Sumari

Relato de la turbulenta vida de una joven abogada, de gran belleza. La Mafia la utiliza de forma despiadada. Las intrigas de la política y la justicia de Nueva York, la ambición y el crimen. La joven abogada lucha obstinadamente para defender su integridad profesional y para salvar la vida de su hijo.

Capitulo 1

Nueva York: 4 de septiembre de 1969

Los cazadores se acercaban para la matanza. Dos mil años antes en la antigua Roma, la contienda hubiera tenido lugar en el Circo de Nerón o en el Coliseo, en donde leones voraces, se acercarían cautelosamente a la víctima en un ruedo de arena y sangre, impacientes por despedazarla. Pero esto sucedía en el civilizado siglo veinte y el Circo tenía por escenario el edificio de los Tribunales del Crimen de Manhattan, en la sala número 16 del Tribunal.

Allí no había ningún Suetonio para hacer la crónica de los hechos para la posteridad, pero en cambio había muchísimos miembros de la prensa y visitantes atraídos por los titulares de los periódicos sobre el juicio por asesinato, que hacían cola fuera de la sala del tribunal a las siete en punto de la mañana para conseguir asiento.

Felix Moretti, la presa, sentado en el lugar del acusado, silencioso, era un hombre buen mozo de unos treinta años. Alto y delgado, con un rostro al que la angulosidad le daba una apariencia fuerte y severa. El pelo negro peinado elegantemente a la moda, una prominente barbilla con un inesperado hoyuelo y ojos profundamente hundidos de color negro aceituna. Llevaba un traje gris hecho a medida, una camisa celeste con una corbata azul oscuro de seda y pulcros zapatos hechos a medida. A no ser por sus ojos, que constantemente recorrían la sala del tribunal, Felix Moretti estaba inmóvil.

El león que lo atacaba era Marco Di Silva, el apasionado Fiscal del distrito de Nueva York en representación del Pueblo. Si Felix Moretti irradiaba quietud, Marco Silva emitía dinamismo, un hombre de los que van por el mundo pensando que llegan cinco minutos tarde a una cita. Estaba en constante movimiento, peleando con sombras de adversarios invisibles. Era de baja estatura y vigoroso con el pelo grisáceo con un corte anticuado. Di Silva había boxeado en su juventud y llevaba los rastros en su nariz y en la cara. Una vez había matado a un hombre en el ring y nunca se arrepintió de ello. En los años siguientes sin embargo tuvo que aprender a tener compasión.

Marco Di Silva era un hombre ferozmente ambicioso que había luchado sin ayuda, sin dinero o relaciones que lo auxiliaran hasta llegar a su actual posición. Durante su ascenso había asumido la apariencia de un civilizado servidor del pueblo, pero por debajo era un luchador de clase baja, un hombre de los que ni olvidan ni perdonan.

En circunstancias ordinarias, el fiscal Marco Di Silva no hubiera estado ese día en la sala del tribunal. Tenía un numeroso grupo de colaboradores y cualquiera de sus asistentes principales hubiera podido llevar adelante ese caso. Pero Di Silva supo desde el comienzo que el caso Moretti lo manejaría él mismo.

Feliz Moretti era primera plana en las noticias, yerno de Aro Vulturi, capo di capi, cabeza de la más numerosa de las cinco Familias de la Mafia del Este. Aro vulturi estaba envejeciendo y se decía que Felix Moretti estaba preparado para ocupar el lugar de su suegro.

Moretti había estado complicado en docenas de delitos que abarcaban desde la mutilación al asesinato, pero ningún fiscal tuvo nunca la posibilidad de probarle algo. Los testigos tenían la costumbre de desaparecer o volverse amnésicos. Di Silva pasó tres frustrantes años tratando de juntar evidencias contra Moretti, encontrando siempre una pared de aterrorizado silencio por parte de las víctimas de Felix Moretti.

