Silencio.
La sombra de la luz.
Niebla que se dispersa.
Las alturas en su esplendor cerúleo, aguardan el crecimiento de una bonita flor.
Una flor blanca, pura, inmaculada; que sólo busca el consuelo que le ha dejado la soledad. Una flor que sólo quiere ser deseada.
La vida nunca le dará descanso. Nunca estará satisfecha al ver derramar lágrimas de cristal a un alma que ha sufrido el odio latente en cada palabra recibida, y se si se lo permite; se lo quitara, envidiosa de felicidad ajena.
Una flor… hermosa. Envidia de unos, ambición de otros, un cuerpo desfallecido, por encontrar lo hace tiempo buscado; un rostro color durazno y unos ojos de carbón de despedían inocencia y anhelo.
La luz llegó con intensidad.
Un susurro, una mirada, una promesa.
"Nunca voy a dejarte"
Un laberinto de palabras, encuentros esporádicos en los que se sentía tocar el cielo solo con ver la tierna sonrisa, y lágrimas de contento; porque nunca más iba a estar solo de nuevo.
Te viciaste de sus labios que eran miel en primavera, tan suaves y cálidos, de sus lacios cabellos, de un cuerpo andrógino de despedía la ambrosía de haberse topado con el amor. Ese sentimiento, que en medio de vorágines de emociones sale a flote y hace que hasta se queden ciegos y no ver que a veces, los desastres son anunciados.
El viento, ese que en ocasiones era un demonio de crueldad, te llevó como las hojas que caían en otoño. Te llevó porque tú nunca te irías de su lado por tu voluntad.
Y tus ojos aguamarina contemplaron como la promesa se destruía ante sus ojos, y volvía a pasar lo temido.
Sus ojos volvieron a llorar lágrimas de cristal. Y con el odio, se suponía olvidado, se volvió a encontrar. Y sollozó tu nombre noche tras noche, nunca lo pudo borrar de su memoria. Un nombre que una vez le dio felicidad.
"Gaara"
La vida, cruel envidiosa estuvo satisfecha con su cometido.
Cuando la luz estaba en su magnificencia, la calígine volvió a aparecer.
