Lord Merton la miraba desde la otra punta del salón. No podía dejar de hacerlo. Hacía ya una semana desde su declaración y su petición de matrimonio e Isobel no le había respondido. De hecho, en ese preciso instante, ni siquiera lo estaba mirando. Isobel charlaba animadamente con Violet y parecía haberse olvidado por completo de Dickie, algo que a él le ponía especialmente triste. Había albergado algunas esperanzas acerca de la decisión de Isobel y temía haberse equivocado.
Dickie se levantó disponiéndose a coger su abrigo y marcharse de aquella reunión social. En ese momento la señora Crawley le alcanzó.
Isobel: Lord Merton, ¿cómo está?
Merton: Señora Crawley, creí que no me había visto.
Isobel: Sí, quería saludarle cuando acabara de conversar con Violet pero como he visto que se iba a marchar…
Merton: Se me ha hecho un poco tarde.
Isobel: Le acompaño, si quiere. Yo también debería irme.
Merton: Sabe de sobras que estoy encantado de que me acompañe.
La señora Crawley cogió su abrigo y ambos salieron. Caminaron a lo largo del jardín de Downton Abbey y llegaron al camino de tierra que llevaba hacia el pueblo.
Isobel: ¿No ha traído su coche?
Merton: El chófer está en el pueblo haciendo unos encargos. No me importa caminar hacia allí. Entre usted y yo, no me gusta demasiado el coche. Me marea, creo que no me acostumbraré nunca.
Isobel río y lo miró a los ojos. Lo notaba distante, preocupado. La incomodidad a raíz de su proposición flotaba en el aire y a Isobel no le gustaba. Tenía que solucionarlo y no le sería difícil puesto que ya había tomado una decisión.
Isobel: Sobre aquello que me comentó…
Merton: ¿Si?
Isobel: Me gustaría ser sincera con usted, lord Merton.
Merton: Creame, quiero que lo sea. Aunque me duela.
Isobel: Usted me agrada. Me siento muy bien cuando estoy en su compañía. No quiero dejar de tratarle pero el matrimonio es un paso muy importante y me gustaría estar segura.
Merton: La entiendo.
Isobel: Es por eso que me gustaría proponerle algo. Podríamos seguir tratándonos de un modo más cercano. Pasar más tiempo juntos, conociéndonos y que las cosas se fueran dando poco a poco.
Merton: Me hace usted muy feliz, señora Crawley.
Isobel y el señor Grey se sonrieron.
Tras varias semanas saliendo, lord Merton e Isobel se habían acercado bastante e incluso empezaban a tener contacto físico, una mano en el hombro del otro, una caricia en la mejilla, un roce en la pierna… Estaban cómodos el uno con el otro e Isobel había empezado a sentir atracción física por él.
En ese momento estaban en el salón de la casa de Isobel. Era de noche y bailaban. Bailaban cogidos, muy cerca, al ritmo de la nueva radio que Isobel había comprado empujada por la curiosidad.
A Isobel le gustaba sentirse tan cerca de él, notar sus brazos rodeándola, poder perderse en el aroma que lord Merton desprendía. Dickie estaba en la gloria, tan cerca de ella. Deseaba, con todas sus fuerzas, besarla. Sentir sus labios entre los suyos. Notar su temblor. Su calidez. Su suavidad. Fantaseaba con ese beso pero no se atrevía a iniciarlo, pues tenía miedo de incomodar a Isobel ahora que las cosas iban tan bien.
Pero no podía más. Y la ocasión era perfecta. Ambos, solos, a la luz de las velas, bailando tranquilamente, relajados. Decidió intentarlo delicadamente. Sólo insinuárselo para ver su reacción.
Despegó su mejilla de la de Isobel y la miró a los ojos. La mirada de lord Merton era penetrante y la desarmaba. Tenía unos ojos muy bonitos y la señora Crawley se perdió en ellos. La hipnotizaron. Dickie acercó un poco sus labios a los de ella y se paró para apreciar la reacción de Isobel. Isobel no se movió, parecía esperar, esperar ese beso y quizá desearlo.
Lord Merton la miraba y le parecía percibir el deseo de Isobel hacia él pero estaba confundido. No estaba seguro de si el deseo era real o era una mera construcción de su mente incentivada por las ganas que él tenía de intimar con ella.
Lord Merton se arriesgó, avanzó hacia ella y la besó. Sus labios se rozaron. Isobel se tambaleó, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Cómo le había gustado ese roce, cómo deseaba más… Pero tenía miedo de ese "más". Aquello no estaba bien, ella era una señora respetable, era viuda, era una mujer, y era mayor. Eso era, una mujer mayor viuda.
