Hola esta es mi primera historia, así que no sean muy duros conmigo, se aceptan criticas constructivas, cualquier otro comentario sera ignorado.

Será un LongFic, actualizare cada que pueda, les pido paciencia.

DISCLAIMER: Los personajes que aparecen en la serie de anime y el universo de Buddy complex no me pertenece. Lo único mio es la trama de poner a los personajes en esta situación que se le ocurrió a mi loca cabeza. NO gano nada a cambio, al final seguiré igual de pobre que ahora :( Lo único que recibo es la satisfacción de entretenerlos un poco.

ADVERTENCIAS: Este es un fic con temática homosexual, slash, yaoi, BL, chicoxchico o como quieras llamarle, si no te gusta, no leas. Muerte de personajes, algo de violencia, y... bueno por el momento creo que eso es todo.

Los dejo leer :D


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Nuestro tiempo

Prólogo

"¿Qué pasa?, ¿Dónde estoy?", pensó mientras sus ojos recorrían el lugar en el que se encontraba. Por un momento se sintió tan perdido y desorientado que no reconoció nada a su alrededor, de cualquier forma, no habría podido ya que todo se encontraba sumergido en una abrumadora oscuridad. Por lo que pudo sentir, estaba sentado en una especie de asiento alto y cómodo, trató de verse el cuerpo, pero la oscuridad era tan intensa que no podía ver nada a un palmo de distancia.

Súbitamente una intensa luz lo cegó y en un momento todos sus sentidos se pusieron en alerta, tan rápido que hasta un mareo amenazó con volverlo a dejar aturdido. Volvió a mirar alrededor, esta vez, en busca de la fuente de aquella luz blanca y brillante. Sus ojos se abrieron en señal de sorpresa, reconoció el lugar como la cabina de su valiancer –el Bradyon Next XV-7102–, y descubrió que la luz provenía del exterior de la cabina, de ningún punto en particular, solo estaba ahí tan etérea y misteriosa, pero esta era tan intensa que no le permitía ver más allá de donde estaba.

Aquí Dio Weinberg piloto del Bradyon Next, Capitana Kleinbeck, ¿me escucha? —Trató de comunicarse con alguien. Nada, intentó de nuevo.

¡Aquí Dio! ¿Alguien me escucha?, Aquí Dio al puente del Cygnus, ¡respondan! —Nadie respondió. Dio no entendía que es lo que estaba pasando, lo último que recordaba era que estaba en una reunión con su familia y amigos, junto a su querida hermana y su padre. Todo iba de maravilla hasta que un fuerte dolor de cabeza azotó su mente y tuvo que ir a descansar a una de las habitaciones de la mansión.

¡Aquí Dio Weinberg! ¡¿Alguien me escucha?! —gritó, ya comenzaba a desesperarse; no sabía por qué, pero sentía que se ahogaba ahí dentro; trató de aflojar la camisa del traje de gala que usó durante la reunión –el dolor no le permitió hacer más que tumbarse a la cama en cuanto la tuvo en frente–, pero con desconcierto se dio cuenta que estaba vistiendo su antiguo traje de piloto.

Dio estaba a punto de presionar el botón de escape para que se abriera la compuerta de la cabina, mandando al diablo el temor que sentía por el hecho de que la intensa luz provenía precisamente del exterior y él aun no sabía que era exactamente, cuando…

«No se preocupen, Fromm, Dio»

No puede ser… —susurró sin poder creer lo estaba escuchando y rápidamente se enderezo en su asiento. "Esa…", pensó quedando su mente en blanco, paralizándolo totalmente.

«Dio, lo viste, así que lo sabes, ¿verdad?». Volvió a escuchar aquella suave voz, tan clara y a la vez tan lejana. Era como si todos sus sentidos fueran abrasados por la calidez que imprimían cada una de esas palabras. Dio no sabía de qué le estaba hablando. O más bien no quería entenderlo pues no quería recordarlo.

¡Pero…! —Se sorprendió al escuchar su propia voz sin que esta saliera de sus labios. Estaba oficialmente asustado así que intentó moverse, pero parecía no tener control alguno sobre su cuerpo. "Maldición…", trató de decir. No pudo hacerlo.

«Veraz…», escuchó. De repente, la intensa luz que le impedía ver al exterior desapareció, dejándole aún más sorprendido y nervioso de lo que ya se encontraba. Frente a él, un enorme mar de intenso negro estaba tapizado de miles y millones de estrellas, su valiancer se encontraba suspendido en medio del espacio sideral. Y fue como si con la luz, todo aquello que nublaba su mente desapareciera.

«Jamás se me hubiera ocurrido que sería buen amigo de una persona setenta años en el futuro», la voz seguía hablando y ahora la oía más cercana; él ya no tenía duda de a quien pertenecía. Sabia donde se encontraba, aunque no sabía por qué y eso lo puso mucho más tenso, todavía no tenía control sobre su cuerpo y al parecer tampoco podía mantener bajo control sus emociones.

