Psicología del amor
Capitulo I.
La lluvia caía con gracia en la ciudad, dejando un golpeteo constante en su ventana. Aún con los audífonos podía escuchar claramente a la naturaleza, sentía la brisa fría que se coló por la abertura de la ventana del balcón, permitiéndole a su vez oler el aroma a tierra húmeda. Lovino se encontraba a unos cuantos centímetros del balcón, oculto del otro lado del cristal para que las gotas de agua no lo tocaran; la cortina lo cubría, mientras, a su vez está bailaba con el viento frío.
Su mirada estaba perdida en algún punto muerto de la habitación o en la lluvia, ¿quién sabía? Ni siquiera era consiente de sí miso en esos momentos, la música le perturbaba los oídos pues a sus tímpanos sólo llegaban ruidos molestos, no obstante, no quería quitarlos. Quitarlos sería mucho peor.
Paso otra media hora, ahí oculto. Hasta que su cerebro percibió que la lluvia comenzaba a disminuir. Se puso de pie, yendo hasta el pechero que tenía antes de salir de su habitación; tomó la bufanda de rayas rojas y cafés, la puso sobre su cuello tirando las puntas atrás desordenadamente. Se colocó el abrigo, dejándolo desabrochado; metió sus manos en las bolsas y salió de la habitación. Al bajar las escaleras hizo un movimiento rápido con la mano, tomando la boina café que se encontraba en una mesa antes de llegar a la puerta principal, segundos después agarró el paraguas de colores desabridos y terminó por salir de la casa.
Aún podía escuchar los truenos de lejos, rugían entre las nubes grises que bullían lentamente a la derecha; los árboles se mecían con el viento y la lluvia extrañamente lograba tranquilizarlo. Detuvo sus pasos, sabiendo que había llegado al mismo lugar de siempre: los condominios de color blanco, E-4. Suspiró y avanzó deteniéndose precisamente en la puerta del departamento 324. El aire pasó con una ráfaga fría que le estremeció los huesos, revoloteando sus cabellos que salían de la boina; agachó la mirada, sintiendo como su autocontrol comenzaba a derrumbarse, trayéndole sin fin de recuerdos que lo desgarraban por dentro.
—No. Ahora no. —murmuró, llevando una mano a su pecho, apretando el abrigo justo por encima del corazón.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuatro, cinco, seis meses? No lo sabía muy bien, no llevaba la cuenta, sólo sabía que de alguna manera u otra siempre acababa ahí.
Colocó una mano en la puerta, cerrando los ojos, los mejores recuerdos de su vida quizás estuvieran detrás de esa puerta. Y él, como un idiota, los seguía anhelando, deseando poder regresar a aquellos momentos donde pudo ver una felicidad que se extendía a lo lejos. Y, ahora, todo estaba sucumbiendo en un mar oscuro y profundo.
—Lovi.
Oh, no.
— ¡Lovi!
Se tensó a escucharlo, quitando la mano de la puerta como si el contacto quemara intensamente; y lo hacía, sólo que no de forma literal. Con mucho esfuerzo consiguió voltear a verlo, las piernas comenzaron a temblarle y se sentía desfallecer en cualquier momento.
—A-An… Antonio. —logró articular, con la voz comenzando a fracturarse. Al subir la mirada, su corazón volvió a comprimirse.
Antonio lucía tan mal como él, no, incluso peor. Las ojeras predominaban en sus ojos, notándose incluso a la distancia; su sonrisa se mostraba triste, parecía que se pondría a llorar en cualquier momento.
— ¡Estoy muy feliz de tenerte aquí! —dijo de pronto, provocándole un sustito a Lovino. Los ojos cansados de Antonio se esforzaron en sonreír, todo él buscaba desesperadamente alegrarse para alegrar al otro. —No sabía que hoy vendrías, así que no tengo nada que ofrecerte, pero ¡pasa!
Lovino entró sin contestar, sin esperar a Antonio, llegó hasta la pequeña sala que tenía el español. Su gesto se frunció entre desagrado y preocupación, era peor de lo que imaginaba, los muebles eran cubiertos por una gruesa capa de polvo, entre tanto, la mesa de la cocina y la sala estaban invadidas por basura de comida instantánea y bebidas energéticas.
—Lo siento, ordenaré lo más rápido que pueda. —dijo trabado, nervioso de ver todo el desastre que le estaba presentando a Lovino. —He tenido días muy pesados últimamente, ah, pero el sillón esta limpio así que puedes sentarte mientras yo ordeno lo demás.
