Drogas

By: Jul Angie

Introducción

El viento llevó esa tarde las hojas del otoño a la entrada de la iglesia de la ciudad. Dentro, el aire era aplacado por las gruesas paredes que envolvían a la gente reunida para celebrar una hermosa boda, una hermosa boda sin sentido.

La hora de decidir había llegado, después de tantos meses, tantos días y tantas horas en que habían intentado inútilmente atrasar el momento donde la inconfundible levedad de un compromiso hecho a medias se volvía el indiscutible peso de lo que era una vida unida a un ser, el indiscutible peso del matrimonio.

La cobardía se entregaba llena a todos los seres que se encontraban presencia la fatídica unión¿quién era capaz de levantarse de un cómodo sitio y decir basta¿quién?.

Allí, frente a los novios se pronunciaban las palabras finales, la frase que podría derrumbarlo todo lo que falsamente se había construido.

"¿Acepta a esta mujer en sagrado matrimonio?"

Las manos de ambos estaban sudorosas, detrás del velo blanco los ojos grises de la novia pedían desesperadamente lo que ella no pudo hacer minutos atrás, había podido más en su corazón el temor a la deshonra del apellido que tan orgullosamente llevaba que el sufrimiento de toda una existencia.

Sólo un "no" podía arreglar todo aquello, podía arruinarlo todo.

La boca del novio se abrió levemente, con miedo y sin prisa, y finalmente pronunció...

Capítulo 1

5 de Mayo de 1988

Un "buenos días niños" fue dicho en el salón número 525 del Internado Francés para hombres a las siete en punto de la mañana.

La voz aguda de la maestra, Madame Renoir, había estremecido a sus pequeños alumnos. Sus lentes grandes, su nariz aguileña, ese lunar velludo que sobresalía en su gélido rostro muy cerca de la boca, las uñas largas y aquella vieja y malévola sonrisa daban escalofríos y paralizaban hasta al más valiente.

A los ojos de Horokeu, uno de los alumnos en aquel grado, Madame Renoir era más temible que el propio diablo. Era una bruja, fea y malvada, salida de los más monstruosos cuentos de terror, que atemorizaba a todos los niños de la Tierra.

Horokeu trataba siempre de atender, y de no pasar al frente de toda la clase para un demostración, pues estaba segurísimo de que los que no lo hacían bien eran convertidos en sapos, que le servían para sus experimentos, y los malos alumnos que eran citados después de clases en su escritorio eran utilizados en sus perversas pociones, sacándoles la sangre, cortando sus uñas o cosas similares. De solo pensarlo se helaba toda su sangre.

Horokeu Usui siempre fue un muchacho muy distraído. Sus padres lo había dejado hace aproximadamente dos años atrás en el internado para su buena educación, para que se aleje de malas influencias que habían florecido en los años 70' y aún no marchitaban, y sus padres y muchas personas más todavía tenían la esperanza de que lo hicieran a pesar de los tantos años transcurridos desde aquello.

Era muy querido por todos, siempre había demostrado altruismo y simpatía hacia todos los que conformaban la prestigiosa institución, desde el plomero que visitaba dos veces al mes el edificio, hasta el dueño del mismo.

También había detestado siempre el uniforme, a sus doce años llevaba un pantalón plomizo, camisa blanca, corbata y saco azul; se sentía demasiado elegante a su edad.

Sus mejores amigos eran dos gemelos muy diferentes. Dos muchachos muy divertidos: Yoh y Hao Asakura. Ambos tenían su edad y al igual que él cursaban 7° grado de primaria.

Horokeu siempre había querido ser un superhéroe, ya saben, de aquellos que salvan el mundo y bellas damiselas. Él imaginaba su vida futura al lado de una bella novia, salvando a las personas pobres, destruyendo a los malvados. Era tan sólo un chaval, y aún no había conocido el mundo como verdaderamente era, estaba conciente de muchas de las malas cosas en él; más creció en un hogar amoroso donde nunca faltó nada, ni amor ni dinero. Una hermosa familia conformado por mamá, papá, hijo e hija. Amaba mucho a su familia.

Yoh y Hao no tuvieron la misma opción, crecieron peleando, junto con sus abuelos y su padre, que siempre los había presionado por llevar el apellido Asakura en alto, aunque sólo eran unos niños. Su madre murió en el parto, y sus abuelos al igual que su padre eran muy exigentes. Pero a pesar de eso tampoco les faltó nunca amor ni dinero.