«Salúdame a todos…», volvió a escuchar y comenzó a sentir una profunda gama de sentimientos –tristeza, dolor, rabia, cansancio, sentimientos que creyó haber perdido–, trataba de controlarse, pero todo esfuerzo parecía resultar en vano. Hace mucho tiempo que se prometió no volver a sentir eso. "¿Por qué? ¿Por qué todo eso está volviendo a suceder?", se dijo a sí mismo, con la esperanza de calmarse un poco.

«Diles que les agradezco todo lo que hicieron por mí», quería que la voz dejara de hablar.

¡Mejor díselos tú! —su voz sonó entrecortada, tenía tantas ganas de llorar en ese momento.

«Creo que ya no me queda tiempo para hacerlo, así que…»

Apareciste… de la nada… —susurró Dio, interrumpiendo lo que la voz estaba diciendo. Ya no luchaba contra lo que fuera que lo estaba controlando—. Armaste un lio y ahora… vuelves a irte de repente… —sus hermosos ojos azules se llenaron de lágrimas que luchaban por ser derramadas. Dio intento controlarlas lo mejor que pudo, mientras su voz se hacía más débil a cada palabra que pronunciaba.

«Adiós, Dio…»

—… — Y ya no pudo soportarlo más, dejo que sus mejillas se empaparan con las cristalinas gotas, no podía moverse, no podía ver donde se encontraba el dueño de aquella voz, solo estrellas y noche. La desesperación dominaba poco a poco sus sentidos, la tristeza, la rabia y el dolor de sentirse abandonado, de nuevo.

¡Aoba! —gritó Dio con todas sus fuerzas, liberándose de sus ataduras invisibles mientras sentía como las lágrimas recorrían su pálido rostro hasta perderse bajo su cuello, ya no le importó, ni siquiera trató de detenerlas.

Busco por los alrededores, pero no podía ver nada que no fueran las estrellas, ni la intensa luz blanca de un comienzo, ni la nave del Cygnus o los demás valiancer, y, sobre todo, no podía encontrarlo a él. Sus ojos solo podían reflejar desesperación y miedo, estaban inundados en aguas de tormenta y no había nada que pudiera apaciguarlas. Ya no podía oír la voz de Aoba y aunque una parte de él sabía que ya jamás la volvería a escuchar, no dejaba de buscarlo en el inmenso espacio. Dio no quería que se fuera, nunca fue ese su deseo y aunque no entendía porque estaba pasando de nuevo, esta vez no iba a dejar que Aoba se fuera.

¡Aoba!

"Por favor, Aoba ¿Dónde estás?", preguntó en su mente. Entonces, sintió una fuerte sacudida y su valiancer se comenzó a precipitar hacia el vacío, ninguno de los controles respondía. "¿Por qué? ¿Por qué está pasando esto? Maldita sea, ¡responde!", y el miedo le ganó.

¡No…! —gritó.

Dio despertó, agitado y completamente bañado en sudor. La intensidad del sueño lo impulsó a quedar sentado sobre la cama de aquella habitación. —Fue sólo una pesadilla —se dijo a sí mismo en voz baja, mientras masajeaba su cabeza que aún seguía palpitándole de dolor, aunque este ya no era tan fuerte como en la reunión.

Frotó poco a poco su mano por su rostro y se sorprendió al encontrar rastros de lágrimas sobre sus mejillas, suspiró pesadamente y se deslizó a la orilla de la cama con la intención de ir al cuarto de baño, pero antes siquiera de poder levantarse, se quedó sentado recordando lo intenso y real que fue su sueño. Hace mucho que no le pasaba, no lo había olvidado por supuesto, pero hace ya tiempo que esos recuerdos no le afectaban.

Miró a su alrededor, asegurándose que definitivamente se encontraba en una de las habitaciones de su hogar, en su habitación precisamente; recordándose a sí mismo que, desde que había terminado la guerra exactamente hace dos años en agosto –ese fue el motivo de la reunión, la celebración para conmemorar el fin de tan terrible periodo–, todo había cambiado para mejor. Ahora Dio estaba junto a su hermana y su padre en una mansión que habían comprado en la capital de Japón, después de todo en ese país es donde se encontraban ahora la mayoría de sus amigos y a su familia no le supuso ningún problema irse a vivir ahí para estar con él.

—Si claro… —dijo Dio y sonrió con ironía, pensando que a pesar de eso él no estaba mucho tiempo en casa.

Dos meses atrás habían aparecido los primeros ataques de los rebeldes que se negaban a aceptar el Tratado de Paz entre Zogilia y la ya disuelta The Confederate Treaty of Liberty Alliance (conocida como La Alianza). Hasta ese momento no se les había tomado en serio, pero entonces los líderes mundiales pidieron a algunas de las unidades de combate que habían quedado disponibles de todos los países involucrados, ocuparse de estos grupos que amenazaban con perturbar la paz que tanto había costado conseguir. Su hermana no estaba muy contenta, pero más que molesta estaba triste. Aunque ahora Dio la veía más seguido que antes, ella siempre le decía que se preocupaba mucho por él y que deseaba que ya todo terminara definitivamente para por fin estar todos juntos como la familia que eran.

