MIENTRAS DORMÍAS
Te
miro descansar plácidamente a mi lado. Tu respiración
pausada, tus ojos cerrados, tu cabello castaño cayendo
delicadamente sobre tu frente. Sonrío mientras mis dedos
delinean cariñosamente tu figura, pálida piel contra
ese perfecto bronceado, delicadeza contra la fogosidad con la cual me
tomas cada noche. No recuerdo la fecha exacta en la cual tu y
yo nos convertimos en la estable pareja que todos conocen. ¿La
verdad? Eso no me importa… A tu lado las fechas no existen, cada
día es una fiesta, una celebración de tenerte a mi
lado. ¿Aniversarios? No, no creo en eso… ¿para qué
celebrar una vez al año el amor que nos tenemos si lo hacemos
todos los días? No. Contigo aprendí que
la felicidad es algo que se disfruta minuto a minuto, que cae poco a
poco dentro de nosotros, que nunca nos hartamos de ella. Las yemas de
mis dedos rozan tu frente, me encanta sentir la suavidad de tu piel,
tu cabello, eres tan fuerte y a la vez tan hermoso, un precioso león
que suele comportarse como un cachorro dependiendo del momento en el
cual te encuentres. Me pregunto si siempre estaremos juntos
en este espacio de paz. No ha habido guerras tiene unos años,
por lo cual tu y yo hemos podido convivir más abiertamente,
sin preocuparnos por entrenar excesivamente o por defender nuestros
ideales, sin siquiera tener la angustia de que alguno de nosotros
podría abandonar este mundo antes que el otro… He
aprendido mucho más de ti, se puede decir que ahora te
conozco, se cuando es buen momento de bromear, cuando tu risa deja de
ser algo divertido para convertirse en sarcasmo, como tus ojos
examinan algo con alegría, la forma en la que tus pupilas se
dilatan cuando te sorprendes y se que cuando entrecierras los ojos y
enarcas tus cejas si tan solo un poco es porque estás lo
suficientemente molesto como para poder golpear a alguien sin
remordimientos, incluso, he llegado a identificar sin problemas el
momento exacto en el que lanzas hacia atrás tu cabeza y
arqueas tu cuerpo para terminar dentro mío. ¿Quién
iba a decirlo Aioria? ¿Quién podría haber
asegurado que tú y yo alguna vez íbamos a terminar así?
¿Alguna vez imaginaste que dormirías en mi cama así,
desnudo, cubierto si solamente con las sábanas o en ocasiones
bañado con mi cabello el cual le gusta acomodarse en
caprichosas formas a tu cuerpo? Estoy seguro que hasta el
momento, todos nuestros compañeros han aceptado lo nuestro e
incluso se alegran por nosotros, a veces me sorprendo al saber que
hubo algunos que notaron nuestra mutua atracción desde que
éramos unos niños, ¿recuerdas? Yo nunca fui
bueno en el entrenamiento físico al cual nos sometían y
aunque no renunciaba jamás a las pruebas que me imponían
la mayoría de las veces terminaba siendo llevado a cuestas
sobre tu espalda, exhausto, quejándome de la crueldad de mi
maestro. Fuimos cercanos desde el día en el cual
subiste travieso queriendo atravesar hasta la casa de tu hermano y
tropezaste conmigo, haciéndome caer al suelo, lejos de
enojarme contigo sonreí, pareciéndome gracioso el rubor
de tu cara y ese brillo de disculpa en tus ojos, me pareciste una
persona leal, llena de buenos sentimientos, simpaticé contigo
desde ese momento y en vez de pelearte y reprenderte tu descuido, te
sonreí, tu me pediste disculpas y te presentaste -Soy
Aioria, entreno en la casa de Leo, mi hermano es Aioros el que se
encuentra en Sagitario -Mucho gusto Aioria, yo estaré
viviendo aquí en casa de virgo, mi nombre es Shaka…
Comenzamos a platicar de nuestra familia, de los motivos que
nos habían impulsado a pedir el honor de ser poseedores de las
armaduras doradas, nos contamos nuestros gustos, lo que no nos
gustaba, nuestras experiencias en los pocos días que teníamos
de estar entrenando ahí, te sentaste en las escaleras que
dividían tu casa de la mía y yo hice lo propio,
estuvimos conversando hasta tarde, cuando las estrellas se
encendieron en el azul oscuro de la noche y aún así,
jugamos a encontrar las constelaciones que nos habían enseñado
ya, compartiendo los conocimientos mutuos y aprendiendo un poco más
el uno del otro. Cabe decir que ese día jamás
llegaste a la casa de Sagitario. Luego de eso, subías
todos los días, a veces te quedabas, a veces seguías tu
camino, pero siempre conversábamos, nos reíamos, nos
enojábamos y cuando nos tocó entrenar junto con todos
los demás chicos, ninguno de los dos disimulamos siquiera el
gusto por trabajar juntos, por estar siempre en los mismos equipos,
incluso teníamos chistes propios, que solo sabíamos
nosotros y siempre ocultábamos de los demás. Fuimos
creciendo poco a poco así, acostumbrados a siempre estar
juntos, a reír juntos… incluso… a llorar juntos. Una
