Aquí vamos. La primera vez en todos mis años de escritora que escribo algo tan serio y honesto –Si por honesto te refieres a fantasioso ¬.¬ –. Y sí, un día desperté y me dije a mí misma: ¿Por qué no explorar otros campos? De esa manera es como ha nacido mi primer Johnlock en donde mis personajes son nada más y nada menos que nuestro amado RDJ y el querido JL (Robert Downey Jr. Y Jude Law) –Que serán sometidos a una realidad ficticia por mí –solo para que se den una idea más o menos de la dinámica que vamos a llevar con ellos.
Otra cosita, yo publico de una forma un poco desesperada y en momentos me dan lagunas mentales en donde no me saca ni el mismo Sherlock Holmes así que, piedad.
Algo más que debo agregar: yo modifiqué toda la historia, londinense, mundial y universal –no en gran medida –para que esto saliera bien así que no me vengan con reclamos de realismo exagerado cómo: hey! Idiota! Que la lluvia no es rosita!
Quise hacer este fic más que nada porque, me di cuenta, triste y dolorosamente, que no hay muchos fics largos de esta pareja –No en español –y me dije ¡Es salvable, joder! Y aquí me encuentro, aportando mi granito de arena porque no mucha gente lee en inglés –lo digo por mí, que soy un fregado asco para eso –y me dije ¡Por mi analfabetismo y mi casi completa ignorancia hacia otro idioma! Así que aquí estamos, intentando resucitar el Jonhlock de 2009 :3
Con mi testamentalmente larga nota antes de lectura les recuerdo que esto es un Omega!verse por lo que podrían existir cosillas por allí que no sean muy…normales – Vamos! Todos amamos a los Omegas! ¿Solo yo? Ok…-
Sin más por el momento, comencemos con el fic narrado por Sherlock, nuestro detective consultor favorito.
Un vacío en el pecho
Sentía un hueco profundo en el lado izquierdo del pecho, una sensación de desazón, tal vez. La minuciosa observación, completa –y al mismo tiempo vana –que le daba a los objetos –tales como delgadas astillas de madera que resaltaban ligeramente sobre algún mueble o algún ocasional insecto –delataba cuan perdida estaba mi concentración, tan lejana y ausente del pasado, del ahora, incluso del después…con mayor fuerza del después.
Momentos y resquicios de los recuerdos de lo que alguna vez fueron experiencias se colaban por mi mente como si intentasen distraer mis sentidos y aunque el pensar y analizar cada fragmento me resultaba una función tan básica como lo era el respirar me resultó siempre –desde que el sentir comenzó –imposible poder llegar a algo en concreto, el solo hecho de prestar atención sin permitirme divagar era inconcebible.
No encontraba esa viveza en mi interior y el vacío se expandía…es incomprensible, por más que lo pienso no he podido encontrar una solución a esta ecuación tan compleja. Observar ya no fue suficiente y supe entonces que en algún momento debí haberlo esperado, haber sabido que algo así sucedería si continuaba caminando el mismo camino que yo mismo forjé pero ahora no existe un hubiera ni siquiera un tal vez; un desperdicio de tiempo, eso sería, entrar en un círculo vicioso de que todas las mentes han sido presa alguna vez, el juego imparable de pensar en las posibilidades infinitas y lejanas de lo que pudo haber sido y no fue…
Pero, ¿Acaso no era un desperdicio de tiempo ya? Pensando en lo que estaba sucediendo, tan rígido sobre el incómodo sofá, imposibilitado de poder controlar uno solo de mis músculos corporales y siendo verdaderamente honestos, sin tener deseos de intentar hacerlo. Más hundido estaba en intentar descifrar este complejo código que eran las inexploradas sensaciones que era imposible realizar ademán alguno por mover nada más que mis labios, que expulsaban el cálido vaho oscuro del tabaco.
Uno, dos, tres… Uno, dos, tres… Mi corazón palpitaba de una manera extrañamente irregular para el reposo constante que había estado manteniendo hasta el momento. Mi análisis de la situación confirmó mis sospechas más recientes, y eso era que tal vez dentro de mi pecho no había absolutamente nada; metafóricamente hablando, ya que de manera literal mi corazón saltaba oculto detrás de mis costillas, acompañado de los distintos órganos internos…
Uno, dos, tres toques en repetidas ocasiones, sumado a las anteriores sucesiones, era el número de veces que –pudiera jurar –había escuchado constantemente detrás de mi cabeza un repiqueteo, quizá en toque de un par de dedos golpeando contra los alborotados cabellos que cubrían mi nuca. No lo supe con certeza, no prestaba atención hasta que una voz llegó a mis oídos.
