"El Comienzo del Amor"

Capítulo I

Después de haber sufrido tanto con Terry, Candy creía que no volvería a amar.

Estaba aterrada.

Después del día en que ella descubrió que Albert era su Príncipe de La Colina y el Tío Abuelo William, la relación entre ambos se volvió confusa ¿Seguía siendo amistad? Albert era quien más se preguntaba eso.

A los pocos días de aquella revelación tuvo que irse de viaje pues recobrar su puesto de cabeza de la familia Andrew le complicó mucho la vida y le quitó la libertad que usaba para disfrutar de su amistad con Candy.

Pero estar lejos lo hacía ver lo mucho que añoraba estar en Lakewood con todos sus amigos y... cerca de ella.

La infelicidad de su Candy lo hacía sufrir, en realidad él deseó que Candy y Terry pudieran amarse. Pero eso no ocurrió, Candy había cerrado su corazón y se negaba a tener alguna esperanza de amar. Albert estuvo un tiempo visitando el Hogar de Pony, ofreció reconstruirlo, siempre velaba por el bienestar de Candy, la protegía, era su querida niña.

Pero Candy ya había dejado de ser una niña, era una mujer y él un hombre en edad de casarse. A sus veintisiete años la Tía Abuela exigía que se casara, pero Albert no tenía interés en mujer alguna, menos todas aquellas coquetas que se le metían por los ojos para que tuviera herederos. Aquellas fiestas y viajes eran insoportables, pues la ausencia lo hacía extrañar más a Candy y en las fiestas un desfile de mujeres le cruzaba por el frente pues parecía que mientras más indiferente era más lo obligaban a buscarse una mujer.

Era infeliz también y esa infelicidad la compartía con su Candy en tardes solitarias paseando con ella por el lago.

-Estoy segura de que alguien aparecerá y sabrá amarte como te lo mereces, Bertie- le decía Candy una mañana en el Hogar cuando ella y Albert arreglaban la cocina después del desayuno.

-Bueno, eso supongo- él no sonaba nada interesado -Me gusta tanto estar aquí con ustedes. Es difícil ser la cabeza de esta familia, Candy, ahora me cuesta alejarme de aquí- Albert no entraba en detalles de que la razón para no desear viajar como antes era ella- Y además...no hay nada peor a que estén obligándote a casar- gruñía frustrado mientras colocaba la loza en su lugar- Estoy cansado de eso-

Ella lo miró con compasión y muy agradecida de todo lo que él hacía por el Hogar, por su compañía y por su amistad. Candy y Albert eran el uno para el otro, se daban paz mutuamente, se complementaban, se ayudaban. Y la verdad era que, muy adentro de ella, Candy no esperaba que él consiguiera una mujer con quien casarse, y Albert tampoco, porque hacía tiempo que no la veía igual. Desde que Candy cumplió los veinte años, aquel día de la fiesta en el pueblo, todo había cambiado entre ellos dos.

Albert ya no podía seguir engañándose de que Candy era su niña.

Su empeño por protegerla de Neil Leagan no era sólo por amistad. Neil Leagan seguía siempre detrás de ella pero Albert le daba su merecido. Sin embargo él no podía estar celoso de Terry, y había algo muy extraño en todos aquellos sentimientos: si estaba empezando a enamorarse de Candy todavía deseaba que Terry fuera feliz con ella.

A ambos hombres los unía la amistad y la historia de aquel rebelde inglés era muy triste. Lo sabía por las noticias y los chisme del teatro que llegaban a Lakewood, el joven era infeliz con Susana, con toda su vida en general.

Pero inevitablemente su corazón latía cada vez más fuerte por Candy y su amistad se volvía más profunda y las visitas al Hogar de Pony eran más frecuentes que la señorita Pony y la Hermana María ya comenzaban a hablar. El joven aristócrata estaba más involucrado con ellas y el orfanato que con su propia familia.

¿Qué le pasaba a Albert?

Más conflictivos aún eran los sentimientos de Candy, que sola de noche en su cuarto reflexionaba y pensaba cada vez más en su gran amigo, y se negaba que algo así ocurriera. Su cuerpo estaba extraño, la adultez le estaba pegando y ella deseaba ser niña otra vez y poder ser monja como una vez pensó.

La señorita Pony le decía al respecto: "Pero Candy, tal vez con eso le quites la posibilidad de ser feliz a algún príncipe"

Se negaba a entender eso, sólo pensaba en por qué Albert, que con la edad se hacía más y más guapo, no se casaba y estaba tan solo que prefería la compañía de sus animales. En África y por sus tiempos de soldado, el hombre había adquirido un toque rudo que a ella le gustaba... inevitablemente, y se preguntaba por qué no podía encontrar un amor para compartir su soledad.

Ella lo sospechaba, Albert no era como los demás aristócratas, y esas mujeres como Eliza Leagan no compaginaban con su querido amigo de ninguna manera. Obviamente él prefería estar solo viviendo con animales que fijarse en mujeres así. Su fortuna y su posición eran su maldición, él era de espíritu salvaje e independiente del mundo y la sociedad.

Él enseñaba a Candy a defenderse, le decía que no debía dejarse dominar o menospreciar por las imposiciones de la sociedad, de los prejuicios y de la discriminación. A veces Candy jugaba diciéndole que ella era uno de sus soldados, y para nada le molestaba, de hecho, ella siempre fue una chica "varonil" como decían todos.

Los dos eran diferentes y entre ellos se creaban su propio e independiente mundo.