Trabajábamos juntos...
Dos personas normales. Dos cubículos de una oficina normal. Dos compañeros normales. Dos amigos normales. Dos amantes normales.
No tengo idea de como paso... Solo sucedió y no hubo vuelta atrás.
Trabajamos por 4 años en la misma oficina aburrida durante 8 horas seguidas, era una novata de 23 años y él un sabio de 27; recuerdo que me invitó un café. Acepte y charlamos.
No sabia nada, aún. Seguimos saliendo por un lapso de tiempo largo, sin fastidiarnos el uno al otro. Comíamos, trabajábamos arduamente, charlabamos casualmente; sin levantar mis sospechas.
Me gustaba, no lo sabia pero tampoco lo negaba. Esperarlo después de salir se sentía ansioso, llegar temprano era igual. Solo mirarlo con densidad fue suficiente ya que su cabello era un sol naranja ferviente, esos ojos avellana que trozaban mi alma. Mi droga.
Entonces sucedió lo que mi cuerpo aclamaba. Esa noche salimos como si un par de adolescentes se tratase a hurtadillas de la gente, me dijo que era un juego -yo simple lo seguí- marcando el paso de esos enormes zapatos, él haciendo sombra debajo de la luna y yo un pequeño bicho, era hermoso y solo lo queria para mi.
Llegamos al lugar, un pequeño departamento en el 8vo piso, me sentía como una niña pequeña que le regalaran lo que ella esperaria el día de su cumpleaños, completa y feliz.
Esa noche fue mágica. Recuerdo que cenamos pasta cocinada por él y una gran pechuga de pollo quemada, es como si fueras el cocinero sin brazos y ciego así su sentido del gusto estuviera debajo de un cactus. Me lanzaste harina a la cara por mi estúpida broma mientras te bañaba en jarabe de panqueques y en el televisor veíamos caricaturas: Star vs Las Fuerzas del Mal, era tu favorita. Eres una princesa. Tan varonil e inquebrantable que te mirabas.
Dos niños.
A altas horas de la noche empezaste a juguetear con las palomitas, lanzarlas era tu entretenimiento pero me engatuzaste tan rápido que solo un silencio abrumador soplo. Ese beso francés fue un gesto inolvidable y apasionado, tus labios suaves, un aliento respirable a la vez sin la necesidad de separarnos, el momento más intenso donde nuestros cuerpos supuraban deseo.
Rompiste la barrera del tacto, tus manos danzaban peligrosamente a los límites de mi ropa despojando cada prenda con sutileza. Sentía tus enormes manos tocarme suavemente sin romper el beso, acaso lo hacías como un experto pero me exitabas cada vez que te sentía rozarme la espalda en busca del despojamiento de mi sujetador, luchabas como una bestia.
Sin antes contemplar tu cuerpo escultural aquellos pectorales que lucían debajo de ese traje, aun tenias el pantalón puesto pero se sentía debajo de mi intimidad, latente con ganas de estacar, increíble que aún lo mantuvieras en su lugar.
Entonces sucedió...
Llego azotando la puerta tú persona especial.
Y solo me quesa decir una cosa más...
—Kurosaki Ichigo eres una basura muy rica.
Ishida solo se sentó sobre la butaca de la sala del juzgado, manteniendo sus pensamientos en orden, para no matar a su prometido Ichigo, mientras el juez escuchaba la declaración de Kuchiki Rukia.
—Rukia, yo jamás creí que... ¿de verdad?
—Me gusta el Yaoi pero esto es demasido, mira que mentirme —fulmino con la mirada a Ichigo —ahora entiendo por qué tienes labios humectados y suaves.
—Resiste —se decía Ishida para no ir a golpear con el martillo del juez del tribunal al cabezota.
—Sabes que es lo que más me molesta...
—¿Qué?
—Dime ¿Cómo actuarias si tu novio fuese el pasivo?
