Dean aparcó el coche en su garaje como todas las tardes después de volver del trabajo. Al salir, escuchó las voces de sus dos hijos, jugando en el jardín. Se los quedó mirando y sonrió. John tenía casi ocho años, los cumpliría dos meses más tarde. Elisabeth por su parte acababa de cumplir los cinco.
Los dos hermanos eran uña y carne, tal y como Dean y Sam lo habían sido durante mucho tiempo. Dean se quedó allí parado, mientras miraba a sus hijos, le recordaban tanto a él y a su hermano. En realidad, Dean siempre le había dicho a Carolina, su mujer, que Elisabeth era idéntica a Sam. Desde el momento en el que la tuvo en sus brazos nada más nacer, vio en al niña los ojos pardos de su hermano y la rapidez con la que había aprendido a andar y hablar, no podía ser más que la inteligencia heredada de su hermano.
"Si pudieras verlos ahora Sammy." Dijo en voz baja un momento antes de que la puerta de la casa se abriera. Allí apareció ella. La mujer más encantadora y atractiva que Dean había visto en su vida.
Le habían gustado muchas mujeres, pero ninguna le habían sorbido el seso como Carolina. Sus ojos castaños, del color del roble le había dicho ella nada más conocerse, el cabello ondulado, que siempre estaba a mitad de camino entre el rizo perfecto y el liso más absoluto y aquella sonrisa tan sensual, le habían cautivado nada más verla en aquel bar.
Casi diez años después, seguían tan enamorados como el primer día, con sus altibajos como todas las parejas, pero enamorados al fin y al cabo. Dean la miró, allí apoyada en el marco de la puerta. Seguía teniendo una figura envidiable, incluso de los partos de sus dos hijos y el vaquero ajustado y aquella camiseta de tirantes, hacían que el antiguo cazador no pudiera apartar los ojos de ella.
Dean cogió la chaqueta del coche y fue hasta ella. Rodeó su cintura con ambas manos y le besó el los labios. "¿Qué tal el trabajo?" Le preguntó ella igual de cariñosa que siempre, con su encantador acento canadiense.
"Aburrido, en esta ciudad la gente es demasiado feliz como para ofrecerme casos interesantes." Al escuchar las risas de los niños, los dos se dieron la vuelta y los miraron. "Creo que no me dará para mucho más el trabajo de detective, tal vez sea hora de buscarme otra cosa. ¿Y tu, que tal en el bufete?"
Dean siempre pensó que su hermano jamás se creería que estaba casado con una abogada, una de las mejores incluso. Él que siempre había pensado que estaría con una mujer distinta cada fin de semana, no se imaginaba levantarse a la mañana siguiente con alguien distinto que no fuera Carolina.
"Estarías orgulloso de mi hermanito." Dean intentó ocultar la tristeza que le producía siempre pensar en su hermano, cada vez que se daba cuenta lo que se estaba perdiendo. No ver crecer a sus sobrinos, no estar orgulloso de su hermano mayor por haberse convertido en alguien respetable; pero sobretodo no tener una vida que disfrutar, por una maldita guerra entre ángeles y demonios.
"¿Estás bien cariño?" Le preguntó Carolina apoyando la cabeza sobre su hombro. "Es por Sam verdad, le echas de menos. Me hubiera encantado conocerle, estoy segura que era un hombre estupendo."
"El mejor, mucho mejor tío que yo y mira, después de todo, no le sirvió de nada…" Tan sólo había un secreto que mantenía alejado de su mujer. Bien por miedo a que le ocurriera algo si le contaba la verdad, bien por vergüenza por ocurrido, bien por querer pensar que nunca hubiera ocurrido, Dean jamás le había contado la verdad sobre lo que le había ocurrido a Sam justo antes de conocerla. "Ese maldito coche tuvo que llevárselo por delante."
Carolina conocía muy bien a su marido, sabía que le encantaba la cerveza, que le gustaba pasar horas muertas delante de la televisión tumbado en el sofá, por el simple hecho de tenerla a ella o a sus hijos cerca y también sabía que, cuando tenía esa expresión en su rostro, Dean necesitaba estar sólo.
