Victoria dijo alegramente. - Si fuera el Zorro no se portaría como un niño con esa pierna rota. -

Don Alejandro añadió en el mismo tono. - Si el Zorro tuviera su pierna rota el pueblo de los Ángeles sería el único que sufriría. -

Diego se alejó de allí tragándose su orgullo bajo su mejor sonrisa de don Diego. Cojeando entró en la taberna y se sentó en una de las mesas.

Victoria se arrepintió de lo que había dicho. No estaba bien burlarse de Diego. - Don Alejandro. ¿Cree que he herido sus sentimientos?. -

- No te preocupes, está acostumbrado a que hablemos así. -

Caminaron juntos hacia la taberna. Victoria parecía preocupada. Don Alejandro le preguntó.

- ¿En qué piensas?. -

- No sé, es que al ver caminar a Diego me he dado cuenta de algo. Hoy el Zorro estaba raro. Al luchar creo que cojeaba, y luego no se bajó del caballo para besarme. -

- Victoria, querida. Deberías ser más discreta en tu relación con él. Creo que se toma demasiadas libertades. -

Victoria enrojeció ligeramente y volvió al tema anterior para tratar de desviar la conversación. - Pero. ¿Y si el Zorro se ha hecho daño. Y si él también tenía, no sé…un tobillo torcido o una pierna rota?. -

- Sí que sería casualidad. -

Don Alejandro y Victoria se miraron extrañados. La misma idea surgió en sus mentes al mismo tiempo. Una idea que ambos habían tenido antes varias veces y que habían descartado con rapidez. Por fin don Alejandro rompió el silencio.

- Diego es el hombre más alto de los alrededores, con la posible excepción de el Zorro. ¿Crees que es más alto que él?. -

- Quizá, o puede que no. El Zorro lleva un sombrero y eso le haría parecer un poco más alto. -

- Diego tiene los ojos azules. ¿Y el Zorro?. -

- Azules también. - contestó Victoria sin pensárselo dos veces.

- ¿Del mismo tono?. -

- No estoy segura, Diego casi nunca me mira a los ojos. -

- Creí que érais buenos amigos. -

- Pensé que no lo hacía porque es tímido. No me lo había planteado. -

Don Alejandro estaba preocupado y Victoria no sabía qué pensar. Fue don Alejandro el que volvió a hablar. - ¿Cuántos hombres altos y con los ojos azules conoces?.

Victoria estaba pensativa. - No pensará que Diego… - No se atrevía a completar la frase en voz alta. Luego volvió a hablar. - Se me ocurre algo. ¿Puede acompañarme a la taberna y esperarme en la cocina?. -

- Claro. -

Victoria y don Alejandro entraron en la taberna por la puerta de atrás. Don Alejandro se quedó en la cocina, que estaba vacía porque las ayudantes de Victoria aún no habían empezado con la cena. Victoria se dirigió a la escalera. Al atravesar la sala vio a Diego sentado tomando una limonada mientras charlaba con el sargento Mendoza. Ella no se atrevió a mirarlo fijamente mucho rato, pero cada vez estaba más segura. Subió a su habitación.

Al poco rato Victoria se reunió con don Alejandro. - Debe prometerme que no hablará con nadie acerca de lo que le voy a enseñar. -

- Por supuesto, tienes mi palabra. -

Ella asintió y tendió una mano ligeramente temblorosa hacia él. Al abrirla le mostró un anillo de oro y esmeralda. - ¿Lo reconoce?. -

- ¡Era de mi esposa!. ¿De dónde lo has sacado?. -

- El Zorro me lo dio cuando pidió mi mano. Me dijo que era de su madre. -

- ¿Estáis prometidos?. - dijo don Alejandro tratando de exclamar y bajar la voz al mismo tiempo. Era complicado.

- Lo voy a matar. - dijo Victoria.