De pronto, Di Silva tenía suerte. Dimitri Stela, uno de los soldati de Moretti, había sido atrapado por un asesinato cometido durante un robo. A cambio de su vida, Stela estuvo de acuerdo en «cantar». Fue la música más maravillosa que Di Silva hubiera oído jamás. Una canción que iba a poner de rodillas a la más poderosa Familia de la Mafia del Este, enviar a Felix Moretti a la silla eléctrica, y ascender a Marco Di Silva a la oficina del gobernador en Albany. Otros gobernadores de Nueva York habían llegado a la Casa Blanca: Martin Van Burén, Grover Cleveland, Teddy Roosevelt y Franklin Roosevelt. Marco Di Silva se proponía ser el quinto. El momento elegido era perfecto. Las elecciones para gobernador eran en noviembre, dentro de dos meses. Di Silva fue propuesto por el jefe político más poderoso.

—Con toda la publicidad que tiene con el caso Moretti, usted, Marco es un candidato seguro para ser electo gobernador. Atrápelo y será nuestro candidato. Marco Di Silva no había corrido riesgos. Preparó el caso contra Felix Moretti con un meticuloso cuidado. Puso a sus asistentes para que verificaran cada evidencia, eliminaran los cabos sueltos y cortaran todas las vías legales de escape que el abogado

de Moretti podría tratar de explorar. Una a una, cada abertura fue cerrada. Seleccionar el jurado tomó casi dos semanas y el Fiscal insistió en elegir seis repuestos, jurados suplentes, como una precaución por si había desacuerdo del jurado y se anulaba el juicio. En los casos en los que estaban comprometidas figuras importantes de la Mafia, los jurados debían estar preparados a desaparecer o a tener inexplicables y fatales accidentes. Di Silva se ocupó de que estos jurados estuvieran en un lugar retirado, encerrándolos cada noche donde nadie pudiera encontrarlos.

La llave para el caso contra Feliz Moretti era Dimitri Stela, y el testigo principal de Di Silva era custodiado con gran cuidado. El Fiscal recordaba simplemente y en forma muy clara el caso de Tyler Relés, en el que el testigo, protegido por media docena de policías había «caído» por la ventana del hotel encontrando la muerte.

Marco Di Silva eligió personalmente los custodios para Dimitri Stela y antes del juicio Stela fue mudado en secreto y pasaba cada noche en un lugar diferente. Ahora, con el juicio en marcha, Stela estaba aislado en una celda de la prisión, custodiado por dos agentes armados. Nadie más tenía autorización para acercársele, ya que la buena voluntad de Stela para actuar como testigo descansaba en la creencia de que el fiscal Di Silva era capaz de protegerlo de la venganza de Felix Moretti.Era la mañana del día quince del juicio.

Para Bella Swan era el primer día del juicio. Estaba instalada en la mesa del Fiscal junto con otros cinco jóvenes asistentes del Fiscal que habían sido elegidos junto con ella esa mañana.

Bella Swan era una joven de veintitrés años, delgada, de cabello oscuro y piel muy blanca, con un rostro inteligente y cambiante y pensativos ojos marrones. Era una cara más bien atractiva que linda, un rostro que reflejaba orgullo, coraje y sensibilidad, y que era difícil de olvidar. Estaba sentada muy derecha, como dándose fuerza a sí misma contra los fantasmas invisibles del pasado.

El día de Bella comenzó desastrosamente. La ceremonia para investirlos en el cargo estaba señalada para las ocho de la mañana en el despacho del Fiscal. La noche antes, Bella había preparado cuidadosamente sus ropas y había puesto la alarma deldespertador a las seis, para poder tener tiempo de lavarse el pelo. La alarma no sonó. Bella se despertó a las siete en punto y se aterró. Se lecorrieron las medias cuando se le rompió el taco del zapato y tuvo que cambiarse de ropa. Cerró la puerta de su pequeño departamento al mismo tiempo que se daba cuenta de que había dejado las llaves adentro.

