La leyenda del anillo

Escribo esta historia en un delirio y tratando de rescatar mi parte en el fandom de Gundam Wing AC, con mi típica pareja (no es que no aparezcan los demás, pero es centrada en HxD).

Acechanza

Eirina, Octubre 1198, 12 de la noche.

El galope de los caballos parecía retumbar entre los gruesos árboles del bosque, ocho soldados escoltaban el paso de un jinete que vestía de azul y rojo con un sobreste blanco con una cruz negra bordada en seda sobre su espalda. Un grupo de soldados, seguramente mercenarios contratados por un rey enemigo, los perseguía lanzando una lluvia de flechas sobre ellos.

- Cerca hay un monasterio – comentó uno de los soldados señalando, bajo la luz de la luna una dirección hacia su derecha.

El jefe de los jinetes asintió y torcieron bridas adentrándose en el bosque, allí dificultarían el ataque del enemigo y, aunque el paso se les hiciera más lento, los caballos no se agotarían tanto.

- Capitán Barton, debemos separar el grupo – dijo uno de los caballeros a la derecha del jinete de blanco – si ellos persiguen a su excelencia, es mejor engañarlos.

- Tienes razón, Wufei – asintió el aludido y se acercó al hombre – excelencia, debe quitarse la capa, ellos seguramente no tienen ni la más remota idea de cómo es usted y sólo lo reconocen por su vestimenta.

El jinete levantó la mirada y asintió tratando de enderezarse en la montura, pero la herida que los mercenarios le había provocado le escocía.

El capitán tomo la capa y se la echó sobre los hombros para luego tomar la mano de su protegido y retirarle el anillo de la mano, lo guardó en una bolsita y se lo entregó al jinete llamado Wufei.

- Llega con su excelencia al monasterio como sea, pero no dejes que nadie sepa quién es, no podemos correr riesgos.

- Así se hará, capitán – le dijo haciendo una seña y se acercó al herido, tomó las riendas del caballo y se alejó hacia el norte, era menos peligroso que se alejaran solos a que se movieran con todo el destacamento, al menos los mercenarios no se darían cuenta de inmediato que los habían engañado.

- Vamos – ordenó en capitán volviendo a montar y salieron a todo galope por el mismo camino torciendo un poco más adelante por otros derroteros.

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El convento de San Patricio era un lugar famoso por recibir a doncellas y donceles que se negaban a casarse pero que tampoco querían tomar los votos religiosos, allí ellos se dedicaban a atender heridos y enfermos de mediana gravedad, al igual que cuidaban de los huérfanos que en muchas ocasiones llegaban allí abandonados por sus madres por ser hijos ilegítimos de algún poderoso "señor".

Un joven delgado, de largo cabello castaño tomado en una trenza, vestido de negro con los largos faldones de su sobreste, señal que se trataba de un doncel, ondeando al viento mientras caminaba por las torretas del convento. Sus ojos de amatista brillaban con furia, el duque de Abalonia exigía que se casara con él y, para obligarlo, presentaba una carta que decía le pertenecía al rey de Bretania, que lo obligaría a contraer nupcias contra su voluntad.

Pateó una piedra furioso, el único que podía revertir esa situación era el príncipe de Eirina, pero este se había perdido durante las cruzadas y muchos aseguraban que su excelencia estaba muerto y no había dejado herederos, por lo cual el rey de Bretania podía exigir su trono.

- Malditos parentescos – dijo volviendo a golpear el suelo. Pero algo llamó su atención, dos jinetes venían por el camino, uno de ellos llevaba en la mano las riendas del otro y parecía que éste venía herido debido a la postura que llevaba.

Bajó corriendo por las escaleras y se dirigió hacia las celdas de los monjes.

- ¡Padre Horacio! – lo llamó sin entrar – ¡vienen dos jinetes por el camino, uno parece que está herido!

El monje se levantó apresuradamente, un rato atrás había despertado con un sobresalto y esto corroboraba que su presentimiento era cierto. Un hombre que volvía a recobrar lo suyo había sido herido y sería la salvación de Eirina.

- Ve a la puerta, Dúo y hazte cargo de recibirlos, yo despertaré a Fray Miguelino e iremos a curarlo a la habitación de San Rafael.

El muchacho asintió y corrió hacia la puerta la que abrió casi antes que el jinete sano la tocara.

- Mi señor fue herido por unos salteadores – le dijo este desmotando del caballo al herido – sé que aquí pueden atenderlo.

