NOTA: Este fic consta de 5 capítulos que subiré diariamente.


Anne había llegado al aeropuerto con más libros que ropa, con más ansias de devorar Londres que el dinero que disponía para ello, sin embargo, ahí estaba, aguardando por el taxi que la llevaría al hostal. Una amiga que había pasado una temporada en esa ciudad el verano pasado, le había recomendado un lugar bastante cómodo y barato donde alojar por los días que permanecería en la capital inglesa.

Pidió al taxista que la llevase a la dirección señalada y disfrutó cada segundo del trayecto, intentando grabar en su memoria cada centímetro de la ciudad.

-Aquí estamos, señorita, Baker Street. – anunció el taxista.

-Gracias – contestó Anne, saliendo de su ensueño. Pagó y se bajó.

Creyó que le sería fácil identificar el hostal, sin embargo, todas las casas parecían similares. Se sintió perdida por un segundo, pero pronto ubicó su punto de referencia: Speedy's Café. La puerta del lado tenía que ser, según lo que le habían informado. Cruzó la calle y golpeó. Una atenta y simpática mujer le atendió.

-Lo siento, buenas tardes – dijo Anne -¿Quería saber si tiene habitaciones vacantes?

La mujer la miró extrañada por un momento, para luego hacer un comentario que más bien parecía un pensamiento en voz alta.

-No sabía que ya habían puesto el anuncio, creí que Sherlock aun se negaba a aceptar a alguien…

-¿Sherlock? – inquirió Anne, curiosa

-Si, querida. Ven, entra. Realmente trajiste pocas cosas – invitó la mujer, poniéndose a un lado de la puerta pata dejar pasar a la joven.

-Creo que apunté mal la dirección, ¿este no es el Hostal St. Peter, verdad? – preguntó la muchacha, al ver el interior de la vivienda.

-Oh, no querida, eso es en frente.

-De veras lo siento, gracias. Y disculpe todas las molestias – se disculpó Anne, retomando el camino hacia la salida.

La mujer notó lo incómoda y cansada que estaba la joven, moviéndose de un lado para otro, con esa maleta que lucía bastante pesada.

-Puedes dejar esto aquí si quieres, mientras vas a hablar con la señora Richards – sugirió, señalándole un espacio junto a la escalera.

Anne sonrió y dio las gracias, dejando su equipaje en custodia de la simpática mujer. Sólo al salir, notó la inocencia de su acción y lo increíblemente peligroso que era lo que acababa de hacer, sin embargo, había algo en esa mujer que le generaba confianza.

Fue a tocar la puerta que le habían indicado y otra mujer, algo más joven que la del 221B, abrió. Parecía más tosca y menos afable, sin embargo, la invitó a pasar de inmediato.

-Gracias por recibirme – dijo la joven, algo nerviosa, luego de sentarse a conversar con la casera – me gustaría saber si tiene habitaciones disponibles.

-¿Ahora? – preguntó la mujer, tomando una pequeña libreta que había sobre la mesa – no. Nada hasta el próximo martes.

-¿En serio? Vaya, no creí que fuese tan complicado, yo… - decía la joven, mientras intentaba ordenar el caudal de ideas que tenía – una amiga me habló de su hostal, pero no dijo nada de reservar con anticipación.

-Casi nunca hay que hacerlo, pero en estas fechas vienen un montón de chicos por eso del tema de las ferias estudiantiles y las pasantías. De hecho, he enviado a cuatro o cinco jóvenes con otras conocidas que ofrecen alojamiento.

La cara de Anne se iluminó un poco al oír eso y solicitó a la mujer si podía darle la dirección o algún número donde llamar para hacer las consultas, sin embargo, su respuesta fue negativa:

-El jueves la señora Horton me llamó para avisarme que tampoco tendría disponibilidad por estas dos semanas – argumentó.

Anne entendía la situación y estaba resuelta a buscar algo por su cuenta, cuando, quizás conmovida por su expresión de desaliento, la mujer le dijo:

-La señora Hudson, la mujer de enfrente, tiene una habitación disponible. Uno de sus inquilinos se marchó luego de casarse. Quizás puedas convencerla de que te la rente por algunos días.

Anne agradeció, se despidió y se marchó. Volvió a tocar la puerta del 221B y un hombre rubio le abrió, invitándola a pasar con una sonrisa bastante amable.

-Hola – saludó - ¿Tienes un caso o eres la chica que encargó sus cosas a la señora Hudson? – inquirió el hombre, apoyado en la puerta.

-Hola – devolvió la sonrisa – segunda opción.

-Ok. Bien, pasa, la señora Hudson está en la cocina.

