Disclaimer: los personajes utilizados no son míos. Son de la maravilloda J.K. Rowling. Yo solo los tomo prestados.
Hola! Aquí me tenéis con una nueva historia. Para las que habéis leído alguna de mis otras historias, deciros que esta no tiene nada que ver. Pero espero que os guste igualmente.
Como resumen: Hermione es una mujer aparentemente normal, con un trabajo normal y una vida normal. La cosa cambia cuando una noche es atacada por una criatura desconocida. Es entonces cuando llama la atención de una milenaria sociedad secreta. Ron es un guerrero de dicha sociedad secreta que es enviado para descubrir la identidad de Hermione. Pero hay otras fuerzas que también están interesadas en ella. Con lo que ninguno de ellos cuenta es con la irrefrenable atracción que van a sentir el uno por el otro desde el primer momento.
Umm, como veis, no soy muy buena resumiendo. Lo mejor es que si tenéis tiempo y os apetece, la leáis.
Esta historia contiene varias escenas de sexo, aunque no demasiado explícito.
En fin, ya me diréis que os parece y si queréis que continúe subiendo los capítulos.
Un besote!
Aviso: este capítulo contiene escena de sexo.
Capítulo 1: Fuego en la piel.
Hermione regresaba a su casa desde el trabajo. Había pasado un mes desde el ataque, pero milagrosamente estaba recuperada. Se había negado a que ese nimio contratiempo cambiara la rutina de su vida. Ella era una mujer fuerte y valiente; Harry la admiraba por eso. Sin embargo, mientras subía al vagón no pudo evitar fijarse en si había alguien más. A esas horas de la noche, era poco común encontrarse con gente en la calle. Pasaba de la medianoche de un lunes. En el cielo no había ni luna ni estrellas, la noche era oscura. Se respiraba en el ambiente un aire frío, procedente del norte, que te erizaba la piel.
Cuando Hermione se sentó en el banco del vagón, lo hizo de manera muy tiesa. Pegó la espalda al asiento y asió con fuerza su bolso. Era la primera vez que cogía el metro desde el ataque. Pero no podía pretender que Harry la llevase y la trajese siempre del trabajo. Y después de tres días yendo en coche y viéndoselas para aparcar en ambos sitios, lo más sensato era coger el metro.
Había una cosa en la que Harry había insistido y Hermione transigido. En el interior del bolso, que agarraba con tanto ahínco, había una pistola láser. Solo tenía que ponerla en contacto con la piel del individuo y miles de descargas atormentarían su cuerpo. En cierto modo, eso le daba tranquilidad. Durante todo el camino mantuvo los ojos abiertos y los sentidos alerta. Dio un respingo cuando en una parada se abrió la puerta y subió una señora mayor. Se llevó una mano al pecho, respiró hondo y se reprendió mentalmente por su comportamiento.
No iba a pasarle nada.
Fuera lo que fuera la cosa que la atacó, porque estaba segura de que no era humana, no volvería a acercársele.
Sabía que debería de estar muerta y, sin embargo, allí estaba.
El tren se paró de nuevo y Hermione vio con alivio que era su parada. Salió del vagón a toda prisa, antes de que las puertas se cerraran de nuevo. Se dio la vuelta para ver como el tren se marchaba. Su vagón estaba vacío, que raro. Juraría que la mujer mayor no se había bajado. Se llevó una mano a la frente, estaba muy cansada después de trabajar doce horas sin descanso. Seguro que se había bajado antes y ella no se había dado cuenta. Chasqueó la lengua al darse cuenta de que sentía frío y envolvió su pequeño cuerpo con sus brazos. En silencio y con la cabeza gacha, echó a andar hacia su casa.
Se sintió aliviada de nuevo cuando llegó al portal. Era un edificio pequeño, de tres plantas y nueve apartamentos. Hermione vivía en la primera planta porque no soportaba las alturas. No es que tuviera vértigo, sino que no le gustaban. Embotada en sus propios pensamientos, abrió el bolso para sacar las llaves. Era un movimiento mecánico que hacía todos los días al menos dos veces. No le llevaba más de treinta segundos encontrarlas, sacarlas y meterlas en la cerradura del portal. Ignoró el leve temblor de sus manos y evitó mirar por encima del hombro. Harry solía esperar hasta que la veía entrar al edificio, después a su apartamento y encender las luces del salón. Ella siempre le saludaba a través de la ventana, en la seguridad del interior de su casa.