"Me voy a llevar a los niños a ver a mi madre. ¿Cenamos donde siempre?" Dean sonrió agradecido, ni aunque hubiera pedido un deseo para encontrar a la mujer perfecta, hubiera encontrado a alguien como ella.
"Claro, nos vemos allí." Besó a su mujer en la frente y se despidió. Esperó a que el coche hubiera salido de la casa para encerrarse en el sofá con una cerveza fría y un par de fotos en la mano.
Respiró con fuerza, no quería llorar. Creía haberlo superado después de diez años, y aunque no fuera así, al menos creía poder mirar a los ojos a su hermano y sentir que volvía a hacerlo otra vez. Pero de nuevo, los mismos sentimientos de aquel día se apoderaron de él.
"¿Podrás perdonarme algún día? Porque creo que yo no voy a poder hacerlo, ni si quiera se si quiero hacerlo." Puso la mano sobre la primera foto, la más antigua. En ella estaban su padre y ellos dos, cuando eran unos críos. Ya no recordaba quien se la había hecho, pero la guardaba como su tesoro mejor preservado.
Sonrió con tristeza, aquello tenía su ironía. Él que tenía que estar muerto tras el accidente con el Impala era el único superviviente de la familia Winchester. No tenía que haber sido así, seguramente las cosas hubieran salido mejor para su padre y para Sam. En primer lugar no se hubiera roto el primer sello. Su padre y su hermano seguirían vivos y él se habría evitado tener que luchar por no sufrir cada día de su atormentada existencia.
En la otra foto, estaban solo ellos dos, ya eran unos adultos y había sido tomada pocos meses antes de que todo saliera mal. Había sido de Bobby hasta el funeral, pero ese día, se la dio. "Deberías tenerla tú, hijo. Tu has perdido a un hermano y mereces recordarlo."
No pudo más y se echó a llorar. Nunca lo había hecho delante de su mujer y mucho menos de sus hijos, pero ahora que estaba sólo, se dejó llevar por sus sentimientos. Se dejó caer, rendido en el sofá y ocultó el rostro entre las manos.
"Dean." Hacía tanto tiempo que no escuchaba aquella voz, que al principio pensó que provenía del pasado, que no era real, que no podía ser real. "Dean, mírame, no tengo mucho tiempo."
"Déjame en paz." Dean levantó por fin los ojos y miró con rabia al ángel. "Me mentiste, me juraste que todo saldría bien, que me ayudarías y cuando llegó el momento, cuando tuviste que hacerlo, no estabas allí. Me abandonaste, Cas y por tu culpa mi hermano está muerto."
"Lo siento, pero no me lo permitieron, los arcángeles…"
"A la mierda los arcángeles, a la mierda tu precioso equilibrio y a la mierda también el Apocalipsis." Dean se levantó con furia en los ojos y se acercó al ángel, que no se había inmutado por su reacción. "Durante meses hice todo lo que me pediste, te seguí con devoción, porque me prometiste que Sam estaría a salvo y al final me vendiste. ¿Cuánto te dieron por la vida de mi hermano? Espero que al menos medio cielo sea ahora tuyo."
"Dean no lo entiendes." Castiel sonaba con la misma tranquilidad de siempre, los años no le habían cambiado; seguramente para él, diez años no significaban nada pero para Dean habían sido toda una vida. "No pude hacer nada, me engañaron tanto como a ti, no sabía para que querían a tu hermano y cuando me di cuenta…"
Dean empujó a Castiel contra la pared y estuvo a punto de golpearle. Pero sabía que él no había tenido la culpa. Más de un ángel había dejado de servir a un dios que nadie había visto y había decido jugar su propia partida, en la que Dean no había sido más un peón más.
"Cuando te diste cuenta ya había matado a mi hermano, poseído por Lucifer. Buen guión para una película verdad. Que pena que sea la historia de mi vida." Dean se separó del ángel y se dio la vuelta.
No quería verlo, en realidad no quería ver a nadie que tuviera que ver con la parte de su vida en la que había sido cazador. Bobby lo había comprendido, le había entristecido tener que perderle también a él, pero lo comprendió.