Anne siguió al hombre y notó el anillo en su anular izquierdo. "El que se casó", pensó, intentando disimular su sonrisa, pero un segundo pensamiento llegó cuando aun no terminaba de acomodar el anterior: "¿Por qué sigue viniendo aquí?"

-¿Cómo te fue? – preguntó Hudson, con una sonrisa.

-No muy bien la verdad, no tiene nada disponible y tampoco puede decirme donde conseguir una habitación – respondió con desazón – pero me dijo – continuó esperanzada – que usted tenía algo, comentó algo sobre sus inquilinos, pero no sé si sea la clase de alojamiento que busco.

El hombre rubio la miró y luego le hizo una especie de gesto a Hudson con la cabeza, que la mujer pareció entender. La invitó a sentarse.

-¿Cuál es tu nombre? – preguntó la casera

-Anne. Anne Adams. – respondió la chica, jugando con sus dedos nerviosa, pero siempre sosteniendo la mirada de Hudson.

-Y… em… Anne – dijo el hombre, aclarándose la garganta -¿Por cuánto tiempo planeas quedarte?

-cinco días – contestó ella, levantando la cabeza hacía el hombre que permanecía de pie frente a la puerta de la cocina – estoy aquí por estudios, hay una serie de convenciones y ferias, para optar a becas y pasantías en algunas universidades inglesas.

-Oh, asi que es sólo eso – dijo el hombre, con un tono que a Anne le pareció satisfactorio.

El hombre llamó a la señora Hudson, y se excusó con Anne. Ambos salieron de la habitación, haciendo constantes gestos de cortesía a la joven que empezaba a entender la situación.

-Podría funcionar – comentó el rubio, casi en un susurro

-¿Usted cree? Deberíamos preguntarle primero – alegó la mujer, al mismo volumen.

-Si le preguntamos, nunca aceptará. Esta es la oportunidad de demostrarle que su afán de vivir solo no es más que un capricho infantil. La chica parece amable y comprensiva. Sólo serán cinco días. Cuatro, si consideramos que quizás no llegue hoy, o lo haga demasiado tarde. De seguro que con lo egocéntrico que es, ni siquiera notará su presencia.

El tono que utilizó fue tan convincente que la casera terminó accediendo. Volvieron a la cocina. La chica permanecía sentada, jugando con su celular.

-¿Y bien? – inquirió, guardando el aparato, cuando los oyó entrar.

-¿Sólo serán cinco días? ¿Ni uno más? – requirió la señora Hudson, la chica asintió – bien. hay dos habitaciones arriba. El doctor te puede ayudar con tu equipaje.

El hombre tomó la maleta y un bolso más pequeño que Anne traía y subió las escaleras. Las mujeres subieron detrás, discutiendo la renta. El precio que Hudson le propuso le pareció bastante razonable y accedió de inmediato.

Arriba, todo estaba desordenado. Pilas de periódicos de quien sabe cuánto tiempo, un montón de notas y papeles pegados sobre un mapa de la ciudad adornaba una de las paredes, mientras que otra parecía tener ¿balazos?, había polvo por todos lados y un hedor extrañamente familiar salía desde lo que pretendía ser la cocina, pero más bien parecía un laboratorio. La sonrisa de Anne se esfumó en dos segundos, mientras que la casera se deshacía en explicaciones, recogiendo algunos de los papeles que estaban esparcidos por doquier.

-En realidad no creí que este lugar estuviese así – comenzó a explicar el doctor – dios, está mucho más desordenado que cuando vivía conmigo, Anne, lo siento. De seguro creerás que aquí vive un mendigo…

-O un genio – interrumpió la chica, paseándose por el piso - ¿Es real? – preguntó, apuntando a un cráneo que había sobre la alacena.

-No lo sé – contestó el médico, con una sonrisa desconcertada.

Anne parecía extrañamente fascinada. Recorrió el lugar con la mirada un par de veces más, mientras agradecía mecánicamente a la oferta de té de la casera. Empezó a encontrar orden en el caos, y tintes de algo fascinante. Todo estaba desordenado, si, pero notó pequeñas cosas y detalles que le hablaban de la intencionalidad del desorden. Por ejemplo, había una biblioteca, donde los libros no sólo estaban ordenados por categoría, sino que estaban agrupados por autor y además, en orden alfabético. Notó además que había un estuche de violín junto a un atril que tenía algunas partituras y un lápiz. También, al aislarlo del panorama general, parecía en perfecto orden.

-Así que, ¿un músico? – dijo de pronto, dirijiendose al doctor.

-No, no totalmente. Toca el violín, pero es casi un hobby – respondió, intentando llevar la situación a un terreno normal.

