En tan sólo tres meses, su vida se había tornado a la maldita rutina: despertar cada mañana después de que ella ya se hubiese ido a trabajar, degustar un pan tostado con mermelada y café mirando con aburrimiento las noticias, pasar el resto de la mañana y parte de la tarde construyendo algún invento que terminaba explotando antes de su llegada y las noches soñando que el ciclo jamás acabaría. No era que su vida anterior fuese mejor, de hecho no lo era, pero el factor de incertidumbre hacía las cosas un tanto más interesantes. Hizo un par de estiramientos tras levantarse y al terminar se contempló en el espejo de cuerpo completo de la habitación, al verse con aquella pijama de seda se arrepintió de sus pensamientos. Casarse fue la mejor decisión que había tomado; sus citas previas terminaban en fracasos que lo llenaban de incertidumbres y la inestabilidad económica se veía ya tan lejana desde aquel hogar de amplias paredes y muebles finos.
Bajó las escaleras y lentamente se dirigió a la cocina. Ahí lo supo, algo no estaba bien: los trastes estaban puestos sobre la mesa y había algo similar a un huevo frito sobre su plato. La sorpresa no terminaba, su mujer estaba sentada en la silla de a lado.
—Buenos días cariño, espero que te guste el desayuno.
—Esto es… extraño. ¿Hoy no irás a trabajar?
—Acabo de regresar del médico, salí desde temprano.
—¿Del médico? —¿Por qué no le había dicho que estaba enferma? ¡Lo sabía! Aquella mujer era malvada y quería verlo muerto del susto!—. ¡Ay no! ¿No me digas que se te ha pegado el virus del elefante pardo? Oí que es una enfermedad terrible que te hincha las orejas y hace que tu nariz parezca una trompa…
—Heinz…
—Mi nariz parece un pico de pingüino, no una trompa, no tienes nada de qué preocuparte; además, te salen unas manchas verdes, ¿o eran moradas? No espera, las verdes eran de la fiebre del monstruo del pantano…
—¡Heinz!
—Yo no sé porque les ponen esos nombres, digamos que le da eso mismo a un elefante, entonces ¿tendrá los síntomas del humano pardo?
—Vas a ser papá.
—Imagínate a una grulla con manchas… Eh, perdón, ¿qué dijiste?
—Estoy embarazada —dijo mientras le daba un sorbo a su café.
Se quedó en silencio un momento. "Vaya, se lo está tomando mejor de lo que imaginaba" pensó al ver su expresión tan serena, al menos esa impresión tuvo por cinco segundos, antes de que empezara a gritar como desesperado y a correr como loco por toda la casa tirando muebles y macetas. Los recuerdos de su dolorosa infancia llegaban uno tras otro azotando con mano firme a su mente tal como su padre hacía con él, y hubiesen sido lo suficientemente fuertes como para haberle provocado un colapso de no haber sido porque el golpe en la cabeza contra el frente de la puerta le ganó en la carrera.
Apretó el puño y sintió la suavidad de las sábanas de su cama; abrió los ojos para contemplar unos anteojos morados que lo observaban fijamente aunque con cierta clemencia.
—Debí ser más sutil, no pensé que fuera a afectar de ese modo.
—¡Ah, descuida! Me he puesto peor —dijo a modo de broma para tranquilizarla, lástima que no hallaba las palabras de aliento para sí mismo—. Pero ¿cómo sucedió esto?
—¡Oh, por favor! Ahora me dirás que crees en la cigüeña.
—¡Clara que no! Todo mundo sabe que los bebes son traídos por valkirias.
Charlene puso cara de 'esto no es gracioso'.
—Siempre te han gustado mis bromas. Como sea, es que todo esto me pone muy nervioso y estoy… asustado.
—No hay nada que temer, sólo razones para alegrarse.
—Tengo miedo de no ser un buen papá —dijo Doof bajando la mirada y con un tono bastante melancólico, ella tomó su mano para darle ánimo.
—Yo confió en que serás un excelente padre —le dio un beso en la mejilla y salió para dejarlo descansar—. Más tarde haremos la planificación de los siguientes meses.
Puso una mano detrás de su cabeza y una sobre la frente para sobarse el golpe que aún le dolía. "Quién lo diría, Heinz Doofenshmirtz… padre; eso suena mejor que Heinz Doofenshmirtz, abogado, porque es obvio que todos los abogados son malvados… y esto de pensar en tercera persona, también".
En el fondo estaba feliz, de hecho, nunca antes en su patética vida se había sentido tan feliz, pero un escalofrió le recorría todo el cuerpo. "¿Y cómo debe ser un buen padre?" "¿Y si termino siendo igual que el mío?" se preguntaba y aquella sensación de alegría se le escurría del cuerpo. No, el no era capaz de obligar a alguien a ser un gnomo; bueno, tal vez a su hermano, pero no a su propio hijo. "Jamás, yo no… jamás seré como mis padres, nunca lo o la abandonaré. Nunca le faltaran besos y abrazos, celebraré todos sus cumpleaños, siempre estaré ahí. Le amaré, me amará". Volvió a cerrar los ojos e imaginó la vida perfecta que no tuvo en un mundo donde todo era alegría y felicidad, dulces de feria, tardes de verano en la playa...
—¡Pero ese no es mi estilo! —Gritó. —¡Le enseñaré a ser malvado!
Se imaginó con un bebé de plástico (tenía dificultades para imaginarse uno de verdad porque le desagradaban y en realidad los de juguete igual, pero su mente no daba para más en esos momentos) metiéndose en una fila llena de niños pequeños, tomando todo el plato de muestras gratis con la leyenda "tome uno", escabulléndose al cine sin pagar boleto y lo más importante…
—¡Le enseñaré a construir inadores y seré su gran ejemplo a seguir cuando por fin me haya apoderado del Área Limítrofe!
Todos sus temores se desvanecieron y algo cálido le invadía llenándolo de vida, aquella extraña sensación recorría todo su cuerpo hasta llegarle a las piernas, lo que le hizo dar un salto fuera de la cama y con todo y pijama puesta, dio otro salto por la ventana cayendo varios pisos hasta el patio, pero ni las ramas y hojas que se incrustaron en él impidieron que en cuestión de minutos ya anduviera por toda la ciudad gritando eufóricamente "¡Voy a ser papá y nadie podrá impedirlo… ni tú!" dijo señalando al cartero, "¡O tú!" le reprochó al perro, "¡Ni ustedes!" alardeó en dirección a la tienda de maniquís, "¡Ni tú, tú o ese de la esquina!" gritando desde lo alto de un poste de luz. Incluso se detuvo frente a un poster promocional con la cara de su hermano que se lanzaba para diputado. "¡Esta vez, Roger, tendré algo que tú ni en tus mejores sueños poseerás!"
Charlene contemplaba todo desde la ventana. "Parece un niño pequeño, pero al fin y al cabo, eso es lo que más me gusta de él." Y sonrió, inclusive cuando el semáforo se puso en verde y su esposo fue arrollado por los autos de la avenida principal. Le fue difícil intentar disimular la risa mientras llamaba a la ambulancia.