"Vete de aquí, por favor. Si has venido a ver como estaba o a ver a un viejo amigo, te puedo asegurar que estoy perfectamente, pero no estoy de humor para compartir viejas batallitas."
"No Dean, vengo a saldar mi deuda contigo." Dean se dio la vuelta extrañado.
"No se de que me estás hablando y te agradecería que salieras de mi casa."
"Nadie sabe que estoy aquí, excepto Anna que me convenció para venir." Dean sonrió al escuchar aquel nombre. Al fin y al cabo Anna era el único ángel por el que Dean no se hubiera sentid traicionado.
"Dale recuerdos de mi parte."
"Me dijo y tenía razón, que te debemos mucho y lo que te hemos dado no ha sido más que sufriento." Dean lo escuchó en silencio. No necesitaba escuchar eso para saber que era verdad. En realidad no lo quería escuchar.
"Te agradecería que te fueras de mi casa." Dean se dio la vuelta, esperando que Castiel se desvaneciera en el aire como hacía siempre. Por mucho que le había costado, había aprendido a vivir con la idea de que los ángeles y los demonios estaban allí, pero que ninguno volvería jamás a su vida, después de haberle robado todo.
Sin embargo, Castiel continuó hablando. "Puedo traerlo de vuelta, igual que hice contigo." Dean se aferró con fuerza al respaldo del sofá. No necesitaba más explicaciones para saber de lo que estaba hablando. Pero una parte de él no lo quería escuchar, no quería volver a lo mismo de siempre.
"No lo digas."
"Es cierto puedo traer a Sam de vuelta."
"Ni se te ocurra maldito bastardo." Dijo Dean llenó de rabia al darse la vuelta. "¿Para que vas a traerlo de vuelta? Sam no será el mismo. ¿Sabes cuanto tiempo ha pasado realmente allí abajo? ¿Sabes cuanto tiempo son diez años en el infierno? Nadie es el mismo después de salir de allí. Lo se muy bien."
"No recordará nada de lo ocurrido, te lo prometo puedo hacerlo." Dean abrió los ojos de par en par, no se podía creer lo que estaba oyendo. Si alguien supiera las veces había soñado con un momento así, con escuchar unas palabras así. "Para él será como si el día en el que todo ocurrió hubiera tenido un accidente y desde entonces, hasta hoy, hubiera estado en coma."
"¿En como durante diez años?" Dean tuvo que volver a sujetarse al sofá, pues la habitación comenzó a dar vueltas en su cabeza, imágenes horribles de lo que había pasado inundaron sus recuerdos y el más horrible de los sentimientos de culpa se apoderó de su corazón.
"Siempre será mejor que explicarle que tuviste que matarle para que no trajera el Apocalipsis a la tierra mientras estaba poseído por Lucifer."
"¿Entonces puedes hacerlo de verdad?" Un pequeño halo de esperanza apareció en el interior de Dean.
"Ve al hospital y ve a la habitación doscientos uno, todas las enfermeras te conocen, te pasas allí todos los días un par de horas." Dean sonrió con malicia.
"Eso es romper demasiadas reglas de las vuestras."
"Ya rompí algunas cuando intenté ayudarte. Fallé entonces, deja que te compense ahora, aunque sea un poco tarde. Pero después de lo que paso, digamos que no fui muy libre."
En un abrir y cerrar de ojos, antes de que Dean pudiera decir nada, Castiel ya se había marchado. El antiguo cazador creía estar viviendo un sueño, que había salido de la peor de sus pesadillas al mejor de sus sueños. No se lo podía creer. Por eso cogió el teléfono.
"Por favor, quisiera saber si tienen a Sam Winchester en el hospital." Dean contuvo la respiración un momento, hasta que alguien le contestó al otro lado.
"Si, está en la habitación doscientos uno, pero su estado no es muy halagüeño, lleva muchos en coma. ¿Es usted familiar del paciente?"
"Soy un amigo, pero estoy seguro que Sam saldrá adelante, tengo esa corazonada." Dean colgó y casi corriendo salió de la casa y se montó de nuevo en el coche. Sam estaba vivo; Sam estaba fuera el infierno y no recordaba lo que había ocurrido. Ahora solo le quedaba buscarse una buena explicación para Carolina.