El hombre se ofreció para enseñarle la disposición de las habitaciones del pisó, y luego de que le mostrase cual sería su dormitorio, se excusó, ya que tenía que marcharse.

-Pañales. Es increíble cuantos puede usar una recién nacida – dijo antes de despedirse amablemente.

Anne se quedó sola y miró por la ventana, intentando descubrir con quien compartiría apartamento esos cinco días, sin embargo, sus cavilaciones fueron interrumpidas por la casera que traía té y algunas galletas.

-¿Ya se fue el doctor Watson? – preguntó, dejando la bandeja sobre una pequeña mesita junto a los sillones.

-Si, hace un momento – respondió, volviéndose hacia la mujer - ¿dijo Watson? -Contra preguntó, sentándose en el sillón que daba la espalda a la cocina.

-Si, John Watson, es tan agradable, oh, y Mary. Ojalá tengas la oportunidad de conocer a su familia.

-¿John Watson? – dijo Anne, jugando con su dedo índice sobre su labio inferior - ¿En serio?

-Así es querida. Te dejo, la cena está en el horno y tengo que vigilarla, siéntete como en casa – respondió la mujer, cuando ya casi salía del piso.

-Quizás sólo sea coincidencia – se dijo en voz alta, dando los primeros sorbos a su té.

Miró la hora en su celular. Ahí, en su pantalla de inicio, el blog del doctor John H. Watson asomaba como marcador favorito.

Cuando acabó su té, llevó su maleta a la habitación que el doctor le había señalado, ordenó algunos de sus libros y desempacó la poca ropa que llevaba. Luego se dio una ducha y se cambió. La señora Hudson le anunció que aun faltaba para la cena, entonces la joven se sentó a leer. Inmersa en su libro "¿Por qué amamos?", se sobresaltó al oír un portazo en el piso inferior, seguido de una conversación que subía de tono a medida que pisadas ágiles y firmes avanzaban por las escaleras. No pudo oír toda la discusión, pero si algunas frases vociferadas por un hombre: "Homicidio triple", "Lestrade", "¿Que rentó qué?", y un final "¡Por ningún motivo!". Alzó la vista al momento en que un delgado, alto y bastante atractivo hombre aparecía por las escaleras. De pelo negro, enfundado en un abrigo larguísimo y con la expresión de un niño que acababa de hacer un berrinche, el hombre se quitó los guantes y avanzó por el piso, como si no hubiese nadie más allí.

-Hola – vociferó Ane, dejando su libro de lado y apoyando sus brazos sobre las piernas, esperando respuesta.

El hombre la miró desconcertado.

-Me dijeron que no te notaría, ¿Por qué te noto?

-¿Por qué te acabo de saludar? – preguntó la chica, con sarcasmo

-¡Por dios santo! ¿Puedes sólo quedarte ahí, como mi cráneo?

-Ok, Ok, no era mi intención molestarte, es sólo que, wow, de verdad eres… tu, Sherlock Holmes.

El detective la miró con algo de interés y desconfianza. No tenía buenas experiencias con sus "fans". La leyó en dos segundos.

-Si, ¿por qué? ¿No te dijeron que vivía aquí?

-Bueno, lo sospeché, es sólo que tu… Bueno, no estás precisamente muerto.

-Ah, eso… vaya, eso pasó hace años, deberías dejar de ir a pilates y leer más… o no, espera ¿Cómo sabes lo de la muerte? Evidentemente no eres inglesa.

-Prensa. Pero nunca escribieron de tu "No muerte".

Anne se puso de pie y caminó junto a Sherlock, quien se sentía incómodo por la agudeza de la joven.

-Ya veo – asintió – entonces, ¿Psicología o psiquiatría? – preguntó, tomando lugar en su sillón.

-¿Perdón? – dijo la joven, confundida

-Estabas leyendo "¿Por qué amamos?" El título sugiere un libro meloso, pero en realidad es un análisis fisiológico sobre el proceso de las relaciones humanas. Lo lees porque tiene que ver con el área de tu carrera, o porque un chico te rompió el corazón. Pero esa es la opción aburrida. Una chica que toma la opción aburrida no estaría sola en Londres para buscar una beca.

Anne se quedó muda, con los ojos muy abiertos y solo atinó a contestar:

-Psiquiatría.

Pero Holmes ya no prestaba atención.

La señora Hudson vino a avisar que la cena estaba lista

-¿No vas? – preguntó Anne, al notar que el detective no se movía.

-No… - dijo él, apenas en un susurro. – la comida me hace lento.

-Es tu opción – comentó ella, y al bajar las escaleras agregó: - ¿Sabías que no comer también afecta tu sinapsis?