—No voy a quedarme. —espetó Lovino, viendo el esfuerzo que hacía para que todo quedara limpio de nuevo.
Antonio detuvo sus labores, volteando a él, su mirada volvió a opacarse mientras que los ojos de Lovino se cristalizaban reteniendo las lágrimas que amenazaban por salir.
— ¿No vas a quedarte esta noche?
El italiano lo ignoró, buscando las fuerzas necesarias (que bien sabía que no tenía) para decir lo siguiente. Al comenzar a hablar, sus ojos lo traicionaron y varias lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, provocando que bajara el rostro.
—Mañana…, mañana…, mañana partiré a Italia.
Un silencio se hizo presente. Hasta que la ropa que Antonio estaba cargando en sus brazos, se deslizó al suelo.
— ¿Qué?
Lovino no contesto, comprimiéndose en sus hombros.
— ¿Por qué? ¡No puedes hacerme eso! —reprochó Antonio, dando un paso adelante, luego varios hasta arrinconar a Lovino entre él y la pared. — ¡Vas a abandonarme!
Los sollozos mal contenidos del otro comenzaron a escucharse por todo el departamento, Antonio se separó levemente de él, quizás lo había asustado. Pero, ¡él estaba más asustado de perderlo!
—Tú…—comenzó a hablar Lovino, entre el llanto. — ¡Tú fuiste quién me abandono primero! —reprochó, pegándole un empujón. — ¿Por qué demonios piensas que yo me quiero ir por mi propia voluntad? ¡Pero no tengo otra opción! ¡Cada día que te vuelvo a ver es una maldita tortura para mí! ¡Cada recuerdo que tengo marcado en mi mente me quema hasta el punto donde ni siquiera puedo cerrar los malditos ojos sin tenerte presente! ¡Ya no quiero llorar por ti, siento que me estoy muriendo! —Lovino se dejó resbalar por la pared, ocultándose entre sus rodillas.
Antonio llevó una mano a su boca, ocultando la mirada, las lágrimas también lo estaban traicionando ahora. No obstante, no iba a permitir que se fuera.
— ¡Yo te amo, Lovi! —espetó, poniéndose a su altura, envolviéndolo entre sus brazos. Lovino se dejó hacer, aferrándose también a él. —No quiero que te vayas, por favor, quédate a mi lado.
—Estoy cansado de pensar que esto puede funcionar. —admitió, apagando su voz poco a poco; sin embargo, su abrazo se hizo mucho más intenso. —Te amo tanto, Antonio. No obstante, ya estoy cansado de llorar, de pensar que ya no tiene sentido vivir si no estoy a tu lado. De saber que yo no significo tanto como tú para mí.
— ¡Eso es mentira! ¡Te amo con todas las fuerzas que tengo! —gritó Antonio, tomándole la cara entre las manos, plantándole un beso en los labios. El italiano intentó reusarse, sin embargo, como siempre, terminaba sucumbiendo ante él. —Puedo volver a demostrártelo, Lovi. Que puedes confiar en mí, que siempre voy a estar a tú lado.
Esa era la platica que siempre tenían. Cuando Lovino terminaba en su puerta cada cierto tiempo, mintiéndose uno al otro al saber que no podían volver a los tiempos anteriores, torturándose mentalmente con ello. Ambos disfrutaban su tiempo a solas, aunque fuera algo que comenzaba a ser mortal para ellos.
Y era por eso, que personas terceras tuvieron que comenzar a intervenir. Feliciano Vargas, el abuelo Máximo e incluso el propio Francis Bonnefoy. Mientras que ellos pensaban que esa clase de amor se estaba tornando oscuro, Antonio y Lovino sentían que era un error, los dos se necesitaban uno al otro.
— ¡Hermano sé que estas aquí!—gritó Feliciano mientras abría rápidamente la puerta, pasando junto con Máximo, Ludwig y Francis; quien había patrocinado la llave.
Los cuatro buscaron con la mirada pero no los hallaron, ni en la cocina ni en la sala. Máximo comenzó a imaginarse lo que podría estar pasando en la habitación de Antonio, sin pensarlo dos veces abrió la puerta encontrando la cama vacía. Prendió las luces iluminando toda la habitación, encontrándose con ambos chicos que se encontraban dormidos en una esquina; Lovino con la cabeza apoyada en el pecho de Antonio, sentado sobre sus piernas y el español abrazándolo protectoramente con la cabeza recargada encima del otro.
