Emma…Emma…Antonio va a casarse con Emma…
"Los humanos son tan predecibles"
—Sé que no soy para nada lo que tu quisieras, pero maldición, me hubiera gustado que me miraras aunque sea una vez.
"Son egoístas"
—Lo siento Lovi, yo sólo te veo como un amigo.
"Y raras veces son sinceros"
Mis expectativas sobre los humanos ha caído en decadencia, siempre lo mismo, nunca nada diferente, y simplemente, tras esa continuidad fastidiosa, fue que decidí ayudar a aquel humano, o acaso desgraciarlo más, dependiendo del rumbo que él les dé a las cosas.
Los veo y me alegra no ser uno más de ellos, porque la lealtad y la sinceridad no son algo diario de ver en un humano, pero a veces hay humanos que superan mis expectativas, que pueden ser más de lo que yo esperaba de uno, y quizás fuera por eso que el humano llamado Lovino Vargas llamara mi interés a tal punto de romper la delgada brecha entre el presente y el pasado.
Lovino desde siempre ha estado enamorado de Antonio, de eso no tengo ninguna duda, pero Antonio, aunque parezca una persona simple, realmente es compleja, porque siempre me dio la impresión de estar interesado en Lovino, pero hoy me ha hecho ver que no es así, que es Emma van Djik quien realmente ocupa su corazón. Lovino por fin hoy ha decidido declararse, y justo después de esa declaración Antonio le ha hecho saber que iba a casarse con Emma en cuatro meses, lo que repentinamente, tanto para Lovino como para mí, ha resultado un hecho bastante sorprendente.
—Me tengo que ir, Lovi, de seguro Emma debe estar esperándome, y yo realmente, enserio, realmente espero que esto no vaya a causar que nos distanciemos, porque somos amigos ¿no? Y los amigos no deben de estar peleados, así que por favor, no dejes de hablarme ¿de acuerdo?—supongo que Antonio debió de estar lo bastante inseguro de la reacción de Lovino como para decir aquello, pero como dije antes, es una persona tan compleja que me causa problemas para comprender.
—Qué más da, bastardo, has lo que quieras—debo reconocer la fortaleza de Lovino ante estas situaciones, porque por más que pareciera que en cualquier momento se desmoronaría, su inmenso orgullo le impedía hacerlo frente a Antonio, pero estoy en lo cierto cuando digo que en cuanto él salga por la puerta Lovino soltará la tormenta que aguarda tras sus parpados. Su fuerte apretón a una de mis patas me confirmó que estaba en su límite.
—En verdad lo lamento Lovi, pero por favor, no dejes de ser mi amigo por esto—suplicó Antonio, porque era claro que era una súplica—no sé qué haría sin ti…—me hubiera gustado tanto que Lovino escuchara aquello, pero por desgracia, él no tenía el mismo oído que yo, por lo que era imposible que hubiera escuchado el murmullo que murió antes de que Antonio saliera de la casa de Lovino.
Tal como dije, Lovino rompió en llanto apenas la puerta se cerró, usándome a mí como almohada sobre la que llorar, y también acaso secarse el rostro. Puede que Antonio supiera de los enormes esfuerzos que Lovino estaba haciendo para no llorar frente a él, y puede que haya sido por eso por lo que apuró su salida, por lo que debo de agradecer eso.
— ¡Ese maldito hijo de puta!—sentí su grito en mi estómago, porque prácticamente su rostro estaba en él, pero aparte de eso sentí también toda la frustración y tristeza que en ese momento lo poseían, tan inmensos que serían capaces de hacer llorar a toda una comunidad.
Me levanté ante sus protestas y subí hasta su habitación, abrí la puerta entrecerrada –a lo que daba gracias- y me paré frente a la pintura que Feliciano, el hermano menor de Lovino, le regaló hace dos años por su cumpleaños. La pintura mostraba un cielo azul despejado, un mar verdoso y un velero primitivo, todo bastante simple pero a la vez con un significado escondido. Feliciano le había dicho que esa pintura era algo muy especial, claro que él en ese momento lo dijo por cuestiones sentimentales, pero lo cierto es que es especial por la persona que la posea, claro, y siempre y cuando yo autorice que su función.
