Hola a todos... Tiempo sin escribirles. Les ha traído una historia que han esperado desde hace un año... jejejejeje
La verdad es que perdí mi compu, pero pude recuperar mi disco duro... para mi hermano fue difícil tener acceso a la información, pero lo logró sin borrar nada.
Bueno... El corazón de la Bestia es muy esperada o era muy esperada. No sé si siga siendo popular.
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Dedicatoria: Dedico esta Historia a mi grupo de Facebook donde soy administradora: Mundo Fanfiction Naruhina
Tengo muchas compañeras escritoras con las que me llevo bien e incluso me han incitado a mejorar como escritora.
Chicas, Chicos... Los quiero. Este es el grupo de FB que yo más quiero. *-*
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Autora: Atadalove
Género: Romance, Fantasía, Súpernatural, Trajedia.
Advertencia: Posibles mundos alternos, lemon para mayores de 18 años
(o los que saben qué es Pornol-ectura)...
Leer bajo su propio riesgo.
PD: Disculpen las faltas ortográficas.
Si ven alguna es que hicieron un Jutsu de ocultación para que no las viera.
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Capítulo I
Condena
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-¡Déjala ir! ¡Maldito aborto hijo de puta! –Rugió con desesperación.
Estaba inmovilizado y sin posibilidad de ayudarla. Humillado a permanecer con la cara en el suelo en reverencia ante ellos. Herido por tratar de protegerla. Atado por desobedecer órdenes. Ensangrentado por resistirse. Y a ella, la mujer que se atrevió a acercarse a una bestia como él, la tenían atada de manos y con una espada amenazándole el cuello. Le habían cortado su hermosa y larga cabellera roja, cuyos restos estaban esparcidos por todos lados. Estaban rodeados de los guardianes más temibles de todo el inframundo. Cada Dios conocido lo habían juzgado por sus actos y sentenciado a morir. Había sido torturado durante horas y horas en una infernal cueva, pero ninguna tortura le dolía más que verla a ella siendo amenazada a muerte frente a él y sin poder ayudarla. Y todo era por la diversión de éste miserable carcelero.
Su torturador.
Sabía lo que era el odio, después de todo él vivió con la única persona que lo sintió verdaderamente. El Dios del odio, la guerra y desesperación. El único que vio en él más que una simple mascota, más que un simple utensilio.
Era irónico.
El dios del odio quiso y protegió a su mascota de la muerte, muriendo en el intento y dándole poder… su herencia.
Uno de los guardianes presentes se acercó a él y lo golpeó en el costado mandándolo a volar. Cayó al suelo vomitando sangre por el golpe. Ya estaba bastante herido e irreconocible.
-¡Kurama! ¡Aarrrgg!
-¡Calla mujer! –Le dijo su captor y presionó más el arma en su cuello sacándole sangre.
-¡Maldito, déjala! ¡Me bañaré sobre tu putrefacto cuerpo con tu sangre! –Después de decir eso fue pateado con tal fuerza que chocó con la pared y escupió más sangre. Estaban en una cámara oscura con sólo una única luz alumbrando débilmente. Esa cámara era la misma que usaban para matar a los condenados.
-No estás en disposición de hablar, maldito Kyubi. Están sentenciados a morir. No hay nada que puedan hacer. –Kurama vio como ese maldito sonreía. Quiso mutilarlo pero no sabía cómo usar el poder que le fue entregado. Sólo sabía que un odio crecía en él por segundo.
Los que lo rodeaban eran diez. Eran más oscuros que la sombra y sus ojos resplandecían de color rojo. Sus cabellos parecían moverse a voluntad y había dos mujeres aparte de ella, su mujer. Sabía desde un principio que algo como eso podría pasarle, pero su amo le dijo que no tuviera miedo a mostrar como en verdad era. Que eso lo definiría y así lo creyó. Siguió el ejemplo de su amo y mentor. El único que, a su manera, lo cuidó y le enseñó a vivir y a pelear.
-¡Por favor NO! ¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame! –Imploraba a gritos Ella. Kurama enfocó su mirada en su captor quién había dirigido su arma a su estómago.
Su rostro, por primera vez, mostró miedo. Mucho miedo. Sus ojos se agrandaron ante la posibilidad de que ellos supieran hasta donde llegaba su unión.
