¡Hey! ¿Como están? Yo estoy medio muriendo entre emociones de frustración,enojo,tristeza,impotencia,dolor de cabeza intenso,falta de sueño,escuela,tarea,fics,feels,etc...Etc...Pero YOLO aquí estoy para entregar una serie de historias basadas (No los pondría como songfics pero meh...) en varias canciones que me dieron estas preciosas ideas.
Como sabrán,a Yuusei le encanta el MidoAka porque es precioso y son sus pj's favoritos y más pero también le gusta el MidoTaka por varias cosas así que decidí poner ambas y como Akashi es mi absoluto bebé,pues él será punto clave para las historias.
Será una serie de 4 serie se llama "Songs about Sei" Basado en el título de un disco de Maroon 5 bonito (?) Y pues como será de Akashi,es Sei *corazoncito* Con este primer fic iniciaré la serie,sí,el título es homónimo al de la canción de Maroon 5 que me inspiró para esta historia.
No es que sea una ávida fanática de ellos,es más,solo conozco pocas canciones suyas pero esta idea me rondaba la cabeza desde hace mucho y gracias a la canción de "Goodnight,goodnight" la idea tomó forma.
Espero les agrade y disfruten tanto la serie como yo lo hago al escribirla.
Por cierto,si leen "El renacer de los milagros" (Juro actualizar esta semana) Aquí aparecerá un niño...Ustedes adivinen de quien trata.
Kuroko no basket no me pertenece a mí sino a Tadatoshi Fujimaki y la canción "goodnight,goodnight" le pertenece a Maroon 5.
Ahora ya,sin más que decir ¡Gracias por leer!
—Lo siento—Dijo el de cabellos negros con arma en mano, temblando como si padeciera parkinson—Los tienen a ellos y yo…No puedo arriesgarme—El azabache dio una última mirada a su víctima y cerró los ojos con la desesperada y suplicante mirada azul del joven como última cosa que quedaría marcada en su cerebro antes de ser un asesino—Y-Yo…Y-Yo…—Frunció el ceño molesto. Él no era así con las personas, era un maldito y justo en ese instante su "humanidad" salió a flote. Estaba entre ser un asesino o perderlos a ellos pero algo en su cerebro le frenaba de jalarle el gatillo a quien le ayudó tantas veces.
—Venga, hazlo ya—El azabache ya estaba dispuesto a disparar al aire pero el empujón recibido por uno de los matones del tipo que tenía secuestrado a su esposo e hijo le hizo apretar el gatillo inconscientemente.
Un disparo seguido de dos gritos y algunos quejidos fue lo que se escuchó en esa construcción con las nubes grisáceas sobre ella. El de cabellos negros no podía quedarse a ver a dónde diablos se dirigió el balazo. Ya había cumplido su parte, era hora de que fuera a rescatar a su pareja y su hijo de las garras de ese maldito psicópata.
— ¡No! —Gritó el de mirada azulina seguido de un doloroso gemido, tratando de tomar aire entre el nubarrón de polvo que se formó por la estrepitosa caída—No…—Susurró antes de sentirse a nada de vomitar y desvanecerse entre las imágenes que comenzaban a hacerse borrosas.
Frente a sus ojos comenzaba a pasar su vida. Podría jurar que hasta vio el momento en que abrió los ojos por primera vez, sintiendo una cálida sensación en su corazón al sentir los brazos de su madre o la sonrisa de su padre. Todo pasó hasta llegar a ese momento. Al inicio del fin. Al instante exacto que desencadenó el suceso que estaba viviendo ahora ¿Y es que como olvidarlo? Ni aunque pasaran millones de años olvidaría esas gafas y ese verde cabello que se despeinaba por el viento primaveral.
Ya había pasado un tiempo desde que el joven Takao Kazunari se había recibido de la academia de Bellas Artes en Tokio como cantante profesional, ahora con veinticinco años vivía en una casita en un pueblito sureño lejano de Tokio, era profesor de música en una escuela secundaria y supervisor de basketball de la misma.