-Debería moverse de allí, lleva horas mirando la pared –La señora Hudson sonaba mucho menos desdeñosa de lo que yo pudiera recordar y lejos de ser reconfortante me agobiaba-
Ni siquiera pude escuchar sus pasos o saber –como antaño –de antemano de quien se trataba o siquiera pude percatarme de una presencia extra, además de la del perro que me acompañaba recostado a mi lado, durmiendo apaciblemente, ajeno a todo el lío que la taquicardia repentina llevaba a mi cabeza.
-Proporciona ciertamente una buena estimulación a mi persona, nanny –Mascullé por educación, realmente quería estar solo un poco más, reflexionar, por lo menos intentar hacerlo-
-Él llegará pronto –Aquella mujer parecía haber entrado en mi cabeza y leído mis cavilaciones como si pudiera hurgar mis pensamientos-
Quizá estaba siendo yo demasiado transparente que incluso la distraída casera podía leerme, eso, ¿Por qué no decirlo? Golpeó mi orgullo. He de admitir que me esperaba algo mejor de mi parte, tengo expectativas muy elevadas de mi persona y para mí fue difícil aceptar que efectivamente la situación llegaba a sobrepasarme.
Probablemente habré pasado tanto tiempo en silencio que la señora Hudson terminó por retirarse pues al volver la mirada me encontraba solo de nuevo…bueno, Gladstone estaba conmigo, pobre perro…le he envenenado tantas veces…
¡Se acabó! Esto terminará por matarme, me dije entonces. De un solo salto me puse de pie, decidiendo que no iba a morir de aburrimiento sobre el sofá, y que no iba a transformarme en una persona completamente distinta a lo que soy, aunque la naturaleza instintiva dicte perfectamente, y de manera condescendiente, lo contrario.
Avancé por el piso de madera hasta encaminarme a la salida, tomé el pomo entre mis manos, decidido a que por esa noche, sí, era de noche, iría a buscar un nuevo pasatiempo, quizá un buen vaso de algún fuerte alcohol que me dejase dormir sin agobios toda una noche, o una calada al mejor tabaco que pudiera colarle a mi pipa.
El mundo de pensamientos que en ese entonces levanté cayeron de golpe como si de simples naipes se tratase, siendo azotados por las ráfagas violentas de un furioso viento: frente a mí, y adelantándose a mis movimientos, entraba nada menos que mi queridísimo compañero de piso y aventuras; con notables centímetros más de altura, porte recto, mirada infranqueable y al mismo tiempo amable, las prendas de vestir con ligeras arrugas por la zona de los antebrazos, la usualmente pulcra camisa un tanto desacomodada en la zona del cuello y las bocamangas de la oscura gabardina impregnadas con un toque blancuzco que las empapaba muy escasa y ligeramente. Sus zapatos de vestir revelaban vestigios de polvo de barro seco, y encima de su piel y vestimenta se develaba un aroma sutil y dulzón perteneciente a un perfume femenino.
No conforme con ello, el ya dulce aroma se volvía empalagoso debido a la sutil –pero no por ello menos escandalosa –esencia de una casta destacada entre las otras dos categorías que se conocían.
No lo supe en ese entonces, quizá mi mirada se enfrió, quizá solo era el modo usual en que yo le veía, a él y a todos, levanté mis ojos castaños hasta los celestes, perlados de muy suaves toques zafiro, y no pude evitar retroceder un paso. Había estado con ella, Mary Morstan.
¿Cómo ignorarlo?
No lo decía yo realmente, lo decía una muy molesta y fastidiosa vocecilla detrás de mi cabeza, que me pedía dos píldoras…
-Qué hora más inadecuada de volver a casa, mi querido Watson –Elevé ligeramente el mentón, sin retirar los ojos de encima de las orbes azulosas-
Mis labios se habían movido por cuenta propia, y sobre ellos una mueca de hastío se reflejó muy escasamente al percibir el aroma barato de perfume de dama encima de él. Los latidos de mi congelado corazón bombearon a un son ya en demasía conocido. Un, dos, tres, un, dos, tres…
Simplemente giró los ojos en notable fastidio y entonces de nuevo el palpitar dentro de mi pecho sustituía cualquier especie de vórtice imaginario que pudiese crear mi aburrida mente: Un, dos, tres…
Demasiado lento y anormal.
Lo supe, estaba aburrido, una brillante mente en desuso es un arma contra uno mismo si no se sabe utilizar y la mía era la más peligrosa de todas, si me fuese permitido alardear.
Cruzó a un lado mío, obligándome a apartarme de la entrada de la casa ¿Cómo no decirlo antes si yo iba de salida? Una delicada curva en una de las comisuras de mis labios se formó sin que lo notase, me acerqué a donde él caminaba, dispuesto a sentarse en la sala a descansar –Cómo hacíamos cada noche –cada uno sobre un sofá, frente a la chimenea.