Tenía pensado tomar el ómnibus para ir a los Tribunales, pero ahora eso quedaba descartado y se vio obligada a tomar un taxi cuando en realidad no podía permitirse ese gasto y soportar un conductor que le explicó durante todo el viaje por qué el mundo estaba por llegar a su fin. Cuando finalmente llegó sin aliento a los Tribunales, en 155 Leonard Street, Bella estaba retrasada en quince minutos. Había veinticinco abogados reunidos en el despacho del Fiscal, la mayoría de ellos recién egresados de la Facultad de Derecho, jóvenes e impacientes y estimulados por la idea de trabajar con el Fiscal del distrito de Nueva York.

El despacho era impresionante, con paneles y decorado con buen gusto y sobriedad. Tenía un gran escritorio con tres sillas enfrente y un cómodo sillón de cuero detrás, una mesa para reuniones con una docena de sillas alrededor y vitrinas en las paredes llenas de libros de Derecho.

En las paredes, elegantemente enmarcados, retratos autografiados de J. Edgard Hoover, Robert Wagner, Richard Nixon y Jack Dempsey.

Cuando Bella entró apresuradamente en el despacho, pidiendo disculpas, Di Silva estaba hablando. Dejó de hacerlo, dedicó toda su atención a Bella y le preguntó:

—¿Qué mierda se cree que es esto… una fiesta?

—Lo siento muchísimo, yo…

—Me importa un carajo que usted lo sienta. ¡No vuelva a llegar tarde nunca más!

Los demás la miraron, ocultando cuidadosamente su simpatía.

Di Silva se volvió hacia el grupo y habló con irritación.

—Sé por qué están todos ustedes aquí. Quieren permanecer el tiempo suficiente como para averiguar mis ideas, y aprender unos cuantos trucos en la sala del Tribunal y entonces cuando crean que ya están listos, se irán para convertirse en brillantes penalistas. La mitad de ustedes se convertirá en unos idiotas incompetentes y la otra mitad simplemente en idiotas. —Di Silva hizo un gesto con la cabeza a su asistente. —Tómeles el juramento.

Les tomó el juramento y lo hicieron en voz baja.

Cuando terminaron, Di Silva dijo:

—Muy bien. Ahora son funcionarios del Tribunal, Dios nos ayude. En este despacho es donde ocurren las cosas importantes, pero no se hagan ilusiones. Todo lo que van a hacer durante los próximos seis meses es gastarse las narices haciendo investigaciones legales y borradores de documentos (escritos, citaciones, poderes), todas esas cosas maravillosas que les enseñaron en la facultad. No estarán cerca de un juicio por lo menos hasta dentro de dos años.

Di Silva hizo una pausa para encender un cigarro grueso y corto.

—Ahora estoy llevando adelante un juicio. Algunos de ustedes deben de haberlo leído. —Su voz rezumaba sarcasmo. —Puedo usar a media docena de ustedes para que me hagan diligencias.

La mano de Bella fue la primera en levantarse. Di Silva dudó un momento y luego la eligió junto con otros cinco.

—Bajen a la sala 16.

Cuando dejaron la habitación, ya les habían entregado sus tarjetas de

identificación. Jennifer no se desanimó por la actitud del Fiscal. Tiene que ser duro, pensó. El trabajo lo es. Y ahora estaba trabajando para él. ¡Era un miembro de los colaboradores del Fiscal del distrito de Nueva York! Los interminables años de labor monótona en la facultad de Derecho habían terminado. De alguna manera sus profesores se las habían arreglado para que la ley pareciera polvorienta y antigua, pero Bella siempre se las ingenió para vislumbrar más allá la Tierra Prometida: la Verdadera Ley, la ley que se ocupaba de los seres humanos, de sus locuras, de sus padecimientos y dolores. Ésa era la ley que le interesaba a Jennifer. Se había graduado como la segunda en su curso y había estado en la revista de leyes. Había pasado el examen para recibirse de abogada al primer intento, cuando casi las dos terceras partes de los que lo hicieron con ella fracasaron. Sentía que comprendía a Marco Di Silva y estaba segura de poder manejar cualquier trabajo que éste le diera.

