Broken Crowns

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Capítulo 1: Ultimátum

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El sol reposaba en lo más alto del cielo cuando el ejército del reino de Sina irrumpió en la nación de María. Una fila de alrededor de cien personas marchaban rumbo a la entrada del palacio de los gobernantes, portando las gruesas capas negras con el símbolo del unicornio verde grabados en sus espaldas que destacaban por sobre el resto.

Gabi Braun, la líder adolescente de las tropas del ejército real de Sina, sonreía con sorna mientras observaba a la muchedumbre que se agolpaba en las calles aledañas, quienes susurraban consternados ante su inesperada aparición. A sus cortos dieciséis años, ya se había hecho fama de ser una mujer sanguinaria y despiadada, concibiendo un especial deleite por la sangre y la tortura. Ninguno de sus subordinados se atrevía a contradecir sus órdenes, nadie a excepción de Falco, su mano derecha, quien parecía el único capaz de hacerle frente a sus estados de arrebato.

Una vez situados en la entrada del palacio de la familia real, la joven de cabellos castaños y ojos verdes sacó un cuerno de guerra, llamando la atención de la guardia real, quienes rápidamente se reunieron detrás de la gran entrada, preparados para cualquier eventualidad.

—¡Reyes del imperio María! —exclamó la joven alzando sus manos, como si estuviera recibiendo a unos invitados—. En representación del rey de Sina, les exijo que acepten su generosa propuesta.

Una mujer de gafas dio un paso adelante, dirigiendo a la adolescente una seria mirada.

—No vamos a aceptar nada, ¡LARGO! —bramó, haciendo un gesto con sus manos para que se retiraran.

Gabi amplió su sonrisa e hizo un chasquido con sus dedos. Un hombre rompió las filas y se ubicó a su lado, sosteniendo la cabeza decapitada de un hombre de no más de treintaicinco años.

Hange abrió los ojos desmesuradamente, ahogando un grito. Siendo la líder de la guardia del reino María, no podía demostrar debilidad ante una situación como tal, pero tampoco fue capaz de esconder completamente su horror al ver el terrible destino que sufrió Moblit, uno de sus más leales guerreros. Llevó su mano hacia el mango de la espada, aparentándolo fuertemente, lista para desenfundarla.

—Si no es por la razón… Entonces será por la fuerza —sentenció Braun, haciendo un gesto con su cabeza, sin despegar la mirada de al frente. El hombre que se hallaba a su lado lanzó la cabeza decapitada sobre las altas rejas que custodiaban el ingreso al castillo, cayendo a pocos metros de donde la líder se encontraba.

—¡NIÑA ENFERMA! —escupió Hange, irascible. La guardia real del reino María estaba lista para el contraataque, es más, algunos habían avanzado hacia la entrada con la espada desenfundada, esperando alguna señal de su líder, quien únicamente se limitó a observar furibunda como la adolescente daba la orden de retirada, abandonando rápidamente el lugar.


Desde la habitación del segundo piso, ubicada en el ala oeste del palacio, un joven de veinticuatro años había estado observando aquella escena detrás de su amplio ventanal.

Exaltado por la tácita declaración de guerra que Sina les había realizado, sólo atinó a agarrar con fuerza la cortina, sintiéndose impotente.

Su cabeza daba vueltas, sintiendo una fuerte punzada cuando la imagen del hombre decapitado y la gran sonrisa de la niña (que por cierto, parecía estar gozando de dicho acontecimiento) se hacían presente una y otra vez en dentro de su mente.

Se quedó parado unos minutos más, observando como las tropas se dispersaban en múltiples direcciones dentro del castillo, en el mismo instante en que un gran alboroto se producía a las afueras de su habitación.

Inquieto, no alcanzó a dar siquiera dos pasos hacia la puerta cuando escuchó una voz exclamando su nombre.

—¡EREN! —chilló su madre, sosteniendo el pomo. Parecía que Carla había visto un fantasma, su rostro estaba pálido y tenía una expresión de espanto. Corrió hacia él y lo abrazó con fuerza mientras que su padre ingresó pocos segundos después, cerrando la puerta con cuidado. Eren alcanzó a divisar como al menos cuatro guardias se quedaron afuera, custodiando el área.

—Estoy bien —mintió el castaño evitando la mirada de su madre, zafándose de su abrazo desesperado. Echó un vistazo hacia su padre, quien ya había tomado asiento al borde su cama, notablemente nervioso—. Entonces… Habrá guerra —aseguró.

Grisha Jaeger asintió, sin atreverse a devolverle la mirada.

El joven apretó su puño, nuevamente la impotencia se apoderaba de él. Sabía que no tenían el cuerpo militar para hacerle frente, por lo que la derrota y la caída de su reino sería inevitable.

—Pe-pero... ¡Hay una alternativa! —expuso su madre con exacerbación, colocándose al lado de su esposo e hijo. Eren la miró de soslayo, esperando alguna respuesta—. Dile, Grisha.

