Esa noche el único susurro que fluía era aquel ofrecido por la fría brisa nocturna. El hombre amodorrado se mantenía suspirando con los párpados sellados en su totalidad mientras lo conservaba cálido una gruesa manta. Apenas resonaba en la alcoba el latido de su corazón y su ligera respiración. La serenidad parecía imperar allí, no obstante, desde las sombras, unos ojos extraños contemplaban el cuerpo que yacía sobre aquel acogedor aposento.
El ser se sentó sobre el borde de la cama. Examinó la vela gastada encima del buró de madera, ya no percibió aroma de parafina en el aire ni rastro de humo. En cuestión de instantes, simplemente con desearlo, encendió el pabilo de la vela, deshaciéndose así de la lobreguez total del lugar. La pequeña llama iluminó el rostro del vulnerable humano, el ente ante ello se mantuvo inexpresivo, frío y calculador. Habría de admitir para sus adentros que entre los mortales existían ciertos individuos poseedores de rasgos excepcionales, mas ese que reposaba justo frente él tenía la faz más singular que podría haber admirado.
Hasta ahora ningún humano lo había provocado, así como ningún alma que estuviera contenida en uno de esos cuerpos frágiles y fáciles de corromper por la senectud. Para él eran meramente seres desechables; tan vanos como un recipiente que se rompe o deteriora. No acostumbraba acecharlos como los demás entes que vagaban por la Tierra, pues, su olor, desaseo, costumbres y caras le repugnaban, además de hastiarle en demasía lo vacíos de esencia que se encontraban. Sin embargo, este sujeto tenía algo embelesador, lo notó tan rápido como había captado su esencia mientras iba andando bajo la luz de la luna en una de las callejuelas de Ancona, entonces confirmó lo extraordinaria que era la presa a su alcance. Tan grande era su intriga que había decidido seguirlo hasta su hogar e introducirse en su alcoba. Estuvo observando cauteloso desde la profunda penumbra hasta que, tres horas después de la media noche, dejó de encubrirse en la opacidad y avanzó hasta él.
En ese mismo momento, un aroma dulzón flotaba en el aire mezclándose con el calor que emanaba de la candela. Sonrió sólo un poco, pues ahora había comprobado que poseía un alma y corazón por demás exquisitos; su olor lo ratificaba. Sin vacilar, sus largas uñas tentaron la mejilla del joven hombre, él cual no tardó en responder abriendo sus ojos.
—Dime tu nombre —ordenó al tiempo que mostraba semblante severo.
Él conocía su nombre sin que lo pronunciara; él lo sabía todo ya, no obstante, ansiaba presenciar la obediencia de su víctima. Él, demostrando paciencia, aguardó hasta recibir una respuesta; la replica llegó primero a modo de mirada.
Aquellas cuencas azules hacían reminiscencia al cielo que estaba a punto de negarle, mas éstas lo observaban sin temor alguno; abundaba en su interior curiosidad.
—Erwin Smith —elevó la vista para estudiar al demonio.
Esos orbes oscuros lo hipnotizaban. Su conciencia estaba ahí, esfumándose de poco en poco al no apartar su mirada. Transcurrieron unos segundos hasta que, por fin, regresó a sí mismo y se acomodó para sentarse sobre el colchón. El ser apreciaba sus movimientos en silencio. Deseaba infringirle temor, así que alargó su mano y colocó el dedo índice debajo de la barbilla del mortal, luego encajó un poco la punta de su afilada uña. Erwin incluso pensó, una vez teniéndolas cerca, que éstas se asemejaban a las garras de un animal salvaje. Fue entonces cuando el espacio personal dejó de existir, pues, sin recato alguno, el ser sobrenatural se aproximó a su rostro.
—¿Quisieras hacer un trato conmigo, Smith? —levantó con un dedo el mentón del hombre—. Yo puedo concederte cualquier cosa que añores, tu mayor anhelo estará a tu alcance a cambio de un simple e insignificante intercambio... —sonrió como si le estuviese contando el chiste más hilarante del universo.
—Anhelas mi alma, ¿no es así? —la serenidad que impregnó en aquella pregunta maravillaba.
—Y también tu cuerpo.