— ¡Condenado gato! ¿Cómo cojones te atreves a dejarme en un momento como este?—como era de esperarse de mi dueño, Lovino entró echando chispas del coraje, que aunque no lo parezca, realmente estaba pidiendo mi compañía.
Maullé y le mostré la pintura, colgada en su pared austera, y esa pintura era el único adorno en esa pared.
— ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres que mire ese estúpido cuadro, eh?—bufó molesto tomando de los brazos, con claras intenciones de sacarme de su habitación, porque nunca le gustó que yo entrara.
Volví a maullar y mostrarle el cuadro, y esta vez surtió efecto, y se quedó mirando el cuadro, sin soltarme en ningún momento. El cuadro hizo lo suyo y yo lo mío, porque Lovino de pronto comenzó a ver como el mar se movía, el barco navegaba y las nubes comenzaban a pasar por ese cielo raso. Y entonces el agua desbordó la pintura y comenzó a inundar la habitación, y si pudiera reír como los humanos, de seguro lo hubiera hecho, porque Lovino gritaba y maldecía a todo por su situación.
Pronto ambos nos encontrábamos cubiertos de agua, viendo las sillas pasar, el escritorio, el ropero, las sábanas de la cama, algunos de sus zapatos, pero de pronto, de la misma manera, nos encontrábamos solos con el agua, sin sillas ni sábanas, sólo el agua, oscura y profunda.
— ¡Maldición, que me ahogo!—gritaba Lovino chapoteando en el agua, y yo estaba agazapado a su cabeza, porque es conocido que a los gatos nos desagrada el agua.
Entonces algo nos tapó la luz del sol. Yo sabía qué era, pero Lovino no, y por eso se puso a vociferar con más fuerza. Una soga fue arrojada y muchas voces decían a gritos que subiéramos. Lovino finalmente alcanzó la soga y se sujetó fuerte y a mí también, y fuimos alzados hasta llegar a la cubierta del barco que nos salvó.
Hasta aquí fue todo lo que yo hice, lo demás dependía de Lovino.
— ¡Son un muchacho y un gato!—gritó un hombre maloliente, el que yo supongo que fue quien nos sacó del agua.
—Avisale al capitán—esa voz, quizás iba a ser un duro golpe para Lovino.
— ¿F-Francis?—preguntó Lovino, viendo como el Francis de ese lugar solamente sonreía, caminando hacia él, ondeando el saco celeste que llevaba. Puede que me haya equivocado de lugar, puede que nos haya mandado al equivocado.
—Así que me conoces ¿eh, pequeñuelo?—dijo Francis, alzando el rostro de Lovino entre sus manos. No importa el lugar en el que estemos, en todos lados Francis siempre será el mismo humano.
— ¡No te hagas el imbécil! ¿Qué demonios pasa aquí? Mejor dicho ¿qué demonios hago aquí?—preguntaba Lovino a la par que de un manotazo apartaba la mano de Francis. Quedó de pie con el agua escurriéndole de la ropa y el cabello, totalmente enfadado según veo.
—Oh, non pequeñuelo, no puedes hablarme así—puede que me haya equivocado, puede que el Francis de aquí sea mucho más cínico que el Francis al que Lovino está habituado, y eso no puede ser nada bueno.
—Si es una de tus jugarretas yo…—y no puedo continuar, porque diversas voces anunciaban la llegada del capitán.
—Miren lo que el mar nos ha traído—ese tipo, el capitán, era, en pocas palabras, la versión opuesta de Antonio, aunque luciera idéntico a él, y puede que haya sido eso lo que le cortó el habla a Lovino.
—Antonio ¿qué pasará con el muchacho? Siempre puedes regresarlo al mar—ahora veo que realmente ninguno de ellos es igual a los otros, y puede que me haya equivocado al traer a Lovino, pero para nuestra desgracia no conozco la manera eficaz de regresar.