Una escena que antes habría causado mayor felicidad entre los cuatro presentes, hoy solo causaba lastima.
—Ludwig, Francis detengan a Antonio. Feliciano me ayudara con Lovino—dijo Máximo firmemente mientras avanzaba hasta ellos, el francés los miró algo apenado ¿realmente estaba bien separarlos?
—Vamos Francis—pidió Ludwig, el francés asistió poniéndose cerca del abuelo Máximo.
—Feliciano, enciende el auto—ordenó, mientras quedaba delante de ellos dos, Feliciano obedeció al instante.
Por los repentinos ruidos que habían llegado hasta su tímpano comenzó a abrir los ojos, causando que su retina se volviera pequeña. Comenzó a visualizar las sombras que tenía delante de él, dilato más la mirada al saber quiénes eran y apretó a Lovino contra su pecho causando que este también despertara.
—No puedo creer que aún seas tan egoísta para retener a mi nieto junto a ti, dime Antonio ¿no crees que ya lo lastimaste suficiente?—preguntó Máximo, poniéndose a su altura.
Lo primero que Lovino vio, fue el pecho de Antonio, lo cual provocó que se sintiera protegido. No importaba que viniera, si estaba con Antonio, estaba seguro. Luego sus demás sentidos parecieron despertar, dándose cuenta de la posición en la que se encontraban. Inevitablemente sintió la molestia crecer dentro de él, ¿por qué ellos estaban ahí? ¡Ellos no entendían nada!
— ¡Lovi no irá a ninguna parte! —reclamó Antonio, furioso. — ¡Él quiere quedarse aquí, conmigo! —entonces miró a su amigo, casi suplicándole con la mirada. — ¡Francis! ¿Verdad que tú lo entiendes?
Francis negó con la cabeza, triste. Lovino en cambió chocó miradas con su abuelo, quién parecía estar reprochándole mentalmente el estar ahí, en los brazos de la persona que amaba.
—Antonio. —habló Francis, adelantándose a Máximo. —Ya es suficiente. Lo mejor es terminar con esto. —Los dos los miraban con infinito desprecio, como si fueran sus mayores enemigos. —Sólo se están causando dolor, ¿no pueden verlo? Se están destruyendo, no hay día que no piensen en el otro sin llorar. Es hora de decir adiós.
— ¡Decidí que no voy a alejarme de Antonio! —gritó Lovino. La expresión de Máximo entonces cambió, de un enojo creciente a una decepción total. Todos los esfuerzos que lograron avanzar se fueron por el desagüe con esa simple oración.
—No va a entender con palabras. —sentenció, cerrando los ojos. Antonio tomó la mano de Lovino con fuerza, poniéndose de pie. —Es suficiente, Antonio. Él sólo está sufriendo por ti.
— ¡Eso es algo que no les incumbe! —tronó Lovino.
Todo paso muy rápido luego de eso, en cuestión de segundos Ludwig ya había tomado a Antonio por debajo de los brazos, deteniéndolo. Mientras que Máximo hizo lo propio con Lovino, halándolo a él.
— ¡Suéltame! —reprochó Antonio al alemán, pataleando.
— ¡Antonio!
— ¡No dejaré que me quiten a Lovi! ¡No dejaré que se vaya a ninguna parte!—gritó desesperado tratando de alcanzarlo. — ¡Lovi!
— ¡Antonio!
Logró zafarse del agarre de su abuelo, he intento correr a él, logrando rozar sus manos por última vez; haciéndoles comprender por esa milésima de segundos que quizás no podrían vivir sin el otro. El simple hecho de cuando una persona ama a otra, es querer estar a su lado por siempre. ¿Pero realmente vale la pena si ese amor se basa en el sufrimiento mutuo? Una respuesta que muchos darían sería no, si se sufre entonces no es amor. ¿Y si no se sufre realmente es amor? ¿Se puede amar a alguien sin conocer su personalidad ante las dificultades?
El golpe que le dio Máximo a Lovino en la nuca, desmayándolo, hizo que de nuevo todo quedara en silencio simplemente el ruido sordo del cuerpo cayendo al suelo quedó grabando en los oídos de Antonio.
— ¡Lovi!—Antonio por la desesperación comenzó a golpear brutamente todo, Máximo cargo a su nieto comenzando a salir de la habitación— ¡Lovi, Lovi, Lovi!