Pero esta vez no estaba Harry.
Tal vez debería de haberle hecho caso al moreno y haberse ido con Luna en su coche.
"Deja de pensar idioteces, Hermione", se dijo a si misma.
Con las llaves firmemente agarradas por su mano, la castaña se dio la vuelta para meterlas en la cerradura. Resbalaron de sus manos cuando vio el reflejo en el cristal de la puerta de una corpulenta figura detrás suyo. Al menos era veinte centímetros más alto que ella, con unos brazos anchos, fuertes y musculados. Hermione se quedó muda e inmóvil. El desconocido aprovechó su desconcierto para rodearle la cintura con uno de esos brazos y pegarla contra su cuerpo. Fue como apoyarse en un muro de hormigón, duro y frío. La castaña cerró los ojos y tragó saliva con nerviosismo. Dejó que la mano de él vagara por su cintura y que su otra mano se anclara en su hombro mientras la inclinaba hacia la puerta. Estaba atrapada entre dos muros. Sintió escalofríos cuando él bajó su rostro hacia su cuello. Con la nariz apartó los rizos castaños y acercó su rostro todo lo que pudo a la piel de ella. Su aroma masculino y penetrante ejercía como afrodisíaco para Hermione, a pesar de la situación.
"Dios mío, están a punto de violarme y yo solo puedo pensar que me excita su aroma a hombre, a dios inmortal. No puedo decirle eso a la policía mañana cuando me interrogue", pensó la castaña.
Los minutos se sucedían despacio, muy lentos.
Él seguía rozándose contra su cuerpo, enseñándole quien tenía el mando. Ella se dejaba hacer, doblegada por la sorpresa. Debería haber estado más asustada, lo sabía. Podría gritar en cualquier momento, eso despertaría a sus vecinos, también lo sabía. Pero no lo hizo.
Cuando él habló, fue como un estallido de sensualidad en toda regla. Hermione sintió que las piernas le fallaban y un gritito de apremio pugnaba por salir de sus finos labios.
- No grites, no hables, no te muevas. –cada palabra iba acompañada del golpe de su dulce aliento sobre su piel. La voz era masculina, gutural y sexy.- Lo que ahora vamos a hacer es abrir esta puerta y entrar en tu apartamento. Soy más fuerte y veloz que tu, así que no quiero movimientos raros.
"Díos mío, un violador con sentido del decoro. Seguro que también quiere tumbarme en la cama y desnudarme lentamente. ¿Por qué eso se me antoja tan apetecible? Hermione, estás enferma."
El desconocido se agachó rozando su cuerpo con el de la castaña, fascinado con sus formas. Ella escuchó como soltaba un gruñido. Se suponía que él no debería de sentir esas ganas de hacerla suya allí mismo, contra la puerta del portal, fuerte y sin miramiento. No aflojó el agarre de su cintura, se fundió con ella como si los dos fueran acero y lo que recorría sus cuerpos fuego puro.
Le pareció una eternidad hasta que él se puso de pie y abrió la puerta del portal. Hermione no se podía mover, estaba paralizada por sus pensamientos y visiones lujuriosas. Se estremeció cuando él la alzó del suelo, con una sola mano, como si fuera una muñeca de trapo. Pero sobretodo le llamó la atención la delicadeza con que la trataba. Su grado de excitación aumentó y sus pezones se pusieron duros. Nunca había tenido a un hombre tan apetecible a su espalda, y eso que todavía no le había visto el rostro.
Hermione estaba viviendo el momento más surrealista de su vida.
Y el más erótico también.
Su más secreta fantasía se estaba haciendo realidad.
