Hace tiempo, en un reino lejano, vivía un joven príncipe llamado William Herondale.
Más feliz el príncipe no podía ser. Vivía en palacio junto con sus dos hermanas, Ella y Cecily. Sus padres habían decidido mudarse a una finca en las afueras del reino, pero los tres Herondale los visitaban siempre que podían. Will amaba leer. A la joven edad de doce años, había leído incontables libros, desde aburridos libros de la historia del reino, hasta las grandes novelas fantásticas. Era una lástima que ninguna de sus hermanas amara leer tanto como el.
Incluso a sus 15 años, Ella siempre había sido como una madre para Will. Cecily, por otro lado, siempre había actuado como lo que era, su hermanita menor.


Una fría mañana de invierno, mientras Will estaba con Ella en la biblioteca, un anciano con una capa andrajosa llego a la puerta del palacio, ofreciéndole a los jóvenes Herondale una simple caja con el diseño de una serpiente comiéndose su propia cola en la tapa.
Will acepto la caja, pero el anciano le advirtió que no se dejara llevar por la curiosidad, pues la caja, que había sido de su padre, el rey Edmund, no podía ser abierta. Dicho esto, el anciano se desvaneció.


Semanas pasaron desde aquel día, y con cada día que pasaba, Will se encontraba en la biblioteca más a menudo, su curiosidad urgiéndoles que abriera la misteriosa caja, pero Ella lo empujaban hasta que estuviera fuera de la biblioteca.
Pero una noche de verano, Will no pudo detenerse. Atravesó el palacio silenciosamente hasta llegar a la biblioteca. Había una pequeña vocecita diciéndole que regresará a la cama, que esto era una locura. Pero había otra voz, mucho más insistente, que le decía que siguiera y abriera la caja, que se fijara que había adentro.
Inhalo profundamente, preparándose para lo que sea que tuviera la caja.
Pero ninguna cantidad de bocanadas de aire lo iban a preparar para lo que vio.
Una cosa, mejor dicho, un monstruo, salió de la caja. Media cerca de tres metros, con una piel cerúlea, dientes filosos y una cola con espinas.
-Tú. Tu eres el que me aprisiono en esa pyxis.- Dijo el monstruo con una voz ronca, la voz de un león si estos pudieran hablar.
-No se de qué me estas hablando.- Dijo Will, quien estaba temblando de pies a cabeza. Tomó un paso atrás y luego otro. Si pudiera llegar a la puerta…
-Ya veo. Tu debes ser el hijo de Edmund. Ese pequeño canalla.- Dijo el nombre de su padre como sí fuera un insulto o una grosería.
-No hables así de mi padre!- dijo Will con voz fuerte. -¿Quien te has creído para hablar así de el rey de Alicante?
-Soy Marbas, uno de los Demonios Mayores de las profundidades del Abismo. Tu padre me encerró en esa caja hace veinte años, y créeme, mortal insignificante, que alguien va a pagar por eso.- Entonces, el demonio, Marbas, lo miró fijamente, sus ojos rojos inmóviles. -Y ese alguien eres tu.
En ese momento la puerta de la biblioteca se abrió de golpe, y Ella entró blandiendo una daga.
-Tu corazón se vaciará de todo amor y toda esperanza. Vivirás en la desesperación, alejando a todo los que alguna vez amaste.- El demonio miro a Ella, que se había puesto en frente de Will, como si pretendiera ocultarlo de la mirada del demonio. -Y ella será la primera.
El demonio agitó la cola y lanzo a Ella contra el muro con ella. Esta se quedo sin aliento, pero rápidamente recupero la compostura.
-Y sólo habrá una manera de romper la maldición. Una doncella deberá amarte. Lo suficiente como para dar su vida por ti.- Marbas miro a Will de pies a cabeza, como si lo estuviera evaluando. -Asumo que tienes como unos doce o trece años de edad. En ese caso, si al cumplir los dieciocho ninguna doncella te ha amado, quedarás maldito por toda la eternidad.
Y el demonio se desvaneció en una columna de humo y olor a azufre.


La mañana siguiente, Will despertó al escuchar gritos. Pensó que el demonio y la maldición habían sido un sueño, pero al llegar a la fuente de los gritos se dio cuenta que no era así.

La puerta del cuarto de Ella esta entreabierta, Sophie, la sirvienta, y Charlotte, su nana, estaban a cada lado de la cama. Los príncipes Gideon y Gabriel Lightwood, que habían estado de visita al reino, estaban junto a Will en la puerta. Se podían escuchar las voces de ambas, discutiendo junto a la cama de su hermana.

-Creo que deberíamos enviarla a la Ciudad de Huesos.- Estaba diciendo Charlotte. -No creo que un simple curandero sepa lo que le ocurre.
-Tienes razón, Charlotte. Su piel está verde y ardiente,- dijo Sophie. Se notaba la preocupación en su voz, pues estimaba mucho a la princesa Ella. -Convocare a los Hermanos Silenciosos.- y añadió, -Es mejor que el señorito Will no vea a su hermana, y tampoco la señorita Cecily.
-Yo enviare un mensaje a sus padres.- A Charlotte le temblaba la voz. -Era mi deber cuidarlos, y mira lo que ha pasado. -Se le quebró la voz con la última palabra.
-Tranquila, señora Branwell. Venga, vamos a la sala.
Antes de que pudieran salir, William echó a correr.


Vivirás en la desesperación, alejando a todo los que alguna vez amaste.

William no lo quería creer, pero ahí estaba Ella, los Hermanos Silenciosos llevándosela a la Ciudad de Hueso en su carruaje. Habían dicho que Ella había sido envenenada por las espinas de la cola de Marbas, aparte de tener algunos huesos de su espalda rotos y las costillas astilladas. Se quedaría en la Ciudad de Hueso hasta nueva orden, pero Will sabía que eso significaba que tal ves no volvería a ver a su hermana mayor nunca en su vida.
Sentía como la esperanza iba saliendo de el.
Sentía como la desesperación reemplazaba la esperanza.
Sentía como su amor por sí mismo se iba desvaneciendo.
Sentía como la culpa y el odio por sí mismo reemplazaba el amor.
Quizás sí estaba maldito después de todo.


Que opinan. Lo continuo o lo elimino? Si tienen sugerencias o alguna pregunta, envíenme un PM :)