Aviso legal: La serie Harry Potter es invención de J.K. Rowling y le pertenece.
Nota: Este fanfic es de categoría M.
Nota2: Gracias por leer y comentar. :)
Mudam-se os tempos, mudam-se as vontades,
Muda-se o ser, muda-se a confiança;
Todo o mundo é composto de mudança,
Tomando sempre novas qualidades.
Luís de Camões
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PRIMERA PARTE: UNA SOMBRA, UNA FICCIÓN
1. I find no peace and all my war is done
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Marzo del 2003. La Madriguera.
Imagínate una colina verde y un cielo rojo y rosa y morado y azul. El sol se despereza y admira su reflejo en el rocío de la mañana.
En una colina así vivían los Weasley y los Potter. Y Hermione Granger.
La Madriguera se situaba en un paisaje bucólico de un hermoso y tranquilo pueblo inglés. Ya nadie parecía acordarse de Voldemort, aunque sólo habían pasado cinco años desde la Batalla de Hogwarts.
La mañana era inusualmente calurosa; en la lejanía se escuchaba el griterío de los pájaros. Era un feliz amanecer, donde los felices magos dormían felizmente.
Excepto Hermione Granger, que miraba al alba desde el jardín. Tenía los pies descalzos sobre el rocío y su cuerpo envuelto en un blusón; el viento sur azotaba el largo pelo de la bruja. No hacía frío, pero se abrazaba a sí misma. Tenía ojeras y arrugas de cansancio en la cara; había dormido poco y mal. ¿Por qué? No lo sabía... o quizás sí. Le había costado conciliar el sueño; su mente se había atascado en un bucle de pensamientos, de preocupaciones, y su sueño resultó ser agitado y breve. Se había despertado temprano y se había quedado en la cama, con los ojos abiertos, quieta. Para no despertar a Ron, que roncaba como un oso constipado; aunque sabía perfectamente que haría falta una romería de centauros borrachos para despertarlo. Y la misma pregunta, las mismas dudas que la habían despertado le impidieron volver a dormir. Se había quedado despierta e inmóvil, mirando al techo de la habitación que compartía con su novio, hasta que no pudo más y decidió escabullirse al jardín. El no dormir bien ya se estaba convirtiendo en rutina...
Ron...
La joven cerró los ojos y respiró hondo; levantó las manos y empezó a revolver su enmarañado pelo. El sol ya había sacado su frente de detrás de la colina. Ron...
Una mano ausente salió de la cabellera y acarició su vientre. Ya no estaba segura de sus decisiones, de sus acciones, de nada. Hermione miró al pueblo muggle que se acurrucaba en los aledaños de la colina, pensativa. Ron... Ron había parecido tan convencido; tan ilusionado... y la Sra Weasley... y Arthur. Ginny no tanto... su amiga era una Weasley muy perceptiva. Y Harry... Harry no parecía haber escuchado nada de lo que le había anunciado Hermione. El moreno tenía las mismas ojeras y arrugas que ella... la bruja frunció el entrecejo y volvió a mirar al horizonte. Hablando de Harry...
Le había dicho, el día anterior, que quería hablar con ella, en privado. Se lo dijo con mucho secretismo, que no se lo comentase a nadie. Que acudiese al desván del piso superior, con cuidado, para las seis de la mañana. Ni qué decir que aquello olía mal.
Y es que, ciertamente, Hermione no era la única que no dormía felizmente en la feliz casa de los felices magos. Miró su reloj de pulsera; ya casi eran las seis.
Echándole una última mirada interrogativa a la colina, dio media vuelta y se dirigió hacia la Madriguera.
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Harry la esperaba en el claroscuro del desván. El polvo revoloteaba lánguidamente en los halos de luz proyectados desde las ventanas del tejado. El sitio estaba lleno de artilugios que los Weasley habían decidido dejar a un lado, pero no habían querido tirar: una cuna viejísima, una lámpara centenaria, sacos y cajas de todo tipo... El moreno se separó de la vieja mesa sobre la que había estado encorvado y se acercó al centro de la habitación. En la iglesia del pueblo muggle, las campanas tocaron las seis. Hermione cerró la puerta con cuidado.
- Hola.- le susurró Harry con sencillez, y luego permaneció callado. El claroscuro no dejaba ver bien su cara. Hermione no sabía si el moreno se había callado por no saber cómo seguir hablando, o por no atreverse a hacerlo, o si esperaba una respuesta de la parte de la bruja, o si simplemente estaba aún medio dormido. Así que respondió:
- Buenos días.
