De nuevo nos vemos por acá. Aquí les traigo el capitulo siguiente o, tiene un tanto de relación con la historia previa (Las lagrimas del capitán , pues son historias que surgen de la misma fuente y tienen el mismo fin, que los hermanos estén juntos.
Gracias por su preferencia y tomarse la libertad de revisar este fic. En lo personal me esforcé en hacerlo, así que espero que lo disfruten.
(Decidí anexarlo va ubicado como LuffyXSabo, más que nada)
Las lágrimas del comandante.
Una suave música ronroneaba su oído con placer. Sentía que aquel sonido tan encantador revoloteaba en sus pensamientos y lo inducía a un estado de relajación total. Miró encantado aquella pequeña caja de música, la cual lo deleitaba con esa hermosa canción, un repiqueteo solemne y amoroso… que lo hacía sentir tan lleno de calor, amado… De pronto, la música se apagaba de repente. La cajita se cerraba y sentía una abrasadora sensación de tristeza. Estiró la mano para abrirla pero entonces un trozo de papel cayó desde el cielo.
Se sintió desconcertado al verlo. Tomó el pedazo de papel y una imagen espeluznante se apoderó de su vista. En ese trozo de papel impreso se visualizaba la fotografía de un hombre cuan lleno de sangre, el cual descansaba en un lecho de piedra igualmente regado de carmesí. Pero había algo en esa foto que le hacía sentir sumamente triste y a la vez feliz… ese hombre tenía una sonrisa en su rostro. Era como si estuviera completamente satisfecho y se entregara a la muerte sin miedo, orgulloso.
—Qué fuerte y gran hombre. – susurró. Entonces observó la imagen de otro hombre, el cual era sumamente colosal, tan increíble y poderoso aún en ese estado. La imagen de un gran pirata que había muerto de pie; negándose a ceder incluso a la muerte.
—Edward Newgate… - leyó en voz alta. —Muerto en batalla. – terminó por citar. —Y también… Portgas D. Ace… Un gran pirata. – dijo en voz baja. —Pirata. – volvió a decir. —Portgas D. Ace. – un escozor que no pudo explicar se instaló en sus ojos. —Ace… - pronunció con una voz sumamente triste. —Ace. – volvió a decir.
Algo tenía ese hombre… esa imagen, en donde sonreía con orgullo en plena muerte. Ese hombre…
Un poderoso oleaje meció la nave y el rugir de los truenos intensificó el miedo de los tripulantes, como si se tratara de un esperpento horripilante que se movía en las quimeras de su imaginación. El barco se fue de pique entre ola y ola, después volvió a salir y otra vez se movió hacia abajo. Una poderosa fuerza eólica los empujó hacia el oeste. Después el terreno acuático volvió a colocarse de manera hostil. Nuevamente una poderosa corriente de aire se abrió paso entre las de la tormenta. Como resultado el barco logró avanzar por el sendero de aire. Otra corriente terminó por garantizar la huida exitosa de la embarcación y con ello la tranquilidad de sus navegantes.
El líder del barco respiró sonoramente, a sabiendas de que todo había terminado.
—Parece que nos aproximamos a una isla, señor. – habló de las sombras un hombre de sombrero de copa, que se acercaba paso a paso hasta el jefe del navío.
—Vamos a desembarcar y buscar provisiones. Da la orden. – ordenó con voz pastosa y algo tosca.
—Sí. ¡Ya escucharon al líder, desembarcaremos aquí! – gritó el mismo hombre y ante ello todos los que se encontraban en cubierta corrieron a sus posiciones. Guardaron las velas cuando estuvieron a una distancia prudente de la isla, se aseguraron entre ellos y una vez que tocaron tierra lanzaron las anclas.
Esperaron a que la tormenta se calmara para poder salir. El sol sobresalió entre las nubes y la calidez de una isla tropical les bañó por completo.
—Este lugar es hermoso, comandante. – dijo un soldado mientras se acercaba al mismo hombre de sombrero que había dado la orden anteriormente.
—Después de la tormenta vienen la calma. – contestó, sonriente, exhibiendo una dentadura incompleta. —Busquen algún poblado, si hay alguna base de la marina o no, también investiguen si hay provisiones que podamos consumir.
—¡Sí, comandante! – los soldados gritaron al mismo tiempo.
El comandante, joven y fuerte, se acercó a la orilla del barco, dispuesto a salir y ver aquella isla.
—¿Vas a salir… Sabo? – preguntó Monkey D. Dragon, el líder del ejército revolucionario. Era un hombre realmente extraño y muy discreto, algo completamente distante de cómo eran sus parientes. Siempre sigiloso y amable, Dragon era un hombre de cuidado al cual nunca era bueno subestimar.
—Así es líder… - sonrió con emoción. —Siempre que veo este tipo de islas siento mucha emoción… ¿Se imagina la aventura que podría estar esperándome?