- Claro – le dijo el trenzado y se acercó a ayudarlo, pero justo en ese momento el otro hombre perdió la conciencia.

- ¡Mi señor! – dijo alterado evitando a duras penas que cayese al suelo.

- Venga, por aquí – lo ayudó del otro lado y juntos lo trasladaron a la habitación que el abad le había dicho.

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La fiebre consumía al herido, al parecer la flecha con la que había sido herido tenía algún veneno, porque el corte no era tan profundo como para causar una reacción semejante.

El acompañante del herido se paseaba como león enjaulado por la antecámara, si su señor se moría, sería el fin de Eirina, con lo difícil que había sido para ellos sacarlo de tierra Santa y traerlo de vuelta a casa.

Y es que Wufei había sido rescatado unos años atrás por su Excelencia de uno de los campos de Saladino un día antes que se cumpliera la sentencia de castrarlo ¿qué culpa tenía él que una de las tantas mujeres de Saladino le "echara" el ojo a su belleza oriental? Obviamente, Saladino había matado a la mujer, con la cual no tuvo nada, y a él lo iba a castrar. Tembló ante el recuerdo. Pero su señor se había tomado el campamento con sus hombres y cundo lo liberó, en agradecimiento se convirtió no sólo al cristianismo, sino que también en uno de sus guardias personales.

- Buen guardián eres, Wufei Chang, pasaron por tu lado y por poco lo matan.

Sacó una carta de su bolsa y la miró, era cierto que hablaba correctamente la lengua de ellos, pero no sabía leerlo y esa carta era sumamente importante, estaba seguro, porque había alterado al siempre imperturbable príncipe.

- ¿Pasa algo, joven? – le dijo el abad mirando el escrito, sabía de sobra que muchos caballeros no sabían leer ni escribir.

- Bueno, esta carta se la mandaron a mi señor y es lo que ha producido que lo quieran muerto.

- Bueno, no podemos leerla sin su permiso…

- No creo que se enfade, después de todo es para salvarle la vida ¿no?

EL monje asintió y la abrió. Estaba escrita en un intrincado y ornamentado lío de letras estilizadas, en un latín demasiado culto aún para muchos de sus monjes, así que era complicado de leer hasta para los soldados. Eso significaba que el hombre herido en esa habitación era alguien de alcurnia, un personaje muy importante.

- Dice: "Regresa… Eirina en peligro…. Casado o muerte…" – frunció el ceño – no entiendo mucho más, es latín demasiado culto para mí.

- Entonces mi señor debe casarse, pero ¿con quién?

- Tengo una solución para dos problemas – dijo el hombre sonriendo – Dúo, ven aquí – le dijo al trenzado que lo miró extrañado – el hombre allí dentro necesita a una esposa o esposo de manera urgente, y tú necesitas un esposo si no quieres que el duque haga válida la orden del rey de Britania ¿verdad? – el trenzado asintió sin entender nada, pero el chino sí.

- Se llama Heero Yuy – le dijo sin señalar que se trataba del príncipe de Eirina – pero para un matrimonio se necesita la publicación de las amonestaciones durante tres domingos, según tengo entendido.

- Si, pero se puede hacer una excepción cuando uno de los cónyuges está en peligro de muerte – le dijo el monje.

- ¿Me está diciendo que me case con un extraño del que sólo sé su nombre?

- ¿Acaso prefieres casarte con el duque de Abalonia?

- Me caso o me casan – dijo entre dientes – está bien, aceptó.

El abad sonrió y le devolvió la carta a Wufei que la volvió a guardar.

- Bien, le diremos al Padre Gaudium que los case de inmediato – y traeré otro testigo para que no invaliden el matrimonio.

Wufei asintió y recordó algo, buscó en la bolsa y sacó dos anillos de oro macizo.

- De donde yo provengo – le dijo a Dúo – los novios intercambian regalos, estos los saqué de un arcón del enemigo para dárselos a mi señor, creo que es lo más justo que los tengas.

Dúo los miró y los cogió en su derecha, era algo extraño, pero le pareció ver una sombra que se alejaba de la habitación del herido. Miró a Wufei, pero al parecer este no había visto nada y prefirió callar.