-Ni se te ocurra, Holmes –Refunfuñó colocando la cabeza contra el respaldo, cerrando apaciblemente los ojos-
¿No a qué? Me pregunté entrecerrando los ojos en un movimiento lento, donde a pasos apacibles avancé hasta tomar lugar en el sillón individual, con la mirada fija sobre su relajada y alta figura.
Yo de ninguna manera iba a reprocharle cosa alguna…no a menos que lograse –si es prudente destacar que siempre lo hacía –acallar la voz de la cordura en mis profundos razonamientos.
-Perdimos las entradas para la obra –Comenté con una sensación extraña arremolinándose dentro de lo que en su momento fue un hueco en mi pecho-
Le vi volviendo el rostro a donde me encontraba, aparentando desinterés, pude notar sus grandes orbes azules ampliándose mientras yo recostaba mi brazo sobre el apoyabrazos del sillón individual en que me encontraba, colocando de forma estratégica mis dedos sobre mis delgados labios.
-¿Eso era hoy? –Su voz dudosa llegó a mis oídos, acompañada de la mueca de desconcierto en su semblante-
Él lo ignoraba, por supuesto; demasiado enfrascado en encantar a la bella dama de rizos dorados como para encontrar significativo algo tan cotidiano entre nosotros.
Entrecerré los ojos, con la mirada al frente, una irónica mueca cruzó mis labios, abofeteándome a mí mismo con un golpe de ridícula venganza: ¿Era así como se sentían sus palabras saliendo de mi boca? Debía ser cierto entonces el incipiente resquicio de cólera que brotaba en el abdomen a penas escuchar tal barbaridad.
Que desatento, me dije, pero ¿Qué más daba? No eran más que simples sensaciones. Volví los ojos a su persona y carraspee, asintiendo ligeramente, yo no estaba en ese entonces para hacerle reproches o reclamar algo.
Que ridículo el reciente asomo de empatía.
-Oh, por supuesto que fue entretenido –Asentí milimétricamente con una sonrisa apretada en los labios, que tensaba ambos en una línea delgada y forzada –no tanto como debió haber sido visitar a esa mujer…
Inevitablemente la voz sonó a un reclamo mal oculto, recuerdo haberle visto virar los ojos y cómo su semblante cambiaba a uno ya conocido, uno de cansancio y reproche.
-Mary –Corrigió en un intento de no exasperarse conmigo a su lado-
-…Ella…fue una noche entretenida ¿No, mi querido Watson? –Enarqué una ceja-
Seguidamente y de un salto, me puse de pie, sintiendo el repiqueteo volver a mi pecho de forma normal. El son de mi corazón se normalizaba y esta vez, por algún motivo fuera de mi razonamiento, no sentía que palpitaba en un eco hueco.
Fuera de mi razonamiento…
No importaba normalmente el motivo de esa sensación, otras tantas veces había sucedido, quizá, sin que me percatase de ello, más, había algo nuevo en esa sensación, quizá su catalizador portaba nombre y apellido… Mary Morstan.
¿Qué la hacía ajena a mis antiguas cavilaciones? ¿Qué podía volverla especial a ella, una simple profesora de preescolar? La grosera intromisión en nuestra tranquila vida, había respondido de golpe mí siempre activo subconsciente.
Oh, si todo marchaba tan bien hasta su aparición, casi me dieron ganas de reír ante la ironía. Nunca se tiene nada seguro ¿Verdad? En un mundo tan cambiante, jamás.
Ella, sencillamente sobrepasaba límites y barreras, no comprendía la diferencia que podía causar esa insistente y común Omega, tan…normal, común, cotidiana al punto de ser abrumadoramente aburrida, un típico estereotipo perfecto de lo que se esperaba de alguien de su casta: servicial, amable, atenta, cortés, cariñosa y dulce con el buen doctor Watson, sencillamente nauseabundo…
Sin más palabras en mi boca, caminé en dirección a la que sería mi habitación, sintiendo cómo el hueco en mi pecho reaparecía lentamente; tal vez mi estado físico no era tan bueno, entonces…
Su mirada azul continuaba clavándose en mi nuca, podía sentir dagas atravesándome, aunque esto fuese meramente metafórico, y si no respondió en ese entonces, seguramente debió haberse debido a que no quería despotricar en contra mía otra vez.
Con respecto a mi persona ¿A quién deseaba engañar estando únicamente hablando conmigo mismo? El estado físico que poseía jamás fue un problema ni era en el momento, una condición óptima estaba incluida en el paquete completo de la selección cuidadosa de hormonas que impregnaban mi ser entero.
Apenas llegar a la habitación cerré la puerta a mis espaldas, llevando la mirada al techo, los labios apretados con fuerza: últimamente se había vuelto un tanto complicado mantener a raya la naturaleza forzosa que se me designó.
