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Era un día bastante caluroso para ser uno de septiembre. La estación de King Cross llevaba abarrotada de gente desde un poco antes de las diez de la mañana; lo curioso es que ninguna de las extrañas personas con túnicas, animales y enormes baúles que se habían visto parecía ir a coger ningún tren. Simplemente paseaban con cara de despiste y nerviosismo, todas hacia la zona del andén diez, y, de repente, ya no estaban. Ningún transeúnte parecía darse cuenta de ello, aunque el vigilante de seguridad empezaba a estar un poco mosqueado ¿Irían a una especie de convención? ¿Se estaban colando en los trenes? El sonoro ulular de una lechuza en el andén nueve le hizo mirar hacia allí, pero no había nada. A lo mejor se estaba obsesionando.

Un carrito lleno de maletas de flores y conducido por una señora mayor muy camicace casi mata a Hermione Granger, que estaba a punto de batir todos los récords de velocidad en su carrera al expreso de Hogwarts. Quedaban un par de minutos para que saliera el tren, y verla llegar tan tarde era muy extraño. Sobre todo teniendo en cuenta que la habían nombrado Premio Anual y ella siempre intentaba dar ejemplo. Esquivando a la mujer por los pelos, siguió corriendo con su carrito hasta la barrera que había entre los andenes nueve y diez, y se lanzó contra ella sin preocuparse de si alguien podía verla -por suerte, el vigilante había ido a tomarse un café-. Inmediatamente apareció en el andén 9 y ¾, frente a la locomotora del expreso que la llevaría al colegio, que en ese momento pitaba amenazadoramente, como reprochándole su tardanza. Se abrió paso entre los padres que despedían a sus hijos, saludó de lejos a la señora Weasley, que pareció aliviada al verla, y subió al tren. Buscó con la mirada a sus amigos por los compartimentos mientras recuperaba su ritmo cardíaco habitual, intentando aparentar serenidad, pero, antes de que pudiera llegar a la mitad del tren, chocó con alguien.

-¡Ay!- Casi cae de culo al suelo, de no ser porque se agarró al picaporte de un compartimiento que se abrió con estrépito, cortando la conversación de un grupo de chicos de séptimo que la miraron entre extrañados y divertidos. Cerró nuevamente la puerta murmurando un tímido "perdón" y levantó la vista para ver quien era el causante de su metedura de pata. Entonces se topó con unos ojos grises que la miraban acusadoramente. Draco Malfoy se recolocó el pelo, frunció los labios como si intentara controlar un montón de improperios y se fijó en la chica, que se había levantado y le observaba entre asustada y molesta.

-Perdona.- Dijo el chico, siseando y con voz contenida. Cogió su maletín y se fue al final del tren, donde le esperaba con cara de bobalicón desafiante su inseparable guardaespaldas, Gregory Goyle.

Hermione le dirigió una mirada de incredulidad y se quedó mirando como el muchacho se iba, con ese porte orgulloso que le caracterizaba, pero procurando no mirar a ninguna de las personas con las que se cruzaba, lo cual no era muy habitual en él. Llevaba un traje negro que marcaba su ancha espalda, y ya no tenía el pelo engominado hacia atrás, sino algo alborotado. Parecía que ya no le importaba demasiado esa idea de perfección que tenía de sí mismo, puesto que el traje también estaba algo arrugado. La castaña recordó la mirada que le había echado, y se dio cuenta de que siempre había pensado que los ojos del chico eran azules, cuando en realidad se acercaban más a un tono grisáceo, frío. Como él.

"¿Qué demonios hago mirando a Draco Malfoy?", se dijo la chica cuando se sorprendió pensando que nunca había visto ese color; sobre todo cuando se sorprendió descubriendo que era un color bonito. Recogió su baúl del suelo y caminó hacia donde un momento antes había ido el rubio. Uno de los chicos del compartimiento que antes había avasallado la observó de arriba abajo mientras se retiraba.

Encontró a Harry, Ron, Ginny y Neville juntos compartiendo sitio, los tres primeros enzarzados en una discusión sobre el nuevo fichaje de los Tornados, tan concentrados que apenas se dieron cuenta de que entró, dejó su baúl y se sentó a su lado.

-¡Hola, chicos!

-Hola Hermione- Contestó un sonriente Neville, que parecía algo fuera de lugar. Harry acertó a saludarla con la mano mientras intentaba seguir la conversación de los otros. Los otros dos ni siquiera la miraron; Ron estaba totalmente rojo y discutía acaloradamente con Ginny, que tenía cara de hastío. Harry intentaba calmar al pelirrojo, pero en voz tan suave que no se le oía.

-Chicos; hey… chicos…- Pandilla de cretinos.- ¡Me voy a desnudar!- Gritó Hermione. La discusión cesó y la miraron extrañados.- Hola, ¿eh?

-¡Hermione! Hola- Ginny sonrió. -¿Cómo has llegado tan tarde?

-¿Qué es eso de que te vas a desnudar?- Preguntó Ron, confundido.

- He tenido problemas con el tráfico- Dijo, ignorando al pelirrojo y sonriendo a su amiga. - ¿Cómo podéis poneros así por algo tan absurdo?- El pequeño de los Weasley pareció recuperarse y recordar que estaba sumamente enfadado con su hermana.

-¡No es absurdo, Herms! ¡Está defendiendo lo indefendible! ¡Como si a los Tornados les hiciera falta un nuevo golpeador! ¡Cazadores más defensivos, eso es lo que necesitan! ¡Es increíble que…!

-Vale, Ronald, para. Vamos al vagón de los prefectos antes de que te explote una arteria- Dijo la castaña, cansada. Ginny y Neville rieron por lo bajo hasta que el pelirrojo les miró como si les fuera a matar. Se despidieron de sus amigos y fueron a la reunión.