Dickie profundizó el beso, confiado por la reacción de la señora Crawley, y el roce de labios se convirtió en una caricia, una caricia entre ambos labios que se movían lentamente, que se probaban, que se descubrían por primera vez.
Lord Merton e Isobel tenían los ojos cerrados, concentrados en disfrutar de ese beso que tanto les estaba gustando a ambos. El señor Grey no pudo evitar apretar más a Isobel contra su cuerpo tornando el beso en uno más apasionado. Isobel no se apartó, al contrario, se aferró más a él. Hacía mucho tiempo que no tenía esa sensación. Sentía un leve cosquilleo entre las piernas. No podía ni quería ocultar más tiempo la atracción que sentía hacia Dickie y se entregó al beso con pasión.
Lord Merton era un hombre sensato, comedido. Pero estaba fuera de sí. Ese beso estaba haciendo que su enamoramiento se apoderara de él. Lo olvidó todo, sus modales, su educación, las presiones sociales y se convirtió en un hombre enamorado encendido por la pasión hacia la mujer que amaba.
Dickie siguió con el beso y lo llevó hacia el cuello de Isobel consiguiendo que ella gimiera sorprendida.
Dickie: ¿Dónde está tu habitación?
Isobel no dudó.
Isobel: Al fondo a la izquierda.
Dickie la cogió por debajo de los muslos e Isobel le rodeó el cuello con los brazos enroscando sus piernas alrededor de su cintura. El señor Grey la llevó al dormitorio y la tumbó encima de la cama poniéndose encima y besándola.
Lord Merton le tocó el pelo, quería deshacerle el moño, observar su cabello suelto, cayendo sobre sus hombros. Quería verla desencorsetada, libre de los convencionalismos. Quería verla como era realmente.
Isobel le leyó la mente y se soltó el pelo, dejando caer su cabello ondulado y castaño sobre sus hombros. Richard se lo acarició y siguió con el beso. Isobel cerró los ojos, estaba en otro mundo y no quería pensar en nada más que en aquel momento. Después de tantos años tenía derecho a volver a sentir la pasión que una vez había sentido con Reginald, su marido. Por primera vez en muchos años había vuelto a tener sensaciones similares a las que tenía cuando estaba casada con su esposo.
Dickie e Isobel se desvistieron mutuamente a la luz de las velas. Se miraban, se tocaban, olvidaron los tabúes, se dejaron llevar. No hubo incomodidades, ni miedos, todo fluyó de un modo agradable y placentero. El amanecer les encontró desnudos bajo las sábanas, abrazados y con una expresión relajada y feliz en el rostro.
Lord Merton se despertó con los primeros rayos de sol y vio a Isobel dormida. Le dio un beso en la frente, le acarició el pelo, le dejó una nota y se marchó.
Cuando Isobel se despertó vio la nota: "Ha sido la noche más maravillosa de mi vida. Te quiero. Dickie". La señora Crawley se descubrió a sí misma con una sonrisa bobalicona esbozada en sus labios mientras leía la nota. ¿Se estaba enamorando? Sí, Dios, sí, tenía que ser eso, amor, amor, amor. O no habría hecho una locura como aquella.
A media mañana, Isobel recibió un gran ramo de flores de lord Merton. Todo era perfecto. Estaba como en un sueño, como cuando había empezado a festejar con Reginald, más de treinta años atrás.
Dickie la visitó, de nuevo, por la tarde. Los besos ya eran algo habitual, iban y venían cómodamente al final de cualquier frase, ante cualquier mirada. Cualquier excusa era buena para que sus labios se encontraran de nuevo. Y entonces, Isobel hizo algo que ni ella misma esperaba.
Isobel: ¿Te quedarás a dormir esta noche también?
Esa pregunta era valiente, arriesgada pero sobre todo irracional. Lord Merton dudó. Haber cometido una locura arrastrados por la pasión la noche anterior era una cosa, convertirlo en una rutina otra muy diferente. Pero finalmente aceptó y se quedó.
A la mañana siguiente Violet acudió a visitar a Isobel preocupada porque esta última llevaba dos días sin llamarla.
Violet: Parece que ha estado muy ocupada últimamente.
Isobel: Sí, la verdad es que tengo la cabeza en otra parte. Disculpe que no la llamara. ¿No habrá pasado nada grave?