Con los labios convertidos en una fina línea, caminé a la cómoda, de donde tomé dos píldoras translúcidas que atrapé en la palma de mi mano, sacándolas de una cajetilla negra, una de ellas quedó rápidamente atrapada entre mi pulgar e índice, las analicé antes de colocarlas dentro de mi boca en un movimiento pausado, decidido, y tragarlas tal cual eran.
En los últimos días, un aumento improvisado de aquellas translúcidas cápsulas era el alivio inmediato a los síntomas más comunes, detestables a su vez.
Supresores: fue el nombre que decidí para esas píldoras mágicas, conseguidas cómo un recurso necesario para deshacerme de la molesta sensación que producía una casta tan débil a la que, siendo francos, una mente como de la que yo era poseedor pertenecía, mi cuerpo, por otro lado, estaba confundido con ello, era ese el motivo por el cual debía hacerle reaccionar tomando dos de esas píldoras diariamente, con el fin de que el cuerpo no estorbase a mi mente.
Hace unos años, durante la primera etapa de un iniciado reconocimiento fisiológico me percaté de que no, no deseaba pertenecer a donde pertenecía, impulsado por la idea clara de que los Omegas eran seres simples que se dejaban guiar por las más vanas y simples emociones y sentimentalismos, dediqué meses arduos a la investigación de lo que se sabía y a tratar de dar respuesta a lo que podía saberse acerca de las reacciones químicas de las feromonas, fue pues, de este modo que tras varios intentos logré sintetizar un estabilizador que adormeciera ese murmullo sugerente del que todos los seres pertenecientes a esta casta presumen poseer, ese siseo lloroso que pide entregarse a las emociones banales que nublan el juicio de cualquiera.
Sin embargo, la población de Alfas no era mejor, parecían simples perros persiguiendo sus colas al momento de percibir un aroma cálido que les atrajese, tan sumidos en sus instintos primarios que se volvían torpes ante la sugerencia de un aroma seductivo a sus olfatos altamente desarrollados.
Con la cabeza tan caliente que lo primero se volvía eran el deslinde de emociones y seguidamente el pensamiento, cuando, evidentemente, debía ser todo lo contrario. Pensamientos perfectamente sincronizados basados en hechos y un amplio razonamiento.
En todo caso, los que corrían con mayor suerte, por decirlo de algún modo mucho menos que amable, eran los denominados Betas, seres intermedios con la increíble ignorancia a todos los síntomas que alteraban las castas anteriores, sin goce, desgraciadamente, de la increíble resistencia física de un cuerpo alfa preparado para luchar y sobrevivir, o la impresionante condición física que abarcaba un amplio y eficaz sistema inmunológico que garantizaba una vida enteramente sana a los omegas, misma cualidad de la cual yo hacía gala.
Con nada en mente más que el agobio de sensaciones a falta de un aceptable caso, enterré el rostro en la alfombra polvorienta, decidido a aspirar las cenizas caídas del buen tabaco, el polvo acumulado de tres semanas y el barro hecho fina arena, que seguir soportando el desdichado y profundo olor del perfume de la señorita Morstan que se impregnaba en el abrigo que portaba él.
Giré el rostro a un costado, con el pecho sobre la alfombra, recostado con los pensamientos corriendo a una velocidad exuberante; la sensación volvía, como si los supresores de la mañana y el par extra de hace unos minutos no estuviese surtiendo verdadero efecto…
"Cerrar los ojos unos minutos, contar sesenta segundos, respirando honda y pausadamente, podrá percibirse el efecto del inhibidor aplacando la gama extensa de feromonas, causando una interferencia en su reacción química; las glándulas apaciguarán su función con resultados seguros de un noventa y cinco por ciento, aumentable medianamente ante la dosis impuesta ocasionalmente sobre la ya ingerida", recitaba dentro de mi cabeza, con calma inexistente.
Jamás había sentido ese desasosiego que se enlazaba a un nuevo perfume en casa o la carencia del ya conocido, extrañado, apreté con fuerza una palma sobre mi pecho, empujando bajo mi peso en busca de aminorar la incipiente y molesta sensación, que, aunque efímera, a largo plazo persistente.
Se aceptan comentarios por algo que podría llamarse el inicio de un long-fic –Que espero no sea tan long –bueno, como seguramente lo notaron ya, soy muy parlanchina, es algo que se me da, ni mi madre me aguanta –no es broma a la mucho me tolera una hora, si bien me va –así que les doy gracias por tomarse el tiempo de leerme.
Bien, el fic lleva por título sensaciones, lo cual, creo yo, cobra sentido en esta primera parte, más o menos, se aclararán las cosas a medida que se avance. Gracias por darle una oportunidad, nos vemos, Bye, bye.