- Sin duda lo merece, pero. ¿Podrías antes casarte con él y darme unos cuantos nietos?. -

- Si hago eso ya no querré matarlo. -

- Pues me alegro. Es mi único hijo. -

Se quedaron en silencio unos momentos.

- ¿Por qué no vienes a cenar a la hacienda y hablamos allí?. Tiene la pierna rota. No podrá escapar. -

- ¿Seguro que no podrá?. Hoy no puedo. Viene la diligencia, y espero a dos pasajeros que van a quedarse a pasar la noche. -

- Bueno, pues mañana. -

- Está bien. Pero lléveselo de aquí, porque si lo veo ahí fuera no sé lo que le hago. ¿Usted no le va a decir nada?. -

- Pues estaba muy enfadado con él, pero al verte creo que prefiero que no sospeche que lo sabemos. No quiero que lo mates, pero sí que le hagamos sudar un poco. -

Victoria miró a don Alejandro con admiración. - Sí, creo que esa es una estupenda idea. -

Don Alejandro salió de la cocina y se reunió con Diego.

- ¿Estabas en la cocina?. -

- Sí, Victoria necesitaba una pequeña ayuda y como tú estás dolorido me ofrecí a echarle una mano. ¿Nos vamos para casa?. Pareces cansado. -

- Sí, gracias, me gustaría irme a casa, pero no me he despedido de Victoria. -

- No te preocupes, seguro que ella lo entenderá. Ahora está muy ocupada empezando a preparar la cena. -

Se dirigieron a la carreta y volvieron a la hacienda.

Diego se fue a la cama pronto. Se levantó bastante temprano y se pasó el día descansando. Por la tarde se sentó en la biblioteca con la pierna apoyada en un taburete leyendo uno de los libros que había recibido en la última remesa que llegó de España. Se encontraba relajado por primera vez en mucho tiempo. No sospechaba lo que se le venía encima.

Oyó pasos y voces acercándose. Su padre entró en la biblioteca seguido de Victoria. Ella lo miró muy atenta y en su mirada vio cuanto se alegraba de verla. Se recordó a sí misma que estaba muy enfadada con él. ¿O no?.

- Victoria, qué agradable sorpresa. - Diego hizo ademán de levantarse, pero la pierna se lo impidió y volvió a caer en la silla.

- Hijo, no te levantes. Victoria es una vieja amiga, no hace falta que seas tan solemne. -

Victoria miró a don Alejandro pensando que lo de "vieja amiga" no le había gustado nada. - Tu padre me ha invitado a cenar, y he aprovechado la ocasión porque quería venir a ver cómo te encuentras. Ayer parecía que te dolía bastante. -

- Estoy mucho mejor Victoria. Gracias. -

Victoria se acercó a él y le ayudó a poner la pierna sobre el taburete. Tiró con algo más de fuerza de la necesaria, haciendo que diera un respingo. - Perdona mi torpeza Diego. Sabes que haría lo que fuera por no hacerte daño. - Era casi la misma frase que le dijo él a ella cuando en su cueva la obligó a girar en la silla tratando de evitar que viera a Felipe. Diego la miró fijamente.

- También quería disculparme por el comentario que hice. No pretendía ofenderte. - añadió Victoria.

Diego parecía conmovido, y por un momento Victoria vio una expresión de ternura en su mirada. - No era necesario. Pero te lo agradezco de corazón. -

De repende Victoria se levantó y de nuevo trató de recordar que seguía enfadada. Le estaba resultando muy difícil. Entonces cambió de conversación. - El Zorro ayer estuvo magnífico. Aunque me dio la sensación de que le pasaba algo raro. -

- ¿En qué sentido?. - preguntó don Alejandro.

