El pequeño Gauvain disfrutaba junto al porche de su casa jugando con un palo a modo de espada. Golpeaba el aire y saltaba de un lado a otro dando muerte a orcos y bestias malignas que solo aparecían en su imaginación.
Su madre Lianna preparaba el puchero dentro de la acogedora vivienda, observando a su pequeño por la ventana, con una sonrisa de oreja a oreja. "Algún día seras como tu padre" pensó la joven dama de cabellos dorados como la miel.

De repente, un trueno sonó a lo lejos y los pajaros alzaron el vuelo desde los árboles cercanos, en dirección opuesta al mar. Lianna observó fuera y vió a su pequeño observar boquiabierto hacia el mar, y como el fuerte viento vapuleaba sus vastiduras y su cabello largo. Algo en su interior se contrajo de preocupación.
Sin dilación corrio hacia la entrada y se reunió con su pequeño con un tierno abrazo, casi al borde del pequeño acantilado donde se alzaba su granja.

-¿Qué ocurre amor mio?
-¡Mira madre! – el pequeño señaló al mar sin poder apartar la vista – ¿Son esos los barcos donde navegó padre?

Lianna no necesitó más que un pequeño vistazo para entender que estaban en un grave peligro. Al sur y a lo largo de toda la cosa se alzaban desafiantes los navíos de la horda. Sus velas rojas ondeaban al viento mostrando los símbolos de muerte que las pobres gentes de Southshore tanto temían.
La nave más adelantada volvió a abrir fuego contra el poblado de Southshore con un estruendo similar al de un poderoso trueno. El suelo vibró mientras la bala impactaba de lleno contra el campanario de la iglesia y lo derribaba.

-¡Vamos cariño!¡Tenemos que entrar en casa!
Lianna cogió a su hijo del brazo y ambos corrieron hacia su vivienda, cerrando con llave la puerta.
-Escuchame bien Gauvain, esto no es un juego como los que haces en Southshore con tus amigos. Tienes que esconderte y no saldrás hasta que yo te lo diga. ¿Entendido?
-Si…madre, pero… ¿Dónde esta padre?-el pequeño no comprendía nada y temblaba de frío.
-Tu padre vendrá en cuanto pueda, estoy segura, debe estar organizando las defensas del pueblo, así que no te preocupes, estara a salvo.- La sonrisa que se dibujó en su rostro consiguió calmar al pequeño que abrazó a su madre con fuerza.

Los disparos de los cañones se hacían cada vez más fuertes y constantes. Lianna se acercó a la ventana que daba hacia el mar y observó con horror como los transportes se acercaban a la costa, justo debajo de su granja.
Presa del pánico, la joven corrió hacia la cama del pequeño y la movió con fuerza, dejando al descubierto la trampilla que daba al sotano.

-Vamos cariño, entra aquí y no hagas ningun ruido ¿me oyes? Pase lo que pase, oigas lo que oigas guarda silencio y no salgas hasta que todo este en calma ¿decuerdo?
-Pero aquí hay sitio para los dos mama ¡ puedes venir conmigo!
-Debo ocultar nuestras hueyas amor mio, sino sabrán que estamos aquí y nos podrían hacer daño.
-Yo te ayudaré, ¡así acabaremos antes!
-¡No Gauvain! ¿No lo entiendes? Esto no es un juego.- A pesar de la dureza de sus palabras, al ver los ojos lloroses de su hijo, Lianna sonrio y controló como pudo las suyas propias. Lentamente dio un fuerte abrazo y un beso en la frente a su querído Gauvain.- Pase lo que pase mi vida, recuerda siempre quien eres. ¡Ahora silencio! Escondete bien.

El pequeño bajó por la escalera de madera mientras su madre volvía a cerrar la trampilla. Allí todo estaba oscuro, solo la luz que se filtraba por las maderas del suelo de la casa iluminában la pequeña despensa. El olor agridulce de las especias lo relajó por un momento mientras escuchaba como su madre colocaba denuevo la cama en su sitio. ¿Estaba llorando? Gauvain no lo sabía, el sonido de los cañones era ensordecedor, y allí abajo las paredes parecían vibrar con cada estallido. Solo quería que todo aquello acabe cuanto antes y poder abrazar a sus padres una vez más.
Avanzó en silencio y cogió la manta de piel de oso que había en su rincón. Se la enroyó y se acurrcó en una esquina, observando hacia arriba los espacios entre las maderas. Pudo ver como su madre salía afuera. Pronto estaría allí sentada con el. No había nada que temer.