Winry llevaba semanas soñando con Edward, hasta tal punto que aquello había llegado a formar parte de su rutina diaria: Se despertaba, desayunaba, daba un paseo, se ponía a terminar encargos recientes, comía, atendía a los clientes que venían por la tarde, descansaba un poco, cenaba, se quedaba hasta ya entrada la madrugada trabajando, se iba a dormir y soñaba con Edward. Así era, día tras día, semana tras semana. Empezaba a preguntarse si aquella era la forma que tenía su subconsciente de demostrar lo muchísimo que lo echaba de menos, después de dos años y medio sin que él pasara por allí.
Desde que el muchacho había partido aquel lejano día de primavera hacia el este, todo para Winry parecía haberse vuelto monótono y aburrido. Si echaba la mirada hacia atrás y observaba todo el tiempo que había estado sin ver a su querido pero idiota ex-alquimista de acero, se le hacía incluso más duro. A pesar de todo, ella no dejaba ver su pesadumbre, pues no quería contagiar a las personas que la rodeaban; no era culpa de ellos.
A esas alturas, hasta Alphonse había venido a visitar a ella y a Pinako un par de veces, acompañado de la joven princesa de Xing, Mei. Verlos a los dos tan felices, juntos, solo había hecho que la soledad que albergaba en un huequecito de su corazón aumentara de manera considerable. Incluso había sentido envidia al ver las miradas, roces y sonrisas que se dedicaban el uno al otro.
Pero Ed no se había dejado ver ni el pelo por allí ni una sola vez, ¡ni una! Y apenas llamaba por teléfono o mandaba cartas que no podían responder por su constante cambio de lugar, como si le diera miedo hablar con Winry después de confesarle sus sentimientos de aquella manera brusca e inesperada.
El comportamiento insolente del chico empezaba a frustrar a Winry, que solo de pensar en ello soltaba un suspiro indignado.
Aquel día, exactamente, faltaba menos de una semana para la navidad, y tanto la Rockbell niña como la anciana habían intentado contactar con el mayor de los Elric para confirmar si vendría a pasarlas a Rizenbul. Pero nada, no había dado señales de vida.
—¡Ouch!—Exclamó Winry, a la que le había caído la llave inglesa con la que estaba trabajando en ese momento encima del pie, haciendo que volviera a la realidad bruscamente. Con un bufido, se inclinó para agarrarla de nuevo. Había estado tan absorta en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que había dejado de arreglar el automail. Apoyó los codos en la mesa y hundió la cara en las manos, cansada. De alguna manera, todo aquello le estaba matando los nervios.
Entonces llamaron a la puerta.
—¡Ya voy yo!—Exclamó Winry, sabiendo que Pinako estaría ocupada haciendo la cena. Metió la herramienta en el bolsillo de su cómodo mono, mientras se levantaba y con paso apresurado iba hacia la puerta principal.
—Perdone—se empezó a excusar nada más abrir la puerta—.Pero ahora estamos un poco saturadas de trabajo y a punto de cerrar...
Y se dio cuenta de quién se trataba el "cliente".
Ahí estaba el idiota integral de Edward Elric, plantando frente a la residencia de los Rockbell, con un ramo de flores en la mano y una sonrisa despreocupada como si con eso pudiera solucionarlo todo.
Un torrente de emociones se mezclaban dentro de Winry de una manera mareante, haciendo que se le llenaran los ojos de lágrimas y le anegaran la vista.
—Eh, Winry, cuanto tiempo...—Comenzó a saludar Ed. Pero ya era demasiado tarde: Winry había sacado la llave inglesa de su bolsillo con una rapidez sorprendente, y le había asestado un golpe seco y certero en la cabeza, haciendo que se callara.
—¡Cretino! ¡¿Dónde se supone que andabas?! ¡Estaba muy preocupada!—Le chilló Winry, tan fuerte que los pájaros de un árbol cercano salieron volando y con razón. Las lágrimas habían brotado de los ojos azules de ella y ahora rodaban, libres, por sus rosadas mejillas. Pero más que triste parecía furiosa, y mucho.
—¿Eso a qué ha venido? ¡Ahora me dolerá la cabeza durante todo el día, so...!—Una vez más, Edward no llegó a terminar la frase, aunque esta vez las razones eran muy distintas. Winry se había adelantado, le había agarrado la camisa y había juntado los labios con los suyos, besándolo así. Muy sorprendido, Ed había abierto los ojos como platos mientras se ruborizaba como nunca antes, pero en ningún momento se echó atrás. Rodeó a Winry con los brazos y disfrutó de la textura suave y fresca de sus labios, como ella hizo.
Desde luego, aquella era una buena forma de callarle la boca a alguien. Y para ser el primer beso de los dos, no les fue nada mal.
—Bienvenido a casa—Dijo Winry, que ahora abrazaba al pequeño ya no tan pequeño ex-alquimista de acero, con la cabeza reposando en su pecho. Estuvieron varios minutos así, abrazados. Parecía irreal, como si fuera un cuento de hadas, fruto de la espera tortuosa que había pasado la rubia para llegar hasta ese momento.
El ramo de flores se había caído al suelo, y junto a él estaba la llave inglesa.
Y así se sintió Edward: Bienvenido a su hogar.