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Dúo estaba sentado en la cabecera del hombre herido en espera que apareciera el sacerdote, estaba procurando bajarle un poco la fiebre con un paño húmedo, pero el pobre no dejaba de agitarse. Una vez más le colocó el paño húmedo sobre la frente y este abrió los ojos. Dúo se asombró al verlos, eran hermosos, de un azul oscuro como la noche, pero en ellos había turbiedad, quizás producto de la fiebre.

- Un ángel – le dijo este y volvió a cerrar los ojos – si vienes a llevarme, soy todo tuyo – murmuró con voz ronca y cansina.

- Oye, que yo no quiero que te mueras – lo regañó molesto – de lo que me vale que nos casemos si pretendes morirte.

- Serás el peor de los esposos – le dijo volviendo a perder la conciencia.

- Oye, que no te desmayes de nuevo, que el padre viene a casarnos y tienes que responder a sus preguntas por tu cuenta – le reclamó.

- Realmente no eres el ángel de la muerte – dijo medio divertido, pese a que se sentía fatal – eres muy gruñón.

- Yo no soy gruñón – lo rebatió – sólo que te necesito consciente para que el padre nos case.

- Pobre de tu marido – le replicó – de seguro lo hacer morir de viejo antes de tiempo – agregó abriendo los ojos – me duele el costado.

Dúo movió la cabeza molesto, al parecer la fiebre no lo hacía razonar bien o entender lo que se le estaba diciendo, o tal vez era idiota por naturaleza, porque esos nobles se casaban entre primos y, por lo que había escuchado, eso hacía que los hijos nacieran con defectos, aunque parecía que él no tenía defectos físicos, aunque tal vez los tenía ocultos, Fray Miguelino no lo había dejado verlo mientras lo vendaba, murmuró algo referente a que no era su esposo, que podía tentarse, no lo oyó bien pues estaba molesto y se salió.

- Te trataron de asaltar y te hirieron en las costillas – le dijo volviendo a ponerle el paño frío en la frente – se te infectó y por eso te sientes así.

- Si me regañas así, no quiero ni imaginarme cuando seas mi esposo – suspiró – tengo sed, tengo la boca seca.

- Fray Miguelino dice que no debes beber directamente del vaso – le dijo y humedeció un paño limpio en agua – sorbe con calma.

- ¿Haz cuidado muchos heridos? – le dijo tocando sus manos.

Dúo sintió como una corriente eléctrica cuando el herido lo tocó.

- Creo que algo de ángel debes tener, me siento mejor.

- No se lo digas a nadie, nos van a casar de emergencia.

- Ah, descifraron la carta – dijo cerrando los ojos – aún siento que me taladran los sesos – gimió tras haberse tratado de sentar – alguien viene.

- Dúo Maxwell, no puedes quedarte sólo con un hombre – lo regañó un hombre que entraba revestido de sacerdote – por mucho que vaya a ser tu esposo.

- A como me siento, dudo que pudiese hacerle algo – se quejó el herido.

- Si, supongo que tiene razón – suspiró el hombre – apenas llegue el hermano Horacio con los testigos, los casaré ¿de acuerdo? Así que no se vaya a desmayar, Heero Yuy.

Heero cerró los ojos y dejó que Dúo le cambiara el paño húmedo de la frente ¿Casarse con un extraño? Al menos era mejor que casarse con la princesa de Bretonia o la de Franconia, así no vería amenazado su reino.

- Una pregunta ¿En dónde me encuentro? – miró a su futuro esposo – estoy en un convento ¿verdad?

- Está en San Patricio, Excelencia – le dijo una voz conocida y se sintió aliviado, al menos uno de los suyos…

- Wufei ¿y los demás? – miró al otro hombre que fungía de testigo.

- Se dirigieron a Kinglassie, Excelencia – hizo un gesto para que no siguiera preguntando, Barton había sido claro y si esos monjes sabían que en esa cama estaba el heredero del trono de Eirina, lo más probable es que éste corriera peligro y el monasterio también.

- Entiendo – miró al sacerdote – podéis empezar – le dijo.

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Dúo miró el anillo que descansaba en su mano izquierda, algo extraño había pasado cuando Heero – él había insistido que lo llamara así y no como su excelencia como insistía en llamarlo el moreno – lo había puesto en su dedo. Cuando lo tomó habría jurado que le iba a quedar enorme, y sin embargo le quedaba a la perfección, y lo mismo había pasado con el que le había puesto a Heero, parecía que lo hubiesen forjado para él.