—No cabe duda, Sabo. De todos mis hombres tú eres el que vive con más libertad. – Dragon sonrió y cerró los ojos. —Pero eres muy leal y obedeces mis órdenes con cautela.
—No puedo ser un desgraciado con aquel que me salvó la vida. – respondió el muchacho.
—Ya veo. – Dragon dio media vuelta. —Iré a recostarme un rato, avísame cuando regreses.
—Sí. – asintió y dio un salto monumental cayendo sin problema ni esfuerzo sobre las rocas cercanas a la orilla. Corrió firmemente, saltando entre roca y roca, llegando hacía una zona de declive, donde un río desembocaba. Saltó y subió una pequeña meseta. Cuando estuvo ahí uno de los soldados lo encontró.
—Comandante, ¿Qué hace por aquí?
—Estoy explorando este isla, es bastante acogedora… y pensar que islas como estás hay en el Nuevo Mundo. – comenzó a caminar alegremente, tomando un largo bastón de acero que portaba en sus espalda.
—¿Puedo acompañarlo, Comandante?
—¿Crees poder seguir mi paso? – retó, listo para emprender la carrera.
—¿Quiere competir? – el soldado pareció escandalizarse. —Si esa así no podré ganarle.
—Habremos de verlo. – volvió a decir.
—Está bien… ¿Qué haremos? – guardó su rifle en su espalda. Conociendo al comandante lo más seguro era que lo retara a una carrera.
—¿Qué te parece una carrera? Recorreremos los extremos de las islas. Correremos la misma distancia atravesando la jungla y nos veremos hasta el otro extremo. – explicó, mientras ajustaba su bastón en su espalda de nuevo.
—Comandante, ¿Puede darme ventaja? – pidió el soldado, a sabiendas que eso tal vez no sería suficiente.
—¿Cuánto tiempo?
—¿Qué le parecen 30 minutos?
—¡Oh, vamos! – río. —Te doy quince minutos… ¿Estás de acuerdo?
—Está bien… aunque de antemano sabe que usted me ganará. – el soldado ajustó sus zapatos y comenzó a correr.
—¡No seas pesimista! – recriminó Sabo, mientras se sentaba un rato para darle tiempo. Una pequeña risa se asomó en su rostro, era evidente que nadie en esa embarcación, a excepción de su líder, podría vencerle en una carrera de obstáculos. No por nada se había convertido en navegante y comandante de la armada revolucionaria. Desde pequeño había entrenado desenfrenadamente para cumplir su sueño.
El deseaba ser libre… aunque no entendía por qué, ese deseo le acompañó siempre en su mente. Deseaba poder ser libre, navegar por el océano y ver mil maravillas. Cada vez que las veía se encargaba de escribir una bitácora, allí relataba todas las cosas que había hecho.
Pero más que ser un simple viajero de libre albedrío, Sabo le guardaba un gran respeto a Dragon. La cara de su jefe lo había marcado desde niño. La única cosa que conservaba de su infancia era un tremendo ardor por todo el cuerpo, quemaduras y más quemaduras, que aunque no sabía por qué las tenía, se empeñó en sanar. Sabía una cosa en sí, Dragon lo había salvado, pues todavía recordaba sus palabras de aliento.
"—Si deseas ser libre sígueme. Al igual que tú existen muchas personas con ese sueño… ven conmigo y sé libre. Liberaremos al mundo… conviértete en parte de mi armada."
Cuando Dragon se lo dijo él estaba recostado en su cama, totalmente confundido, sin saber nada excepto su nombre que el mismo jefe de los revolucionarios le recordó.
"—¿Cuál es mi nombre? – dijo Sabo, totalmente herido.
—No lo sé… ¿Es que tú no lo sabes? – respondió el médico que lo estaba atendiendo.
—Su nombre es Sabo. – dijo de pronto Dragón, que acababa de entrar a la enfermería.
—¿Sabo? ¿Mi nombre es Sabo? – el niño tomó aire y sonrió un poco. —Es genial. – terminó por caer dormido.
—Dragon-sama… ¿Es su nombre real o usted se lo dio? – cuestionó el médico, mientras tomaba el registro del niño.
—Sí, es su nombre real. Escuche a un hombre llamarle así en el puerto.
—¿Cuál es su apellido?
—No lo sé…"
Después de ese evento la vida cambió para él. Fue entrenado por el mismo Dragón, el revolucionario. Se sorprendió cuando se dio cuenta que él ya sabía pelear; aunque su nivel era pobre comparado con el líder guerrillero. Cuando cumplió los 17 años le reveló su interés por salir al mundo. A partir de ese momento Sabo acompañó al Dragón durante todos sus viajes, peleando y ganando experiencia. Aprendió todos los conceptos básicos de los cuales se trataba la rebelión. Para cuando cumplió los 20 años se convirtió en un luchador imparable. Experto en el combate cuerpo a cuerpo y siendo poseedor de una impresionante fuerza, cultivada desde que era un niño.