Takao Kazunari vivía una vida muy tranquila y feliz junto al amor de su vida, el doctor del pueblo, Midoriyama Shintarou. Ambos se habían mudado apenas terminaron sus carreras; les urgía irse de Tokio, desaparecer de todo ese tránsito ruidoso, de las luces destellantes en la noche y de la presión de vivir en la gran urbe además debían pensar en su pequeña hija de cinco años, Midoriyama Kazumi, una preciosa niña de cabellos negros y ojos verdes junto a unas largas pestañas que resaltaban más su traviesa sonrisa heredada de los Takao.
Todo lucía pacífico y sobre ruedas en la tranquila vida del cantante después de todo lo pasado en Tokio. Se merecía eso y más el resto de su vida junto a su familia; ya se había esforzado bastante junto a su marido para "desaparecer" totalmente, sumado al hecho de que Kazumi no existía para nadie más que para ellos.
—Mami, mami ¿Iremos a ver a papi? —Preguntó Kazumi inquieta mientras iba saltando de la mano de su progenitor directo a la pequeña clínica del pueblo donde Midorima era el doctor en jefe de casi toda la clínica.
—Sí, Kazu-chan y nos acompañará por helados porque sacaste diez en tu examen de japonés—A la pequeña de cabello corto atado en dos colitas pequeñas le brillaron los ojos y saltó con mayor alevosía hacia el consultorio de su padre que estaba a un par de metros.
Entraron a la clínica con singular alegría y una sonrisa digna de los genes Takao, se dirigieron a la recepcionista para preguntar por el de cabello verde pero no fue necesario porque el doctor justo en ese instante salía de su consultorio para dirigirse a casa.
— ¡Papi! —Exclamó la pequeña de ojo verde al ver a su padre salir del consultorio con su bata puesta y su saco descansando sobre su brazo elegantemente. Kazumi soltó a Takao para ir corriendo a los brazos de su padre que ya la esperaban abiertamente.
—Ah, doctor Midoriyama, justamente le iba a llamar porque llegó su familia pero creo que ya lo notó—La recepcionista rió un poco al ver al serio doctor relajar un poco su ceño al tener entre sus brazos a su pequeña hija, hasta juró que se dibujó por unos segundos una sonrisa en su cara.
—Sí, ya vi—Contestó el de lentes a la recepcionista, firmando con una mano su boletín para salir—Si pasa alguna emergencia, llámenme. Hoy la guardia le toca a Hazuto, nanodayo—La recepcionista asintió con una divertida sonrisa las órdenes del doctor en jefe que cargaba a su hija vestida de marinerita en un brazo mientras su esposo le tomaba de su mano libre donde lucía sus dedos vendados y una argolla de oro.
—Despídete, Kazu-chan—Dijo Takao a la niña antes de salir.
—Hasta luego, Kokonoe-san—Exclamó la pequeña con una brillante sonrisa para después comenzar a parlotear hasta por los codos de cómo le fue en su día, lo que hizo en la escuela, las multiplicaciones que ya se sabía, su estrellita que aún tenía en la frente por leer fluidamente y obviamente del examen de japonés con puntaje perfecto por el que en ese instante se dirigían a la heladería.
Takao solo reía por ver a su esposo suspirar mientras escuchaba como la pequeña hablaba y hablaba, jugaba con su cabello, exclamaba y otras cosas más que le causaban diversión al doctor porque su esposo era igual que su pequeña, lo que le alegraba es que había heredado su inteligencia y tenacidad, no como la del azabache que varias veces en secundaria le había quitado su lápiz de la suerte de Oha Asa para pasar por los pelos los exámenes.
Al llegar a la heladería, Shintarou bajó a Kazumi para que fuera ella sola a pedir su helado en vasito sabor mango, uno en cono sabor pistache para su padre y uno en vasito sabor cereza para su madre. Takao fue con su hija para agarrar el cono y su vasito además de pagar al heladero que le regaló a la pequeña su helado como recompensa por su examen de japonés con nota perfecta que ya le había dicho a pueblo y medio.
— ¡Papi! ¡Papi! Vamos al parque ¿Sí? —El doctor iba a negarse porque ya eran casi las seis de la tarde y debían regresar para bañarla, cenar y llevarla a dormir pero no podía decirle que no a esa mirada que le dejaba el corazón en la mano.