El humano conservó su aspecto calmado a pesar de que comenzaba a analizar la situación, la cual no era favorecedora para él. En su mente planteó la posibilidad de que siendo un ser maligno éste podría tomar a la fuerza su alma o intentar cualquier truco peor para conseguir lo que planeaba, por el contrario, si se sometía al trato, al menos obtendría algo a cambio. Además, esas ansias de escudriño que aguardaban en su interior no serían satisfechas si no accedía; no descubriría qué era capaz de hacer un verdadero demonio más allá de lo que contaba la iglesia.
—Acepto —la entereza en su respuesta era clara.
—Bien —pronunció sin reflejar su desconcierto, pues, esperaba mayor resistencia—. Tus remordimientos no tardarán en aparecer, inútil mortal —susurró en su oído, pero el otro permaneció impávido.
En el rostro de Levi se formó una mueca. La razón era bastante simple: le causaba enfado que ese humano actuara tan imperturbable y estoico ante él. Así que, estando aún cerca de su oreja, utilizó sus fauces para morder el tierno lóbulo de ésta, provocando que un blandido jadeo escapara de los labios del hombre. "Oh, nada mal...", pensó de inmediato al captar el sonido.
—¿Qué es lo que deseas, Smith? —inquirió. Exhibía una ligera faceta engatusadora al hablar.
Erwin se apartó de la cama y procedió a levantarse. Caminó, con los pies desnudos, hasta un mueble donde acomodaba el violín que tocaba en teatros de la gran ciudad. Le apetecía escuchar una bella melodía a cambio de entregar su alma, a decir verdad, incluso le parecía bastante justo un trato así. En cuestión de segundos, regresó con el instrumento en mano hasta entregarlo al demonio, quien continuaba reposando con las piernas cruzadas sobre el colchón.
—Se supone eres capaz incluso de lo imposible, por lo cual, como única petición quiero que ejecutes la pieza más preciosa que puedas de tocar —disimuló su semblante desafiante al responder.
Levi se mantuvo en silencio, tomó el instrumento con expresión irritada y colocó la parte inferior del violín sobre su hombro. Apoyó su barbilla en la mentonera sin apartar la vista, ni dejar de maldecir esos fanales zarcos tan apacibles que lo contemplaban. "¿Qué clase de humano es este?", cuestionó desconcertado. La nula codicia que demostraba esa persona de suave faz lo hacía interesarse más. Un humano común demandaría un mayor beneficio, aun si eso significaba provocarles conflictos a otros individuos. Sin embargo... una idea maliciosa le cruzó por la mente; él podía ser quien lo llevará al borde, quien lo convirtiera en un pecador y le arrebatara esa aura de modesta bondad, de cualquier forma, no lo corroería en realidad, pues, aquel hombre no era tan bondadoso si en primera instancia había accedido a un trato con él.
—Toma el arco para jalar las cuerdas —explicó. Mostró gentileza al entregar el objeto.
—Sé cómo tocar esta mierda —frunció sus delineadas cejas—. Sólo cállate y escucha —le indicó áspero.
Acató la indicación tomando lugar junto al ser. Vio como los delgados dedos sostenían el arco y pronto advirtió que colocaba las manos de una manera peculiar; no era la forma correcta para hacer sonar un violín, mas las primeras notas que salieron cuando frotó las cuerdas ya parecían ser perfectas. Las yemas de sus dedos presionaban el mango del instrumento para hacer que los acordes comenzara a escabullirse con lentitud entre los oídos del músico. Los iris oscuros perseguían, casi obscenamente, al mortal, entretanto sus manos seguían tomando con destreza el control de la melodía, la cual proveía un armonioso sonido que alentaba la respiración de Erwin. Parecía que todo había dejado de existir; todo a excepción de la música que sus oídos degustaban con voraz apetito.
En aquel instante, la imponente presencia del espíritu le hizo olvidar a Dios; éste ya había muerto para él.
