Disclaimer: no me pertenecen ninguno de los personajes que menciono de El señor de los Anillos me pertenecen, son propiedad de J.R.R. Tolkien y descendientes. Por favor no me demanden, solo hago esta viñeta por diversión.


Vista al este.


Al fondo se extienden las sombras, el cielo lleva día obscuro, ni rastros del sol. Todo luce opaco, hace frío, la tensión se siente en todos los círculos de la ciudad y el temor anida en los corazones de los hombres.

Mi señor, mi tío, casi un padre que amorosamente nos cobijó a mi hermano y a mí, ha caído en el campo de batalla. Al menos estuve a su lado en los últimos instantes, al menos pude defender sus restos mortales, cosa que no pude hacer en casa a causa de una lengua viperina. Palabras envenenadas les fueron susurradas en su oído lentamente, lo desgastaron, le hicieron sentir más viejo, lo cegaron a la muerte de su hijo y habrían llevado a la destrucción de la casa si el viajero del manto resplandeciente y aquel grupo de viajeros jamás hubieran pisado la ciudad dorada.

Cielo e infierno en uno. El mago despertó a mi señor, él pudo recuperar su antigua gloria y expulsar de sus dominios a la lengua de serpiente. El pueblo pareció despertar. Después vino el ataque, y en momentos de angustia apareció entre los viajeros un experimentado capitán con voz de mando. Por momentos creímos perder la esperanza. Éramos superados en número, mas no en valentía. Cuando menos lo esperábamos la balanza se inclinó a nuestro favor. Después de tantos años nadie esperaba la victoria. Nuestras gentes celebraron como nunca, bebidas, danza, bailes. Y el capitán celebraba junto con sus compañeros de viaje. Y caí inevitablemente bajo su hechizo.

Fue entonces cuando recibimos aquel mensajero, renovar viejas alianzas, alistar caballos, preparar las armas, los cuernos resonaron por los valles y muchos guerreros fueron convocados. Y vi con desasosiego como mi tío, mi hermano y los viajeros se alistaban para la batalla. Y por una vez temí por alguien más que por los míos y desee no ser la dama blanca que debía quedarse en casa, sino un guerrero que pudiera acompañarlos en su travesía.

Para mi sorpresa vi como se apartaban del grupo tres de los viajeros acompañados por un grupo de guerreros venidos de tierras lejanas. Su misión era francamente suicida, les pedí y supliqué que no partieran, le pedí al capitán que me permitieran que me permitiera acompañarlo, que quería cabalgar a su lado.

Desechó mis protestas. Me dijo que lo que yo sentía era lo mismo que la ciega admiración de un joven soldado por su capitán, que había alguien más en su vida, que mi lugar era estar en casa, como todas las mujeres de mi pueblo, defendiendo a los míos desde una jaula dorada, en la cual si las cosas fallan al menos podré buscar la muerte bajo el filo de mi espada para preservar el honor de los míos.

Pero no pude, no quería terminar mis días en una jaula de oro. Cuando partieron los míos decidí unirme a ellos. Cabalgaría a su lado, no era justo que me dejaran atrás. Con la complicidad de algunos otros pude estar cerca y lejos de mi gente. Cambié de nombre, me protegí con una armadura, empuñé la espada, escuché la apasionada arenga de mi señor y me preparé para la batalla.

Por años se cantará sobre esa batalla, se compondrán mil y un historias, pero en ese momento solo tenía ojos para mi señor y en el fondo una parte de mi buscaba la gloria y la muerte. Fue entonces cuando la sombra se abatió sobre los míos, la montura favorita de mi tío falló y aquel espectro siniestro se apareció para rematarlo y enviarlo al reino de las sombras.

No podía permitirlo, a él no. Luché con todo lo que tuve hasta que mi escudo se rompió y mi brazo quedó paralizado, pensé que todo terminaba. Pero no, el mediano acudió a mi ayuda y pudimos acabar con el espectro, tal como la tradición lo indicaba. Qué ironía, aquel hombre poseído hace siglos por un anillo, sometido por una mujer, algo que jamás esperó ver en medio de la guerra.

Mis recuerdos después de eso se hacen nebulosos. Recuerdo a mi señor expirando, las voces de mi hermano, lamentos, después un sopor y nieblas. Recuerdo haber vagado sin rumbo por un sitio sin luz, opaco, donde no cabía la más remota esperanza. Desperté cuando escuché como me llamaban. Más que un llamado, parecía una invocación, un aroma fresco lo impregnaba todo y, una voz cálida cargada de autoridad me alejó de las tinieblas.

me incorporé buscando esa voz y me hallé frente a mi hermano, que apenas si podía creer que estuviera entre los vivos. Me abrazó, me habían dado por muerta, pero ahí estaba. El partió de nuevo a la batalla después de informarme del infortunado deceso de nuestro tío. Pelearía en nombre de los dos, lo haría por nuestra gente, por todos los hombres.

Herida, con el brazo izquierdo en un cabestrillo fui confinada a las casas de curación de la blanca ciudad. Y en ese estado desespero y languidezco, hay muchos heridos, las noticias del frente son poco alentadoras. Es entonces que pido hablar con el Mayoral de las casas de curación. Me dice que no puede hacer nada por mí, pero que puedo hablar con el Senescal que también se halla convaleciente.

El senescal, un hombre joven, también bajo los cuidados del lugar. Me dice que no puede hacer gran cosa, que aún no ha tomado el mando, que también se halla en reposo. Me apena, no quiero hacer peticiones que le parecen caprichosas, pero le pido que al menos me cambien a una habitación con vista al este. Rápidamente resuelve mi petición.

Es entonces que empezamos a coincidir en los jardines. La sombra se extiende sobre todo, pero al menos nos hacemos compañía. Ninguno de los dos puede participar en la batalla final, ambos hemos perdido a nuestros seres queridos, de cierta forma hemos seguido caminos paralelos.

El es un hombre sabio, se nota en su forma de mirar, en su forma de expresarse, lo observa y analiza todo, mantiene viva la esperanza en que habrá un futuro, que no todo es tan negro como parece. La gente murmura a sus espaldas que es discípulo de un mago.

Uno de esos días llega con un obsequio a nuestro lugar de encuentro. Un hermoso manto obscuro cuajado de estrellas. Dice que es uno de los pocos recuerdos que tiene de su madre, me lo ofrece porque será de más utilidad sobre mis hombros que en el baúl de los recuerdos.

No me mires así hombre de la raza de Númenor. No lo hagas, no debes.

¿Aún no adivinas por qué no aparto mi vista del Este?


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