Por la senda de la oscuridad
I
----------
----------
–Eliminar, eliminar, eliminar…
Y el dedo índice apretó el gatillo; sin ninguna clase de miramiento, varios ficheros fueron trasladados a la trash can. Se talló un poco los ojos, y volvió su vista hacia algo diferente del monitor.
Sin pensarlo mucho, su vista se paseó por un estante: allí reposaba un ejemplar de cada escrito suyo; y debajo, otro estante sostenía orgullosamente cada premio que había ganado. Pero nada de eso ayudaba mucho, para ser sincero.
Nada, nada de nada. Esa era la palabra que mandaba en el diccionario. Ni una palabra, ni una razón, ni siquiera una coma, como para dar contentillo. Nada salía ni por equivocación. Supongo que debió contemplar todos los riesgos al querer vivir de su inspiración…solo que no contó con que su inspiración un día se iba a ir, sin más. Y eso iba a ser un problema mayúsculo, no sólo para él, sino también para su editora. Ella si iba a poner el grito en el cielo… y quizá hasta podría ayudarlo, quién sabe.
Fue hasta el Boss del que se sentía tan orgulloso…y puso a rodar una melodía. Suaves violoncellos cargaron el aire con un cover de un famoso grupo de rock metálico; solía recurrir a la música cuando definitivamente no contaba con medios materiales para inspirarse. Pero esta vez, ni siquiera la música lograba darle una idea, un chispazo…si, de nuevo la palabra del día: no le daba NADA.
Pero de pronto hubo algo. La música le hizo recordar, y el recuerdo le allanó un camino que hace mucho tiempo no recorría; si alguna vez, alguno de ustedes quiso conocer a una persona masoquista, tiene que ver a este hombre, porque se merece el listón al más grande de todos. Un fólder por acá, otro por acullá…y estuvo. 64 archivos de texto, y se dispuso a leer. A darse un poco más de látigo…y a poner un poquito más de sal sobre las memorias, porque a veces un poco de castigo definitivamente no es suficiente.
Y esto era el toque final: una nostálgica tarde de domingo, sin nada mejor qué pensar sino en lo que fue, que ya no será, y que nunca va a ser: la tragicomedia del amor, sin duda. Pero claro, en cada error hay un responsable…y este caso no es la excepción.
–No puedo creerlo –masculló, mirando hacia el techo, pintado de blanco– ¿hace cuánto tiempo no pongo un par de frases juntas?
Recordó de nuevo por qué y la situación dio paso a una pequeña crisis existencial. Nada imposible de superar. Abrió la puerta de su estudio y contempló la puesta de sol desde las montañas, las nubes, el viento frío…y el abrazo gélido del atardecer. Hacía exactamente una semana no ponía un pie fuera de su casa, lo que lo confortaba –en parte– y lo aburría –por otra parte–.
Pero ya corría bastante tiempo desde su última publicación; y no precisamente por decisión suya. Algo dentro, muy muy dentro había hecho puf…y de escribir, no se ha vuelto a saber.
–Necesito ayuda –habló para nadie– pero…¿qué hacer?
El orgullo masculino es un asunto difícil de tratar. Y mucho más de deglutir. Tomó su teléfono celular, quitó algo de volumen a la música, y marcó…
–¿Diga?
–Buenas tardes, ¿por favor me comunica con usted?
Una pequeña risa.
–¿Y quién le busca?
–Yo le busco.
–¡No puedo creerlo! –explotó la voz
–Déjate de bromas, mujer. Necesito hablar contigo
–Puedes hacerte un supositorio con ese "mujer" tuyo. ¿Qué quieres?
–¿Quieres quitarte los guantes por un minuto? ¡Necesito ayuda por aquí!
–Debe ser algo serio para que llames
Cubrió un instante el teléfono y maldijo por lo bajo
–¿Hola?
–Si, es algo serio. Y no te va a gustar ni medio centavo el escucharlo
–¿Qué sucede?¡Habla ya!
–No puedo hablar por teléfono. ¿Mañana estarás en tu oficina?
–Supongo. Pero…¿estás bien?
–No del todo. O mejor dicho, no lo sé. Mañana te contaré.
Y cortó antes de recibir alguna otra contestación. Sin darse cuenta, había llegado hasta la planta baja de su casa. Abrió la puerta del recibidor, y se sentó. Eso era lo agradable de vivir solo…de vivir fuera de la ciudad…pero definitivamente, a veces no era lo mejor para su salud afectiva.
