¡Hola!, pues antes que nada los personajes de InuYasha no me pertenecen a mi, sino a la gran Rumiko Takahashi, y yo solamente los tomo prestados :B.

Espero que este nuevo fanfic sea de su agrado
y que pasen un bonito rato leyendo, y si es posible
dejen un review :D. Y sin más los dejo con el primer capítulo.

Capítulo I. Flores de cerezo

Cierto, era egocéntrico y gruñón, era odiosamente silencioso, pero cierto, se había embelesado tontamente con él. Un ser que gozaba de exquisita belleza, de habilidades envidiadas por muchos, de una inteligencia sobre-humana, porque cierto, no era humano. Un ser que poseía una mirada perturbadoramente tranquila, misma que en un instante podía volverse endemoniadamente peligrosa.

Era una extraña mezcla de personalidades o tal vez, era que esa mezcla hacía de él un ser único, con una singular personalidad. Realmente aún no lo sabía bien, pero tenía fe en que algún día lograría descubrirlo, fuese de la forma que fuese.

Lógicamente aquél ser no sabía nada de los sentimientos de aquélla humana, de los pensamientos que rondaban cada tanto su mente, de esas miradas traicioneras que la delataban, aunque claro, nadie podría notarlo, ¿cómo?, era simplemente imposible que alguien pensase siquiera en algo semejante.

Era irreal, tonto, infantil, sentirse atraída por un ser tan lejano, por alguien con quien apenas había cruzado unas cuantas palabras desde el instante en que se conocieron, por un ser que claramente no ocupaba ni un segundo en pensar en ella, tal vez sabía su nombre, sí, estaba segura, pero era inevitable después de unos cuantos años, cierto, aquélla ocasión en que le gritó "cuñado", volteó a verla, sí, pero fue simplemente porque detestaba que le recordaran su parentesco con aquél otro.

A veces se sentía ridícula al sorprenderse esperando ansiosa el momento en que llegase a la aldea a visitar a su pequeña protegida, en ocasiones hasta buscaba excusas para permanecer más tiempo cerca de aquélla niña, no es que no le agradase su compañía, disfrutaba mucho estar con ella, pero obviamente, eran más las probabilidades de toparse con él estando con la pequeña.

Muchas veces tendría que estar haciendo otras cosas, pero con tal de verlo aunque fuese un instante, se quedaba con la pequeña más tiempo del necesario. Era un extraño cosquilleo el que se formaba en su estómago cada vez que lo veía, ciertamente, no podría decir que estaba enamorada de él, ni siquiera que lo quisiera, era sencillamente que le gustaba verlo.

Verlo, aquella palabra resonó en su cabeza, y recordó entonces, a su familia, cómo la extrañaba, extrañaba a su hermano, a su abuelo y sus historias, a su mamá siempre tan atenta, hasta a su gato; pero todo aquello se había quedado en el pasado, o más bien, en el futuro.

— ¡Oye…! —finalmente se escuchó un grito por parte del muchacho, al darse cuenta que había sido ignorado por aquella persona.

— ¿Eh? —fue lo único que atinó a decir la muchacha, al verse descubierta por un par de ojos dorados, que la veían de una forma poco amistosa, y no era para menos claro, lo había ignorado por completo, aunque no es que lo hubiese hecho a propósito, únicamente se había perdido más de la cuenta en sus enredados pensamientos.

— Vaya, hasta que al fin das señales de vida —bufó el chico mirando reprobatoriamente a su compañera—, y bien… ¿en qué tanto pensabas? —inquirió de vuelta el muchacho, no pensaba dejar pasar el tema, aquélla sonrisa boba que se había dibujado en el rostro de la muchacha le había intrigado de sobre manera.

— ¿De qué hablas? —definitivamente no planeaba decirle que estaba pensando en, bueno, en ese otro—, en nada, ¿qué acaso ya no puedo pensar libremente? —bufó indignada, intentando que no se le subiera el color a las mejillas, ya suficiente era con que se le hubiera escapado aquélla sonrisa al recordar la mirada furibunda de su "cuñado".

— ¡Feh! —gruñó en respuesta el chico, sin duda su compañera cada día estaba más loca, y no es que le extrañara aquello, era sólo que últimamente la notaba distraída, no distraída de forma triste, sino más bien como embelesada en algún extraño pensamiento que no lograba descifrar—, las mujeres están locas —susurró apenas, creyendo que nadie lo había escuchado.

— ¿Qué dijiste? —se escuchó una voz detrás suyo, esa voz que lo despertaba por las mañanas, esa voz que un día creyó no volvería a escuchar más que en recuerdos.

—… nada —mintió vilmente, volteando la cara en otra dirección, no es que ella no estuviese un poco loca también, pero la verdad era que con ella no se llevaba de la misma forma que con la otra muchacha.