Cuando entraron en su apartamento, ella dejó caer el bolso a un lado. El ruido de la pistola láser al dar contra el suelo de madera, fue profundo y sordo. Se había olvidado completamente de la pistola, cosa que no decía mucho de ella. Él también dejó caer las llaves en el mueble de la entrada y cerró la puerta tras ellos. Alargó uno de sus fuertes brazos para encender la luz del salón y la guió hasta el centro. Respiraba entrecortada y contenidamente, algo había que no le gustaba. Hermione llevaba saliendo con hombres la mitad de su vida, así que algo sabía. Pero no llegaba a adivinar qué podría molestarle.
¿Era la decoración de su salón?
"¡¿Cómo podía ser tan frívola?!", se reprendió.
Esta vez, cuando el desconocido deslizó ambas manos por su cintura, Hermione se permitió gemir levemente. La tela de su vestido amarillo era muy fina. Era como si no hubiera nada que se interpusiera entre su piel y la mano de él. La sintió fría como el hielo al tacto, aunque a ella le provocaba llamaradas de fuego que recorrían su cuerpo. Su desconocido violador la excitaba como nunca antes ninguno de sus amantes había conseguido.
Contuvo el aliento cuando, muy lentamente, él comenzó a darle la vuelta. Agradeció que en el proceso, las manos de él se trasladaran a su espalda. La agarraba de manera posesiva, casi animal. Su corazón latía apresuradamente y estaba a punto de dejar que las piernas le flaqueasen. Luchó contra las ingestas ganas que tenia de besarlo, aun sin siquiera haber visto su rostro. Sin embargo, lo que hizo fue apoyar sus manos en los brazos de él. Seguían siendo fríos, fuertes y anchos, llenos de musculatura.
Tragó saliva mientras levantaba la cabeza despacio.
Y cuando por fin lo vio se quedó sin palabras.
Era la personificación de un dios griego esculpido en fuego.
El azul de sus ojos era intenso y cristalino a la vez; como el cielo en un hermoso día de primavera. Aunque a Hermione no le pasó desapercibido el velo de frialdad que no debería de estar allí y, que a pesar de ello, estaba. Esos ojos expresaban demasiadas cosas como para que ella se quedara fría. Había fuego debajo del hielo. El mismo fuego que azotaba sus cabellos rojos y salvajes, con largos mechones que caían hasta sus hombros. Hermione deseó poder alzar una mano y acariciarlos. Sus labios, gruesos y rosados, con el inferior ligeramente más abultado que el superior. Era un rostro de rasgos duros, como si hubieran sido esculpidos en mármol. Pero que él los transformaba en delicados y atormentados con sus movimientos.
"Dios mío, podría tener un orgasmo aquí mismo con solo mirarlo", pensó la castaña abriendo bien sus ojos ambarinos. Su respiración se había reducido a un simple siseo.
La mirada de él era tan penetrante y misteriosa, tan posesiva y feroz, tan apremiante y sexy, que Hermione tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no tirársele encima. Era una lucha inútil, lo sabia. No podría obviar por mucho más tiempo el volcán que ardía entre sus piernas ni las duras montañas en que se habían convertido sus pechos. Ese hombre era la criatura más extraordinaria que había visto. Sentía las manos de él en su espalda, estáticas, frías, quemándole la piel. Pero sobretodo, sentía la imperiosa necesidad de abrazarlo y rogarle que la hiciera suya. Allí, sin miramiento alguno.
Él permanecía en silencio, mirándola con ese estoicismo tan misterioso. Sus ojos no perdían ningún detalle de la figura de ella, de cómo lo evaluaba. Nunca había estado delante de una mujer como ella. Estaba acostumbrado a intimidarlas con su sola presencia. No en vano se había ganado el apelativo nada cariñoso de "el cazador". Sus compañeros decían de él que era un león con el cerebro de una hiena. Acechaba a su presa con paciencia, y cuando la tenía entre sus manos, no dejaba nada reconocible. Había aprendido a vivir sabiendo que la gente se apartaría a su paso. Por eso no comprendía lo que destilaban los ojos de la mujer: deseo. Ella lo deseaba, como hombre. Apretó ligeramente su agarre, pegándola más a su cuerpo. Estaba aturdido por su aroma a jabón y miel. Podría hacerla suya allí mismo, pero entonces descuidaría su misión. Todavía no sabía a lo que podía atenerse con ella. No cabía duda de que se trataba de una prueba para probar su resistencia.