En ocasiones Sabo podía salir al mar por su cuenta, sin ser la escolta de Dragón, a veces también por algún encargo. Iba de aventuras, en ocasiones él solo o con algunos miembros de la armada, los cuales ejercían como su tripulación. Era en esos momentos cuando Sabo se sentía tan vivo que muchas veces llegó a pensar en que lo que él deseaba con todas sus ansias era ser un pirata.
Le confesó a Dragon esto y él se río con algo de alegría.
"—¿Pirata? – dijo con un deje de emoción. —No creo que exista nada de malo… siempre y cuando jures que protegerás la justicia que te hemos enseñado. – después de eso cerró los ojos y respiró con orgullo. —Elijas el camino que elijas deberás estar preparado para afrontar los obstáculos que tu destino te ponga…
—No sé por qué me siento así. Es como si quisiera ser parte de este gran mundo y vivir mis propias aventuras… quiero ser libre y escribir un libro con todas ellas.
—¿Lo haces por una aventura? – Dragon se cayó un momento. —Justo como mi hijo.
—¿Su hijo? ¿Dragon-san, usted tiene un hijo? – no pudo evitar la sorpresa.
—Shh, es un secreto. – dijo en voz baja.
—¿Enserio? – se acercó con emoción. —¿Y cómo es él?
—Bueno, tengo mucho tiempo que no lo veo, pero si pudiera describirlo con simples palabras diría que es un cabeza hueca, muy impulsivo y temerario.
Una sonrisa se escapó en la cara de Sabo.
—¿Qué pasa? – Dragón lo observó sin entender por qué Sabo estaba tan contento.
—No sé por qué pero… me siento muy feliz. – y volvió a sonreír, mostrando aquella sonrisa sin un diente."
Si bien Sabo al final no se convirtió en un pirata, siguió dando sus escapadas hacía el mar, donde vivió grandes aventuras. Pero… había algo que no parecía cuadrarle. En una ocasión, mientras estaba de viaje, en una isla del Nuevo Mundo, una bastante agradable, tuvo la oportunidad de conocer a los piratas de Shirohige. En ese entonces todavía no cumplía los veinte, pero ya era lo suficientemente independiente como para viajar solo.
Los conoció por casualidad. Sabo había llegado a una isla que estaba bajo la protección del Yonkou, iba solamente él, así que no llamó la atención de la banda de piratas, los cuales habían desembarcado en el puerto.
Todos los comandantes de divisiones estaban en la playa, buscando provisiones. Sabo los pudo ver, un total de 16 comandantes y cada uno tenía detrás de él cinco hombres los cuales se encargaban de cargar o comprar cosas.
Interesado al ver aquellos piratas, Sabo se preguntó si en algún momento… él pudo verse como ellos. Libre, haciendo lo que se le venía en gana, pero respetando a un capitán y protegiéndolo. Se alejó de ahí para continuar su camino y entonces chocó con el hombro de alguien, provocando que éste alguien y él cayeran sentados al suelo.
No fue un golpe intencional, pero aun así fue lo suficientemente vistoso como para que todo el mundo detuviera sus actividades. Sabo respiró, no quería causar problemas, desde que era un niño los revolucionarios le habían enseñado a mantener siempre su perfil bajo.
—Oye. – escuchó la voz de un joven e inclinó su sombrero para no entrar en contacto con él. Sabía que los piratas podían ser sumamente violentos o estúpidos cuando alguien los molestaba.
—Disculpa, no fue mi intención. – se disculpó con prudencia, mientras se levantaba rápidamente y le extendía la mano.
—No, discúlpame tú a mí, no me fije por donde iba. – respondió el joven y entonces elevó la vista para verlo. Era un muchacho de su edad, moreno y con pecas en las mejillas. Estaba semidesnudo de la cintura hacia arriba y traía consigo un sombrero naranja y un collar de cuentas rojas. El muchacho parecía sincero. Tomó su mano y se levantó.
—No te preocupes… nos vemos. – Sabo soltó su mano y continuó su camino.
—¡Oye, espera! –pero el joven insistía en llamarlo. —Se te olvida algo. – Sabo se volteó con cuidado y observó que le regresaba su bastón de metal.
—Gracias. – lo tomó con cautela y se lo colocó en la espalda. Al momento de hacerlo se percató que el pirata lo observaba detenidamente.
—¿No hemos visto antes? – le dijo sumamente interesado.
—No lo creo. – Sabo se dio la vuelta. —¡Adiós! – se despidió con la mano en el aire.
—Mmm, adiós. – el joven pirata se despidió de mala gana y regresó a lo suyo.
Meses después Sabo se dio cuenta que el hombre al que había visto en esa costa era un conocido y poderoso pirata llamado Portgas D. Ace, el cual poseía el rango de Comandante de la Segunda división de los piratas de Barbablanca. Se sintió impresionado, pues nunca espero que un pirata como él, alguien muy importante en la tripulación de uno de los piratas más importantes del mundo, fuese tan educado.