Bella había hecho sus deberes escolares. Sabía que existían cuatro oficinas dependientes del Fiscal, divididas en Procesos, Apelaciones, Estafas y Defraudaciones, y se preguntaba a cuál de ellas la designarían. Había más de doscientos asistentes de fiscales en Nueva York y cinco fiscales, uno para cada distrito electoral y uno para Staten Island, que era un distrito. Pero el distrito electoral más importante era, por supuesto Manhattan: Marco Di Silva.

Ahora Bella estaba sentada a la mesa del Fiscal, mirando a Marco Di Silva en acción. En la sala del Tribunal era una persona totalmente diferente. Daba la imagen de un inquisidor implacable.

Bella lanzó una mirada por encima del acusado, Felix Moretti. A pesar de todo lo que había leído sobre él, BElla no se podía convencer de que Felix Moretti fuera un asesino. Parece un joven actor de cine en la sala del Tribunal de una filmación, pensó Bella. Sentado allí, inmóvil, con una muralla de silencio a su alrededor, solamente sus profundos ojos negros ponían en evidencia cualquier tumulto interior que pudiese sentir. Se movían incesantemente, examinando cada esquina del recinto como si estuviese calculando la forma para escapar. No tenía escapatoria. Di Silva se había ocupado de eso. En cada puerta habían colocado más agentes que de costumbre, armados y alertas.

Dimitri Stela estaba en la tribuna de los testigos. Si hubiese sido un animal sería una comadreja. Tenía un rostro estrecho y mezquino, con labios finos y dientes amarillos y sobresalientes. Los ojos rápidos y furtivos y llenos de terror e incluso antes de que abriera la boca uno no podía creerle. Marco Di Silva conocía las deficiencias de su testigo, pero no le importaban. Lo que tenía importancia era lo que Stela iba a decir. Iba a contar terribles historias que nunca habían sido dichas, y que poseían el inconfundible sonido de la verdad.

El Fiscal se encaminó hacia el lugar de los testigos donde Dimitri Stela había prestado juramento.

—Señor Stela, quiero informar a este jurado que usted es un testigo renuente y que para poder convencerlo de que testificase el Estado ha convenido en permitirle pedir la menor pena por homicidio involuntario en el caso en el que se lo acusa de homicidio. ¿Es esto verdad?

—Sí señor —el brazo derecho se le crispó.

—¿Señor Stela, tiene usted relación con el acusado Felix Moretti?

—Sí, señor —mantenía la mirada alejada del lugar del demandado en donde estaba felix Moretti.

—¿Qué clase de relaciones tenían?

—Yo trabajaba para Felix.

—¿Desde cuándo conoce usted a Felix Moretti?

—Desde hace unos diez años. —Su voz era casi inaudible.

—¿Podría hablar en voz más alta?

—Desde hace unos diez años. —Se le estremeció el cuello.

—¿Se podría decir que usted estaba siempre muy cerca del acusado?

—Me opongo —Thomas Colfax se puso de pie. Era un hombre alto, de unos cincuenta años, con el pelo canoso, el consigliere de la Organización y uno de los penalistas más astutos del país—. El Fiscal está intentando inducir al testigo.

El juez Lawrence Waldman dijo:

—Concedido.

—Volveré a preguntar. ¿En calidad de qué trabajaba usted para el señor Moretti?

—Era una especie de lo que se podría llamar mediador.

—¿Podría ser un poco más claro?

—Bueno, sí. Si hay un problema, usted sabe, alguien se pasa de la raya como…

Felix me mandaba para que fuera derecho a terminar con el asunto.

—¿Y cómo hacía eso?

—Bueno, usted sabe, con músculos.

—¿Podría dar un ejemplo al jurado?

—Sí, claro. Felix se dedica a la usura ¿no? Bueno, hace unos años, Jimmy Serrano se atrasó un poco en sus pagos, entonces Felix me mandó para que le diera una lección a Jimmy.

—¿Y en qué consistía esa lección?

—Tenía que romperle las dos piernas. Usted sabe —continuó seriamente Stela— si deja que uno lo haga, después todos van a tratar de hacer lo mismo.