-Quiero oírte gritar y suplicar por su vida, Kyubi. Por la vida de un no nacido. –Sus palabras confirmaron sus miedos. Vio como apoyaba el arma en el vientre de Ella y le hacía una herida superficial, pero eso bastó para sacar su ira, de por sí, contenida. Sintió un cosquilleo en su boca y en sus ojos. Empezó a deformarse. Las cuerdas que lo ataban de pies y manos empezaron a crujir. Lanzó un rugido de tal magnitud que las paredes temblaron y los guardianes fruncieron el ceño con preocupación.
-No pensé que el Kyubi tuviera esta clase de poder. Nunca lo mostró. –Dijo uno de ellos, evidentemente preocupado.
-No lo tenía. –Dijo otro que estaba al lado. Una ráfaga los obligó a dar un paso atrás. –Es porque absorbió los poderes del dios del Odio cuando éste murió. –Aclaró. -¡Madara, terminemos con esto! –Gritó.
Madara miró a la mujer que tenía en su poder. Ella rogaba ayuda y suplicaba para que no dañase a la bestia ni a su Fruto. Se supone que la mascota de un dios no debería ligarse con las mascotas guardianes de una ninfa. Estaba prohibido. Su única misión era obedecer las órdenes de sus amos. Pero el Kyubi, al morir su amo, adquirió sus poderes.
Si un Dios moría, sus poderes debían ser absorbidos por otro para evitar la destrucción del mundo. Sin embargo, ese poder buscó al Kyubi. No se sabe cómo o por qué, pero no habían podido absorber los poderes de ese dios. Era como si fuese directo al cuerpo de ésa mascota, como si le perteneciera. Estaba prohibido que una mascota tuviera los poderes de un dios. Pero lo que no entendían realmente, era el por qué esta mujer, la mascota de la ninfa de las fantasías sexuales, estaba con una mascota como el Kyubi.
La mascota del dios del odio.
Madara, cuyo único propósito era torturar a los condenados en el infierno, disfrutaba el ver al Kyubi así. Le producía placer saber de su desesperación. Pero se regocijaba más al ver cómo éste trataba de romper las cuerdas que lo ataban. Eran irrompibles y sólo quien las puso era capaz de quitarlas.
Sonrió.
-Ódiame. Consúmete por las ganas de querer vengarte. Eso me alimenta. ¡Vamos! ¡Puedes hacerlo mejor que eso! –Le retó. Quería sangre. Pero al ver que no ocurría nada más, se enojó y decidió atacar por donde más le dolía: La mujer.
Y ella gritó de dolor.
Madara le había perforado el vientre de lado a lado. LA mujer gritó y calló en su propio mar de sangre. La bestia, que había mirado todo, quedó paralizado observándola. Todo se movía en cámara lenta para él. No había manera de descifrar lo que pensaba ni lo que haría. Su mirada se había perdido en la oscuridad. Sin embargo no pasaron ni cinco segundos cuando el Kyubi creció a proporciones gigantescas. Jamás habían visto a un animal de tal magnitud ni poder. Se había convertido en una bestia naranja enorme con grandes colmillos y garras. Exclamó en un gruñido el nombre de la mujer. Su fuerte rugido mandó a todos contra la pared, excepto a su mujer, que cayó al suelo ensangrentándose. Los guardianes vieron asombrados como nueve poderosas colas arrasaban con el lugar y los golpeaba haciéndolos sangrar.
-¡Pero qué diablos! –Exclamó una de las mujeres. -¿Desde cuándo una mascota puede lastimarnos? ¡Madara! –Rugió.
-Tiene los poderes de un dios. Puede matarnos. –Dijo Madara satisfecho con el resultado. A él le gustaba que sus condenados pongan resistencia. Eso hacía su miserable vida un poco más… divertida. Sin embargo no contaba con que el Kyubi rompiera las cuerdas que lo ataban ni que usara ese poder.
Pero aún así, sería suyo.
El Kyubi tomó a la mujer en una garra con mucho cuidado. Ella aún estaba viva, pero su estómago estaba dañado y se desangraba. Su cuerpo esbelto estaba débil y con moretones. Dentro de él aún había conciencia y se arrepentía no poder protegerla y no poder curarla. Él no podía usar los poderes para curarla. No cuando esa jaula se los suprime y lo agota a cada segundo. De hecho, estaba haciendo una gran cantidad de esfuerzo para mantenerse consiente. Su pelaje quemaba tanto que le rasgaba la piel.