- Gracias por venir.- graznó el mago, signo de no haber utilizado su voz durante bastante tiempo. Carraspeó y siguió hablando:- Yo... Necesito tu ayuda.
Las palabras vibraron en el aire. Hermione sintió que su yugular se cerraba, y suspiró inconscientemente. Por fin. Por fin lo aceptaba. Por fin admitía que algo no andaba bien con él.
- ¿Cómo puedo ayudarte?- respondió la bruja, y dio unos pasos hacia el charco de luz del centro de la habitación. Harry la imitó, y su cara quedó iluminada. Tenía unas ojeras marcadas y arrugas de preocupación, que el juego de luces y sombras pronunciaba. Estuvieron mirándose a los ojos durante un rato, y finalmente, el hombre bajó la vista apretando sus labios fugazmente. Suspiró y se pasó la mano por su mata de pelo ingobernable para ganar tiempo.
- No estoy seguro cómo puedes ayudarme...
Hermione tuvo el acto reflejo de abrazarse a sí misma.
- ¿Qué te preocupa, Harry?- preguntó suavemente, como si le hablase a un ciervo descubierto por los focos de un coche.
El moreno volvió a pasar la mano por el pelo. Mantuvo el silencio durante un rato, y luego respondió:
- Me preocupa el pasado.
Aquellos palabros retumbaron como si los hubiese predicado un cura en una parroquia desierta. Hermione, impaciente, apretó la comisura de los labios contra sus dientes.
- Todos tenemos pesadillas con el pasado, Harry.- le respondió, con más sequedad que con la que planeaba hablar. El moreno levantó la vista, ligeramente sonrojado. Parecía un cachorro que acabase de recibir una patada inesperada. La irritación de Hermione se rebajó notablemente.
- Lo siento, Harry.
El mencionado agitó la cabeza de un lado a otro.
- Tienes razón, 'Mione. Perdón.- volvió a introducir la mano en su melena, ya completamente despeinada. Se dio cuenta de su gesto compulsivo y metió la mano en el bolsillo.- Es...- pausa dubitativa.- Bueno...- no parecía querer seguir hablando.- Es... Snape.
Hermione tenía la impresión de haberle oído mal.
- ¿Qué?- preguntó, confusa.
- Severus Snape.- repitió el moreno, a la defensiva.
Hermione era consciente de poner la cara de idiota más verdadera que jamás había puesto. No entendía. ¿Snape? ¿Aquel horrible profesor de Pociones? Estaba muerto. ¿Qué quería decir Harry? ¿Acaso el murciélago había encontrado un modo de convertirse en fantasma e intimidarle post mortem?
- Sabéis que me pasó sus memorias antes de morir.- explicó el mago, como a regañadientes.- Que estaba enamorado de mi madre...,- una emoción fuerte nubló su cara por unos instantes, pero duró sólo un segundo- ...que había sido atormentado por los Merodeadores... durante sus años de Hogwarts...- la voz de Harry tembló, y se calló. Hermione empezó a colocar las piezas del puzzle en su sitio. Estuvo pensado bien antes de contestar a su amigo.
- Harry...- dijo con suavidad.- Todo eso pasó hace mucho tiempo. Tú no eres el responsable de las desgracias de Snape.
- Ya lo sé.- respondió el joven hombre, pero su cara no parecía del todo convencida. Desvió la mirada hacia un lado.- Sé que no soy responsable. Y que Snape fue un miserable troll con nosotros. Pero...-otra pausa involuntaria.- Parece tan injusto que... es tan patético... era tan odioso... Snape, quiero decir... tan desesperadamente cruel, como... si sólo supiese ser cruel...
Hermione sintió gran ternura por su amigo, pero también pena. Decidió ser brusca:
- Sinceramente, Harry... no quiero ofenderte pero... tienes que quitarte de la cabeza eso de ser un héroe. Es... un poco arrogante, ¿sabes? No puedes solucionarlo todo, no puedes ayudarlos a todos... y aún menos a los difuntos.
La bruja sabía que estaba metiendo el dedo en la llaga. Y efectivamente, Harry pasó de la melancolía a la irritación en décimas de segundo.
- Hermione-
- ¿Querías que te ayudase, no?- le cortó ella con firmeza.
- ¡Hermione!- protestó el moreno.- ¡Claro que quiero que me ayudes! ¡porque las memorias de Snape me carcomen! ¡me carcomen!
