Capítulo 1

Era estaba oscuro cuando Scorpius despertó. Aunque la verdad, en la mansión siempre estaba oscuro, porque enormes cortinas oscuras cubrían los ventanales que había por todos lados. Ya estaba acostumbrado a vivir entre penumbras, y nunca se había preguntado por qué sus padres habían tomado la decisión de mantenerse tan alejados del resto del mundo.

Su madre había dejado el desayuno en la cocina junto con una nota donde le explicaba que ella y su padre habían tenido que salir temprano por alguna razón relacionada con el trabajo, o algo así. A Scorpius no le importaba. Le hubiera gustado que sus padres estuviesen con él ahora. Pero no estaban. Así como no habían estado la noche anterior ni la anterior a la anterior. Comió su desayuno solo por hacer algo, porque no tenía hambre. Luego salió de la cocina directo a la biblioteca, donde sus padres almacenaban cientos y cientos de libros que a lo mejor jamás habían leído. Parecer una familia de intelectuales nunca está de más, pensó Scorpius, con ironía.

¿Qué debía leer hoy? Algo nuevo, tal vez. Pero no estaba de humor para leer algo nuevo. Casi nunca estaba de humor para leer algo nuevo, pero en especial aquel día estaba de un humor sombrío, porque hacía varios días que no veía a sus padres y de repente la casa estaba más llena de fantasmas que de personas vivas, y eso no le gustaba mucho; incluso algunos de esos fantasmas le hacían comentarios despectivos sobre como la sangre se estaba perdiendo cada vez más en la familia. Antes, Scorpius les preguntaba qué querían decir, porque no lo entendía, pero lo único que conseguía con ello era respuestas groseras y evasivas y simplemente dejó de intentar saber algo acerca del pasado de su familia. A lo mejor no le convenía saberlo.

Escogió un libro que ya había leído: Historia de la Magia, de Bathilda Bagshot. Le encantaba ese libro. Ahí explicaban todo lo que hubiera querido preguntarles a sus padres sobre el mundo de los magos, si ellos hubiesen tenido el tiempo necesario para responder a sus preguntas.

Leyó durante horas. Leyó hasta que se quedó dormido y el ruido de un golpe en la parte exterior de la ventana lo despertó. Dejando un libro a un lado, descorrió la cortina (la biblioteca se iluminó toda) y abrió la ventana. Al principio no vio nada, y cuando estuvo a punto de cerrarla de nuevo, apareció una pequeña lechuza blanca con un sobre atado a la pata.

El corazón de Scorpius empezó a latir a una velocidad exagerada. ¡Su sueño al fin se haría realidad! Tomó a la lechuza con brusquedad, aunque no era su intensión hacerle daño, era solo que estaba nervioso. Desató el sobre de la patita de la lechuza, le pagó más de lo debido (1 sickle de plata), y la vio alejarse por la ventana abierta. Scorpius no la cerró ni volvió a correr la cortina.

Abrió el sobre. Como había esperado, encontró allí dentro su carta de aceptación de Hogwarts, el colegio de magia y hechicería. Allí estudiaban todos los magos y brujas de Gran Bretaña.

Todos a quienes les llegara la carta, debían tener 11 años. Scorpius los había cumplido hacia 9 meses, el 31 de octubre.

Leyó su carta con fascinación y esperó que sus padres llegaran pronto para contarles la noticia.

Uno de los fantasmas de la mansión, una joven y bella dama que ni él ni sus padres sabían quién había sido en vida, pero que caía bien a todos, se le acercó por detrás y con su voz helada le dijo:

—¡Felicidades, querido Scorpius!

Scorpius sintió como si hubiese pasado por debajo de una cascada, pues ella lo acababa de atravesar para quedar frente a él. Debería dejar de hacer eso, pensó Scorpius.

—Muchas gracias, Agatha —respondió, inclinando la cabeza como siempre que se dirigía a ella.

—Cómo me hubiese gustado tener un pequeño hijo como tú —suspiró Agatha, y le sonrió dulcemente.

Scorpius desvió la mirada y se sonrojó un poco. No veía a Agatha como a una madre, más bien como una de esas chicas que son amadas hasta por el más estúpido de los seres vivientes. Ella era hermosa, incluso de muerta. Sabía que era ridículo pensar en ella de forma romántica, primero, porque él era un niño, y ella era mucho mayor que él, y segundo, porque había muerto hacía más de un siglo.

Al menos tú estás aquí murmuró Scorpius.

La sonrisa de Agatha se hizo más amplia.

—Yo siempre estaré aquí, querido. Siempre.

Y le contó su propia experiencia como estudiante de Hogwarts. Ella había pertenecido a la casa de Ravenclaw (Scorpius hizo una mueca de sorpresa al oír aquello, toda su familia había sido Slytherin) y sus dos hermanas habían sido Gryffindor. Realmente era muy buena en Encantamientos y en transformaciones, y cuando salió de Hogwarts trabajó algunos años como Sanadora en San Mungo, pero un día, tratando de deshacer una maldición a uno de sus pacientes, este la mordió y la maldición la infectó también a ella. Murió una semana después en medio de terribles dolores…

Agatha nunca le había contado a Scorpius cómo fue su muerte, hasta ese momento. El abrió la boca para decir algo pero ella lo interrumpió con un "no tiene importancia" y siguió contándole anécdotas de su adolescencia, incluso quien había sido su primer amor, un muchacho muy apuesto con el que contraería matrimonio si hubiese sobrevivido.