El demonio hizo movimientos más rápidos para acelerar el ritmo. Las notas se deslizaban en el aire con un tono chillón, tanto que endulzaba los oídos. Estaba apelando a la emotividad del humano. El arco se derretía al tiempo que acariciaba las cuerdas con destreza, los altos y bajos se presentaban causando precipitación para luego, producir sólo notas suaves que dulcificaban el ambiente. El ente parecía juguetear, pues, sin ningún esfuerzo lograba ejecutar tal melodioso cantar. Los párpados de Erwin se cerraron debido a la emoción que le envolvía, sin embargo, sabía que el demonio continuaba fundiendo en sus dedos las cuerdas del violín de manera armoniosa y avasalladora. Un tranquilo trino fue producido antes de llegar al clímax de la canción para permitir eventualmente un sorpresivo cambió radical con pausas y ondeos en el sonido, hasta que un alarido agudo emergió, flotó en el aire viajando hasta sus oídos y, después... todo esfumó. La pieza había finalizado.
"Si alguien es capaz de crear tan excelso sonido, no puede ser del todo perverso," fue lo que deseó pensar el hombre.
Levi se irguió mostrando aplomo, dio unos paso para aproximarse y tomó de la barbilla al hombre que ahora lo miraba asombrado, éste tenía formada una sonrisa perturbada en la boca.
—Te ha gustado, ¿eh? —tenía una de sus delgadas cejas elevada, ocultando una magnifica sonrisa perversa—. Bien, es hora de mi recompensa —dejó escapar una pequeña risa influenciada por algo de vileza.
El ser soltó el violín de sus garras dejándolo reposar en suelo, no obstante, sus manos no se quedaron vacías por mucho tiempo, pues atrapó al humano por el borde del ropaje que vestía. Retiró de forma paulatina la bata para dormir que cubría aquello que concluiría con su carpanta. Después, le mostró sus afilados dientes antes de dejar caer todas las prendas y posar su boca en la blanca piel del músico. No se limitó, carente de dudas, encajó profundamente sus fauces cuando los hombros de él quedaron desnudos, luego lo hizo retroceder hasta recostarlo en la cama una vez más.
—No me puedo creer que un ser como tú pueda oler de manera tan virginal, tú no eres una damisela —casi carcajeó, mas prefirió apresurarse a beber la esencia que su sangre propagaba.
—No podría ser de otra manera. He dedicado mi vida a la música, a la verdad de ésta y al encanto del sonido que hechiza los oídos, sin importar si el amor me ha socorrido, incluso podría decir que de él he huido, pese a ello, ningún arrepentimiento ha surgido —murmuró un verso simplón que alguna vez había declamado a quienes preguntaban la causa de su soltería y sonrió dejándose a la voluntad del otro.
Sin titubeo alguno, las garras de Levi se fueron apropiado de su piel. Algunos rasguños fueron marcados, incluso rotuló la primera letra de su nombre; una "L" fue dibujada en el pectoral de Erwin tan cerca del corazón como pudo, pero a su vez evitando quemarle con su tacto. Tenía que dejar en claro su estadía en aquel cuerpo sin profanar. Tendría que ser él quien lo devorase.
—Eres un despojo obsceno para los ojos de ese al que tú llamas Dios ahora que yo te he tocado, por lo que te haré un favor y te tomaré bajo mi ala, es claro que te reclamaré como mío —anunció sin más. Tenía el rostro iluminado apenas a la mitad. Un mirar oscuro y abismal habitaba en él.
—He sido yo quien no se ha negado a tu proposición, así que, no me opondré —dijo entre dientes, pues, mantenía tensa su mandíbula para aguantar el escozor que se extendía por su pecho.
—Me alegra que comprendas rápido —replicó serio.
Levi desplazó sus manos hasta el rostro de Erwin, una de ellas se detuvo en la boca. Los labios del hombre eran gruesos, mas parecían delineados de forma gentil, además estaban teñidos por un ligero halo carmín debido a la gélida noche. El demonio notó que aquella boca era un ejemplar delicioso, no consentía tanta perfección. Le fue imposible mantenerse lejos de tal manjar, debido a ello en menos de lo que el humano liberó un suspiro, el filo de su uña hizo un corte en la boca. Justo cuando un poco de sangre fresca fluyó, Levi se acercó aún más y su lengua viperina comenzó a lamer la gota de esencia. Tuvo que apartarse para evitar soltar un grave gemido. Antes de emitir su voz otra vez, se aclaró la garganta con discreción.
—Cada noche me presentaré a ejecutar para ti un fragmento de la melodía —anunció, entretanto sus dedos vagaban por la piel ajena—, así haré hasta la onceava noche, entonces será cuando yo te tome completamente —mostró una sonrisa ladina oscilando en sus finos labios.