Por el rabillo del ojo, Marco Di Silva pudo ver las reacciones de la impresión en las caras de los jurados.

—¿En qué otros negocios estaba complicado Felix Moretti, además de la usura?

—¡Por Dios! Elija los que usted quiera.

—Yo quisiera que usted hiciera eso, señor Stela.

—Sí, claro. Bueno, por ejemplo en la zona del puerto con sobornos al sindicato.

Como también con la industria del vestido. Felix estaba metido en las apuestas, las máquinas de juegos, la recolección de basura, abastecedores de ropa blanca, todas esas cosas.

—Señor Stela, Felix Moretti está en este tribunal acusado por el homicidio de Eddie y Albert Ramos. ¿Usted los conocía?

—Sí, por supuesto.

—¿Estaba usted presente cuando los mataron?

—Aja. —Todo su cuerpo pareció encogerse.

—¿Quién fue el que los mató?

—Felix. —Por un segundo sus ojos se fijaron en los de Felix Moretti y Stela rápidamente miró para otro lado.

—¿Felix Moretti?

—Así es.

—¿Por qué quería el acusado matar a los hermanos Ramos?

—Bueno, Eddie y Al manejaban un importante registro de apuestas para…

—¿Se refiere a corredores de apuestas? ¿Apostadores ilegales?

—Aja. Ellos manejaban ese registro y Felix descubrió que no le estaban pagando.

Tenía que darles una lección porque eran sus muchachos ¿sabe? Pensó…

—¡Me opongo!

—Concedido. El testigo debe limitarse a los hechos.

—Los hechos son que Felix me dijo que invitara a los muchachos…

—¿Eddie y Albert Ramos?

—Sí. Para una fiestita en The Pelican. Es un club privado en la playa. —El brazo le empezó a temblar y Stela al notarlo se lo sujetó con la otra mano.

Bella se volvió para mirar a Felix Moretti. Estaba mirando impertérrito, con el rostro y el cuerpo inmóviles.

—¿Qué pasó entonces, señor Stela?

—Busqué a Eddie y Al y los conduje a un lugar para estacionamiento. Felix estaba allí esperando. Cuando los muchachos se bajaron del auto, yo me salí del camino y Felix empezó a disparar.

—¿Usted vio caer a los hermanos Ramos?

—Sí señor.

—¿Y estaban muertos?

—Los enterraron realmente como si estuvieran muertos.

Un murmullo recorrió la sala del tribunal. Di Silva esperó hasta que se hizo un silencio.

—Señor Stela, ¿sabe usted que el testimonio que ha dado en esta sala es en contra de sí mismo?

—Sí señor.

—¿Y que usted está bajo juramento y que la vida de un hombre está en juego?

—Sí señor.

—¿Su testimonio es verdadero y exacto?

—Sí señor.

—¿Usted atestigua que el acusado Felix Moretti mató a sangre fría a dos hombres porque se abstuvieron de darle dinero?

—Me opongo. Está induciendo al testigo.

El fiscal Di Silva miró los rostros de los jurados y lo que vio le hizo saber que había ganado el caso. Se volvió hacia Dimitri Stela.

—Señor Stela, sé que usted necesitó mucho coraje para venir a testificar en esta sala, sin miedo y con honestidad. Ha hecho una importante contribución a la causa de la justicia y en nombre de los ciudadanos de esta ciudad quiero agradecérselo. —Di Silva se dirigió a Thomas Colfax. — Su turno para interrogar al testigo.

Thomas Colfax se puso de pie con elegancia.

—Muchas gracias, señor Di Silva. —Echó una mirada al reloj de la pared y luego se dirigió al estrado. —Con la venia de Su Señoría, ya es casi mediodía. Preferiría no tener que interrumpir mi interrogatorio. ¿Puedo pedir un receso de la audiencia para el almuerzo y que se reinicie esta tarde para el interrogatorio?

—Muy bien. —El juez Lawrence Waldman golpeó con el martillo el estrado. — Este Tribunal entra en receso hasta las dos de la tarde.