— ¿Sabes que te escuché, verdad? —dijo nuevamente, con un toqué de gracia en la voz; dijeran lo que dijeran sin duda había extrañado a esa mujer toda su vida, había extrañado esa simplicidad suya, la elocuencia de sus pensamientos, su fuerza, esa mirada tranquila.

Muchos dirían que no había nada que los uniese, o que había demasiadas heridas causadas en ambos, pero tal vez era eso lo que los hacía regresar, esas heridas que habían cicatrizado en los dos, al mismo tiempo, se habían convertido en una sola cicatriz cargada por ambos. Era extraño, pero era de cierta forma la razón de que su amor continuara y esperara a que ambos estuviesen listos para vivirlo.

Aprovechando que aquél muchacho ahora se encontraba distraído, o una mejor palabra sería embobado, con su mujer, salió de aquél lugar antes de que continuase su cuestionamiento respecto a sus extraños pensamientos. Además, aún se seguía sintiendo incómoda al verlos ahí, a los dos juntos, mirándose de aquélla forma, tan, tan amorosa, íntima, normal al fin y al cabo en dos personas enamoradas; sí, había aceptado que ella era quién "perdía", pero eso no quería decir que así, por arte de magia, había desaparecido todo ese amor que había logrado acumular desde el momento en el que se enamoró; parecía como si todos pensaran de esa forma, pero lo que más le dolía era que él se hiciera como el que nunca hubiese existido ese amor, como si el único afecto que le tuviera desde siempre hubiera sido pura amistad, era doloroso, desastroso hasta cierto punto, y estuvo, a punto, a nada prácticamente, de dejarse llevar por la corriente de sus lágrimas, de sus pensamientos pesimistas, locos; hasta que un día, cansada, harta, de dormir llorando y fingir por las mañanas sonrisas a medias, se dio cuenta del gran ridículo que estaba haciendo, la verdad era, que era más fácil vivir en la pesadumbre, a darse la oportunidad de salir de ahí.

Sus amigos en un principio la entendían, pero al pasar el tiempo, -al parecer había sido magistral su representación de la mujer feliz- ya no se incomodaban en lo más mínimo al hablar sobre ellos dos, de hacer comentarios como "se ven muy felices", "ya se merecían estar juntos", o cosas por el estilo, no los culpaba, ella si estuviera en otra situación seguramente también se sentiría feliz por su ahora amigo.

Pero que más podía hacer, más que resignarse, no tenía caso; lo que le dolía de verdad era el hecho de que la hubiese "dejado" vestida y alborotada, que la hubiera dejado tomar aquélla decisión, aquélla decisión que ya causaba estragos en su vida, se había quedado a fin de cuentas sin familia, sin su familia, claro que consideraba a sus amigos como familia, pero, obvio, no era lo mismo.

Claro, se habían "casado", habían vivido unos meses juntos, cinco meses para ser exactos, meses que estuvieron llenos de cambios, de descubrimientos, de preguntas, de cosas bellas, al menos para ella; y sí, habían "consumado" su matrimonio, habían pasado tres meses, y una cosa llevó a la otra, hasta que al final terminaron los dos ahí uno junto al otro, desnudos, no es que se arrepintiera, era sólo que al verse abandonada por él, inevitablemente se sintió usada, cosa que le costaba sacar de su cabeza, a pesar de repetirse mil veces, una y otra vez, que él no la había usado, que no sería capaz, además, cómo sabría él que aquélla iba a regresar, no había forma, y aún así, tenía una espina clavada en el pecho que le hacía sentirse así.

— Hum… —suspiró la muchacha, su mente se cansaba de tanto dar vueltas y vueltas al asunto, a todas las cosas que le habían sucedido en tan poco tiempo, sin percatarse siquiera que era observada curiosamente por unas orbes doradas.

— ¡Señorita...! —sofocó su grito al darse cuenta que la susodicha estaba perdida en sus pensamientos, otra vez, hacía un tiempo la notaba muy pensativa, aunque ahora mismo se notaba algo desconcertada o abrumada más bien, por algún pensamiento supuso la pequeña—, señorita Kagome —dijo al fin la niña al llegar frente a la muchacha.

— Oh, Rin… —sonrió dulcemente la muchacha, aunque con rostro sorprendido, era ya la segunda vez en el día que la encontraban sumergida en sus pensamientos— ¿qué sucede?

— Hum… ¿se encuentra bien? —dijo curiosa la niña, inclinándose hacia delante para estar más cerca de la mujer, mientras le regalaba una bonita sonrisa.

— Sí, estoy bien Rin, no te preocupes —dijo sacudiendo la mano para restarle importancia a su situación.

— Hum… está bien, ¿no quiere venir? —preguntó la niña, al ver que la muchacha se le quedaba viendo curiosa, añadió—, sí, el Señor Sesshomaru vendrá hoy, ya sabe que siempre trae bonitos regalos, ¿no quiere ver que me traerá esta vez?