noche, cuando teníamos alrededor de 12 años, llegaste a
mi casa con los ojos llenos de lágrimas. Me levanté del
tapete en el cual estaba sentado, leyendo un libro de aventuras,
corrí hacia ti esperando que me dijeras la razón de tu
estado de ánimo, el cual no me gustaba para nada, estaba
acostumbrado a verte siempre reír, siempre altivo, con esos
ojos verdes que demostraban la seguridad que tenías en ti
mismo, con esa alegría tan propia de ti. Me partiste el alma
cuando me abrazaste, buscando apoyo, el cual di correspondiendo la
leve caricia, preocupado por no saber la razón de esas
lágrimas que salían sin parar de esas hermosas
esmeraldas que adornaban tu cara. Caíste al suelo de pronto,
llevándome contigo debido a la fuerza con la cual me tenías
asido, fue entonces que lanzaste la razón de tu tristeza a
quemarropa, haciéndome abrir con sorpresa mis ojos azules,
haciéndome temblar en tus brazos y comenzar a llorar como tu:
-Mi hermano ha muerto Fueron tus únicas
palabras, las únicas que dijiste esa noche en la cual te
quedaste en mi casa, llorando lo que pudiste, sollozando como un niño
pequeño al cual se le ha ido su última esperanza… No
dijiste nada más ya y te quedaste dormido en mis brazos. Esa
noche fue la más larga de mi vida. Anteriormente
habíamos pasado noches en vela platicando, riendo, viendo
películas, entrenando, en campamentos con los otros chicos,
pero esta… Esta fue una noche de duelo, noche en la cual supiste
que perdiste a todo lo que te quedaba de tu familia, tu dolor se
volvió el mío, tus lágrimas se combinaron con
las propias, fuimos empáticos en ese sentimiento de ausencia…
Y esa noche juré que jamás iba a dejarte solo…
Paso mis dedos de tu rostro a tu pecho, rozándolo si
apenas, no tengo la intención de molestarte, estás
cansado, ayer fue un duro día de entrenamiento y al final,
viniste a mi casa y tuviste las fuerzas necesarias para hacerme tuyo
una y otra vez, hasta que fui yo mismo el que te pedí que
pararas porque estaba desfalleciente, sonreíste y te burlaste
de mi fragilidad, reímos juntos y me prometiste que hoy a la
noche me harías lo que quisieras las veces que se te
antojaran, aunque me tuvieses que amarrar para ello. Me
conoces tanto también tu a mí que me siento la persona
más vulnerable frente a ti, puedes ver a través de mi
alma como si fuera un cristal, leerme como un libro abierto, eres el
único que reconoce detrás de mi filosófica forma
de ser, el que sabes que detrás de esa imagen de perfección
y poder, seriedad y sabiduría, hay alguien lleno de errores y
temeroso de las demás personas, alguien frágil que se
apoya en el que ha sido el mayor pilar de mi vida. Tu…
Hemos pasado cosas hermosas, como esa lluvia de estrellas la
cual disfrutamos sentados en el techo de tu templo, recargados en las
columnas que les dan soporte, cubiertos por una frazada debido al
frío de esa noche, porque era invierno. Una a una fueron
cayendo las estrellas del cielo, como si fueran simplemente
luciérnagas que se hubiesen quedado dormidas en el manto de la
noche y de pronto se hubiesen despertado, moviéndose y
dirigiéndose hacia la tierra, su lugar natal. Tus ojos verdes
brillaban perfectos, llamativos, felices, te agradaba la naturaleza.
Yo se muy bien que te gusta estar en armonía con aquello que
sientes que es tu origen, ese día no bajamos a dormir al
santuario, nos quedamos hablando en ese techo, mirando como poco a
poco las estrellas dejaban de caer, confesándonos nuestros
miedos, nuestras esperanzas. Y no todo puede ser perfecto,
así como hemos sido felices, hemos tenido nuestras diferencia,
peleamos a veces, no somos perfectos, no somos iguales y eso una vez
Mu me lo dijo, que no sabía como habíamos estado tanto
tiempo juntos si éramos como el agua y el aceite, el día
y la noche, y sabes? No está del todo equivocado, tu
hiperactividad y fuerza chocan a veces con mi carácter pasivo,
tú quieres hacer tanto y yo aguanto tan poco, sin embargo,
nunca en nuestras discusiones hemos llegado a herirnos de tal manera
que nos quisiéramos separar. Te veo despertar, sonrío,
mientras mis manos suben a tu rostro y lo acaricio con todo el cariño
que tengo en mi corazón para ti, te ves sorprendido, observado
por mis ojos azules, bañado por mis cabellos rubios.
-Shaka?- me llamas mientras te incorporas lentamente. -Te
amo- te dije lanzándome contra ti, besándote mientras
mis manos curiosas prueban todo tu cuerpo nuevamente -Shaka?
Y esa efusividad? -Nada… digamos… que pensé en ti
mientras dormías…- Te callé con un beso, mientras
seguía acariciándote a placer. Si… De todas maneras…
Nos faltaban aún unas horas para ir a entrenar. Y
debemos aprovechar nuestra vida al máximo no?
Owari
By Raike