Pero un tiempo después una noticia lo desconcertó de sobremanera. Dragón estaba un poco extraño, ya no miraba con sigilo en dirección al este, sino que ahora parecía como si estuviera mirando hacia la Red Line… para ser precisos a Marienford. Se había enterado de que su hijo, Mugiwara no Luffy había hecho acto de presencia en Marienford y estaba causando un gran alboroto. ¿Es que el líder de los revolucionarios se estaba preocupado por el bienestar de su hijo?
Unos días después otra noticia llegó en el periódico. Cuando aquel periódico llegó al Baltigo y lo leyó se sintió extrañamente triste. Una sensación de zozobra se apoderó de su corazón y por un instante estuvo tentado a llorar. Al darse cuenta de ello se recriminó a si mismo esos sentimientos. ¿Por qué se sentía tan triste por la noticia? ¿Era acaso que admiraba secretamente, sin darse cuenta, a Shirohige? ¿O tal vez a Portgas D. Ace? Esto era ilógico. No tenía ninguna relación con esos piratas… ¿Por qué llorar? Pero por más que lo intentó no pudo evitar derramar un par de lágrimas. Se escondió de la vista de Dragón y secó sus ojos, intentando aparentar que nada pasaba.
—Así que Luffy está muy malherido. – suspiró Dragon, mientras dejaba el periódico de lado. —¿Pasa algo, Sabo? – preguntó al ver que el joven se escondía de su vista.
—No, señor, nada. – se encaminó a la puerta. —Necesito aire.
Ese día se cuestionó severamente respecto a su reacción. Conforme pasaron los días y una nueva noticia se expandió por el mundo Sabo se sintió aún más confundido. En el periódico se leía que Monkey D. Luffy había regresado al Cuartel General y había hecho todo un escándalo. Al verlo ahí, de pie e ileso, le pareció como si de pronto su cuerpo se sumara en un cúmulo de alivio. Sin saber exactamente por qué se convenció a si mismo de que se sentía así ya que ese hombre era el hijo de su líder y maestro, por lo que la paz que sentía era en realidad algo que se originaba del bienestar de su líder y no de él mismo.
—Monkey D. Luffy. – pronunció Sabo mientras admiraba las nubes. Se sintió extraño al pronunciarlo, como si fuera alguna especie de palabra prohibida. Se rascó la cabeza y se un saltó se levantó. ¿En qué estaba pensando? Se había distraído de más y ahora le había dado más de quince minutos a su competidor.
—Bueno, aun así no podría ganarme. – se dio a la carrera y atravesó el terreno sin complicaciones.
—¡Oh, es el comandante Sabo! – gritó un soldado. —¡Mírenlo correr!
—¡Es sumamente rápido! – elogió otro soldado. Estaban buscando comida en la isla.
—¡Ya te vi! – gritó Sabo cuando alcanzó a ver al soldado con el que estaba compitiendo.
—¡Oh, pensé que tardaría más en alcanzarme! – se sorprendió éste.
—¡Nos vemos del otro lado! – aceleró y con una gran diferencia de poder pasó de él y continuó adelante. Poco a poco la luz del final de la jungla comenzó a llamarlo. Estaba tan cerca de ganar, aceleró lo más que pudo y cuando atravesó el umbral se dio cuenta de algo.
Frenó precipitadamente y durante el freno puedo darse cuenta de una estructura rocosa que estaba justamente a su lado de su hombro en ese instante. Alcanzó a frenar por completo una vez que se había alejado. Dio unos pasos para estabilizar su cuerpo aún por la velocidad. Respiró pesadamente pues habría parado de golpe. Se dio cuenta que había un acantilado en donde la isla terminaba. Se volteó lentamente para apreciar mejor aquella estructura.
La sombra de una bandera se ondeó con el aire y Sabo observó atentamente su Jolly Roger. Era la bandera de un pirata, atada a un enorme bisento, en el cual también se ondeaba una enorme chaqueta con un forro de color vino en el interior. Aquella estructura parecía un monumento más que otra cosa, pero algo en su interior le decía que estaba presenciando algo más… era como si estuviera parado enfrente de la tumba de un gran hombre. Sabo se acercó lo suficiente, algunas flores silvestres y espadas algo roídas por la sal del mar, adornaban con suma dedicación la tumba. Leyó entonces lo escrito con grandes letras:
—Edward Newgate. – El nombre le pareció familiar, como si ya lo hubiera leído antes. —¿Shirohige? – mencionó un tanto contrariado.
Entonces un pequeño resplandor llamó su atención. Se encontró otro monumento al lado, era más pequeño pero de igual manera adornado con honores. Un collar de cuencas rojas, un sombrero naranja con dos adornos en forma de cara y una navaja grande con su funda.
—Esto es… - se acercó y tocó la tumba con delicadeza. —Ya lo había visto antes. – se dio cuenta que su mano tapaba el nombre de alguien más, la quitó con suavidad y leyó. —Portgas D. Ace. – pronunció con delicadeza, casi en un suspiro.
