Octubre 16 de 1846.
San Lorenzo, Coahuila.
Él era José Alejandro Yaotzi Fernández, un joven coahuilense que se valía de sucias artimañas para ganarse la vida. Él no tenía una madre, tenía una hermana, no tenía un padre, tenía un abuelo, no tenía dinero, tenía una familia.
Era un pequeño pueblo en el que vivían, llamado San Lorenzo, los lugareños, los refugiados, su familia…y ellos. Ellos, los americanos, las personas a las que más despreciaba en este mundo después del gobierno. Ocupaban el otro extremo del pueblo, donde abundaba el agua y las provisiones eran más frecuentes. Él y su hermana tenían terminantemente prohibido ir al campamento de los estadounidenses, pero él siempre iba de paso, porque simplemente tenían dinero y comida, todo lo que el pueblo en sí necesitaba.
Antes de la guerra solía irles bien con la crianza de animales de su abuelo, la caza de él y el trabajo de su hermana en una hacienda, pero después de la aparición de los estadounidenses se vieron obligados a muchas cosas, entre ellas dejar sus comodidades para dar cabida a una vida más turbulenta y arriesgada que nunca imaginaron.
El pueblo donde antes vivían fue uno de los primeros en ser arrasado por las fuerzas estadounidenses, quemado y destrozado para que las tropas mexicanas no tuvieran lugar al que llegar y tomar provisiones, o siquiera refugiarse.
Una noche cualquiera dejó dormido a su abuelo, a su hermana remendando la ropa y al perro cuidándolos, todo para poder ir a hurtadillas y robar algo de comida que luego vería cómo explicarla ante su hermana.
Tomó su morral y se ajustó el sombrero, que a pesar de ser de noche y no haber lógicamente sol, lo cubría por si lo pillaban en la movida.
Cruzó el pueblo y parte de la barricada americana, esas bolsas de arena que siempre tenían aunque sabían que los pueblerinos jamás intentaría atacarlos, estaban demasiado asustados como para dar un golpe bélico.
Más allá de las barricadas había un reducido número de soldados, la mayoría ebrios por lo que le fue demasiado fácil esquivarlos y echar mano a la tienda, donde sabía, guardaban los víveres. Don Pedro, el dueño de la única tienda existente en los alrededores, tendría que agradecerle con su vida por llevar algo de comida al pueblo con hambre.
En su morral echó leche, pan, queso y lo básico, incluyendo dos tarros de agua y una botella de aguardiente.
—Fue tan fácil…idiotas—le susurró al par de soldados que estaban tumbados a la entrada de la tienda, con un fuerte olor a alcohol y completamente dormidos.
Se echó al hombro también algo de ropa, unas camisas y pantalones, más para sacarle tela que para usar el uniforme verde americano.
Cuando escuchó voces cerca se escondió detrás de un mezquite, esperando a que los "intrusos" se fueran y pudiera irse en santa paz, pero no fue así, porque, si bien los demás se alejaron, un soldado quedó ahí, de pie, vigilando la entrada de la tienda de víveres, mientras los otros iban y levantaban a los borrachos caídos.
— ¡Jones, esta noche estás a cargo de la vigilancia de la comida, han desaparecido muchas cosas los últimos días!—escuchó que uno de los soldados le decía al que se quedara de pie frente a la tienda de víveres.
— ¡HAHAHAHA! ¡Imposible que esta noche desaparezca algo, porque the Hero está aquí!—dicho eso el tipo volvió a echarse a reír, como si una guerra no estuviera librándose a tan sólo kilómetros de ahí, como si personas inocentes no estuviera muriendo a cada momento, como si su patria no estuviera cayendo.
— ¡Eso espero, cadete!—dijo de vuelta el soldado, desapareciendo con uno de los borrachos echado al hombro.
José Alejandro, en todo el tiempo que llevaba saqueando a los americanos, nunca se topó con que dejaran a alguien realmente en sus cinco sentidos a cargo de los víveres, alguien tan enorme como ese tipo ruidoso, alguien que si lo quisiera lo mandaba a volar de un golpe, alguien tan estúpido que a la primera oportunidad estaba haciendo dibujitos en el suelo con una vara.
—A ver si recuerdo…—medio murmuró el cadete, sentado a medias trazando algo en el polvoroso suelo—así debe ser el mapa de México—dijo, moviendo la vara y dibujando algo parecido a un pescado—y estamos aquí—en vez de hacer el mapa de la región, terminó haciendo un huevo, malhecho, para colmo.
Con una risa triunfal, el tonto "yanqui" terminó de dibujar el "mapa" agregándole el dibujo de un sombrero español, en vez de mexicano. Y José Alejandro estalló, literalmente, dejando escapar un bufido que se escuchó como un rechinar de dientes.
Y antes de que ese yanqui se diera cuenta de que estaba ahí, salió corriendo agarrando fuertemente la maleta y su sombrero, pensando en todo momento que acababa de delatar que había realmente alguien que les estaba hurtando suministros.
— ¿Qué fue eso…?—se preguntó Alfred F. Jones, cadete en entrenamiento de la fuerza norteamericana, un cabo apenas.
Bueeeeeeeeeno, ¿qué puedo decir? Estaba leyendo mi antiguo libro de historia y me topé con esto y me dije "¿Por qué no hacer un fic así, si muchos lo hacen?" así que aquí estoy, arriesgándome con mi primer fic histórico que en verdad espero que les guste y no ande muy herrada con la historia. No trataré mucho el tema belicoso, ni la matanza, acaso sí las consecuencias, los hechos históricos mencionados solamente, pondré varios conflictos, pero más que nada sí, habrá una especie de romance, aunque quiero hacer algo trágico y triste, espero que resulte XD. No se dejen llevar por el título, aunque parezca de risa no lo es, al menos no es su mayoría XD.
Sin más que decir, aparte de pedir ayuda si ando herrada y por favor decirme en qué y tratar de mejorar, gracias por leer si llegaron hasta aquí.
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