Horo-horo, como le llamaban sus conocidos, también tenía amigos fuera del internado. Había un muchacho que siempre veía en el parque a unas cuadras del lugar, cuando los llevaban a pasear, tenía la cabellera verde, su nombre era Liserg Dienthel. Su padre era un inglés que había venido a la ciudad con su esposa e hijo para trabajar. El pequeño Liserg estaba muy solo, al ser hijo único sufrió mucho cuando sus padres lo dejaban de pequeño para poder trabajar y jamás pudo hacer buenos amigos, porque iba de ciudad en ciudad a causa del trabajo de su padre. Pero conoció a Horokeu, Hao e Yoh, quienes lo recibieron desde el principio. Cada domingo, cuando salían a pasear iban a jugar al parque con él.

También se hizo amigo del hijo del plomero, su nombre era Manta, era un poco más amigo de Yoh que de los demás, pero fue Horo-horo el que se acercó primero al muchacho, lo veían de vez en cuando. Pero el día siempre era divertido al lado del pequeño rubio.

Otro de sus amigos era un chico llamado Chocolove, era muy gracioso. Él paseaba por los jardines del internado sin que nadie lo supiese, hasta que un día lo encontraron y le prometieron no decirlo jamás a nadie. Nunca supieron nada más de él que su nombre, pero eso no importaba cuando había amistad ¿cierto?.

La vida de todos se fue desarrollando con cierta felicidad. Pero no contaban con que el tiempo, cruel como siempre, los cambiaría, crecerían.

"Joven Usui" Madame Renoir le llamaba desde su escritorio. La voz aguda de la mujer parecía más irritada de lo normal.

El chico se distrajo en sus fantasías sobre la bruja Renoir, como él la llamaba. Poco después de que Horo había inventado el apodo, como era de suponerse, todos en el internado empezaron a llamarla así, incluso algunos profesores. Y desde que Madame Renoir supo quien había sido el responsable de semejante irrespetuosidad, buscaba cualquier excusa para llamarle la atención.

La infantil mujer pensó "Hoy es el día" y dijo casi riendo de felicidad.

"Horokeu Usui, quiero verlo en el salón después de clases, para hablar en privado acerca de su conducta"

El mundo se había quebrado frente al niño de ojos azabaches, como un cristal que cae al suelo. Sólo su imaginación podía saber que sucedería allí; podía bien convertirlo en un sapo grotesco como también podía asesinarlo y utilizar sus órganos agonizantes para una poción, y nadie nunca jamás sabría del pequeño Horo.

El timbre anunció el primer receso, luego vino la clase de literatura, luego el último receso y la clase de matemática. Y a pesar de las horas transcurridas no podía dejar de pensar en el salón 525, y en el laboratorio maligno que de seguro tenía guardado allí Madame. El horror se apoderó de sus pupilas cuando sonó la última campanada, era hora de ver a la bruja. Hao e Yoh habían tratado inútilmente de darle todo el ánimo posible, pero los oídos del chico estaban cerrados.

Con paso lento se acercó al salón 525 del Internado Francés, sus pasos hacían eco en su cabeza, y con miedo estiró la mano y tocó. Esperando un corto tiempo decidió que no había nadie y se dispuso a irse el pequeño cobarde.

Detrás de la puerta la voz de Madame le llamó, indicando que pasara. Con terror abrió la puerta, esperando ver sus pociones, un caldero hirviendo y su rostro naturalmente azul, como las brujas de su imaginación. Pero ¡qué decepción! Cuando vio a la mujer sentada frente al escritorio y sólo hablo y hablo, poniendo en su archivo permanente una muy mala nota, y ¿qué más? Se preguntaba Horokeu, entonces estaba seguro que los adultos tenían muy mala creatividad para vengarse. Después de madia hora y unos minutos más, salió sonriente. Desde entonces se juró a si mismo jamás volver a temer a nadie, pues nadie podía hacerle tanto mal como él esperaba. Al menos eso creyó entonces.

El tiempo había pasado, era un cinco de mayo de 1988, lo recordaba bien. Ya tenían alrededor de dieciséis años, era un día lluvioso cuando una limosina negra se estacionó frente a la entrada del internado.

Horo pasaba por allí cuando vio a dos personas salir de allí, uno era un hombre de apariencia temible, el otro era un muchacho, cubierto por un impermeable y un paraguas negro. La directora salió a recibirles, haciéndolos pasar.