Para Hermione el tiempo se había detenido. Sus neuronas parecían haber sufrido un cortocircuito y no era capaz de pensar en otra cosa que no fueran las manos del pelirrojo paseándose por su cuerpo. Su piel gritaba, lloraba, por esas caricias de hielo y fuego que no venían. Sintió como él contraía sus bíceps debajo de la palma de sus manos. Lo miró a los ojos y se mordió el labio inferior con nerviosismo. Esos tachones de cielo y mar que eran sus ojos no se habían movido ni un milímetro, ni siquiera había parpadeado. Era todo tan intenso y extraño. Se moría de deseo por él.
El tiempo pasaba, pero no parecía que ninguno de los dos tuviera alguna prisa. Hacia rato que habían olvidado quienes eran, qué tenían que hacer. Los instintos y necesidades más bajas estaban ganando terreno rápidamente. La cordura parecía haberse quedado en las escaleras del portal. Hermione no dejaba de mirarlo. ¿Quién era? ¿Qué hacía en su portal aquella noche? Al principio había pensado que era un violador, pero no se comportaba como tal. Al contrario, la que iba a violarlo de un momento a otro era ella. Tenía la suficiente experiencia en sexo como para saber que el fuego que recorría sus venas no se iría fácilmente. Iba a traicionar toda su escala de valores, pero señor… ¡cómo lo deseaba!
Subió las manos, que estaban en sus brazos, hacia sus hombros y dio un paso hacia delante. Ahora sus caderas se rozaban y sus pechos entrechocaban al subir y bajar al unísono. Él no se apartó, pero tampoco se movió. Sin embargo, apretó los labios y cerró los ojos cuando sintió las caricias de Hermione en su nuca y en su cuello. Era la primera vez en muchos años que lo tocaban con tanta consideración. Le estaba costando no alejarse de ella y dejar que siguiera con su silencioso juego. Afuera se escucharon varios truenos y relámpagos, pero no interrumpieron la escena.
Hermione no sabía si debería decirle algo. No habían intercambiado ninguna palabra, a excepción del par de frases de él en el portal. Se estremeció al recodar el sonido de su voz. Sentía como la agonía crecía en su interior. Lo necesitaba imperiosamente, lo supo en cuanto comenzó a temblar. Elevó la cabeza para volver a mirarlo. Los ojos azules se habían oscurecido de deseo y sus fosas nasales estaban dilatadas, como si se estuviera conteniendo. Bien, Hermione no quería que se contuviera. Se alzó de puntillas en el suelo y atrajo su rostro para besarlo.
Sus labios se fundieron con facilidad, sin contemplaciones ni consideración alguna. El pelirrojo estaba dejando salir su instinto de cazador, de predador, y no estaba dispuesto a dejarla insatisfecha. Hacia ya bastante tiempo que había tenido a una mujer entre sus brazos. Demasiado, se recordó. Subió sus manos hasta el cuello de Hermione, lo apretó ligeramente antes de seguir su camino hacia la cabeza. Quitó la pinza que mantenía ordenados los rizos castaños y dejó que cayeran sobre sus manos. Movían sus labios con hambre y desesperación. Hermione quería más de lo que podía tomar y, ciertamente, él también. Cuando ella bajó sus manos hacia su trasero, escuchó salir de los labios de él el primer gemido. Aunque más bien pareció un gruñido.
"Oh, señor, que bien se sienten sus labios. Y sus manos..." pensó Hermione atrayéndolo más cerca de sus caderas. Sentía que estaba muy cerca del fuego y pronto se quemaría.
