Todo lo que alguna vez tuve,
lo di a cambio de mi libertad.
Mi luz también la entregué
para recubrirme de oscuridad.
Mi inocencia la perdí para ganar éste poder.
Haz un manto con la noche, recoge mis pétalos y cúbreme con él.
Emilie Autumn/Rose red.
Príncipe
Te sentí llegar, incluso antes de que traspasaras el umbral. Recé por ti desde el comienzo, cuando me enseñó él a hacerlo.
Mírame a mí, que eres como yo: estás igualmente recubierto de oscuridad. Ángel caído, ángel caído igual que yo. Pero dispuesto a tomarme de la mano y guiarme en esta noche eterna.
Verás, hace mucho tiempo, cuando era una niña (los diablos no envejecen, pero sé que si crezco más, seré un súcubo de dientes afilados) la conocí. Tu leyenda. La del rebelde que venía desde el centro de la Tierra a llevar consigo las almas de los demonios con forma humana. Como yo, como yo. Él me la dijo a la hora de dormir.
Dormía yo siempre en un cuarto blanco y jugaba con los huesos de animales que mandé con Dios. Sabía que le contarían de mí. Me temían más que a cualquier otro, porque yo no morí con sus experimentos. Y los conocía. Me sabía sus nombres, los había escuchado por detrás de los espejos y podía repetirlos sin que mi voz vacilara.
Yo hacía crecer mi cuerpo, lo afilaba y con ello, cortaba hasta terminar con lo que me pusieran delante. Debían estar orgullosos. Lo estaban. Y desconcertados. Pero yo estaba cansada. Y supongo que triste, como las princesas de los cuentos que me narraban por micrófono. Cuando no podía mantener los ojos abiertos, caía rendida y soñaba con un lugar cálido (el Infierno del que vine, eso es) para luego despertar llorando. Lo añoraba. Le tenía miedo. A lo mejor, no me gustaba la idea de perder lo poco que tenía. Las sábanas blancas, las voces extrañas que me hablaban con monotonía. Las felicitaciones por las vidas apagadas en mis manos.
A veces venía una mujer. Me leía la Sagrada Biblia,a cinco metros de distancia, porque temía que la hiciese etérea. Pero entonces, un día, vino él. Apareció en la compuerta blindada, abrió los brazos y dijo mi nombre. Fue cuando lo oí por primera vez. La primer mujer, el demonio. Ya había oído su voz antes, pero me sabía a sueño. Era la voz que me decía que hiciera el trabajo de Dios. Que el derramamiento de sangre era mi deber como diableza. Que debía desplegar mis alas de ángel caído. Y volar alto, bajo el Cielo oscuro del Apocalipsis.
-El Príncipe de la Oscuridad vendrá por ti cuando no puedas más.
¿Eres tú,mi príncipe? Espero que sí. Porque si no eres tú, no será nadie más capaz de liberarme. Quiébrame las alas, príncipe y hazme caer otra vez a la tierra. Con los humanos, que comen helado y no se matan entre sí.