Los ojos de Sabo parecieron reconocer el nombre escrito, pues al momento sintió un escozor familiar, el mismo que sintió cuando se había enterado de la muerte de dicho pirata.
—Portgas D. Ace. – volvió a leer, más fuerte. —Portgas… - sentía que algo no estaba bien, algo en su cabeza le decía que nada estaba bien.
De la nada comenzó a sentirse muy cansado, pareciera como si su propio subconsciente intentara recordar con todas sus fuerzas el nombre que acababa de pronunciar. Comenzó a sudar por el esfuerzo mental.
—Ace. – volvió a decir. —Ace… - intentaba, realmente intentaba descubrir por qué ese nombre resonaba en su cabeza como si fuese una campana.
Su cabeza comenzó a dolerle, esto no era normal, nunca le había pasado. Tragó saliva y retrocedió algunos pasos. Observó la tumba en todo su esplendor. Sentía un gran remordimiento en su corazón, pero aún así no tenía idea de qué se trataba. El nombre de Portgas D. Ace rodaba incontrolablemente por su cabeza… entonces, otro nombre, el cual no sabía por qué, apareció en su mente.
—Luffy. – mencionó, con tanta tristeza que pensó que tal vez tendría relación con el nombre de Ace.
El dolor se intensificó y apretó los ojos con sufrimiento. Poco a poco la voz de dos niños se instalaron en su cabeza… al principio sólo era su voz, después fueron palabras, palabras al azar. No encontraba sentido… luego, al borde de la casi locura, comenzó a escuchar su nombre al son de aquellas voces.
¡Sabo!
Era la voz de un niño, un tanto chillona.
Sabo
Ahora era la voz de otro niño, pero esta era un poco más madura y tranquila.
¡Sabo! Ambas voces lo llamaban con insistencia. ¡No lo hagas Sabo! ¡Recuerda tu sueño! Al escuchar abrió los ojos espantado…. ¿Su sueño? ¿De qué hablaban? ¿Es qué esas vocecillas sabían algo que él no? Y pensar que todo estaba pasando en su cabeza.
—¡¿Quiénes son?! ¡¿De quiénes son esas voces?! – soltó un alarido, sentía una enorme presión en su cabeza que lo obligaba a arrodillarse y apresar su cráneo con sus manos. Abrió sus ojos nuevamente y miró la lápida.
Portgas D. Ace. El nombre era claro.
—Ace. Luffy. – pronunció en voz baja. De nuevo escuchó otra voz en su cabeza, pero a comparación de las anteriores, esta sonaba exactamente a la suya… cuando era un niño.
¡Ace! ¡Luffy!
¿Era esa su voz?
¡Sabo!
¿Eran aquellas voces las que respondían?
Se precipitó y golpeó su cabeza contra el suelo. Sintió un remolino de sensaciones que se avecinaban sin escrúpulos sobre sus pobres nervios. Se apretó contra la tierra, resistiendo ese dolor tan grande que poco a poco se lo tragaba en un remolino.
Y de la nada, como si todo se hubiese coloreado de blanco y un profundo silencio se hubiese empecinado contra su cuerpo, una silueta se marcó enfrente de él; y pudo verlos… por fin. Dos niños, uno más alto que el otro, ambos traían una pieza de tubería en sus manos, los dos vestían de conjuntos similares y del mismo estilo, uno con un sombrero de paja y cicatriz en el ojo izquierdo, el otro con una bandita en la cara y pecas esparcidas en ambas mejillas.
¡Sabo!
Lo llamaron y fue ahí, en ese valioso instante cuando lo recordó todo.
—¡AAAAAAAAAAAHHHHH! – dejó escapar un gran grito, totalmente envuelto en dolor. Imágenes, sonidos y lágrimas, todo al mismo tiempo.
—Me llamo Sabo, ¿Cómo te llamas?
—Ace.
—Ace, es un placer, creo que tú y yo seremos grandes amigos. – dijo con una sonrisa.
Ahora comenzaba a entender.
—¿Qué te parece si nos hacemos de un tesoro? Así, cuando seamos mayores podremos pagar nuestro propio barco y zarpar como los grandes piratas que vamos a ser. – propuso a lo que Ace lo miró fijamente.
—Sería algo muy peligroso…
—Lo reuniremos poco a poco y lo esconderemos aquí, en el bosque. – insistió y dentro de poco Ace le respondió con una sonrisa.
¿Esto era real? ¿Todo lo que veía realmente se trataba de su pasado?
—¿Así que él es Luffy del que tanto me hablaste?
—¡¿Ah?! ¿Le has contado sobre mí?
—Sólo le dije que eres un mocoso muy molesto.
Sí, era real… y vaya que dolía.
—¿Ya han ido al buscar el tesoro, Sabo?
— ¡No, ellos no saben dónde estados por qué…!¡Ese tal Luffy no ha dicho nada!
—¡¿Qué?!