Ambos respiraban entrecortada y trabajosamente. Hermione estuvo a punto de sufrir el primer orgasmo cuando él la cogió por la cintura y la subió al borde de la mesa del comedor. Después, sin tiempo que perder, volvió a acometer contra su boca. Las piernas de Hermione envolvieron la cintura del desconocido mientras sus manos subían y bajaban por la ancha espalda. Estaba llegando a un punto en que le molestaba la ropa, quería tocarlo por debajo de la cazadora de cuero negro y de la camiseta de algodón también negra. No podía negar que estaba haciendo realidad una de sus fantasías más íntimas. Cuando el pelirrojo mordió su labio inferior con los dientes, Hermione creyó que se derramaría allí mismo. Movió sus caderas hacia delante en un movimiento cadencioso y gimió al notar el efecto que provocaba en el pelirrojo.
El pelirrojo estaba dejándose llevar más de la cuenta. Pero que lo condenasen si no hacia suya a la ardiente castaña en aquel mismo momento. Aunque a pesar de sus pensamientos lujuriosos, todavía era un poco reticente a tocarla. La verdad era que no sabía cómo hacerlo. Nunca antes se había encontrado en una situación como aquella, donde la locura rayaba el cielo. Sus anteriores encuentros sexuales habían estado marcados por una necesidad de desahogo casi animal. Jamás pensó que sería tan placentero dejarse acariciar y acariciar él mismo a la otra persona. Hermione notó su vacilación y rompió el beso. Lo miró a los ojos brillantes y le cogió una mano con la suya propia. Temblaba mientras la guiaba hacia su pecho izquierdo y hacia que lo apretara. Estaba segura de que él seria consciente del duro pezón a través de la fina tela de su vestido. Se mordió el labio inferior y sin quitar los ojos del rostro de él, guió su otra mano hasta ponerla en su muslo derecho. Esas manos estaban a punto de terminar con su poca cordura. Se estremeció al sentirlas contra su piel y cerró los ojos momentáneamente.
- Tócame. –le suplicó con voz urgente y sexy. Apretó los dientes conteniendo un nuevo gemido cuando él hizo caso de su pedido. Dios mío, si el sexo con un desconocido era así, tendría que replantearse su manera de pensar.
Las manos del pelirrojo pronto comenzaron una serie de caricias totalmente nuevas para él. Pero lejos de parecer inexpertas, daba la sensación de que sabían lo que hacían. Tocar sus pechos por encima de la tela del vestido ya no era suficiente. Quería sentir esa piel tan suave contra la palma de su mano, deleitarse con la dura protuberancia que los coronaba. La miró a los ojos, quemándola con su mar azul, y enterró los labios en su cuello cetrino. Ella abrió la boca en busca de aire y soltó un gemido. Se contoneó varias veces, rozando su entrepierna contra la erección de él. Él siguió maniobrando con el escote de su vestido, hasta que dejó sus pechos al descubierto, anhelantes por su caricia.
Definitivamente tendría que luchar para seguir respirando. Oh, si, lucharía, pensó mientras sentía los fuertes dientes del pelirrojo prenderse de su dulce pezón. La presión que ejercían sus labios contra el pequeño montículo envió descargas eléctricas alrededor de todo su cuerpo. Abrió un poco más las piernas para tenerlo más cerca, cosa que él aprovechó para colar sus dedos por debajo de la fina tira de sus braguitas de encaje. Podía sentir el fuego que salía de su entrepierna y no dudó en hundirse en ese mar de excitación. Hermione sintió que había muerto y subido al cielo. Ahora entendía porqué los franceses llamaban al orgasmo "le petit mort".
"Oh, señor, podría pasarme así toda la vida. Sus manos, sus besos, sus caricias, sus gemidos contenidos… Oh…", pensó Hermione echando la cabeza hacia atrás. Había perdido la cuenta de las veces que por su mente habían cruzado las expresiones "dios mío" y "oh, señor". Pero no había otra forma coherente de expresarlo.