El rey del imperio María exhaló y levantó la mirada hacia su hijo antes de empezar.

—Hange ya había conversado sobre esta posibilidad, desde la primera advertencia que realizó Sina… —hizo una pausa, comenzando a jugar con sus manos.

—¿Y? —encarnó una ceja, invitándolo a continuar.

—No tenemos el cuerpo militar para hacerles frente, además cuentan con la ayuda del reino de Marl-

—¡DIME ALGO QUE NO SEPA! —lo interrumpió el joven, impaciente. Se dio media vuelta dirigiéndose hacia el gran balcón, intentando apaciguar su contrariedad.

—¡Eren, tranquilízate! —intervino su madre con preocupación. A continuación, dirigió su mirada donde se encontraba su esposo y negó con la cabeza—. Esto no va a funcionar, Grisha.

—Haremos una alianza con el reino Rose —señaló mientras se incorporaba, ignorando el comentario—. Con ellos, podemos hacerle frente a Sina y Marley. Su mayor Fortaleza es la preparación militar —enfatizó con determinación.

—¿Y eso que tiene que ver conmigo? —preguntó el príncipe, mirándolo por el rabillo del ojo, temeroso de escuchar la respuesta.

—Te vamos a entregar en matrimonio.


Una joven de cabello rubio, recogido en un pequeño moño, se encontraba realizando las labores domésticas en su pequeña morada, ubicada en los suburbios del reino María. Ya estaba finalizando la limpieza de la sala y la cocina cuando el sonido de la puerta la sacó de su habitual indiferencia.

La muchacha alzó una ceja, un poco sorprendida. Eran pasadas las cuatro de la tarde y por lo que ella recordaba, no estaba esperando a nadie, tampoco era una chica que solía recibir visitas espontáneas.

Dejando la escoba a un lado, se encaminó hacia puerta para abrirla.

—¡Vaya! ¿Que no teníamos que vernos mañana? —preguntó con voz tenue—. ¿Tantas ganas tienes? —enfatizó, mientras esbozaba una pequeña sonrisa.

—Esto es serio, Annie —dijo Eren mientras se bajaba la capucha de su túnica color caqui. Sin esperar invitación, ingresó a la morada y se quitó su túnica, tirándola sobre una silla.

La aludida lo observó sin emitir sonido, limitándose a cerrar la puerta detrás de él. El joven de pelo castaño se dejó caer en el sillón de al frente, pasando una mano por su frente, mientras la conversación con sus padres aún rondaba dentro de su mente.

Después de que su padre revelara la última carta que tenían para salvar su vida y su pueblo, Eren no pudo discutir más. Había enmudecido por completo. La impotencia y rabia que se había apoderado de él unos minutos antes se transformó en total resignación. Lo único que pudo hacer fue pedir que le dieran su espacio para lograr procesar aquel suceso.

Durante más de cien años, los tres reinos de Paradis habían convivido pacíficamente, manteniendo buenas relaciones, pero todo ello se destruyó de forma irremediable cuando los jóvenes reyes de Sina y su pequeño hijo se encaminaban hacia una ceremonia a realizarse en el imperio María. Ellos nunca hicieron acto de presencia al palacio. Al día siguiente, comenzó a circular el rumor del brutal asesinato de la familia real, lo que fue confirmado horas después, luego de haber encontrado sus cuerpos desmembrados.

Al no tener más familiares cercanos que pudieran suceder al trono, el líder del ejército real y la persona de mayor confianza del rey se hizo cargo y fue ascendido al poder. Posteriormente, culpó a los Jaeger y a su pueblo de complot y quebró toda relación entre esas naciones.

Pero Erich Braun no estaba conforme con eso. Alegando asuntos políticos y económicos, comenzó a mover sus tropas militares hacia María, en un intento de lograr someterlos bajo su poder y anexar su territorio junto al de ellos. Sina, al estar rodeados de grandes montañas y bosques frondosos, sus relaciones comerciales quedaron extintas por el quiebre, debiendo recurrir a sus aliados del norte para poder sacar adelante a su pueblo. A partir de ello, Marley se transformó en su principal benefactor, pero todo ello a cambio de un alto costo.

Eren estaba consciente de toda esta información y fue incapaz de oponerse. Sabía de antemano que si se aliaban con Rose y luchaban codo a codo, las posibilidades de salir victoriosos eran sumamente altas.

Pero… ¿Cómo lograr que dos reinos confíen el uno al otro? En estos casos, la unión real siempre era la mejor opción, significando un gran golpe de energía y felicidad para toda la nación. Abundaba la juerga, la comida y la diversión durante varios días. Era la excusa perfecta para lograr congeniar dos culturas.