Y repentinamente se calló, consciente de haber subido la voz demasiado: no querían despertar a los Weasley. La firmeza de Hermione flaqueó un poco al oír el tono desesperado de Harry.
-Al menos,- le dijo éste,- observa lo que yo he visto. Mira en el pensadero, y luego ya me dirás...
Hermione presintió al instante que aquella era una mala idea. Una muy mala idea. Pero por un lado, quería ayudar a Harry, y por otro... le había picado una curiosidad malsana. Después de todo, su amigo estaba claramente preocupado. Suspiró con resignación, sabedora de que aceptaría lo propuesto por el moreno.
- Bueno...- a penas habló en un susurro. La cara de Harry pareció iluminarse un poco.
- Ven aquí.- le urgió.- Ven a esta mesa, está aquí...
Hermione se acercó al fondo sombrío del desván con lentitud, escuchando con aprehensión los ruidos que sacaba el suelo de madera. El pensadero parecía resplandecer con una luz siniestra. Las manos de la bruja estaban sudadas, y notó cómo su nuca y sus axilas también empezaban a estar mojadas. La Gryffindor tomó un gran respiro y, sin mirar a su amigo, sumergió la cara en la materia blancuzca del pensadero.
Memorias del Pensadero. ?
La imagen se cristalizó en una isla, en una madrugada de invierno. Hermione no conseguía localizar la presencia de Harry; y notó con inquietud que tampoco se veía a sí misma. Era como si formase parte del viento, del viento que entraba desde el Mar del Norte y aullaba por los agujeros que la mar había roído en la roca de la isla. Nunca se había sentido así al usar un pensadero...
Las olas atacan con furia los acantilados de North Ronaldsay. La lluvia fría se mezcla con las gotas del océano para empapar a las tres figuras negras de pie sobre la escasa hierba. El sabor a salitre invade sus bocas.
Han encontrado a su presa en el islote más norteño de las Islas Orkney, Escocia.
Una de las figuras encapuchadas se acerca despacio hacia el bulto tirado en el suelo. La figura se llama Severus Snape, y es uno de los más jóvenes y ambiciosos de los Alzados. Un frío interior envuelve su mente, su alma, su cuerpo. Está utilizando una de las técnicas que ha perfeccionado: la Oclumancia. Su corazón permanece helado bajo capas y capas de seguridad mental.
Giscard Goldstein no es una persona.
Es un objetivo. Es un trabajo. Es mi deber.
Snape se acerca un poco más al cuerpo que yace rígido en el suelo. La presa tiene la ropa destrozada y empapada no sólo de agua. Está inmovilizado por Petrificus Totalus o algún otro hechizo del estilo. El joven Alzado susurra "¡Lumos!" y por lo poco que puede ver, la pálida piel de la presa está tornándose morada. El pobre diablo petrificado está lleno de cortes. El joven Snape parpadea contra la lluvia, y se para de modo que él y los otros dos Mortífagos forman un círculo alrededor de Giscard Goldstein.
Giscard Goldstein no es una persona.
Es un objetivo. Es un trabajo. Es mi deber.
Dolohov alza la varita y musita una maldición con sonrisa tensa y pupilas dilatadas. El tormento es tal que la víctima acaba por romper el hechizo que lo inmoviliza: se contrae espectacularmente y grita de puro sufrimiento. Dolohov para, Severus vuelve a parpadear. El rugido del viento tapa los gimoteos de Goldstein. Lágrimas... el desgraciado aún tiene fuerzas para llorar. Crouch hijo le apunta con la varita y exclama, "¡Crucio!". Esta vez, el bramido de dolor va aumentando de octavas hasta convertirse en un chillido aterrador. Crouch hijo sólo baja la varita pasados unos tres largos minutos.
No es una persona. Es un objetivo.
El supliciado yace inerte encima de la sucia hierba; esta vez no hay necesidad de un hechizo para mantenerlo clavado al suelo. Unos espasmos agitan su cuerpo violentamente, y sus extremidades tiemblan de dolor, frío y miedo a la vez. Miedo. Terror. Severus juraría que se lo puede oler; un desagradable hedor acre mezclado con el sabor del salitre.