Todas esas imágenes, esos recuerdos… eran totalmente reales, lo sabía.
—¡¿Qué te parece estar sin secretos entre nosotros, Sabo?! ¿Qué es lo que ocultas?
—Soy el hijo de un noble, el hombre al que encontramos hoy es en realidad mi padre.
—¿Y? – contestaron al unísono.
—¡Ustedes me preguntaron!
Era cierto… él era el hijo de un noble.
—¡Ace, Luffy! ¡Algún día zarparemos a ese vasto mar! ¡Nos convertiremos en piratas y yo seré finalmente libre, tendré muchas aventuras y escribiré un libro con todas ellas!
—¡Entonces yo también! Seré un gran pirata, no huiré de nadie y no perderá contra nadie, todo el mundo me temerá y así reconocerá mi existencia. – declaró Ace.
—¡Yo seré…! – gritó a todo pulmón el pequeño Luffy.
—¿Realmente sabes lo que es significa? – preguntó un perturbado Ace.
—¡Luffy, eres muy divertido! ¡Muero por saber lo que te deparará el destino!
Las lágrimas comenzaron a aparecer y sus gritos se remplazaron por lamentos. Ellos habían declarado sus sueños al mundo…
—Dicen que los hombres que brindan juntos se vuelven hermanos. – Ace sirvió en tres vasos un poco de licor. —A partir de ahora somos hermanos.
—¡Sí! – gritaron mientras chocaron sus copas.
—Hermanos. – pronunció Sabo. —Hermanos. – sintió un nudo en la garganta y lágrimas irrefrenables que se derramaban sin tregua. —Ace, Luffy… ellos eran mis preciados hermanos.
—¡Lo he entendido padre! Viviré bajo tus órdenes, ya no escaparé… pero por favor, no hieras a estos dos. Ellos sin mis preciados hermanos.
—¡Sabo, no lo hagas!
—¡Sabo! – gritó Luffy, conmocionado.
—¡¿Es que no cumplirás tu sueño?! ¡Sabo! – gritaba Ace.
Ahora entendía todo. Ahora podía entender por qué se sintió tan triste cuando se enteró de la muerte de Ace, por qué lloró en silenció aun sin saber el motivo. Ya entendía por qué se ponía feliz cuando Dragon le comentaba ciertas cosas de Luffy, por qué no podía evitar sonreír cada vez que leía su cartel de Se Busca.
—Los nobles y el gobierno han planeado este incendió… Usted me escuchará, ¿No es así? La gente de este país está podrida… y si me quedó aquí jamás podré ser libre… ¡Me avergüenzo de haber nacido siento un noble!
Sí, esas habían sido sus palabras…
—¡Maldición, el barco está en llamas! ¡¿Por qué me disparó de repente?!
El sonido de otra explosión los desconectó por completo del mundo, lo último que recordaba era la cara de Dragon y un sueño que casi le habían arrebatado.
—Si deseas ser libre sígueme. Al igual que tú existen muchas personas con ese sueño… ven conmigo y sé libre. Liberaremos al mundo… conviértete en parte de mi armada. – le había dicho Dragon, una vez que se había recuperado de sus lesiones.
—Gracias…
Otro grito se escuchó por toda la isla, todos los soldados que estaban explorando sintieron pánico.
—¡Es el comandante Sabo! – dijeron muchos, corriendo hacia donde se escuchaban los gritos.
—¡Dragon-sama, el comandante Sabo está en problemas!
—¿Sabo? ¿Son sus gritos acaso? – Dragon se levantó de la cama donde reposaba.
Y a pesar de estar causando un alboroto Sabo no paró de gritar. Se sacudió la cabeza de un lugar a otro, recordando una y otra vez su pasado. Recordando aquel tesoro del cual tanto se enorgulleció… recordando aquel lazo de hermandad.
—¡Maldición! – gritó encolerizado una vez que cayó en cuenta de su realidad. —¡MALDICIÓN! ¡Maldición! – se levantó y corrió a la orilla del risco. —¡Aaaaahhh! – gritó presa del dolor. —¡Ace! ¡Luffy! – derramó muchas lágrimas de tristeza. —¡ACE! ¡LUFFY! – pero no podía detenerse, lo único que podía decir era el nombre de sus hermanos. Golpeó la tierra y esta se hundió, desquebrajándose un poco.
Sabo regresó su vista hacia la tumba y de nuevo sintió que su pena se intensificaba. Cayó derrotado al suelo, golpeando con el puño la tierra, descargando toda aquella frustración acumulada durante años que acababa de descubrir.
—¡Ace! ¡Ace! – aulló mientras golpeaba el suelo hasta sangrar. —¡¿Por qué?! ¡¿Por qué dejé que esto pasara?! – chilló, histérico.
—¡Comandante! – los soldados no tardaron en aparecer, totalmente preocupados.
—¡No se acerquen! – vociferó. —¡Quiero estar solo! ¡Largo de aquí!