Todos sabían que la situación con los rebeldes no duraría para siempre, pero al igual que su hermana, todo el mundo pensó que con la firma del tratado de paz dos años atrás ya no habría más problemas.

"Valla aniversario estoy teniendo", pensó Dio mientras se levantaba y se dirigía al cuarto de baño.

Dio recordaba que al final de la guerra no hubo celebración alguna pues era difícil festejar algo que les había quitado tanto. Fue entonces que se decidió que, a partir del primer aniversario, existirían tres días para conmemorar dicho acontecimiento: eligieron el 22 de agosto –el día de la batalla en el espacio–, como primer día el cual fue proclamado oficialmente en todo el mundo como "The day of peace". Ese día había sido justo ayer y Dio estaba seguro de que el ir de un lado para el otro desde horas muy tempranas, dando discursos y haciéndose cargo de la seguridad, fue lo que ocasiono su repentino dolor de cabeza durante la fiesta de apertura.

"El año pasado no fue tan cansado y eso que fue el primero", pensó.

El segundo día, 23, fue nombrado como "The Memorial Day" dedicado a todos aquellos que murieron durante los años que duró la guerra. Y ya era justo ese día. Dio no podía creer su mala suerte, pues había despertado en condiciones desfavorables; estaba un poco sensible debido al sueño y no tenía ganas de hacer absolutamente nada, sabía que tenía responsabilidades –un par de reuniones, la solemne ceremonia en el cementerio y la seguridad en cada uno de esos lugares–, pero por una vez en su vida quería ser egoísta y dejar todo el mundo a un lado.

"No es tan grave si falto ¿O sí?", se preguntó mentalmente, inclinándose por la opción de que tal vez haría caso a sus deseos.

Al llegar al baño se miró en el gran espejo que cubría casi la mitad superior de una de las paredes, observó su rostro, especialmente hacia sus propios ojos zafiros. Aún le parecía increíble que ya hubieran pasado dos años de todo aquello que había soñado y de que eso aun le afectara, pero estaba seguro de que con el tiempo ya no dolería tanto, así como también estaba seguro de que ya nada perturbaría su preciada tranquilidad. Suspiró de nuevo, perdiendo la cuenta de las veces que lo había hecho en los pocos minutos que llevaba despierto y se dirigió a la tina de baño color arena que se encontraba en el centro del recinto. Preparó el agua con sales y algunos aceites aromáticos esperando que le ayudaran a relajarse, deseando que también lo animaran un poco. Se desnudó y lentamente fue sumergiéndose en las deliciosas aguas, recargo su cabeza en la cabecera sobre una mullida toalla y dejo su mente en blanco.

Al terminar su relajante baño, Dio ya se sentía más compuesto, pensando que si había servido de algo el aceite que le regaló su hermana, –para disipar las penas– según le había dicho. Volvió a acercarse al gran espejo, se observó un momento, lanzo un imperceptible suspiro y se dispuso a seguir con su día, después de todo era el segundo aniversario y aún faltaba el tercer día que, a diferencia de los otros, solo se conmemoraba en Zogilia y los países que habían formado parte de La Alianza. El día 24 de agosto, "The union day", el día que se firmó el Tratado de Paz.

—Me encargaré de que todo esté bien, la paz ya no puede seguir siendo solo un sueño, no después de todo lo que pasamos y de todo lo que perdimos— dijo con decisión, predisponiéndose a tratar de pasar esos días lo mejor posible. Después, entre todos irían en busaca de los rebeldes y por fin, luego de que todo eso terminara, podría seguir con su vida en infinita paz.


ooo

Una ligera brisa mecía los cabellos castaños de un joven que miraba al cielo, sus ojos estaban cubiertos y no se podía observar lo que había en ellos. El joven ataviado con un uniforme de color azul se encontraba en el techo de la Preparatoria Seio pues le gustaba ese lugar, desde ahí podía ver casi todo el terreno de la escuela y aún mejor, las canchas de baloncesto. Ese día había una claridad y frescura especial en el ambiente. Era bastante agradable.

—No puedo creer que ya hayan pasado dos años desde que volví—dijo el joven a nadie en especial. Una triste sonrisa cruzo su rostro y pensó en el sueño que había tenido la noche anterior. No había olvidado a sus amigos del futuro, los extrañaba como nunca se llegó a imaginar, pero confiaba en que algún día los volvería a ver, aunque para entonces él fuese un anciano y ellos unos niños. De lo que el joven si estaba seguro es que a ella la vería en un par de años más y sentía que casi no podía esperar, sin embargo, tenía que hacerlo.

Sonrió aún más, pero esta vez ya no había tintes de tristeza en su sonrisa, porque, aunque sabía que ellos no lo recordarían, el sí lo haría y eso le era suficiente. Saber que los volvería a ver era suficiente.

—¡Aoba! —Escuchó que le gritaban sus amigos desde la entrada al techo.

—¡Ahora voy! —contestó sin mirarlos, mientras lanzaba una última mirada al cielo. Volvió a sonreír y dejo que sus hermosos ojos verdes centellaran de esperanza hacia lo que él esperaba fuera un futuro diferente.


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N.A.: Y... ¿que opinan?