La lluvia los ataca con rabia; indignada, quizás, de lo que ocurre bajo sus faldas. Un relámpago reluce demasiado cerca de los magos y el trueno que sigue retumba como una avalancha de pedruscos de plomo. La tormenta arrecia y el tormento también. Espeluzna verle inerte, espeluzna oírle gemir. El más brillante de los brillantes Ravenclaw reducido a muñeco de trapo roto.
No es una persona. Es un objetivo.
El joven Snape parpadea por tercera vez, pero la lluvia sigue metiéndose en sus ojos. La piedad y la empatía sólo le servirían para ponerse en el lugar de Goldstein... literalmente. Mejor no hacerlo. De todas formas, ya está acostumbrado al sabor de la bilis en su conciencia.
Oclumancia. Los profanos creen que sólo sirve para esconder tus pensamientos de un legilimante. La mueca que hace Snape no llega a sonrisa. Ingenuos. La oclumancia es para esconder tus pensamientos de tí mismo...
Un aura glacial, sutil, peligrosa, lo envuelve en un manto de quietud. Saca sus pociones del maletín. Veritaserum, para empezar. Y si no es suficiente... las hay que son más desagradables.
Giscard Goldstein no es una persona.
Es mi objetivo. Es mi trabajo. Es mi deber.
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Hermione se dio cuenta de que tenía un puño apretado contra sus labios y un brazo agarrando su estómago. La imagen había cambiado: ahora ya no estaban en una isla norteña, sino en lo que debía ser el dormitorio del profesor de Pociones, que acababa de despertarse de la anterior pesadilla autobiográfica con todos los músculos agarrotados, la respiración acelerada y el corazón taquicárdico. Un sudor frío helaba la nuca y los homóplatos del mago, el desagrado le atormentaba los pensamientos; le dolía la cabeza, como si dos puños gigantes le apretasen el cerebro en sentido contrario. Snape miró al reloj mágico de la pared de su habitación y descubrió con amargura que la aguja apuntaba a "Demasiado temprano para despertarse". Apretó las esquinas de sus labios contra sus colmillos, abrió la tiradera de su mesilla de noche y sacó uno de sus objetos más preciados: un pequeño reloj muggle con correas de plástico. Era un reloj de pulsera infantil decorado con pececitos de colores, algas y estrellas de mar sobre un fondo azul claro; entre las agujas que marcaban la hora y el plástico que protegía el mecanismo había un falso fondo con una gelatina azul pitufo. Si se movía el reloj, se movía la gelatina y las pequeñas caracolas de mar que contenía la substancia muggle. Era el único regalo material que le ofreció Lily, cuando aún no habían entrado en Hogwarts. Las cuatro y media de la madrugada. Pero si no había podido conciliar el sueño hasta pasada la una...
Snape se pasó una mano por la frente y luego se tapó los ojos. Por Merlín. Aquella escena con Dolohov y Crouch hijo databa de hacía ya doce años... Severus murmuró "¡Accio Pensadero!" y metió aquel particular recuerdo dentro del artilugio mágico. "Más le vale no volver a plagar mis noches", pensó taciturno, mientras depositaba con su magia el objeto, de vuelta en su lugar.
Severus profirió un gruñido y alargó la mano para tomar el frasco de su mesilla de noche. Miró a la poción de color charco embarrado con el ceño fruncido. Era una Poción Calmante. Tenía un sabor asqueroso pero le procuraría una noche de reposo. De desmayo, más bien.
Ingurgitó la poción y cayó redondo en un descanso artificial.
La imagen se difuminó, y Hermione se encontró en el Gran Comedor de Hogwarts. Snape estaba sentado en la mesa de los profesores, y se encontraba un poco mejor que en la madrugada, pero no menos malhumorado: se había despertado de una pesadilla para vivir otra a las pocas horas. Era el primer día del nuevo curso escolar, el 1 de Septiembre de 1991. La estúpida canción del estúpido Sombrero Seleccionador amenazaba con hacer volver el dolor de cabeza que le había dejado el recuerdo de su pasado. Miró, molesto, a los nuevos estudiantes de aquel curso. A éstos también les tendría que enseñar una asignatura que no quería impartir, pensó irritado, y miró a los chavalitos como si ellos tuvieran la culpa de su migraña. Después de un tal "Finnigan, Seamus" McGonagall gritó...
- ¡Goldstein, Anthony!
- ¡RAVENCLAW!
Durante un segundo, el corazón de Snape paró de latir, y los recuerdos de aquella madrugada de febrero en North Ronaldsay volvieron a su mente. Este muchacho era probablemente uno de los sobrinos de Giscard Goldstein, pensó con incomodidad.