- Bueno, parecía que tenía algún problema. No combatía como otros días. -

- ¿Crees que se hizo daño?. -

- Pues es posible. Al fin y al cabo hay un hombre de carne y hueso tras esa máscara y puede hacerse daño como todo el mundo. ¿Qué opinas Diego?. -

- Supongo que es muy posible. -

Don Alejandro miraba a Diego directamente. - Aunque si sale a cabalgar cuando no está en plenas facultades estaría haciendo una estupidez. ¿Crees que el Zorro es un idiota?. -

- Quizá no quería salir y lo hizo porque Victoria estaba en peligro. -

- Bueno, eso lo convertiría en un idiota muy enamorado. ¿Qué opinas Victoria?. -

- No entiendo por qué tanto interés en hablar de el Zorro. - Dijo Diego a la defensiva.

Don Alejandro intervino. - Tienes razón. Mejor hablamos de ti. No entiendo por qué te dolía tanto la pierna ayer. Por la mañana parecia que estabas mucho mejor. -

- No sé, quizá simplemente pisé mal y me resentí un poco. -

- Puede ser. Pero sigo sin entender bien tu estado de salud. Pareces sano y vigoroso, y sin embargo hay días que estás muy cansado. No me explico cómo tus estudios pueden agotarte de esa manera. -

Diego no sabía qué responder a eso. Su mirada iba de don Alejandro a Victoria con la expresión de un niño al que han pillado robando pasteles en la cocina.

- ¿Te pasa algo Diego?. - preguntó su padre.

- ¿Y a vosotros?. Estais un poco raros. -

- No sé decirte. ¿Como si te estuviéramos ocultando algo?. -

- Es que tu padre y yo también nos estábamos preguntando por qué tienes la musculatura tan desarrollada si pasas tanto tiempo leyendo y tocando el piano. - dijo Victoria poniéndole una mano en el brazo y palpándolo con descaro. Diego se volvió hacia ella con cara de susto, así que se perdió la sonrisa que don Alejandro no pudo disimular al ver su reacción.

- Bueno, también trabajo en la hacienda. -

- Mucho menos que Antonio o Ramiro y no tienen esos brazos. - aportó don Alejandro. - La verdad es que es asombroso lo que te pareces a el Zorro. Tienes su misma estatura. Su misma complexión. -

Victoria arrastró una silla y se sentó al lado de Diego. Le hizo girar la cabeza y lo miró a poca distancia. -Es curioso. También tienes su mismo bigote y su mismo color de ojos. - Diego ni siquiera parpadeaba. Entonces Victoria lo besó. Diego no pudo evitar responder al beso, pero unos segundos después se echó atrás apartándose un poco.

- Y definitivamente besas igual que él. - sentenció Victoria.

La cara de terror de Diego les ablandó un poco.

- Vais a necesitar una carabina. Victoria. ¿La boda te viene bien en dos meses?. -

- ¿No puede ser antes?. Creo que ya he esperado bastante. -

- No sé. Creo que necesitará ese tiempo para que su pierna esté recuperada del todo y así no tendrá que cojear hacia el altar. Además habrá que arreglar tu ruptura pública con el Zorro para evitar que el alcalde sospeche. -

Diego seguía sin articular palabra. Victoria lo miró. - Aún no has confesado. ¿No tienes algo que contarnos?. -

- Soy el Zorro. - admitió al fin.

Don Alejandro y Victoria lo miraron muy serios.

- ¿Eso es todo lo que nos vas a decir?. - dijo su padre.

- Si vais a gritarme mejor vamos a un sitio más discreto. - Apoyándose en su bastón se levantó y pulsó el mecanismo de la chimenea. Con un gesto los invitó a entrar.

La puerta se cerró tras ellos y bajaron las escaleras hasta la guarida de el Zorro.

Don Alejandro se fijó en el establo vacío. - ¿Dónde está el caballo?. -

- Felipe ha salido a ejercitarlo. No puede estar todo el día encerrado. -

- Felipe. Debí imaginarlo. Ahora quítate la camisa. -

Diego se sorprendió ante esta petición. - Victoria está aquí. -

- Bueno, es tu prometida. No creo que se oponga. - Don Alejandro la miró y ella se sonrojó y negó con la cabeza.