–Amen…–susurró, mientras se sentaba y la sinfonía crepuscular lo arrullaba.
----------
----------
Despierta…¡DESPIERTA, MALDICIÓN!
Abrió los ojos, y se fijó en el brillante reloj de su mesa de noche. 2 de la mañana. ¿Qué acaso no había tenido suficientes problemas con el insomnio durante su adolescencia para ahora bancárselos en su adultez temprana?
Si…hacía mucho tiempo no despertaba a mitad de la noche. Aunque antes fuera por culpa de las pesadillas, ahora no era un animal nocturno. Realmente necesitaba esas horas de sueño
–No…hoy no, por favor –se incorporó, sin abrir una sola luz. Al no hacerlo, su pie pagó las consecuencias al golpearse con la esquina de un mueble– ¡Vida h…!
Respiró y volvió a sentarse, sobando su dedo meñique damnificado. Luego de cerciorarse de que no se había fracturado, encendió la televisión. Lo único bueno de la tele satelital a las dos de la mañana, es que pasan algo decente para ver, como El silencio de los inocentes. Por alguna razón, la sobria actuación de Anthony Hopkins en los zapatos del amable doctor Lecter siempre le atrajo.
Pero el sueño no volvía. Maldición, podía perder su inspiración, la televisión, el DVD, incluso la Internet, pero nunca podía perder su sueño o se volvía una plaga.
La fría noche canadiense hizo lo suyo, y pronto estuvo a menos de 0 grados. Como buen oriental, comenzó a temblar incontrolablemente. No obstante, muy poco le importaba el frío; no le gustaban las noches de insomnio porque su cabeza no podía estar tranquila, y aparte de todo, era muy proclive a recordar. Una vez más, actitud de masoquismo total, y una sublime sensación de desasosiego subió por su rostro.
----------
----------
Las puertas del ascensor se abrieron, y caminó por un camino embaldosado abriéndose camino hacia una oficina en particular. Sin embargo, ni bien giró hacia su derecha, atropelló a una chica que cargaba con una resma de papel.
–Auch…
–Ay, cuánto lo siento…–se apresuró a recoger los papeles que pudo, rezando en silencio "trágame tierra"
–No, no hay problema –recogió los que quedaban y los acomodó como pudo sobre la carpeta que traía
–Pero…
Casi se le desencaja la mandíbula al encontrar a aquella mujer: facciones hermosas, cuerpo de infarto y una voz que lo dejó en jaque.
–Cuánto lo siento –se descubrió tendiendo una mano y presentándose– mucho gusto…
–¿Así que este era tu afán? –reconoció otra voz femenina hablando a su espalda
–Duh…tenías que llegar tú, por supuesto –refunfuñó el sujeto, volviéndose a su espantadísima interlocutora y sonriendo con una reverencia– lo siento una vez más…
La chica se quedó como una estatua de mármol en su lugar.
–¿Qué sucede? ¿no sabes que tengo cosas qué hacer? –le dijo la mujer, viéndolo de reojo
–¿Ya no tienes quién cuente tus millonadas de billetes? –siseó sentándose frente al escritorio– ¿o definitivamente ya no es divertido manejar el imperio?
–Andas filoso con los comentarios.
Un minuto de reflexión.
–Si…lo sé. Es culpa del tedio.
–¿Tedio? Te imaginaba escribiendo una de tus grandes obras.
–De hecho…ese es el gran problema que debía comentarte hace tiempo
Algún cambio en el tono de su voz puso en alerta amarilla a su interlocutora. Acomodó su cabello y puso los codos sobre el escritorio.
–Ya dime. ¿Qué sucede? Ayer no pude sacarme la dudita de encima.
–Pues…estoy más que seguro que no va a gustarte, así que, por favor, agárrate…
Transcurrieron un par de minutos, y la bomba explotó.
–¿¡CÓMO? –bramó la mujer tras el escritorio. El muchacho si acaso alcanzó a salvarse por los pelos
–Diantres, ¿tienes que ser tan escandalosa?
–¡¿Y TE PREOCUPA MÁS ESO! ¡ESTO ES UNA SITUACIÓN MÁS QUE GRAVE!
–Lo mismo dijiste cuando tu marido se accidentó. Con tan mala suerte que sigue vivo.
–¡NO CONFUNDAS LAS COSAS!