Hermione tragó saliva cuando el siguiente gemido escapó de sus labios. Necesitaba imperiosamente sentirlo dentro de ella, era urgente para que preservara la poca cordura que le quedaba. Metió sus manos en el pantalón negro de él y recorrió su fría piel con sus dedos, sintiendo que se quemaba con cada pasada. Él soltó su pezón y fue al encuentro de sus labios. Estaba enardecido por sus caricias y por todo lo que ella le estaba haciendo sentir. Poco a poco iba dejando salir más gemidos, perdiéndose en ese mar de inconsciencia que era el cuerpo de ella. Cuando Hermione llegó hasta su erección, tuvo que apretar fuertemente los dientes para no tirarse encima de ella. Esa mujer no era una cualquiera, lo estaba tratando como a un hombre, dotándole de un placer inimaginable. Mientras aun tenía una mano entre sus muslos, se desabrochó la hebilla del cinturón y el botón del pantalón con la otra mano. Sus ojos eran complemente negros cuando la miró de nuevo. Como si de una dulce tortura, se sometió a las caricias que ella le prodigaba a su miembro.
Hermione se apretó más contra él cuando sintió que su mano apartaba la tela que cubría su sexo y enterraba dos dedos en su interior. Toda ella estaba en tensión, deseando más y más. El pelirrojo no tenía ni idea de lo que sus caricias le estaba provocando. La castaña soltó su miembro y subió la cabeza para besarlo en los labios. Durante unos segundos se estuvieron mirando el uno a otro, deleitándose con el color oscuro que lucían sus ojos carcomidos por el deseo. Él llevó una mano hasta la mejilla izquierda de ella, roja y caliente. Estaba ardiendo, consumiéndose por dentro, y él era el único que podía apagar ese fuego.
Siguió mirándola a los ojos cuando sacó sus dedos de dentro de ella y los reemplazó por su sexo. Entró en ella despacio, pero con decisión. Hermione pensó que se rompería allí mismo. Se sentía tan correcto, tan fusionado todo. Sus piernas envolvieron la estrecha cintura de él y sus brazos se colgaron de su cuello. Se abrazaba a él como si fuera su tabla de salvación en la tormenta. Él comenzó a moverse lentamente; tenía que reconocer que su miembro nunca había estado tan aprisionado. Le dolía en el alma tener que contenerse y ya no podía evitar gemir cada vez que entraba en ella. Sintió como Hermione se tensaba con cada embestida, como sus dedos se clavaban en su cuello, como el apremio afloraba al hueco entre sus piernas.
El pelirrojo alzó la cabeza para mirarla. Ella estaba con los ojos entrecerrados y la boca abierta, sus gemidos salían sin control alguno. Su frente estaba perlada de un sudor brillante y las mejillas arreboladas. Él no pudo menos que besarla, atrapar esos labios con los suyos propios. Atravesó la cavidad de su boca, relamió con su lengua los dientes de ella, y se fue a reunir con su homónima. Una maravillosa danza se abrió paso entre ellos, haciendo que el ruido de sus gemidos se confundiera con el ruido de la mesa del comedor al ser movida con cada embestida. Hermione apretó aun más las piernas que rodeaban la cintura de él, lo empujó hacia su interior lo más que pudo. Se tensó cuando él llegó a ese punto interno que la volvía loca. Él devoraba su boca como si llevase mil años sin comer y ella se presentase como su único manjar. Estaba tan caliente que no podía hacer nada por prolongar la agonía a la que estaban sometiendo a sus cuerpos.
Hermione lo vio venir antes que él. Se desenganchó de su beso, con los labios ligeramente hinchados y enrojecidos. Abrió los ojos para mirarlo en todo su esplendor. Había tenido razón desde el principio: era un dios griego esculpido en fuego. Podía sentir como sus caricias enardecían su piel, como la quemaban de deseo. Estaba cerca, muy cerca de alcanzar el cenit. Y él también. No había manera de postergarlo. Dejó que acelerara el ritmo de sus embestidas, estaba borracha de pasión. Él bajó la boca a su pezón izquierdo y lo succionó con deleite. Fue entonces cuando Hermione se fue y lo arrastró con ella. La ferocidad del orgasmo los pilló por sorpresa a ambos. Miles de bandas eléctricas se descargaron por el cuerpo de ambos. La castaña se agarró con fuerza a su cuello, a sus brazos, mientras de su boca salían gemidos cada vez más fuertes e incontenibles. Él la sujetaba con fuerza, apretando también sus dientes para no gemir del mismo modo en que lo haría un animal.