—Ni siquiera intentes buscarlo. —decretó Máximo antes de salir de la habitación.
— ¡No!—el gritó quedo opacado. Antonio sintió que perdió todas sus fuerzas de pronto, tanto que incluso dejó de forcejear. —Lovino…—balbuceó, segundos después oyó el rechinido de las llantas resbalando en la lluvia.
Como pudo logró librarse del agarre de Ludwig, y salió corriendo del departamento, sin ponerse zapatos o algo, bajó torpemente las escaleras, incluso tropezó y cayó por ellas, lastimándose el brazo más no le dio importancia y siguió corriendo hasta la avenida, tan solo para ver como el auto se alejaba hasta perderse de su vista.
«Aquello que más deseas es lo que nunca conseguirás»
[Dos años atrás]
—El atardecer es muy bonito, ¿no lo crees Lovi?—preguntó Antonio, sin soltar su mano, ambos estaban sentados en la colina de un prado.
Lovino Vargas paseó su vista por todo el lugar deteniéndose en la cara del español, quien lo miraba con una sonrisa totalmente honesta y llena de amor.
—Si. —respondió vagamente mientras apretaba un poco el agarre de su mano—Antonio—llamó acercándose más a él, mirándolo fijamente a los ojos.
El español sonrió, captando al instante—No tienes que pedirlo dos veces—murmuró tomándolo del mentón y pasando una de sus manos por sus lizos cabellos, hasta acercarlo y besarlo con ternura. Lovino pasó sus manos a la cara de su novio, acariciándole las mejillas, respondiendo el beso sin dudarlo. —Lovi, tus mejillas se ponen rojas todavía—rio Antonio; su risa era hermosa a los oídos de Lovino.
— ¡Cállate, idiota! —gritó Lovino enojado, y sonrojándose más— ¡No me molestes!
—No lo digo para molestarte—lo atrajo hacia su pecho, abrazándolo y besando suavemente su frente—lo digo porque a pesar de todo, me sigue pareciendo sumamente adorable y provocador.
—¡I-Imbécil! —reprochó pegándole golpes continuos por avergonzarlo tanto. Antonio logró tomarle ambas muñecas, plantándole de pronto otro beso en los labios.
—Te amo, Lovi. Tanto que jamás serás capaz de lograr imaginarlo.
Ya fuera porque no había nadie más alrededor, y eso hizo que Lovino pudiera mostrarse mucho más abierto, deslizó sus manos por el cabello de Antonio, sintiendo el suave contacto, consiguió acercarse a él y besarlo de nueva cuenta.
—Maldita sea, también te amo. —murmuró abochornado. Soltó a Antonio y dejó reposar su cabeza en su hombro, poniéndole la mano encima de la suya; volviendo a mirar la puesta de sol. — ¿Qué demonios me diste para que me enamorara de ti, imbécil?
—Todo mi amor, Lovi. ¿Qué más te voy a dar? —sonrió, feliz. Antonio sentía que su corazón estaba a punto de estallar de felicidad. — ¿Crees que te hice un amarre?
— ¡Te creo completamente, tarado!
— ¡Qué malo, Lovi, claro que no!
Antonio se dejó caer con brusquedad en la cama, los ojos de repente comenzaron a pesarle a montones, quería meterse a la cama y dormir, quizás para siempre. Francis lo observaba desde la puerta, preguntándose de nuevo si había hecho lo correcto.
—Francis. —llamó, sorprendiendo al contrario. — ¿Realmente cause un daño que no puedo reparar? —preguntó. —¿Realmente es mejor alejarme de Lovi para siempre?
El francés se acercó a la cama, acariciando sus cabellos, buscando en vano consolar a su mejor amigo.
—Puede que sea lo mejor, así se puede evitar el sufrimiento ¿no crees?
—Habrá más sufrimiento si Lovi no está a mi lado, si él no está a mi lado yo ya no tengo motivos para vivir—dijo mientras se removía entre las cobijas—no quiero sentir este vacío…no quiero alejarme de él para siempre…
Francis se quedó a su lado hasta que Antonio se quedó dormido, aún entre sueños seguía llamando a Lovino.
"Pero la vida separa a los que se aman muy lentamente, sin hacer ruido, y el mar borra sobre la arena los pasos de los amantes desunidos…"
-Jacques Prévet. Canción: Las hojas muertas.-