—¡Pero comandante! – replicaron aquellos, inseguros de lo que pasaba. No había enemigos a la vista, ¿Qué podría ser?
—¡No quiero que se acerquen a mí! – volvió a ordenar. —Por favor… - dijo con una voz más suave, era como si Sabo, el poderoso comandante de la armada revolucionaria estuviera rogando como un niño indefenso.
—Señor… - un soldado intentó acercarse pero fue detenido por otro. Con paso lento e inseguro los soldados abandonaron el área.
—Por qué… - lloró el rubio. —¡¿Por qué no estuve ahí, cuando más lo necesitabas?! ¡Soy un hermano horrible! – sumió la cabeza contra el pasto y se golpeó un par de veces hasta que un hilillo de rojo se deslizó por su sien.
—Perdóname Ace… Cuanto lo siento, Luffy… - no se molestaba en secar sus lágrimas. —Les he fallado… ya no merezco ser su hermano.
Sabo se quedó todo el día y la noche en ese lugar, tendido de rodillas frente a la tumba de Ace, llorando en silencio y pidiendo disculpas de vez en cuando. No pudo dormir… sólo llorar; y cuando sus lágrimas parecía que terminarían, la tristeza volvía a doparlo, hasta hacer que nuevas más saliesen.
Cuando el sol emergió, Sabo estaba algo adormilado, pero pudo escuchar los pasos de una persona. Se sentía tan deshuesado que no quiso mirarlo.
—Sabo. – la voz de Dragon le hizo dar un respingo, pero además de eso no se movió. —Sabo. – volvió a llamarlo el revolucionario.
—Ya lo sé. – dijo de repente.
—¿Qué es lo que sabes?
—Todo. – respondió el muchacho. —Ahora lo sé todo. – Dragon no pudo evitar sentirse algo sorprendido. Miró las tumbas que estaban enfrente de Sabo. Se sintió aún más admirado cuando se dio cuenta de quien se trataba.
—Edward Newgate y Portgas D. Ace. ¿Son estas sus tumbas? – Sabo asintió finamente. —Dime, Sabo… ¿Qué es lo que sabes?
—Dragon-san… - no cambió de posición pese a que su líder estaba atrás del él. —Portgas D. Ace y Monkey D. Luffy… son mis hermanos.
Dragon se sintió profundamente sorprendido. ¡¿Hermanos?! Luffy, "Puño de fuego" Ace y Sabo, su comandante… ¿Hermanos?
¡Claro! Ahora ciertas cosas tenían sentido. Fue por eso que Luffy entró en la guerra tan desquiciadamente. La declaración que había hecho era en serio, Luffy estaba dispuesto a morir por salvar a Portgas D. Ace… su hermano mayor.
—¿Cómo es eso posible?
—Ace, Luffy y yo nos conocimos de niños… nosotros hicimos un pacto, nosotros seriamos hermanos. – la voz de Sabo sonaba con una mezcla de nostalgia y dolor a la vez.
—¿Cuándo niños?
—Sí. Nosotros nos conocimos en la Montaña Corvo, en el East Blue… cerca del Reino Goa. Teníamos un sueño… nosotros seríamos piratas y surcaríamos el mar en busca de aventuras y libertad. – al decir esto más lágrimas salieron de sus ojos. —Pero… Las cosas se complicaron y me separaron de ellos. – se mordió el labio. —Yo tenía mucho miedo de que ellos pudieran morir en ese incendio.
—¿Luffy y Hiken no Ace estuvieron en el incendio de la Terminal Gray? – ahora lo recordaba, ese día se había hecho de muchos soldados y aliados.
—Intenté prevenirlos, pero los guardias del reino me golpearon y me dejaron inconsciente… si más no recuerdo ahí lo conocí, Dragon-san. – el líder de la armada no podía creer lo que oía. —Después de eso zarpé… pero un Tenryuubito me atacó… - volvió a apretar sus puños contra la tierra. —Ace y Luffy debieron pensar que morí. Debí haberlos hecho sufrir mucho… - se lamentó.
—Sabo.
—¡Les falle, Dragon-san! – clamó con dolor. —¡Les falle cuando más me necesitaban! ¡Si yo hubiera… si hubiera estado ahí, en Marineford…! – se ahogó de tan sólo pensarlo.
—No, Sabo… eso no es cierto.- dictó Dragon, mientras se aproximaba más a él. —Tú no lo sabías… perdiste la memoria y no recordabas nada de ellos.
—Aun así… -respiró apresuradamente. —¡Aun así…!
—No sabrías que hubiera pasado. – terminó la frase por él. —Jamás lo hubieras sabido. No es tu culpa.
—Perdí a mi hermano y todo por mi propia debilidad… ya no merezco ser su hermano. Mi mayor tesoro era el lazo que mantenía con Ace y Luffy… y ahora… ya no es nada, sólo una muestra de mi incompetencia.