-K-Kurama… Te a-amo. –Dijo ella y escupió sangre.
-Kushina. –Sentía su garganta seca, raposa y adolorida. –No me dejes. –Por primera vez la bestia lloró y suplicó por una oportunidad más. Desde el fondo de su corazón se había humillado.
Él no sabía qué hacer. Ella moría en frente de él y no podía hacer nada para evitarlo. Jamás se había sentido tan impotente, tan miserable, tan…
Sintió como una fuerza invisible lo ataba y lo elevaba hacia la pared alejándolo de ella. Gruñó y se maldijo por haber bajado la guardia.
Madara vio sus ojos rojos y sus lágrimas. Sonrió.
-Eres muy divertido. –Dijo. Su mano se mantenía alzada hacia el Kyubi y otros de los guardianes se acercaron. –Bailemos más.
-Mejor acabemos con esto. –Dijo una de los guardianes en las sombras.
-Mátalo de una buena vez. –Dijo otro y más voces se alzaron apoyando esas palabras.
Madara frunció el ceño. No le gustaba recibir órdenes, pero aún así, tenía un trabajo que hacer.
-¿Últimas palabras, bestia? –Dijo.
Kurama vio a su mujer. Ella lo miraba fijamente y con una sonrisa. Sus labios se movieron y él entendió sus palabras: Te amo. Pero lo que le destrozó fue ver que el brillo en sus ojos desaparecía y ella… se desvanecía en un brillo de polvo. Cualquier daño, cualquier tortura, cualquier herida no se asemejaba a lo que sintió cuando la vio morir y desaparecer como las cenizas con la brisa. Un dolor indescriptible le atravesó el pecho haciéndolo retorcerse al darse cuenta de que no la vería más, de que Ella le había mentido. Odiaba a los dioses, siempre lo manipulaban, y no conformes con él, también manipularon a su mujer. Sentía lacerado el corazón y los huesos. Sentía tanto odio que se entregó a el.
Madara se sorprendió al sentir que el Kyubi se resistía a su poder. Ningún condenado soportaba tanto en esa jaula, cuyo propósito era drenar los poderes. Su misión era drenarlo por completo antes de matarlo y enviarlo al infierno donde lo torturaría a gusto y ganaría cierta recompensa al matarlo. No entendía cómo es que el Kyubi aún tenía poder para desafiarlo.
Una ráfaga caliente los azotó dándole heridas de quemadura a todos. El Kyubi se liberó de Madara y con las colas destrozaba todo a su paso. Las paredes se rompían y el techo parecía derrumbarse en cualquier momento. El suelo temblaba. Los rugidos hacían eco. Los guardianes, que estaban asombrados, usaron sus armas contra la bestia pero fue inútil. Éstas se rompían antes de llegar siquiera a tocarle un pelo.
El Kyubi los miró a todos y en una diabólica sonrisa, mostró sus colmillos.
-La venganza… -Empezó a rugir el Kyubi. Su voz era demoníaca. –La venganza se sirve… con mucha brutalidad. –Su voz aterrorizó a muchos de los presentes. Era tan terrorífica y animal que varios quedaron paralizados y esas palabras, prometían masacre.
Kurama tomó a uno de los guardianes con su cola y lo estampó en la pared para luego clavarle una estaca en el estómago y abrírselo. Los demás, paralizados, sólo atinaron a ser espectadores de tal masacre.
-¡Madara! Sácanos de aquí. –Dijo uno de ellos, cuyo rostro era de terror.
Madara era el único que controlaba la entrada y salida de esa jaula. Ésa era su casa y ellos sus invitados, sin embargo, trató de sacarlos pero no pudo. Intentó otra vez y dio el mismo resultado. La carcajada del Kyubi llamó su atención.
-Antes de agitar la jaula debiste de asegurarte de estar del otro lado, Madara. –Kurama había hablado con tal frialdad que, si no fuera porque Madara no sentía lo que era el miedo, estaba seguro que estaría aterrorizado. Sin embargo, sus guardines sí podían sentir el miedo y lo comprobó al ver sus miradas. -¡Les arrancaré los miembros!
Se abalanzó contra ellos destrozándolos. La sangre se esparcía por las paredes. Uno a uno ellos fueron destrozados hasta que sólo quedó Madara.