—So-Solo un rato, nanodayo…—A Kazumi le brillaron los ojos de emoción y abrazó una pierna de su padre porque esta vez ya iba caminando enfrente de sus padres que iban tomados de la mano.
—Vamos Shin-chan, no seas tsundere con tu hija—El de cabellos verdes le dio un apretón en la mano a su esposo que solo soltó una leve risa, yéndose a sentar a una de las bancas del parque donde Kazumi jugueteaba con otros niños del pueblo, dejándoles el helado de mango que poco a poco pasaba a ser agua de mango a sus padres para que ella se pudiera subir con libertad total a los juegos que quisiera.
El viento soplaba suavemente, despeinando con gentileza los cabellos de la pareja que veía a su niña bajar por la resbaladilla dando tremendas risas mientras ellos comían de sus helados tomados de la mano sentados en la banca. Takao dio un suspiro satisfecho y recargó su cabeza en el hombro de su esposo.
—Shin-chan…Quiero estar así por siempre—Midorima en un ataque de sinceridad también recostó su cabeza en la de su amado y entrelazó sus dedos con los de su marido.
—Yo igual, Kazunari—Ambos se dieron un corto beso para volver su cabeza nuevamente a como la tenían, riendo al ver a su hija jugar con los niños, pasando el pasamanos con habilidad, corriendo de un lado para otro, casi volando en el columpio y resbalándose por la resbaladilla en forma de caracol, despreocupada de su feliz vida que había llevado desde que nació, creyendo que esos momentos serían eternos.
Cuando el sol estaba poniéndose, el doctor se levantó junto a su esposo para llamar a Kazumi e ir a casa. La niña acató casi al instante las órdenes de su padre, despidiéndose de sus amigas porque al día siguiente las vería en el kínder.
Kazumi volvió a correr a los brazos abiertos de su padre que cargaba en su espalda su mochila verde con detalles amarillos y flores de colores además de llevar colgado el lucky ítem del día para los piscis que era un osito de peluche pequeño.
La niña casi al acomodarse cayó perdida de sueño en los brazos del doctor que la cargaba amorosamente y le tapaba con su bata que ya había cambiado por su saco para que la pequeña no pasara frío en el transcurso del camino a su casa que estaba a unos diez minutos a paso lento, tal como lo estaban en ese instante Takao y Midorima pero ni así al pobre doctor le duró el silencio porque ahora era el turno de escuchar a su esposo hablar como perico hasta llegar a casa pero por raro que pareciese, al doctor no le molestaba o incomodaba, al contrario, amaba escuchar el día a día de su esposo aunque jamás lo admitiría abiertamente.
El doctor sonrió un poco al ver las farolas iluminándose por la inminente noche que también ayudaba a alumbrar las aceras con el destello de las estrellas y el resplandor de la luna que le daba un sentimiento de paz y armonía al de ojo verde que le abría la puerta a su esposo para que pasara, comenzando a despertar a Kazumi segundos después solo para bañarla y luego llevarla a la cama por el cansancio de la enérgica niña.
Cuando el doctor ya estaba terminando de abotonarle el pijama a su hija después de bañarla, la niña abrió los ojos adormilada y le sonrió, subiendo sus brazos para que el de cabellos verdes la cargara al comedor a cenar su leche con galletas.
—Creí que estabas dormida, Kazumi—Dijo el doctor mientras cargaba a su hija y la llevaba al comedor donde Takao ya los esperaba sonriendo con una pequeña taza rosa de leche con fresa, una taza verde oscuro de café con dos de crema y una y media de azúcar junto con su taza de té verde humeante.
—Sabía que Kazu-chan despertaría, por nada del mundo se perdería una cena con nosotros—Comentó el de ojo azul viendo a su hija sentada en las piernas de su esposo como vil títere tomando su leche con los ojos cerrados, dejando que el de cabello verde le limpiara la cara si se le caía algo de líquido.
— ¿A quién se parecerá? —Kazunari rió por lo bajo ante el comentario irónico de su esposo, viendo como su hija dejaba con dificultades la taza en la mesa para que su padre dejara su café a la mitad y fuera junto a Takao a la habitación de la niña a dejarla en su cama.
