TERAPIA CON KERPYMON

Una Witchmon caminó hacia una sala con un cartel de "Sala de espera" en letras grandes. Llevaba un cuaderno en las manos que repasaba a través de unas gruesas gafas que, aunque vistas sobre una mesa parecían horribles, le sentaban bastante bien.

-¿Alphamon? –llamó la bruja digital.

-Sí.

-Ya puede pasar –dijo haciendo paso en la puerta.

El digimon de armadura oscura salió de la sala mientras otros allí presentes le lanzaban miradas de ánimos. Salió de la sala y siguió a la Witchmon a través de un pasillo a otra sala con un cartel en la puerta que ponía "Dr Kerpymon". La digimon abrió la puerta, esperó a que el líder de los Caballeros Reales entrase y cerró.

-Bienvenido, Alphamon. Siéntate, por favor.

-Kerpymon, en serio, no necesito terapia –dijo Alphamon con un par de gotas enormes tras la cabeza.

-Sí, sí, por supuesto –el ángel animal llevaba unas gafitas finas y una corbata que lo hacían parecer, a ojos del negro, un completo idiota −. Venga, al sofá.

Alphamon se sentó, como si fuese una silla, y miró al ángel. Después de un minuto en silencio, Kerpymon hizo rodar los ojos, se levantó de su butaca y lo obligó a tumbarse.

-Bien –sonrió el gran conejo regresando a su butaca y cogiendo una libreta −. Cuéntame lo que te ocurre.

-Vengo a darte el informe de…

-Eso puede esperar. Tus preocupaciones, Alphamon.

-¿A santo de qué has creado un salón de terapias? –preguntó el Caballero Real.

-Porque quizás el mundo digital llegue a su fin y tú te irás al otro barrio sin la paz interior necesaria –respondió Kerpymon.

-No me convence…

-Bueno, no importa. Cuéntame tus penas.

-Si lo hago, ¿podremos hablar de cosas normales?

-Por supuesto.

-Está bien…

Normalmente las cosas son tranquilas. La verdad, los demás se portan muy bien aunque a veces se piquen entre ellos… ¡Qué diablos! ¡Odio cuando se ponen a discutir entre ellos! ¡Siempre es por lo mismo! El uno por enamoradizo, el otro por sádico, el otro por gigantón, el otro por enano… ¿En serio tengo que decirlos todos? Bueno… Otro que me viene con problemas sobre su sexualidad… ¡Ni que fuese su padre y me tocase darle la charla sobre esos temas! ¡Por favor! Se supone que todos son hombres hechos y derechos… Salvo Magnamon, que sigue siendo un crío…

En fin, nada es tranquilo. Mi mayor momento de paz es cuando todos se largan y me quedo solo en el Coliseo. ¡Eso sí que es vida! ¡Ni un alma! ¡Sólo el sonido del viento! Y otro de los momentos es cuando vengo aquí, al castillo de Seraphimon o al de Ophanimon… Porque vosotros tres sois… tranquilos, calmados, da gusto hablar con vosotros… Pero esos petardos… En cuanto acaban de darme el informe, me sueltan las mismas tonterías de siempre y cuando quiero quejarme yo, no hay absolutamente nadie, todos se han volatilizado…

En serio, yo no sé por qué nunca me hacen caso. Siempre que me piden consejo, les digo lo que creo que podrían hacer… ¡Y parece que hacen todo lo contrario o pasan olímpicamente de mis consejos! El otro día, por ejemplo, Examon vino quejándose que se le quedaba pequeña su zona de vigilancia y yo le sugerí que echase una mano a los demás, que no todos somos gigantones como él… ¿Y qué hizo él? Se quedó sentado sobre el pico de una montaña de su zona, mirando desde ahí y sin hacer nada más. Luego me vino quejándose que se aburría, que preferiría irse a donde está Lucemon a pegarle ostias… ¡Y ahí se le unió Craniamon!

-Ya no sé qué más decirte, Kerpymon…

-Ajá, ya veo –en todo el monólogo sólo había estado tomando apuntes −. Bueno, por lo que me dices, noto como si no estuvieses a gusto con tus compañeros.

-No, no es así. Me caen bien, pero a veces llevan las cosas a extremos y, sinceramente, no sé qué hacer… Yo no soy terapeuta, y también me canso de escuchar los problemas de los demás…

-Por eso mismo he abierto mi consulta –asintió el ángel animal −. Porque hay muchos digimons que están intranquilos, tienen dudas, problemas y no son capaces de salir de ellos.

-Pues sabiéndolo, ahora ya te enviaré a todos esos tontainas cuando les dé su ataque de nervios o crisis de identidad…

-¡Por supuesto! Para eso estoy aquí. No soy un digimon bélico…

-Sí, bueno, eso díselo a un recién nacido…

-Alphamon, ¿me estás imaginando como un sanguinario digimon?

-Pues… –alzó los ojos hacia el cielo al tiempo que una nubecita blanca apareció sobre él, mostrando un Kerpymon violeta, oscuro, algo demacrado, con sonrisa demente y lanzando relámpagos oscuros a diestro y siniestro.

-Sí, bueno, todos cometemos errores alguna vez en la vida, nadie se libra de eso –carraspeó el ángel, sacudiendo con una de sus manos aquella nube −. Pero que la vida te dé otra oportunidad para renacer significa que puedes enmendar los errores de tu pasado.

-Ay, qué bonito hablas –dijo con sarcasmo el paciente.

-Sí, bueno, no empieces o tendrás que escuchar mis quejas. Y te aviso, son muchas.

-¿Y tú, que estás hasta las orejas de problemas, te dedicas a escuchar los de los demás? En serio, Kerpymon, te aburres demasiado…

-Digamos que ésta es mi forma de ayudar a la gente –dijo quitándose las gafas −. Bueno, la semana que viene te pasas de nuevo a ver qué tal te van las cosas.

-No estoy mal de la cabeza…

-Pero si me has dicho muchas cosas…

-Sí, vale, las he dicho –admitió −. Pero eso no significa que vaya a seguir haciéndolo.

-Te vendría genial para evitar el estrés –sonrió el conejo.

-Ya, lo que tú digas…

-Bueno, sé buen chico y no necesitaremos muchas horas de consulta. Ya puedes marchar –indicó Kerpymon −. Pídele a Witchmon que te dé hora para la semana que viene.

-Sí, sí.

Alphamon salió de la sala y empezó a caminar hacia la bruja digital de recepción. En cuanto empezó a pedirle hora para la siguiente cita, se dio cuenta de un detalle bastante importante: no había dado el informe que traía.