Luego de pasar un largo rato acostado en su cama reflexionando, el joven príncipe necesitaba distraer su mente, aunque fuese un momento, y como era habitual cuando requería escabullirse del palacio, sacó una túnica que guardaba en un baúl de su armario y se dirigió hacia los jardines traseros, que casualmente colindaban con la entrada de un pequeño bosque. Conocía como la palma de su mano esa ruta de escape, al igual que el camino hacia la pequeña morada de Annie, una chica de su misma edad que había conocido hace meses atrás y con la que mantenía encuentros furtivos.

La muchacha de ojos azules chasqueó los dedos frente a él, sacándolo de sus cavilaciones.

—Es por lo de Sina, ¿Verdad? —le preguntó al momento que le entregaba un vaso con agua. Eren asintió levemente y aceptó el vaso, tomando un largo trago.

—Era de esperarse —señaló Annie, tomando asiento a su lado. Bufó, haciendo que un mechón que adornaba su rostro se moviera levemente.

—Pero hay una solución, un lindo y emocionante matrimonio arreglado —comentó con ironía, mientras dejaba el vaso en la mesita de madera que tenía al frente.

La rubia alzó las cejas.

—O sea que… ¿Nuestras noches de pasión acabaron? —no demostraba tristeza por la noticia que había recibido.

—Ni que te hubieses casado conmigo algún día —la miró con diversión, soltando una pequeña carcajada.

—No sirvo para ser reina, me conformo con esta casucha y ya.

La sonrisa del castaño se fue desvaneciendo hasta quedar en una mueca triste. Se apoyó en sus codos, soltando un largo suspiro.

—Estoy preocupado, Annie —señaló acongojado—. Siempre vi tan lejana esa posibilidad… Pero hoy la realidad cayó sobre mí como un balde de agua fría. No hay vuelta atrás. La guerra está declarada —juntó sus manos, con la mirada perdida en el suelo.

La rubia solo se limitó a escucharlo y puso su mano en su pierna.

—Haz lo que tengas que hacer —le dijo con la voz impasible que siempre la caracterizaba—. Eres Eren Jaeger, príncipe del reino María, si ese es tu destino no te queda más que aceptarlo.

El castaño bajó sus brazos, desviando la mirada hacia ella, algo extrañado.

—Lo que es ahora… —la joven fue deslizando lentamente su mano hasta encontrarse con el pecho del joven, empujándolo hacia el respaldo del sillón—. Disfrutemos lo que nos queda de libertad —susurró antes de posar sus labios sobre los de él.


Ya había caído la noche cuando el príncipe ingresó a su habitación mucho más animado. Si bien Annie no era precisamente una mujer que lo consolaba con palabras reconfortantes, al menos le hacía pasar un rato bastante agradable.

Guardó la túnica y se dirigió hacia el lavatorio, ubicado al lado derecho de su habitación. Una vez adentro, fue despojándose de cada una de sus prendas mientras la gran tina blanca con detalles dorados se llenaba con agua caliente.

No habían pasado ni cinco minutos desde que había entrado al agua cuando escuchó que alguien golpeó la puerta de su habitación. No le dio importancia sino hasta que vio a su madre irrumpir por segunda vez en el día, esta vez dentro de su baño.

—¿¡DÓNDE ESTABAS!? —exclamó, colocando sus manos en sus caderas, visiblemente enojada.

Eren rodó los ojos y siguió esparciendo las burbujas del agua en sus brazos, ignorando su presencia, lo que hizo enfurecer aún más a Carla.

—¡SOY TU MADRE Y EXIJO RESPETO! —dio unos pasos hacia la tina y tiró de la oreja del muchacho. El castaño gruñó y le lanzó una mirada recriminatoria—. Ahora, ¡Dime dónde estabas! —insistió.

—Fui a dar una vuelta —murmuró a regañadientes—. ¿Qué pasa? —preguntó, en un intento de desviar la atención.

—Venía a decirte que estuvieras listo para la medianoche. Partimos hoy a Rose.


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N/A: Primero que todo, si llegaste hasta aquí, quiero darte las gracias por darte el tiempo de leer este capítulo.

Esta idea estuvo rondando en mi cabeza aproximadamente un mes, y por miedo y falta de tiempo no quise empezar a escribir sino hasta aproximadamente una semana atrás, pero ¡POR DIOS, no saben lo que costó este primer capítulo! con decir que perdí el documento dos veces. Estuve a punto de resignarme y tirar todo por la borda

Sobre la trama, la verdad es que nunca he trabajado con este género, pero si he leído harto, así que espero no tener muchas incongruencias con ello. Lo mismo con los personajes, pondré todo mi esfuerzo en que queden lo más fiel a como nos lo han mostrado, aunque siempre teniendo en consideración que esto es una trama diferente a la de SNK y que solo he decidido tomar prestados algunos personajes y jugar con ellos un rato.

Como siempre, son bienvenidos a dejar su comentario abajo, quiero saber qué es lo que piensan de esto, si les gusta o si está muuuy latero, háganmelo saber.

Y antes de irme les digo: No se preocupen por el EreAnnie, confíen en mí. ;)