—Arreglalo, hoy cenará en la cabina con el capitán—dijo ese Antonio sonriendo de lado, y daba una imagen espeluznante con su sombrero tapando la mitad de su rostro. Se alejó entre la multitud, ondeando su saco rojo, pudiendo divisarse la espada en su cintura.
—Tienes suerte, pequeñuelo, le has gustado al capitán—por la cara de Lovino posiblemente estaba en shock, procesando primero su llegada y por último su cena.
Nadie me había notado aun, así que por el momento podía vagar con tranquilidad detrás de ellos dos, porque eso era lo único que podía hacer ahora.
—Tu ropa es extraña, para tu suerte yo tengo un armario repleto de prendas bellísimas—Francis condujo a Lovino hasta, lo que muy probablemente era su camarote.
No sé mucho de vestimenta humana actual, simplemente porque yo no utilizo ropa, pero lo que Lovino estaba usando gracias a Francis no era lo que normalmente suelo verle puesto. Era mucha tela vistosa y muchos holanes.
l— ¿Qué demonios…? ¡Suéltame pervertido del vino! ¡Suéltame!—no era el mejor comienzo, pero mi actual amo necesitaba olvidarse por un momento de lo que había ocurrido hace apenas unos minutos, y como sé que no puede escucharme decidí hacer este viaje, y quizás se dé cuenta de que "ese" Antonio no era el indicado, sólo cuestión de tiempo.
—Sólo dejame acomodar tu cabello—decía Francis arrastrándolo de un brazo de vuelta a la silla en la que Lovino estuviera sentado.
—Y una mierda ¡soy un maldito hombre!—Lovino protestaba, alejando una y otra vez el cepillo de su cabeza.
—Bien, entonces está claro que ya puedo irte a dejar con el capitán—dijo Francis sonriendo.
No entiendo los sentimientos humanos, sólo sé que cada vez que no pueden con la situación huyen, y eso precisamente es lo que he hecho con Lovino, ayudarlo a huir, aunque ni yo sé a dónde hemos venido a dar.
— ¿En dónde estoy Francis? Joder ¿Qué es este maldito lugar? ¿A qué demonios están jugando tú y Antonio, eh?—puede que Lovino tarde en comprender la situación, que piense que es sólo una broma, un juego, y yo no puedo hacer nada, porque no puede escucharme.
—Eso, pequeñuelo, preguntáselo al capitán—Francis tomó a Lovino del brazo, arrastrándolo hasta el camarote más grande del barco—Antonio, aquí está el muchacho—anunció Francis, y ese fue el momento que aproveché para colarme dentro yo también.
—Puedes irte, Francis—no dijo más, y tras cerrarse la puerta dejando a Lovino dentro, Antonio ofreció asiento a Lovino.
—Antonio ¿se puede saber qué coño es todo esto? Maldición, tú y el idiota de Francis debería dejar de hacer esta clase de estupideces—dijo Lovino, manteniéndose cerca de la puerta, porque supongo que aún tenía en la mente su declaración de amor, que por razones ya dichas fue rechazada.
—Dejemos algo claro, niño, tú no puedes venir y decir cuanta cosa se te antoje, no olvides que gracias a mí tú estás vivo, sino hubieras sido comida para peces—dijo Antonio y temí por mi amo, porque se acercaba peligrosamente hacia él, sin saber yo qué clase de cosas pudiera hacerle.
Le dio una bofetada a Lovino, ladeándole el rostro, y Lovino pronto comprendió que algo realmente extraño estaba pasando.
—Eso te enseñara—siseó Antonio dirigiéndose de nuevo a la mesa, sentándose y dirigiendo una mirada a Lovino, claramente quería que él también se sentara.
Lovino debió de pensar que el Antonio que conocía nunca le habría puesto una mano encima, que el Francis que conocía nunca desaprovecharía una oportunidad para tocarlo, y sobre todas las cosas, el Antonio que conocía no tenía nunca esa mirada, esa mirada que le daba escalofríos.
Decidió sentarse y duras penas comer algo, temblando y sus nervios a punto de colapsar, porque no sabía qué era lo que estaba pasando, qué era lo que le sucedía a Antonio, ni mucho menos qué era ese lugar donde estaba.
