Albert ha regresado
Por PCR de Andrew
Albertmanía, 2009
No todas las historias tienen un final feliz. Algunas, de hecho, ni siquiera tienen un final. Otras ni siquiera comienzan. Esas duelen, es cierto, pero las que nacen, crecen y mueren… ésas… ésas son las que más duelen.
Tal vez ni siquiera debería estar triste, porque esto ni siquiera puede llamarse "una historia de amor". ¿O sí? ¿Hay amor cuando no hay un "te amo"? ¿Hay amor cuando no hay un "se mío"? Bueno… sí: lo hay. En mi caso lo hubo. Ahora lo sé.
Las cosas ocurrieron primero lentamente, luego, todo fue muy rápido. ¿En qué pensaba yo en esos días? Primero vivía mi vida como si no hubiera mañana, como si lo único que importara fuera el hoy y el ahora. Luego me quedé en el pasado, añorando un imposible, algo que nunca sería. Lo dejé pasar. Lo dejé pasar por no darle una oportunidad al presente, por no atreverme a soñar un futuro.
Siempre estuvo a mi lado, aún sin yo saberlo. Siempre me cuidó y me dio lo mejor de sí. No sólo en sentido material, sino en todo el amplio sentido de la palabra. Me dio consuelo cuando era él quien lo necesitaba. Me dio una familia, cuando mis propios padres me la habían negado. Me dio una inspiración para seguir la carrera que hoy me permite ganarme la vida sin depender de nadie. Me dio su hombro tantas veces, sus abrazos y sus tiernas caricias. ¿Qué pasaba entonces por mi mente? ¿Cómo hice a un lado el estremecimiento que sentí aquella gloriosa mañana, cuando desperté entre sus brazos, tras haber dormido abrazada a él? No sé cómo, pero él también me rescató de aquella cruel jugarreta de su sobrino… También me salvó.
Empezamos siendo sólo amigos. ¿Qué más podríamos haber sido entonces cuando yo tenía 6 años y él sólo 14? Luego fuimos compañeros de aventuras, cuando ninguno tenía más compañía que una mofeta o un mapache. Fue el refugio al que corría cuando ya no soportaba las paredes del colegio de Londres. Fue mi paciente, fue mi cocinero, mi cuidador, mi amigo, mi confidente, mi paño de lágrimas… Y yo… ¿qué fui yo para él? ¿Cómo pude conformarme con sólo ser su enfermera? ¿Cómo es posible que no haya prestado atención a los saltos que daba mi corazón cada vez que veía su pecho arañado por un león? Sí… entonces también me salvó.
Aquella tarde, cuando supe que había sido mi príncipe, mi primer amor, sé que estuvimos a punto de besarnos, pero… tuve miedo. ¿Miedo de qué? Jamás lo entenderé. Pero huí. Callé. Sé que pude haber hecho más. No era necesario que me declarara, no. Sólo habría bastado… ¿acariciar su mejilla? ¿Sentir la suavidad de su cabello? ¿Apretar su mano? No lo sé. Ya nunca lo sabré.
Antes de que se fuera de viaje, sé que quería decirme algo. Se lo pregunté en mi última carta… la que ya no respondió. ¿Fue entonces que lo perdí? ¿Debí haber insistido y preguntar qué era eso que tanto anhelaba decirme? ¿Fue mi estúpida actitud descuidada e infantil la que lo alejó? ¿Por qué no corrí a sus brazos si era eso lo único que quería? ¿Por qué no actué como una mujer cuando tenía que haberlo hecho? ¿Por qué no le rogué que no se fuera porque ya nada era igual sin él a mi lado? Pero no se lo dije. Lo escribí en una par de cartas, es cierto, pero eso no se puede comparar al valor de dos o tres palabras en el momento preciso. Ese era mi momento. Y lo perdí.
Albert ha regresado dulce, galante y apuesto, un hombre en el más amplio sentido de la palabra. Un hombre por el cual verdaderamente valdría la pena atravesar un océano embravecido, un hombre por el cual tendría que haber corrido tras mil trenes, el hombre al cual debí abrir mi corazón, en lugar de cerrarle la puerta. El hombre que la vida puso una y otra vez a mi lado. El hombre que yo alejé de mi lado.
Albert ha regresado…
… Albert se ha casado.
… Albert es feliz.
FIN