- Ya he reconocido que soy el Zorro. ¿Qué más quieres?. -

- Quiero saber el precio que has estado pagando. Quítate la camisa. -

Él obedeció, y su padre y Victoria pudieron ver las cicatrices sobre su espalda, pecho, abdomen y brazos.

- Parece que no todos los bandidos y soldados son tan torpes después de todo. Supongo que hay más cicatrices que no vemos, pero dejaré que las descubra Victoria en vuestra noche de bodas. -

Diego se volvió a poner la camisa. Su padre se fijó en que estaba un poco pálido. Se apoyaba sobre la pierna sana y trataba de soportar parte de su peso en la pared.

- Siéntate. No tengo intención de torturarte. -

- Gracias. - dijo él mientras se sentaba utilizando el escritorio como apoyo. No se arevía a mirarlos directamente. - Siento no habéroslo dicho. Intentaba protegeros. -

- Jamás habría permitido que corrieras tanto riesgo. -

- Podríamos haberte ayudado. - dijo Victoria.

- ¿Y compartir mi destino si alguien me descubría?. - dijo Diego alzando la vista hacia ella.

- Vas a tener que contarnos muchas cosas. Pero antes vas a escuchar mi opinión. -

Diego se irguió en la silla, mirando a su padre a los ojos. Dispuesto a afrontar lo que quisiera decirle.

El tono de su padre cuando empezó a hablar era grave. - No tienes ni idea de como me siento ahora mismo. Lo que has hecho ha sido irresponsable y me duele que no confiaras en mí. - Cerró los ojos tratando de aclarar sus ideas. - Sin embargo creo que no podría sentirme más orgulloso de ti. -

Diego tardó unos momentos en asimilar lo que acababa de oír. Parpadeó cuando notó lágrimas en sus ojos. - Gracias padre. -

- No, gracias a ti. - le respondió emocionado.

- Yo también quiero decir algo. - dijo Victoria. Diego se volvió hacia ella.

- Eres un mentiroso. -

- Tienes razón. Perdóname. -

- Yo también estoy enfadada y dolida. Y además quiero añadir que lo siento mucho Diego. -

Él se quedó sorprendido ante esta frase. - Soy yo el que debe disculparse. -

- No es cierto. Me he burlado de ti muchas veces. Te he obligado a salir a cabalgar con la pierna rota. -

- No podías saberlo porque yo no te lo dije. -

- ¿De verdad quieres casarte conmigo o era otra mentira?. -

- No lo era. Es lo que más deseo. Ser tu esposo. Formar una familia. Tener una vida a tu lado. -

- ¿Y dejar de arriesgarte?. -

- Mi vida te pertenece. No tengo derecho a arriesgarla nunca más. Solo pídemelo y el Zorro desaparecerá. - la miró esperanzado. - Mi padre tiene razón, soy un idiota muy enamorado de ti, ahora y sé que tú también me quieres. Me has besado, y estabas hablando de nuestra boda. Estás enfadada, pero si no me quisieras no estarías aquí, y no sabes lo que eso significa para mí. -

Ella pensó que efectivamente iban a necesitar una carabina. ¿Cómo podían castigarle cuando era pequeño?. - preguntó dirigiéndose a don Alejandro.

- Pues era bastante difícil cuando ponía esa mirada. -

La puerta de la colina se abrió y Felipe entró montando a Tornado. Al ver a don Alejandro y Victoria allí sonrió algo nervioso y los saludó con la mano.

- Ahora sí que estamos todos – dijo don Alejandro. - Será mejor que subamos a cenar o María se enfadará con nosotros. Después de cenar nos reuniremos en la biblioteca. Hay que tomar muchas decisiones. - se volvió a mirar a Diego. - Y esta vez las tomaremos juntos. -