Scorpius no quería saber a quién había amado Agatha hace décadas. Decidió cambiar de tema.

—Si falleciste en San Mungo, ¿qué estás haciendo aquí?

Pensaba que los fantasmas se quedaban en el lugar donde habían muerto.

—Yo vivía al otro lado de la calle, en una casa mucho más pequeña y modesta, y todas las mañanas cuando despertaba, miraba esta hermosa mansión a lo lejos y soñaba en que algún día viviría en una casa así. Y aquí estoy.

—Pero no es la gran cosa —dijo Scorpius.

La casa estaba bien, sin embargo no le hubiese importado vivir en un lugar menos lujoso si al menos no se sintiera tan vacío como aquel.

Agatha miró el rostro triste de Scorpius y quiso abrazarlo, pero lo único que consiguió fue atravesarlo y dejarlo temblando por la sensación helada. Se deslizó entre las paredes y Scorpius quedó solo de nuevo. Ya no tenía a nadie con quien compartir la buena noticia.

Salió a dar un paseo. Extrañamente, había llovido la noche anterior, y pudo ver su reflejo en los charcos mientras caminaba. Era un chico palido y de facciones afiladas, cabello rubio y muy liso y ojos grises. Era muy parecido a su padre, o al menos eso decía todos los adultos, incluyendo a su madre.

Llegó al parque donde jugaban varios niños pequeños, vigilados por sus madres, que se encontraban sentadas en bancos en la acera, unos metros más allá. Uno de los niños corría sin ver adónde iba y de repente chocó contra las piernas de Scorpius. Este lo miró, y pareció que el niño estaba a punto de llorar. A veces, Scorpius creía que asustaba a algunas personas, pero ni siquiera lo intentaba. Pero esta vez no estaba de humor para asustar a nadie, así como no había estado de humor para leer algo nuevo horas antes. Le revolvió el pelo al niño y le sonrió. El niño se quedó bastante sorprendido y no le correspondió la sonrisa, pero salió corriendo hasta llegar a su madre.

Scorpius no esperó a que la madre del niño lo mirara como si estuviera a punto de lanzarle una maldición, aunque eso no fuera a pasar de verdad, porque todos esos niños y sus madres eran muggles.

Siguió caminando. Caminó durante un buen rato. Cuando llegó de nuevo a la mansión, su madre lo abrazó fuertemente y le dijo que ya había visto la carta.

—Mañana mismo iremos a comprar todo lo que necesitas, Scor —le dijo su padre, y revolvió el cabello de su hijo justo como él lo había hecho con el niño tiempo antes, con un gesto torpe que pretendía ser tierno.

—Llegaron antes —observó Scorpius, tratando de disimular su rencor—¿se acordaron de que tienen un hijo?

—Scorpius… —empezó su madre, con expresión triste.

A Scorpius no le importó. Pero su padre fue quien habló.

—Scor, no nos hemos olvidado de ti. Eres nuestro único hijo. No es que nos guste pasar tanto tiempo en el trabajo, es que tenemos que hacerlo. Y bueno… no sé si esto ayude, pero…

Salió de la cocina, donde estaban reunidos y volvió a entrar segundos después, con lo que parecía un palo largo en la mano. Pero no era un palo. Era una escoba nueva. Scorpius abrió mucho los ojos y sonrió. Su padre empezó a hablar de nuevo pero el ya no escuchaba, tenía toda su atención puesta en su nueva escoba. Por fin tenía una escoba propia; su padre no había querido comprarle una, porque decía que aún no era lo suficientemente mayor.

—¡Gracias, papá! —le dijo Scorpius y abrazó a su padre. Luego abrazó a su madre—. Ya sé que siempre están muy ocupados, lo siento ¿puedo ir al jardín a practicar?

Sus padres se miraron. Su padre sonrió, satisfecho consigo mismo, pero su madre se cruzó de brazos.

—Draco, no creo que sea buena idea… sabes que no me gustan las escobas.

—¿Qué tiene de malo? —Preguntó inocentemente su padre—yo, era un gran jugador de quidditch cuando tenía su edad y nunca me pasó nada… bueno, no me pasó nada muy grave.

Ese comentario bastó para que Scorpius corriera hacia el jardín y se elevara en su escoba nueva. Aún tenía que aprender a dominarla, pero él era realmente bueno, no le costaría mucho.

De acuerdo: se había dejado chantajear muy facilmente. ¡Pero era una escoba nueva! Era una lástima que a los estudiantes de primer año en Hogwarts no les dejaran jugar al quidditch… bueno, por lo menos tenia aun un mes de vacaciones para disfrutar de volar en su propia escoba.

Estaba muy feliz ahora. Agatha reapareció con una sonrisa tímida, y él le pidió que lo acompañara en su vuelo. Ella flotó a su lado durante horas, y hablaron y rieron.

Fue uno de los mejores momentos de su vida.