Esta historia es totalmente ficticia e inspirada en la lista del Schindler. Esta ambientada en la época nazi pero no apoya ningún movimiento ultra derechista.
1. Vorspiel
Limpiaba abatidamente las pequeñas ventanas del ruinoso barracón cuando algunos rayos de sol alcanzaron mi rostro. Lo miré y allí estaba, se alzaba muy por encima del alambre de espino y la verja electrificada, alumbraba a todos los esclavos que trabajábamos sin descanso y brillaba en la nieve que cubría todo el campo de trabajo. Los nazis nos habían quitado el dinero, los negocios y las casas, a algunos como a mí nos había separado de nuestra familia. Ahora nos retenían en aquel infierno donde la gente moría de hambre y ejecutada. Presentía que mi pueblo estaba condenado y cada día, tenía menos esperanzas en sobrevivir.
Aleksandra Kenner vino corriendo y dijo mi nombre. Cuando me di la vuelta, ella se acercó lentamente a mí y negó con la cabeza. Sentí como acercaba sus manos a mis pómulos congelados.
-Estas muy pálida y débil, Helen… mira como tiemblas. Ojala no te pongas enferma, todos los días temo por ti,- dijo como una madre se lo diría a una hija.
Aleksandra me pellizcó las mejillas para darles color y, sin darme más explicaciones, comenzó a arrástrame del brazo. Me sacó del barracón y empezó a correr por la espesa nieve.
-¡Tenemos que darnos prisa! He oído decir que el Herr Kommandant Goeth busca esclavas para su nueva villa. Ojala nos coja a nosotras, Helen. Trabajaremos igual y tampoco será fácil pero estaremos más seguras. Si te pregunta algo o te mira, sonríe. Eres muy bonita y tienes una sonrisa perfecta.
Sus palabras estaban llenas de esperanza pero me inquietaron un poco. Aquel nombre ya lo había oído antes. Dos hombres habían estado hablando del "Herr Kommandant Goeth", sí. Decían que sería el jefe de Plaszow y contaban de él que era un hombre cruel y despiadado que había asesinado a mucha gente en el guetto de Varsovia. Ya había visto y oído suficientes cosas para creerme aquellas palabras y no pude evitar sentir miedo.
Aleksandra consiguió arrastrarme hasta una fila de mujeres y ponernos las primeras. Ella me soltó la mano y yo dejé de correr a su ritmo pero un enorme soldado me empujó bruscamente para que no me parase. Pasé de largo a dos hombres de las SS perfectamente uniformados y con elegantes abrigos de cuero, y después, aquel soldado nos hizo parar y nos separó a punta de rifle para que se nos pudiera ver bien.
-¡Aquí las tiene, Herr Kommandant!-
El que era más alto y parecía de más rango reaccionó, fumaba a la vez que se llevaba irritado un pañuelo a la nariz. Empezó a pasearse por la fila y cuando sentí que el silencio y el temor se apoderaban del aire a su paso, hundí la vista al suelo. La nieve que me llegaba a los tobillos de tanto correr se había metido en mis zapatos. La desesperante sensación de frío glacial y el entumecimiento de mis extremidades me hacían resoplar y temblar silenciosamente.
-Una de vosotras va a tener mucha suerte- dijo con voz cruel,- tendrá un buen empleo, lejos de este trabajo agotador, en mi nueva villa.- Oí sus pasos muy cerca y sentí como se paraba enfrente de mí.
Para mí alivio, después de la pausa, se volvió hacia el centro de la fila para mirarnos a todas mientras hablaba de nuevo.
-¿Quién… quién de vosotras tiene experiencia domestica?-
Yo venía de una familia hebrea de alto rango y jamás había cocinado ni había hecho tareas domesticas excepto por placer. Por la aterradora influencia que desprendía aquel hombre me pareció que sería mejor no mentir y dejé mis manos calentándose dentro de mi abrigo. Todas las mujeres en la fila no parecían estar en mi misma situación y levantaron la mano, incluida Aleksandra.
-Ja- dijo con voz descontenta y volvió hacia la zona donde yo me encontraba. –Pensándolo bien no quiero la criada de nadie con malas mañas que corregir.-
Se paró enfrente de mí e hizo un gesto, yo me acerqué tímidamente a él unos pasos pero retrocedió.
-No quiero contagiarte mi catarro,- dijo con voz suave.- ¿Cómo te llamas?-
-Helen Hirsch,- le contesté. Estaba asustada y temblorosa así que mi voz apenas era audible.
-¿Qué?- preguntó él bastante molesto.
-Helen Hirsch,- volví a repetir pero tosió gravemente y cubrió mis palabras.