–Claro –farfulló tomándose la cabeza, empleando su mantra "trágame tierra" una vez más
–¿Y qué has pensado hacer? –dijo un poco menos exaltada sin cambiar el apremio de su voz
–¿Cómo? –le miró– escucha, lo voy a poner en tus términos: mi inspiración, al parecer…era un recurso no renovable.
Un golpe seco se dejó oír.
–Lo lamento…–masculló, sin saber muy bien qué decir
–¿No hay nada qué hacer?
La fuente de su inspiración estaba guardada bajo siete llaves, como el secreto de la inmortalidad. No podía revelárselo a nadie, y siquiera había contemplado la posibilidad de contárselo a ella.
–Quizá…si encuentro lo que pasó, pueda darle reversa y volver a escribir. Algo, aunque sea.
–Un psicólogo –habló ella en un instante de lucidez total– ¡debes ir a ver al psicólogo!
–¿Otra vez psicólogo?
–¡Serán una y diez millones más, si eso sirve!
–¡Pero no va a servir!
–¡Pon de tu parte, maldita sea! ¿Quieres o no quieres volver a escribir?
–Supongo que si…
–¡Decidido! –habló para sí, mientras tomaba su palm y comenzaba a buscar la dirección– ¿quieres…?
Pero no había nadie sobre la silla. Y la puerta estaba entreabierta.
–¡VUELVE AQUÍ, SHAORAN!
----------
----------
–Mi mamá me lo advirtió…–dijo mientras se pagaba un espresso y un muffin–…quién me manda a tener la boca tan grande
Se sentó y comenzó a beber su café descorazonado. Realmente entendía el disgusto de su amiga, pero no estaba listo para sacar semejantes verdades al mundo. Ya tenía suficiente con soportarse, a veces.
–No puedo creerlo…¡es Shaoran Li! –aquella voz lo desconcentró inmediatamente– ¡leí todos sus libros!
Si no quieres sopa…se te darán dos tazas, recordó por inercia.
–Ah…–sonrió un poco abochornado–…mucho gusto…
–¡Por favor, regáleme su autógrafo! –dijo extendiendo el recibo de pago que acababa de recibir en la caja
–Claro, claro…–hizo un mamarracho y dijo– ¿para quién?
–Maaya Sakamoto.
–¿Maaya Sakamoto? –le dijo incrédulo, mirándole de pies a cabeza. Y efectivamente, se trataba de ella– ¡por todos los dioses, eres Maaya Sakamoto! –dijo, entregándole el papel– ¡tienes que darme tu autógrafo!
Aquella menuda mujer sonrió un poco apenada también, recibiendo el pedazo de papel y haciendo lo propio en una servilleta que le dio asimismo.
–Ha sido un gusto, Li-kun…–hizo una pequeña reverencia, y sin más, se retiró.
El muchacho parpadeó un poco y comenzó a degustar el muffin
–Uau…un poco más y no me lo creo –dijo, mirando la servilleta. Luego, su móvil empezó a convulsionarse en su bolsillo– ¿y ahora qué?
Un mensaje. Decía –más o menos– que tenía una cita mañana en la tarde con la psicóloga. Bufó y guardó aquel aparato.
–Definitivamente…es un día de lo más extraño –susurró, terminando su muffin y bebiendo su café.
----------
----------
–Y uno bien extraño…–terminó, recostándose en el sofá de su casa.
Una vez más, como a lo largo de toda la tarde, trató de recapacitar en por qué había tenido que abrir la boca respecto a su serio problema artístico.
Se acordó que el equipo de sonido había quedado encendido toda la noche anterior, y prácticamente todo el día; se acercó, y puso un disco compacto. El sonido dulce de una guitarra flamenca lo embargó y lo llenó de una sensación de relajación a veces dura de alcanzar. Se incorporó, y sacó de su estuche una guitarra Admira. Pulsó algunas cuerdas, y disconforme, las afinó.
–Bueno…–dijo mientras tomaba algunas tablaturas y las analizaba, creando una dulce melodía, aunque entrecortada por la falta de práctica en el solfeo–…necesito practicar un poco más.
Dejó el instrumento de lado, y se recostó en la cabecera, viendo al implacable techo. Cerró los ojos y sin quererlo…sucumbió al sueño, dejándose arrullar por la melodía de un grato Otoño Medieval.
----------
----------
Notas: Jaja…no me vean con esa cara. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pero…para andar pensando en otras cosas, y haber perdido otras (como la práctica) No ha estado nada mal.
Un saludo,
Lohengrin NightWalker.