Todos en la sala se pusieron de pie cuando el juez se levantó y se dirigió a la puerta del costado para ir a su despacho. Los jurados comenzaron a dejar la sala.

Cuatro agentes armados rodearon a Dimitri Stela y lo condujeron hacia la puerta cercana al frente de la sala que llevaba a la sala de los testigos.

Inmediatamente, Di Silva fue atrapado por un ejército de reporteros.

—¿Querría hacer alguna declaración?

—¿Hasta dónde cree que va a llegar este caso?

—¿Cómo hará para proteger a Stela cuando todo termine?

Normalmente, Marco Di Silva no hubiera tolerado esta intromisión en la sala del Tribunal, pero ahora necesitaba, más que nunca, tener a la prensa de su parte y por eso dejando de lado su costumbre fue amable con ellos…

Bella Swan estaba allí contemplando cómo el Fiscal contestaba hábilmente a las preguntas de los reporteros. Se mostraba encantador y cortés y resultaba difícil de creer que la escena de la mañana en el despacho hubiera ocurrido realmente.

—¿Conseguirá que lo condenen?

—No soy un adivino —Bella oyó que Di Silva contestaba con modestia. —Es para eso que tenemos jurados, señoras y señores. Los jurados deberán decidir si el señor Moretti es inocente o culpable.

Bella observó como Felix Moretti se ponía de pie. Se lo veía calmo y relajado, juvenil era la palabra que se le ocurrió a Bella. Le resultaba difícil de creer que fuera culpable de todas las cosas terribles de que lo acusaban. Sí tuviera que elegir un culpable, pensó Bella, elegiría a Stela El Tembloroso.

Los periodistas se habían retirado y Di Silva estaba conferenciando con los miembros de su equipo. Jennifer hubiera dado cualquier cosa por saber qué era lo que discutían.

Uno de los nuevos asistentes del Fiscal que había jurado junto con Jennifer esa mañana dijo:

—¡Qué espectáculo! Me gustó mucho ver al viejo en acción.

—A mí también.

Bella vio como un hombre le decía algo a Di Silva, se apartaba del grupo que rodeaba al Fiscal y se dirigía hacia ella. Llevaba un sobre pequeño de papel manila.

—¿Señorita Swan? Bella lo miró sorprendida.

—Sí.

—El Jefe quiere que le lleve esto a Stela. Dígale que se aprenda de memoria estas

fechas. Colfax va a tratar de despedazar su testimonio esta tarde y el Jefe quiere estar seguro de que Stela no va a meter la pata.

Entregó el sobre a Bella. Ella miró a Di Silva. Recuerda mi nombre, pensó. Es un augurio.

—Mejor que se apure. No creo que Stela sea muy rápido para estudiar.

—Sí señor —Bella se apuró.

El joven asistente cercano a Bella le preguntó:

—¿Vendrás a comer algo? Vamos a ir a Mario.

—Me encontraré con ustedes en cuanto entregue esto.

Bella se encaminó hacia la puerta por donde había visto salir a Stela. Un agente armado la detuvo.

—¿Qué necesita, señorita?

—Oficina del Fiscal —contestó Bella con firmeza. Mostró su tarjeta de identificación—. Tengo que entregar este sobre al señor Stela de parte del señor Di Silva.

El guardia examinó cuidadosamente la tarjeta de identificación, después abrió la puerta y Bella se encontró en la sala de los testigos. Era una habitación pequeña, poco agradable, que contenía un gastado escritorio, un viejo sofá y dos sillas de madera. Stela estaba sentado en una de ellas, con el brazo temblándole violentamente.

Dos agentes armados estaban con él.

Cuando Bella entraba al cuarto uno de los guardias exclamó:

—¡Eh! No se permite a nadie aquí.

El guardia de la puerta dijo:

—Está bien. Es de la oficina del Fiscal.

Bella entregó el sobre al guardia y se dirigió a Stela.

—El señor Di Silva quiere que memorice estas fechas.

Stela la miró con los párpados entrecerrados y continuó temblando.