-¿Qué? No te oigo.-
Hice otro esfuerzo para levantar la voz y decir mi nombre a la vez que levantaba la mirada. Unos ojos azules, grandes y muy fríos me atravesaron y me helaron la sangre. Los adornaba con una media sonrisa que no era del todo perversa. Con la mano que sujetaba el pañuelo me apartó el abrigo de los hombros. Lo único que apenas se podían ver eran mis manos temblando de frío. Me acordé de las palabras que me había dicho Aleksandra e intenté hacer algo parecido a una sonrisa. Se volvió serio de repente y me echó una mirada extraña, después apartó la vista de mi rostro y le informó con un monosílabo a un alemán que me había elegido a mí.
Una sensación de alivio en mi pecho me invadió al saber que podría trabajar menos duramente y que quizás mis esperanzas de vivir se hubiesen alargado. Ya no me importaba tanto que no tuviese mucha experiencia y me sentí agradecida hacía él pensando que no podría ser un hombre tan horrible.
-¡A trabajar!- exclamó imperiosamente un oficial de las SS.
Toda la fila de esclavas corrió al oír la orden para volver a sus respectivas ocupaciones y yo las imité pero el enorme soldado que me había estado empujando antes se cruzó en mi camino. Yo choqué contra él y caí al suelo.
-¡Tú no, Judía! ¡Tú te quedas aquí!-
Me levanté lentamente del suelo dolorida y asentí con la cabeza quedándome de pie en aquel lugar.
Mientras me abrigaba, observé de reojo como el hombre que antes me había elegido se había dirigido a inspeccionar la zona donde se construía un barracón. Un oficial caminó hacia él irritado y empezó a darle explicaciones.
-¡Dice que han puesto mal los cimientos! ¡Quiere echarlo abajo! ¡Le he dicho que es un barracón, no el hotel Europa! ¡Maldita zorra judía ingeniera!-
La mujer a la que insultaba vino corriendo y se situó en medio de todos aquellos hombres uniformados que la ignoraban parcialmente.
-¡Herr Kommandant! -dijo dirigiéndose a él mientras el oficial detrás de ella resoplaba irritado.- Hay que echarlo abajo y volver a poner los cimientos, si no se hundirá todo el extremo… todo el extremo sur del barracón se hundirá y se vendrá abajo.
-¿Eres ingeniero?- preguntó él con voz impasible e incrédula.
-¡Sí! Me llamo Diana Reiter. Soy ingeniero civil graduada en la Universidad de Milán.-
Se explicó razonadamente y parecía muy segura de lo que decía pero él se burló haciendo que los demás también rieran. Después, se alejó unos pasos de ella y de sus camaradas para ver el barracón de cerca.
-Untersturmführer,- dijo llamando al oficial para que se reunirá con él aparte.
-Jawohl!- respondió este caminando hacia donde se encontraba.
-Mátela-
La orden fue dicha en voz baja pero el clima de la escena cambió al instante y cualquiera habría podido adivinar lo que estaba a punto de pasar. Se me hizo un nudo en la garganta y un escalofrío me recorrió por completo. La mujer miraba asustada y desconcertada hacia todos lados y el oficial también intercambiaba miradas con ella nervioso y confuso.
-¡Herr Kommandant! –Imploró- solo intentó hacer bien mi trabajo.
-Ja –contestó fríamente- Y yo el mío.-
-Haupsturmführer, es el capataz de la construcción,- dijo el oficial incrédulo y en su expresión se reflejaba que no le agradaba la idea de tener que matarla.
-No vamos a discutir con esta gente,- sentenció él con voz indiferente.
El oficial caminó hacia ella y la agarró del brazo para llevársela a un lugar apartado.
-¡No, no! ¡Matela aquí, bajo mi responsabilidad!- le gritó el Herr Kommandant.
El miedo en el rostro de aquella mujer que estaba a punto de llorar mientras aquellos hombres decidían el lugar donde moriría hizo que se me encogiese el corazón y que me costase respirar el aire frio. Comprendí que aquel hombre si era cruel y dejé de sentirme afortunada porque me hubiese escogido.
"Ella podría ser yo," pensé mirando la espesa nieve bajo mis pies.
Cuando volví la vista tímidamente a la escena, ella ya estaba arrodillada enfrente del oficial que preparaba la pistola. El sonido del disparo hizo eco varias veces en mi cabeza y me dejó paralizada.
Allí estaba; inmóvil y muerta, no podía dejar de mirarla a pesar de que intentara evitarlo.
Él se dio media vuelta después de contemplar satisfecho el asesinato y solo quise desaparecer cuando sentí que se acercaba al lugar donde yo me encontraba. Afortunadamente estaba distraído hablando con el oficial que caminaba a su lado con expresión seria.
-Que lo echen abajo y que pongan cimientos nuevos, como dijo ella, - ordenó.
Pasó de largo al lado mío y me ignoró. Solo me sentí a salvo cuando oí que se subía a un coche que había llegado y que el motor arrancaba alejándolo de allí.