—¿Eso crees? – la voz de su mentor era severa pero calmada al mismo tiempo. —¿Piensas que fue por tu propia debilidad? ¿No eras acaso sólo un niño?
—Dragon-san… - le miró por encima del hombro.
—No llores por lo que has perdido. Lo perdido ya no se puede recuperar, mejor, enfócate en lo que aún te queda. – esas palabras sonaron de alguna manera muy consoladoras. —Dime, ¿Qué es lo que tiene todavía?
—Yo… - tragó saliva. —No lo sé.
—¿Estás seguro? Mira al frente de ti. – Sabo lo hizo. —Esa es la tumba de tu hermano, Portgas D. Ace, quiero que la mires y me digas que lo has perdido todo. – esta era una prueba severa y un tanto cruel, pero Dragon no flaqueo en ningún momento.
—Yo… - sintió la calidez de sus lágrimas de nuevo. —Yo…
—Dime, ¿Qué es lo que te queda? – insistió el líder.
—Lo que me queda. Lo que me queda…
—¡Sabo, mira esto! ¡Gomu Gomu no Pistol!
Luffy… un pequeño rayo de esperanza surcó su alma.
—¡Sorprendente Luffy, lo hiciste mejor que ayer!
—¡¿En verdad?! ¡Ace, Sabo dice que estoy haciéndome más fuerte!
—Sabo, eres muy blanco en él…
—Vamos, Ace, es nuestro hermano menor.
¿Hermano menor?
—¡Aun tengo a mi hermano menor! – gritó mientras dejaba escapar un aire de ilusión. —¡Luffy está con vida! ¡Aún lo tengo a él!
—¿Tu hermano menor? – Dragon sonrió.
—Sí… aún lo tengo a él. – sonrió un poco. —Pero… no sé si él quiera verme… no puedo mostrar mi cara ante él… yo le fallé.
—Nunca estarás seguro si no lo enfrentas. – sugirió su jefe.
—¿Ver a Luffy? – sintió la pesadez de esas palabras. —¿Después de tanto tiempo? No lo sé… apenas hace unas horas he recordado mi pasado…
—La decisión es tuya. – La sombra de Monkey D. Dragon comenzó a alejarse.
Sabo quedó solo nuevamente, frente a la tumba de Ace. Se levantó perezosamente y se acercó a la lápida. Tocó su nombre con cuidado, temeroso de borrarlo. Lo leyó una y otra vez, memorizándolo y temiendo en que pudiera olvidarlo.
—Ace. – pegó su cabeza contra la piedra, la cual, extrañamente estaba cálida. —Lo lamento mucho, Ace. Lamento no haber podido salvarte… pero sobre todo perdóname, perdóname por olvidar. Espero que tú nunca me hayas olvidado… debiste tener una gran vida, eras un pirata temido y muy famoso. Dime, ¿Encontraste lo que buscabas? ¿Encontrase la respuesta a esa pregunta? Quiero que sepas que yo siempre quise que tú vivieras… - no pudo evitar en sentirse nostálgico. —Gracias por cumplir tu promesa. Gracias por enseñar y proteger a Luffy… no cabe duda que fuiste mejor hermano mayor de lo que pude haber sido yo. ¿Me perdonarías por haberte olvidado? – Y no estaba totalmente seguro si fue su imaginación en un intento por consolarse a sí mismo… o si esto fue real. Pero pudo sentir una cálida mano sobre su nuca, una mano cálida y segura, que le transmitía mucha paz.
Por un instante sintió que su cabeza ya no estaba en una dura piedra, sino en el pecho de alguien, podía sentir la calidez y el palpitar de un corazón.
Sabo cerró los ojos y se dejó hacer por aquella sensación. Ese día Sabo se quedó dormido hasta la tarde, durmió mientras era cobijado por las florecillas que crecían a su alrededor. Cuando se despertó una diminuta sonrisa se asomó en su rostro.
Se levantó y fue al barco, todos guardaron silencio cuando le vieron llegar. Dragon lo observó atentamente.
—Dragon-san… permítame quedarme en esta isla por un tiempo.
—¿Por qué?
—He decidido reunirme aquí con Luffy… ansío ver a mis dos hermanos juntos. Es lo que más deseo. – pareciera un Sabo diferente, totalmente seguro y lleno de paz.
—Ya veo. – el líder asintió. —Entonces nos veremos en Baltigo.
—Antes de que se vaya me gustaría pedirle un favor… - sonrió, anticipando lo que vendría. —Quisiera mandar un mensaje.
—Entonces toma a mi mejor mensajero.
—Gracias.
"Sólo espera Luffy, deseo con todas mis fuerzas el día en que nos volvamos a ver".
Y con este pensamiento Sabo se quedó en la isla, sentado junto a la tumba de Ace, esperando el día en el que pudiera reunirse con sus dos hermanos.
Su mayor tesoro.
Fin.
Espero que les haya gustado, ¡Los reviews son más que bienvenidos! Pero ya enserio, espero que les haya gustado.
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Yume no Kaze.