Era al parecer un nuevo alumno del Internado para hombres Francés. Los pasos sonaron ese día más fuerte de lo común, era un domingo y casi todos los alumnos habían salido a pasear. Horo, enfermo, se quedó.

Subían hasta la oficina de la directora. El chico se quedó en recepción por órdenes de su padre. Quitándose el impermeable y guardando el paraguas.

La curiosidad lo invadió casi por completo y bajo silenciosamente y se sentó en uno de los escalones para poder verlo.

Era un joven delgado y de piel muy blanca, de pelo negro que caía mojando su ropa y de unos ojos miel que pronto notaron que alguien lo observaba. Pero esos ojos indiferentes al notar su presencia volvieron a revisar el lugar, ignorando a Horo.

Pasaron horas, minutos o segundos en que estuvo viéndolo ver el vestíbulo. El silencio que se formó era molesto, y por primera vez no sabía que decir, no tenían ganas de hablar.

"Len" Le llamaron de la dirección, él de ojos miel vio a Horokeu un momento, como despidiéndose y fue donde su padre le llamaba.

Horo-horo lo siguió hasta que la puerta se cerró cuando entró y se acercó para escuchar que era lo que decían, pero de seguro se hubiese escuchado en todo el colegio un par de gritos que se pronunciaron después.

-Joven Tao, tome asiento por favor- El ruido de la silla recorriéndose hizo que supiera que lo había hecho, se oían los dedos de la vieja directora golpear en el escritorio de roble, estaba impaciente, enojada, fatigada.

-Su padre me acaba de informar de su condición, y del motivo de su repentina llegada-

La voz estaba plasmada de repugnancia.

-Realmente lo admiro, Señor Tao, por tener todavía la esperanza en este mal hijo- Una de las cosas que Horo había aprendido es que nunca era bueno juzgar tan rápidamente a una persona, y menos dejarse llevar por comentarios ajenos. Al parecer la directora no había aprendido eso a pesar de sus años.

-Usted¿qué sabe acerca de mí para decir que soy un mal hijo?- La voz alterada y furiosa del joven, hizo hervir a la directora y a su padre.

-Eres un insolente por hablar así a la directora, Len. Te he prohibido que hablaras- El Señor Tao estaba furioso también, aquello era ya un griterío.

-Tu no puedes prohibirme nada¿entiendes?-

-Pero ¡qué descaro!- La directora tampoco había aprendido a que no debía inmiscuirse en asuntos familiares. Pero con ese pequeño y nada acertado comentario habían cesado los gritos.

-Estimada señora, desde ahora este malagradecido está bajo su cargo. No la culparé si es que le impone algún castigo o lo que usted desee, si va a aprender a ser una persona respetable con malos tratos, que así sea- Luego dijo fríamente- Adiós Len-

Len antes de que la puerta se abra le dijo: -Me dejarás, aún siendo tu hijo-
-Entiéndeme de una vez Len, tu ya no eres mi hijo. Y sólo te dejo en esta institución por petición de tu madre y tu hermana. Por mí te hubiese llevado a un orfanato-

Esas serían las últimas palabras del padre de Len, las últimas que Len escucharía en años de su familia.

Horo se había apartado de la puerta el momento justo, escondiéndose detrás de un gran planta que adornaba la entrada a la dirección.

Ya habían llegado sus compañeros, pero no quiso buscar ni a Hao ni a Yoh, sólo quería seguir escuchando, saber porqué el muchacho había ganado la indiferencia de su padre y la repugnancia de la directora¿qué crimen podía haber cometido?.

El ruido no lo dejó escuchar más, sólo lo vio salir con la cabeza baja, con una maleta que no había visto en su mano derecha y su nuevo uniforme en la izquierda.

Lo vio subir las escaleras sin decir palabra. Lo siguió sin prestar atención a nadie, y entró al fin al cuarto número 86, situado en el cuarto piso del edificio principal.

Estornudó un par de veces y volvió a su cama, pensando en el nuevo, su nombre Len Tao. Pero algo en él le llamaba la atención: su desgracia, su indiferencia, sus ojos, su voz...no lo sabía bien, pero lo averiguaría pronto. ¿Quién era Len Tao en realidad?.

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Hola queridos lectores, este fic tiene pensado más capítulos, pero depende de ustedes si quieren que actualice, mande su comentario o simplemente digan: Actualiza. Es suficiente para mi, saber que por lo menos cinco personas leen esto hará que el fic continúe.

Espero que les guste:

Jul