mi carne incinerada se mantuvo ardiendo y palpitando. Ella rió macabramente ante mis sollozos agónicos. Estaba disfrutando del espectáculo. Ella era mi emperadora y mi verdugo. Se relamía ante mis lágrimas. Observando su obra, me miró con una altanera actitud de pertenencia y me dijo:

-Este es el sello de nuestro contrato, esta marca señala que yo soy tu dueña, y poseo completo derecho sobre ti.

Jadeé y mis ojos cubiertos de lágrimas no quisieron abrirse. Negándose a seguir participando de una realidad a la cual no querían pertenecer. Harta, ella tomó mi mentón con violencia y me obligó a mirarla.

-Y cuando desee verte, vendrás a mí. Estés donde estés

Sus pupilas se tornaron de un color rojo intenso, como el metal que dañó sin piedad mi cuerpo, convenciéndome de una vez, de que estaba viviendo la más horrible y la más real pesadilla de toda mi vida. En un momento el mundo dio vueltas alrededor de mi cabeza y unas poderosas nauseas me invadieron. No pasó mucho tiempo cuando no vi nada más. Un vórtice negro me había absorbido, llevándose el sótano, la chica, las argollas, el dolor, mis gemidos, mi conciencia.


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