— ¿Vendrá hoy? —dijo pensativa, no se había dado cuenta que ya había pasado un mes desde la última vez que había visto a Sesshomaru, y es que, siempre iba al menos dos veces al mes, pero esta vez, había pasado todo un mes—, bueno, está bien… vamos a ver que te traerá —le dijo sonriente, le agradaba ver los obsequios que le traía a la pequeña, se veían bastante caros a decir suyo, pero sobre todo, podía verse el "cariño" que le transmitía con aquél gesto.

Comenzaron a caminar hacia la cabaña de la anciana Kaede, que era donde se quedaba la pequeña Rin, sin percatarse que un imperioso ser, las seguía de cerca, era tal su gracia al caminar que aquellas no se dieron cuenta siquiera, ellas iban en su pequeño mundo, en su burbuja, corriendo a ratos, brincando por allí, deteniéndose a observar las mariposas, a oler las flores, a correr de los sapos saltarines que había por ahí, ellas estaban en su alboroto como cualquier chiquilla, humana, simple, tonta… pero a fin de cuentas, feliz.

El aludido iba detrás de ellas, enarcando una ceja al ver alguna chifladura por parte de las humanas, pensaba que se veían tan tontas, o bueno, podía comprenderlo de Rin, pero de la otra humana, se suponía que ya era una mujer ¿cierto?, ¿cómo era posible que siguiera siendo tan infantil?, de cualquier forma no le quedaba más que suspirar al darse cuenta de la "clase" de personas que cuidaban a su protegida.

"Protegida", esa palabra resonaba en la cabeza del hermoso ser de cabellera plateada, ¿cómo es que él había terminado siendo el protector de esa humana?, ¿en qué momento había pasado?, y más aún… ¿desde cuándo se quedaba mirando a esa sacerdotisa del futuro?

Y a pesar de los comentarios que había escuchado, aquella sacerdotisa estaba lejos de estar feliz o al menos de ver con buenos ojos la relación existente entre el mitad bestia de su hermano y aquél cadáver, que claro ya no era más un cadáver, pero aún persistía aquél detestable aroma alrededor suyo. En todo caso, la sacerdotisa llamada Kagome andaba con un aura perturbada, aunque por breves instantes se volvía tranquila y cálida, realmente no entendía a los humanos, siempre tan débiles.

Lo que seguía molestándole de sobremanera era el hecho de que su hermano, no bastándole ser un mitad bestia, hubiera roto una promesa de tal magnitud, y más aún después de haber consumado el matrimonio, eso era demasiado, haber manchado con tal acto el nombre de su familia, imperdonable; ni siquiera el más vil de los demonios haría algo semejante, claro, tienden a tener un sin número de parejas, pero siempre haciéndose cargo de cada una de ellas, y éste imbécil simplemente la había botado. Pero en fin, eso era algo que a él poco le importaba.

— ¡Señor Sesshomaru! —dijo alegremente una pequeña al voltear y darse cuenta que había estado caminando detrás de ellas desde hacía un rato.

— Rin… —dijo simplemente el demonio, no había necesidad de decirle más, y esa pequeña lo sabía bien.

Sin más, el demonio le extendió un paquete hecho con hermosa tela, pero dentro de éste venían cosas aún más bonitas, kimonos, sandalias, abrigos, y algunas telas para cubrirse del frío o del sol, Kagome se quedó viendo con regocijo los obsequios que le había traído a la pequeña esta vez el demonio, todo era maravilloso y seguramente costaría bastante dinero.

Y entonces lo dijo — Humana —¿humana?, sí definitivamente se refería a ella, y sin darse cuenta su corazón se detuvo, volteó a ver a Sesshomaru, quien la veía sin el menor atisbo de cariño o algo parecido; y sin darle explicación alguna le extendió la mano colocando entre sus pequeñas manos un pequeño envoltorio. Kagome se quedó sin habla, simplemente se quedó observándolo hasta que se marchó de la aldea, no podía creer que Sesshomaru le hubiese regalado algo, ¿cómo, por qué?, ¿es que acaso estaba moribunda y estaba alucinando?.

— Señorita Kagome —le llamó Rin, sacudiéndola un poco—, ¿qué le trajo el Señor Sesshomaru? —decía señalando el paquete entre las manos temblorosas de la sacerdotisa

— ¿A mi? —dijo sin entender nada—, eh… ah! el paquete —recobrando un poco el sentido, bajó el rostro hasta ver el pequeño paquete entre sus manos, ¿qué sería? — bueno, vamos a ver Rin.

Y con ansias que no podía ocultar, abrió el paquete encontrándose con una tela color negro, con flores de cerezo blancas, amarillas y rojas, se veía sumamente hermosa, era una tela suave y sobre todo, se la había dado Sesshomaru…

•Nenny de Borrego•

16 · Julio · 2014