Hermione dejó caer la cabeza en el pecho del pelirrojo respirando de manera agitada. Los espasmos del orgasmo aun no habían desaparecido y podía sentir como pinchaban su sexo. Aun estaban unidos por esas partes de su anatomía. Ella subió las manos hasta la espalda de él y lo abrazó con fuerza.
Pasados seis minutos, Hermione notó como iba normalizándose todo en ella. Aun seguía aferrada al pelirrojo, pero su cuerpo había dejado de temblar. Él la sujetaba con fuerza, y nuevamente se sorprendió de lo bien que encajaban juntos. Se sintió más vacía que nunca cuando él retiró su miembro de su interior. El momento más placentero de su vida había llegado a su fin. Suspiró en silencio, rogando porque el pelirrojo no se diera cuenta de las dudas que la acometían. ¿Ahora qué?, se preguntó. Sintió como él acariciaba su cabello con una mano y aspiraba su aroma a jabón, miel…y sexo.
El pelirrojo no sabía como comportarse; nunca se había quedado con su compañera después de mantener relaciones. Durante toda su vida había escuchado a sus hermanos hablar del tema, pero siempre pensó que estaba prohibido para él. Bajó la mano que tenia en los cabellos castaños hasta la espalda de ella. Aun era caliente al tacto, y eso lo enardeció de nuevo. ¿Cómo podía provocar esas cosas en él? Sabia que él estaba maldito, a las personas como él no se les permitía tener pareja. No es que fuera una ley, pero era una costumbre de sobra conocida por todos. Respiró hondo mientras sus ojos volvían a adquirir su tono azulado. Empezaba a pensar que aquello no debería de haber ocurrido jamás. Pero lo cierto era que no podía resistirse a ella. Llevaba demasiado tiempo vigilándola desde las sombras. Conocía los círculos en los que se movía, las compañías que frecuentaba. Hermione era la clase de persona que le aportaría luz y candor a su corazón. Claro que él no era ninguna persona, sino una criatura más dentro de los de su raza.
Hermione se apartó de él muy lentamente. Sintió un frío recorrer las partes del cuerpo que se iban separando. Tenía que mirarlo a los ojos y asegurarse de que no había sido un sueño. Reconocía que había echado por tierra todos sus valores, pero…lo volvería a hacer una y mil veces. Él la sujetaba con firmeza y juró haber escuchado un gemido salir de sus labios cuando ella se apartó.
- Hola. –susurró ella en el silencio de la noche. Todo estaba a oscuras a su alrededor, a excepción de la pequeña lámpara de Tiffany's que descansaba sobre una cómoda en un rincón. Hermione se perdió en esa mirada azul profunda. Siempre le había parecido violento enfrentarse a la otra persona después del sexo.
Él la miró con intensidad, percibiendo lo que ella estaba pensando. Las palabras nunca habían sido su fuerte y mucho menos el trato con la gente. Estaba acostumbrado a estar solo, a no depender de nadie. Y era lo suficientemente listo como para saber que esa mujer podría convertirse en su droga, en su perdición. Se pasó la lengua por los labios en un acto para ganar tiempo. Los sentidos, siempre alerta, le mandaban ondas desiguales desde el exterior. Un perro ladró, mandando escalofríos por los corredores adyacentes a la calle. El pelirrojo giró la cabeza bruscamente y arrugó la nariz.
No estaban solos.
- Tenemos que irnos. Este lugar ya no es seguro para ti. –declaró con voz neutra, aunque el chasqueó de la lengua le dijo a Hermione que no estaba muy complacido. Le habría gustado poder estar más tiempo abrazado, prendido de su tibio cuerpo. Pero si los dos querían salir con vida de aquel apartamento, debían de irse ya.
Realmente, Hermione no supo qué pensar cuando escuchó sus palabras. Dejó caer las manos a los lados del cuerpo cuando él se esfumó en la oscuridad. Se abrochó rápidamente el vestido y miró a todos lados con los ojos muy abiertos. Ella también lo sentía. Era el mismo escalofrío que había sentido en el tren antes de ser atacada por aquella extraña criatura. Se bajó de un salto de la mesa y dio un respingo cuando vio salir al pelirrojo de su habitación.