Miró a su ahora esposo, quien luego de sellar el sacramento y retirarse el sacerdote y los testigos, se sintió mal y tuvo que ayudarlo a sentarse en el borde de la cama en donde vomitó sangre negra y una cosa verdosa. Había llamado asustado a fray Miguelino, pero en ese momento volvió a ver a las sobras que asechaban a su esposo, quien levantó su mano izquierda y las sombras huyeron. Se acercó a Heero y este lo miró antes de desmayarse.

Claro que de todas maneras llamó al fraile, quien le dijo que seguramente habían sido los rezos de los monjes los que habían hecho que este eliminara de su organismo eso que le hacía daño y que era mejor que lo dejase descansar.

Pero a Dúo le preocupaban más las sombras que había visto, aunque de ellas no dijo nada, y se quedó despierto un rato más, aunque ya había escuchado las campanas que llamaban a los frailes a los maitines.

- Sed et si ambulavero in valle umbrae mortis, non timebo, in auxilium meum a Domino – empezó a orar - Si Dominus est fortitudo mea, quem timebo?

- Domine qui dirigit gressus meos in viam, et in umbra mortis non timebo – dijo Heero a su lado recobrando la consciencia.

- Me asustaste mucho – le dijo ayudándolo a sentarse.

- ¿Tú también viste esas sombras, verdad? – le dijo sentándose en el borde de la cama – me persiguen desde que rescaté a Wufei de Saladino.

- ¿Vienes de las cruzadas? – le dijo asombrado y Heero asintió – debe ser horrible vivir en un lugar en donde se vive muerte y destrucción

- Estoy seguro que a Nuestro Señor no le ha de interesar quien tenga en sus manos esos terrenos, y menos le ha de gustar que los hombres se maten por ellos – concordó este – pero el Papa cree que se va a ganar el cielo si Tierra Santa está en manos de los cristianos, y hay mucha gente que le cree, mi padre fue uno de ellos y me envió a mi junto con lo más granado de nuestro ejército – se miró las manos – éramos doscientos, regresamos veinte, sin contar a Wufei, porque a él lo sacamos de allá.

- Eso es muy poco – dijo Dúo preocupado.

- Tuvimos problemas con los templarios – se volvió a mirarlo – entramos en un pueblito, era gente común y corriente, pero como ellos no profesaban nuestra fe, debíamos exterminarlos a todos, desde niños de pecho a ancianos, y como nos negásemos a hacerlo, mataron a muchos de mis compañeros, respetaron sólo a algunos pocos porque pertenecíamos a la nobleza.

- Heero, es mejor que descanses – le dijo obligándolo a volverse a acostar – no queremos que se reabra la herida ¿verdad?

- Te quedarás conmigo ¿no? Eres mi esposo – le recordó.

- Claro que sí, de todas maneras ya está amaneciendo – se recostó a su lado y ambos se quedaron dormidos profundamente.

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El Castillo de Kinglassie era una enorme construcción de piedra en lo alto de una montaña, ellos siempre habían sido leales al rey de Eirina y eran de los pocos que creían en el regreso del príncipe heredero, así que cuando el pequeño destacamento asomó por los muros perseguidos por soldados bretones y normandos, salieron en su auxilio.

Pero ahora, el señor del castillo miraba a los soldados que le presentaban la capa del príncipe, quienes aseguraban que este estaba dentro del territorio, a salvo, pero herido.

- ¿Y qué pasó con el resto de los soldados?

- Muertos, su señoría – dijo el joven capitán – ni siquiera muertos por los enemigos, sino por los templarios por negarnos a matar gente que nada tenía que ver con la guerra, si ellos hubiesen sabido quién era nuestro señor, seguro que lo matan también – miró al resto – sin embargo, han mandado a esos mercenarios a matarlo, y no sabemos si fueron ellos o alguien que quiere su trono.

- Hace meses que el rey de Bretania reclama el trono diciendo que nuestro príncipe está muerto – le dijo pensativo – pero dudo que él se imagine siquiera que su Excelencia está vivo – miró hacia el valle desde el alto muro en que estaban – y esos tipos, los templarios, no contratarían mercenarios, se harían cargo ellos mismos.

- Y no parecen ser musulmanes – dijo el soldado pensativo.

- Ellos no perseguirían a nuestro príncipe hasta tierras malditas, como ellos las llaman, además que ni han de saber quién es, Trowa.

- Pero entonces ¿quién es el que lo amenaza? – le entregó un papel – es parte de la carta que le llegó.

