Cuando Elsa hirió a su hermana, la culpa se instaló en su pecho, y nunca más se fue de allí. La pequeña princesa pasó encerrada en su habitación hasta el día que debía de ser coronada. La soledad se fue haciendo su amiga, se fueron acostumbrando la una a la otra.
"Cerrad las puertas". Elsa recordó las palabras de su padre.
Y, por favor, era horriblemente doloroso. Tan sólo dos años habían pasado, miles de visitas de su pequeña Anna a través de su puerta, y creía no aguantar más.
Todos los días, una y otra vez. Libros releídos treinta veces, paredes totalmente congeladas, preguntas que se quedaban flotando en el aire... En eso se había quedado su vida. Intentaba aprender a controlar sus poderes, pero no había cambios.
Oh, por favor. Sólo dos años habían pasado.
Y eso hacía ahora.
Leyendo el cuento de un tal Jack Frost, un muchacho que traía el frío con él. En el libro estaba escrito que le gustaba gastar bromas e ir revoloteando por el mundo lanzando bolas de nieve. Ojalá ella tuviera esa libertad.
Hacía bastante frío, pero Elsa había dejado uno de los grandes ventanales abierto, mientras que el otro estaba cerrado, de cara al exterior. Estaba con la espalda contra la puerta, con el libro entre sus manos.
Mientras tanto, el mismo Jack Frost volaba allá donde el viento le llevara, visitando sitios que necesitaran un poco de diversión.
Había avistado un gran castillo a lo lejos, y la curiosidad por saber qué había allí dentro le carcomía. Llamó al viento y se acercó en cuestión de segundos. Aterrizó sobre la barandilla del balcón de piedra. Bajó al suelo apoyándose en su cayado. Se acercó lentamente, ocultándose tras el vidrio de la ventana, y la observó:
Elsa, sentada en el suelo, pegó un grito. Había tirado el libro lejos de ella al ver que lo había transformado en escarcha. El libro se deslizó por el suelo congelado, dando vueltas, hasta que se quedó quieto. Se miró las manos.
—¡Monstruo, soy un monstruo! —sollozó, cerrando los ojos y abrazando sus rodillas.
Jack se acercó con prudencia, aún tras el cristal. Tocó el vidrio con la punta de su cayado y una bonita floritura de hielo se formó en ella. Elsa alzó la mirada al escuchar el crujido que siempre sonaba cuando ella congelaba algo.
Y no se esperaba ver a alguien allí.
Soltó un grito, formando sin querer una muralla de puntiagudo hielo. Jack retrocedió del susto, gritando también.
—¿¡Quién eres!? —Elsa se levantó de golpe—. ¿¡Cómo has entrado!?
Jack se sorprendió. ¿Aquella niña le había visto? No pudo evitar ilusionarse. ¡Alguien le había visto! Sonrió abiertamente y se tomó la libertad de entrar en la habitación. Se acercó a la pequeña muralla de escarcha que ella había formado a su alrededor, y se puso de cuclillas para apreciarla mejor.
—Bonita decoración —comentó, golpeando el hielo con los nudillos—, ¿lo has hecho tú?
—¿Quién eres? —repitió Elsa.
—Jack Frost, un placer. —Saltó sobre el trozo de hielo con suma facilidad y al estar frente a ella, se agachó para tenderle la mano.
Elsa le miró con recelo.
—Elsa, princesa heredera de Arendelle.
—Uh —soltó Jack con una queda sonrisa—. Me postro a sus pies, su majestad. —Hizo una torpe reverencia.
Elsa pensó un momento. Jack Frost... Ese nombre... Se formó un nudo en su garganta. ¡Jack Frost! Corrió hacia el libro y lo recogió, intentando quitar la escarcha de sus páginas.
—Eres... ¡Eres Jack Frost! —exclamó, sorprendida, enseñándole la portada del libro.
Jack se apoyó en su cayado y, mientras ojeaba sus uñas, dijo con una sonrisa altanera:
—El mismo.
—¡Y puedes volar! Y... ¡Y congelar cosas! Como yo... ! —La muchacha estaba realmente sorprendida. Existía, él existía. Apretó los puños—. ¡Tú podrías enseñarme a controlar mis poderes! —Elsa sonrió, emocionada. Ya no tendría que esconderse—. ¡Así podría ver a Anna, a madre y a padre! ¡Abrirían de nuevo el castillo!
Jack enarcó las cejas y se sentó de un salto en la parte superior de su cayado.
—Oh, no —contestó—. Yo no soy buen profesor.
Elsa entornó la mirada, desilusionada. Se sentó de nuevo. Quizás no era su destino der libre. Quizás nadie debía saber jamás de sus poderes. Se miró las manos y apretó los puños.
—¿Cómo es que una niña como tú tiene semejante poder? —preguntó Jack, intentando evitar un incómodo silencio.
—Nací con ellos —contestó Elsa—. Pero son peligrosos, y no sé controlarlos.
Ella suspiró. Iba a retormar su lectura cuando una bola de nieve se estrelló contra su cara. Jack soltó una carcajada al ver el ceño fruncido de Elsa.
—¡Oh, vamos! —dijo entre risas—. ¡Una niña no debería tener una cara tan seria!
Elsa sonrió, retándole. Con sus poderes hizo una bola de nieve y se la lanzó, pero él la esquivó con facilidad.
Se enzarzaron en una lucha de bolas de nieve durante horas. Entre lanzamientos, risas y hielo, pasaron una tarde entera. La pequeña estaba agotada, y se fue a dormir. Jack se lo había pasado muy bien, así que como agradecimiento, la arropó. Una vez estuvo dormida, él salió al balcón, invocó al viento y se fue volando.
Elsa no supo más de él durante muchos, muchos años.
Cuando se despertó al día siguiente, creyó que todo había sido un hermoso sueño.