- Ten. Ponte esto. –le tendió la chaqueta de su chándal negro. Ella no dudó en ponérsela, pues tenía frío. El pelirrojo dio una vuelta sobre si mismo hasta quedar mirando hacia el ventanal del salón. Sus avezados ojos de cazador los vieron antes de que ellos pudieran reconocerlo a él. Se dio la vuelta y cogió de la mano a Hermione. La pegó a su cuerpo posesiva y violentamente. La castaña podía sentir todos sus músculos en tensión.- Tenemos que irnos.
- ¿Có-cómo que irnos? –preguntó ella bastante aterrorizada. Los ojos como platos miraban a todas partes. No sabía cómo habían pasado de estar teniendo sexo a estar en tensión.- Mira, no puedo irme. Yo apenas te conozco. Y mañana tengo que ir a trabajar. Además…
- Silencio. –gruñó él.
- Pero…
- No hables. No respires. No te separes de mí y estarás a salvo. –le ordenó él mientras pensaba qué hacer. No entendía como habían dado con ella, a él le costó más de dos semanas. Pero lo más preocupante era saber para qué la querían. No era común sobrevivir al ataque de un airitech, de hecho era la única que había llegado a oídos de la sociedad subterránea, pero…
"Por dios, que guapo está todo en tensión. Podría poseerme de nuevo sin ningún problema. No me puedo creer que esté pensando esto justo en estos momentos. Se comporta como si nuestras vidas estuvieran en peligro. Nunca me había dado cuenta de lo excitante que es un pelirrojo. Podría pasarle una mano por la cintura. Es lo justo. Él me tiene agarrada muy firmemente.", pensaba Hermione mordiéndose el labio inferior y esperando. ¿El qué? No lo sabía.
Lo siguiente que Hermione recordaba ocurrió muy deprisa. Se vio arrancada de sus pensamientos de una forma brutal. Abrió mucho los ojos mientras un grito se le alojaba en la garganta. Se agarró con fuerza al cuerpo del pelirrojo, impelida por una necesidad de protección. Aquello no podía estar sucediéndole a ella de nuevo. ¿Es que no había más chicas jóvenes en todo Londres? Vio como el cristal del ventanal del salón se hacia añicos. Ahora su casa estaba expuesta a fuera lo que fuera que había en el exterior. Tenía mucho miedo, pero se guardó muy mucho de mostrarlo. Las palabras del pelirrojo estaban a grabas a fuego en su cerebro: silencio.
El pelirrojo no estaba preparado para el número de criaturas de la noche que podían ver sus ojos. Al menos había seis: cuatro airitech y dos vampiros. Podía sentir la sangre fluir por sus venas, como se aceleraban los latidos de su corazón. Hermione se sintió desfallecer cuando el pelirrojo aumentó la presión en su cintura. Le estaba haciendo daño, aunque fuera para salvarle la vida. Él se movía con gracia y experiencia, lanzando patadas a diestro y siniestro. Ya se había desecho de tres de sus seis atacantes en menos de cuatro minutos. Pero él intuía que aun quedaba alguno más en las sombras. Noqueó a un airitech con un puñetazo que le desfiguró los nudillos. Con los otros dos revolviéndose en el suelo, cogió a Hermione con ambos brazos y pegó un salto para salir del apartamento. En el exterior la piel se le erizó entera al percibir el olor inconfundible de una scárth.
¿Qué tenía Hermione que habían mandado a una de las máximas criaturas de la noche?
Estaban perdidos…o no.
Hermione se tensó toda ella, como una gata erizada. Movió la cabeza hacia donde estaba la extraña criatura, como atraída por la fuerza de un imán. Sus ojos refulgieron en la oscuridad como antorchas de fuego. Después cayó desmayada en los brazos del pelirrojo.
La scárth había desaparecido.
*Airitech: criatura misteriosa similar al hombre lobo en la mitología irlandesa.
*Scárth: sombra en irlandés.