"Reversus ad Eirina, neque regnum tuum, sed modestis mortuus uel"

- Sabemos que el reino corre peligro, pero ¿por qué casado?

- Si no sabemos de dónde viene la amenaza, menos sabemos qué quiere decir el mensaje – le aseguró Trowa.

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Dúo estaba sentado tratando de bordar un intrincado dibujo, pero cada vez que levantaba la mirada sentía una presencia extraña a su alrededor. Y se comenzaba a fastidiar que insistiera en tratar de asustarlo a cada rato. Miró a su esposo que leía por enésima vez un escrito y lo escuchó murmurar palabras en un idioma que no comprendía – obviamente no era latín, algo sabía de este fuera de los rezos – pero que parecían espantar a las sombras.

- Dúo ¿haz escuchado del rey Salomón?

- Si, me dijeron que fue el rey más sabio de Israel y que fue muy poderoso y rico.

- Si, hay muchas leyendas respecto a unas minas que ese rey habría tenido, de donde obtenía enormes cantidades de oro – se miró el anillo – pero hay otra leyenda, una que la Iglesia jamás ha querido divulgar, quizás porque suena tan… extraña, por así decirlo, y fuera de lo que se dice en los libros que él era.

- Bueno, nunca falta quién invente herejías para explicar algunas cosas.

- Es cierto, pero los musulmanes decían que Salomón tenía poderes fantásticos, que hacía temblar de miedo los seres malignos, que los controlaba a su antojo y que ellos estaban obligados a obedecerlo, pues Dios mismo le había entregado un anillo especial y con este habría obligado a esos seres a construir el templo de Jerusalén.

- Esas son invenciones tontas – dijo Dúo convencido.

- Bueno, pero muchos mitos tienen algo de verdad, quizás el anillo no controlaba a los malignos, pero algún poder debe haber tenido – le dijo – además, todo eso se perdió cuando los babilónicos destruyeron el templo de Jerusalén que había construido Salomón, igual como desapareció el arca de la Alianza.

- ¿Qué es lo que quieres decirme con todo esto, Heero?

- Bueno, Saladino se metió en las catacumbas del templo de Jerusalén y sacaron muchas cosas, principalmente joyas y ornamentos sagrados, pero había un arcón que no pudieron abrir por más que lo intentaron, y Wufei lo consiguió sin mucho esfuerzo ¿Y si los anillos que portamos ahora son los del rey Salomón?

- Oh, vamos, ese veneno que tenías en la sangre te sigue haciendo pensar tonterías – le dijo riéndose.

- "Doctus et tenebras transire ad vitam, qui vult ostendere moriar" (Luces y sombras que se mueven en torno a la vida, muestren a quien quiere mi muerte) – dijo y una sombra se proyectó sobre la pared mostrando a un hombre mayor, casi calvo, que acompañaba a un hombre con una corona enorme.

- ¡Virgen Santa! – exclamó Dúo y la sombra desapareció.

- Hay que tener cuidado, Dúo o seremos condenados – le dijo.

- Pero ¿quiénes son esos? ¿Por qué quieren tu muerte?

"Coronam homo vult, alter potentia prosequitur" – dijo una voz tenebrosa.

- ¿Qué dijo?

- Nos habla en latín porque esa es nuestra lengua sacra – le explicó Heero.

- Pero ¿qué dijo? – insistió – no lo hablo tan fluido.

- Un hombre quiere la corona, el otro persigue su poder – le tradujo finalmente.

- ¿De qué habla?

- Yo soy el príncipe heredero de Eirina…

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Continuará…

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Estoy tratando de volver a escribir, pero me temo que me está costando demasiado, ni siquiera he sido capaz de retomar los que tanto tiempo tengo pendientes, pero lo estoy intentando.

Bueno, está basado en un texto que se llama "el anillo del rey Salomón", pero creo que no ando no cerca de parecerse.

Unas cuantas explicaciones para que entiendan un poquito:

Eirina o Eire es lo que hoy es Irlanda, sin embargo, yo lo estoy usando como nombre para Escocia, Bretinia es Inglaterra y Franconia es Francia. Además, uso el latín porque se pude encontrar trozos en este idioma, pero el gaélico, lengua de ese tiempo de los escoceses, no lo encontré.

Bueno, espero que ahora sí pueda seguir mis historias.

Shio Zhang (Wing Zero se ha negado a hacer de beta esta vez)