Takao quitó las cobijas verdes con flores de su hija, dejando que el doctor la recostara suavemente en el colchón, dándole su águila de peluche para que durmiera, tapándola en lo que Kazunari encendía la lámpara giratoria que reflejaba algunas sombras de aves, mapaches, osos y flores.
—Goodnight, honey—Dijo el de cabellos verdes dándole un beso en la frente a su nena que se acurrucaba en su posición, abrazando más fuerte a su águila.
—Goodnight, Kazu-chan—Susurró el azabache besando la mejilla de su hija que se removía dormida con una sonrisa en su cama. El matrimonio le echó un último vistazo a su niña antes de salir de la habitación y cerrar con suavidad la puerta.
Cuando cerraron la puerta ambos esposos se vieron con una sonrisa de satisfacción con su trabajo como padres de esa preciosa niña que les había llenado de paz, parte del porqué el significado de su nombre. Ambos conversaron con la mirada un par de segundos para llegar a la conclusión de que el té y el café podrían esperar pero ellos no.
Sincronizadamente ambos se besaron con desespero y pasión, caminando a su habitación, cerrando la puerta por si las dudas; comenzando a quitarse las ropas con amor y urgencia de querer tocar sus pieles de una buena vez, de volverse uno de nuevo, de reforzar su lazo mientras sus cuerpos se unían, llevándolos a sentir una espiral total de placer que les satisfacía hasta el lugar más recóndito de su cuerpo y mente.
Takao mordía la almohada para no hacer ruido y despertar a Kazumi. Ya había sido un buen tiempo desde la última vez que él y su esposo hacían el amor, cosa que en ese instante le hacía disfrutar aún más de esos expertos roces en su piel, de los besos que le enchinaban los vellos de su cuerpo y de las penetraciones rítmicas y sensuales que lo hacían retorcerse entre los brazos del médico que callaba sus gemidos con leves mordidas en los hombros del azabache, al cual se le hacía cada vez más difícil el contener su voz.
—Shi-Shin-chan—Susurró Kazunari lagrimeando de placer por las estocadas profundas que comenzó a recibir, sintiendo como el orgasmo se aproximaba.
—Ka-Kazunari…Y-Yo voy a…—Un gemido suave de parte del azabache preparó el escenario para que manchara las sábanas con su semilla, dejando que dos estocadas más le hicieran ver el paraíso mismo con el caliente líquido que lo llenaba, cortesía de su esposo.
El de ojo verde cayó en la cama junto a su esposo, jadeando por recuperar algo de aire después del exquisito placer que terminaba de experimentar, sonriendo un poco al verlo con las mejillas sonrojadas, exhausto y tomándole la mano mientras le miraba con esos mares que lo inundaban de amor.
—Te amo, Shin-chan—Dijo Takao con una sonrisa mientras se acercaba a besar al de cabellos verdes.
—Y yo a ti, Kazu…Por todo…Te amo mucho—El doctor besó a su esposo, abrazándole con dulzura para dejar que el joven se acostara en su pecho y le acaricia sus negros cabellos, pensando en todo lo que había pasado para llegar hasta ese lugar, sintiendo felicidad plena al tener entre sus brazos al azabache que ya dormía plácidamente, ese mismo que se arriesgó con él y con el que había formado una familia que no cambiaría por nada del mundo.
El doctor suspiró y cerró sus ojos por la pesadez que sentía, después de todo, tendría mucho tiempo para tener entre sus brazos a su esposo en lo que su pequeña crecía, queriendo que todo se quedara igual, en teoría, toda una vida.
Por lástima, no todos pensaban igual y a veces el mundo puede nublar en cuestión de segundos un hermoso paraíso, inundándolo minutos después, pisoteando y rompiendo aquel bello paisaje que alguna vez existió, llegando a un punto en que nos llegamos a preguntar si había algo antes de esa densa lluvia que no dejaba ver nada, helando hasta la última célula de cualquiera que se acercara a aquel diluvio que permanecía a su antojo.
Ni con todos los lucky ítems de Oha Asa para cáncer, Shintarou podría parar la tempestad que se avecinaba a sus espaldas. Tiñendo de rojo todo ese floreado y precioso campo de flores verdes y azules con el despejado cielo celeste que en cuanto menos lo pensara, se teñiría de un rojo con distintos matices; desde el rosa hasta el guinda oscuro.