Violet: No, todo igual de aburrido que siempre. Pero cuénteme usted, porque por su cara intuyo que aquí sí que han pasado cosas. Cosas graves.
Isobel: No sé qué insinúa pero no ha pasado nada grave.
Violet se acercó a la señora Crawley. Su curiosidad era patente.
Violet: Yo sé que no estamos de acuerdo en muchas cosas. Pero téngame confianza. Si hay algo que la preocupa.
Isobel: Estos días he estado con lord Merton…
Violet: Al final resultará más listo de lo que yo pensaba este hombre…
Isobel: Y bueno, ya sabe… Una cosa llevó a la otra…
Violet: ¡No me diga que lord Merton se atrevió a besarla!
Isobel tragó saliva.
Isobel: Más que a besarme… Sé que no hicimos lo correcto pero nos dejamos llevar.
Violet: ¡Dios santo! Pensaba que era usted una señora respetable, señora Crawley. No debió haber dejado que eso sucediera. No, usted, sin estar casados y a su edad.
Isobel: La edad no es el problema.
Violet: Oh querida! Mucho me temo que se equivoca. Ese es precisamente uno de los problemas más graves. De usted no se esperan los errores que una jovencita de hoy en día puede cometer. Usted ya no debería sentir esa pasión y, desde luego, debería saber cuál es su lugar y lo que puede y no puede hacer. Sobre todo lo que debe y no debe hacer y no debió haber hecho eso.
Isobel: No se lo vaya usted a contar lord Grantham ni a su familia.
Violet: Jamás les contaría sus deslices.
Isobel: Gracias. No sé qué debo hacer, yo no soy así.
Violet: Convertirse en una mujer de bien desde ahora mismo, disculparse con él y no volverlo a hacer. Aparentar, señora Crawley, aparentar, como todas hemos hecho.
Esa noche Isobel y Violet acudieron a una cena organizada por lady Grantham en Downton Abbey. Allí se encontraba lord Merton, charlando animosamente con un grupo de personas de la alta sociedad británica. Isobel se extrañó porque no fue a saludarla. La cena transcurrió con tranquilidad pero la señora Crawley se sentía inquieta porque le resultaba extraño que lord Merton ni siquiera la saludara.
De repente lord Merton se puso a hablar con una señora que lo había acompañado toda la noche. Era una señora muy elegante, alta, esbelta, se notaba que de joven había sido preciosa. Isobel, enfadada, se acercó a lady Grantham.
Isobel: ¿Quién es la señora que acompaña a lord Merton?
Lady Grantham: Es lady Sheran. Su prometida.
Isobel: ¿Su prometida?
Lady Grantham: Sí, es muy reciente. Amor a primera vista.
La señora Crawley sintió una oleada de fúria recorrerle todo el cuerpo. Tenía que decirle algo, tenía que reprochárselo. ¿Qué estaba pasando? ¿No estaba enamorado de ella? ¿Acaso no estaban saliendo? ¿No habían hecho el amor?
Isobel avanzó por la sala hacia él y hacia esa estúpida mujer pero se detuvo a medio camino. Se dio cuenta de que Violet la observaba temerosa de que cometiera una estupidez. No podía montar un escándalo en esa fiesta. Pero la cosa no quedaría así.
Isobel se giró y se dispuso a marchar de la fiesta pero en aquel momento escuchó la voz suave, tenue y dulce de lord Merton decir "te quiero". Se giró esperanzada pero observó que se lo acababa de decir a esa mujer, a la otra mujer.
Mientras se marchaba, sentía que las lágrimas de rabia le empezaban a brotar de los ojos. Oyó a lo lejos la voz de Violet llamándola pero hizo caso omiso. Quería salir de allí. Se sentía estúpida. Odiaba a lord Merton.
Justo en la puerta chocó contra un señor. El señor se disculpó. Isobel ni siquiera lo miró, tenía que salir de allí. Ese señor era el doctor. Vio cómo se alejaba, preocupado, nunca había visto a Isobel tan agresiva, tan alterada. Y mucho menos con lágrimas en los ojos.
El señor Clarkson entró en la estancia y se encontró con Violet, quien se estaba poniendo el abrigo.
Richard: ¿Está bien Isobel?
Violet: No lo creo.
Richard: ¿Hay algo que pueda hacer por ella?
Violet: Le va a necesitar mucho como amigo. No la deje sola.
Isobel llegó a su casa, se metió en la cama vestida y cerró los ojos. Aquello no le podía estar pasando.