Un gravemente herido Madara.
-¿Tus últimas palabras, aborto del infierno? –Repitió lo que antes Madara le había dicho pero una luz cegante los interrumpió y antes de ajustar su vista al intruso, un golpe justo en el pecho lo paralizó. Sintió un calor muy agradable recorrerle el cuerpo y, de pronto, le llegaron imágenes tranquilizadoras con su mujer y toda la ira se fue desvaneciendo hasta que volvió a su estado normal.
Calló dormido entre los escombros. Las orejas de zorro sobresalían por su pelo anaranjado. Estaba totalmente desnudo y sus nueve colas estaban estiradas alrededor de su cuerpo. Su rostro mostraba una profunda tranquilidad y paz, pero las mejillas les sangraban por pequeñas y extrañas cicatrices que aparecieron en cada una.
Madara, que había identificado al intruso, lo encaró. Sorprendentemente aún podía ponerse de pie y hablar.
-¿Cómo infiernos has entrado? –"Saludó él".
-Oh, de nada. Fue un placer salvar tu putrefacto culo de ser pateado. –Dijo con sarcasmo y lo miró con el ceño fruncido. –El Kyubi hizo mierda tu estúpida jaula, ¿Cómo crees tú que entré?
Madara bufó y tomó una de las espadas de sus guerreros, sin embargo, fue detenido por una fuerza invisible antes de acertar un golpe al Kyubi.
-Tengo órdenes de matarle. –Dijo Madara.
-Y yo tengo nuevas órdenes para ti.
-¿Desde cuándo eres un mensajero, Hashirama?
-Las Moiras tuvieron una visión con él. –Dijo ignorando su pregunta. –Su condena será otra. El Kyubi tiene que ser desterrado o todos moriremos en un parpadeo.
-Eso se soluciona matándole.
-¿No entiendes verdad? –Madara hizo una mueca de fastidio. –No puedes matarlo, él es más fuerte que tú y que muchos de nosotros. Y cada vez que mate a un Dios el poder será absorbido por él y se hará más fuerte convirtiéndose en una bestia de destrucción masiva. –Decía mientras se acercaba al Kyubi. –Y tú, aborto de puta, mataste lo único que podía tranquilizarle. –Lo miró con reproche. –Eres un maldito desgraciado. Se te dijo que ella sólo sería torturada y castigada, para después volver con su ama.
-Me exasperas. Llévate tu culo fuera de aquí.
Hashirama caminó hasta estar enfrente del Kyubi. Usó sus poderes para levantarlo y sostenerlo en el aire.
-Madara. Tus nuevas órdenes son desterrarlo al mundo de los humanos, como Humano. Ésa es su condena impartida por las Moiras.
Lo miró confundido. Pocas veces un dios era desterrado, condenado o maldecido a vivir con los humanos, sin mencionar que tendría la vida de uno. Pero nunca se había escuchado que una mascota fuera condenada a vivir como un humano en ése mundo. Las Moiras deben estar mal. A una mascota no se le podía controlar en el mundo Humano. Eso no le convenía si el Kyubi era enviado allá. Si cumplía esa orden entonces… No. Impensable.
-¡Esa bestia morirá por mi mano! ¡Me rehúso enviarlo a la tierra!
-Lo sé. Por eso lo haré yo. Adiós. –Desapareció junto al Kyubi dejando a Madara sólo en su "casa". Odiaba que le quitaran a sus condenados, en especial a éste.
Sin embargo Sonrió. Sería paciente. Tiempo es lo que más le sobra. Y ya tenía un plan para tenerlo.
-Victoria para la araña.* –Dijo. Por esta vez no pondría resistencia alguna.
Le convenía no hacerlo.
Por ahora.
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*+*+*+*+Continuará...*+*+*+*+
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*Victoria para la araña, es un antiguo proverbio Cheronte que significa "la paciencia gana el día".
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Hey! Gracias por leer hasta aquí y por esperar ésta historia. Les aviso de antemano que no estaré publicando la historia seguido, sino que me tardaré bastante en actualizar.
Pero les he traído el primer capítulo y espero que les haya gustado la trama. Habrá mucha más.
Recuerden: Revew = Escritora Feliz = Más capítulos = Lectores felices y contentos
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Los quiero...
Matta ne
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