Pero sus nervios recibieron una paliza más grande cuando se fijó con más atención en la cola de los que aún no habían sido elegidos. Al lado de un chavalín que tenía toda la pinta de ser un cansino Weasley más, estaba una pesadilla peor que la que había tenido durante la noche.
¡James Potter! …no, espera. No, hombre; por Merlín, no. Era el hijo del condenado James Potter. Harry Potter, el Chico Que Sobrevivió En Lugar De Su Madre. No era mucho mejor. Ya sabía que habían pasado diez años desde aquella horrible noche... y sin embargo, no se sentía más preparado que antes para afrontar la situación. Para afrontar su derrota... y la derrota de Voldemort, y probablemente la derrota de Dumbledore también.
Snape bufó y se giró para hablar con Quirrell. La imagen se difuminó.
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La próxima memoria se concretizó en la entrada principal de Hogwarts. Un muy joven Ron miraba a un muy joven Harry con cara de alivio, observando a escondidas el Gran Comedor a través de las pequeñas ventanas, donde los de primer año estaban siendo seleccionados. Ambos se habían dado cuenta de que Snape no estaba en la mesa de los profesores.
- ¡Igual está enfermo!- dijo Ron, con la esperanza iluminando su cara.
- A lo mejor se haya ido, ¡porque le han vuelto a denegar el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras!- propuso Harry, entusiasmado.
- ¡O quizás le hayan despedido! Quiero decir, todo el mundo le odia...
- O, tal vez... - dijo Snape a sus espaldas, saliendo finalmente de su escondite- ...esté esperando para escuchar por qué vosotros dos... no habéis venido en el tren.
Ron sintió un fuerte latido en su pecho. Oh oh. Reconocía aquella voz. No me digas que nos ha escuchado. Se dio media vuelta, junto con Harry. Ahí estaba, su profesor de Pociones, con el pelo más grasiento y la sonrisa más peligrosa que le hubiesen visto nunca. A Ron se le palidecieron hasta las pecas. Problemas. Su cara palideció más al recordar el coche turquesa de su padre. Problemas para su padre. Su madre lo mataría. El chico sintió náuseas.
- Seguidme.- les ordenó Severus con regocijo. Oh, qué dulce era la venganza. Qué dulce. Sus años de espía y de profesor aterra-niños le habían enseñado a caminar sin ser oído; la cara de susto de Potter y su chucho pelirrojo no había tenido precio. Saboreó por adelantado el placer de verlos castigados. Qué bien empezaba el curso escolar.
Ron no podía quitarse el Ford Anglia de la cabeza mientras seguían a Snape. Era un trasto ilegal. Un trasto ilegal de su padre, que trabajaba en el mismísimo Departamento que emitía multas por usar trastos ilegales. Si aquello salía a la luz, los Malfoy se mearían de risa con la brillante ironía. Su madre lo mataría... Ron sintió un escalofrío. Estaba cerca de un ataque de pánico, pero no se atrevía a mirar a Harry. Harry era mucho más propenso que él a tener la cabeza fría en momentos peligrosos, pero Ron tenía la sospecha de que en esta ocasión, el moreno estaría casi tan asustado como él. Si le miraba, y lo confirmaba, quizás se desmayaría del terror. Y no podía ser.
Cuando apareció el Profesor Dumbledore y se aseguró de que Potter y Weasley no serían expulsados Severus se sintió amargamente decepcionado. Una vez más, le había tocado ser testigo de la parcialidad de Dumbledore, en su propio despacho. Potter y Weasley no serían expulsados. No, claro, las reglas no eran iguales para todos. ¿Cómo le iban a partir la varita a San Potter, Chico Que Sobrevivió? Y luego se extrañaban de que favorecía a los Slytherin. Severus Snape pasó toda la cena envenenando la comida del plato con su mirada.
Y a juzgar por las migajas de pan que encontró encima de su escritorio al volver del banquete, Minerva había cometido la desfachatez de dejarlos cenando en su despacho. ¿Y su privacidad? Malditos Gryffindor. Si al menos hubiesen tocado alguno de sus objetos... ahora estarían embrujados y en la enfermería. Pero ni eso.
Uno o dos de sus jarros de cristal explotaron en respuesta a la contenida rabia de Severus, y la escena se disolvió.
Marzo del 2003. La Madriguera.
Hermione levantó la sudada cabeza del pensadero, resoplando con agitación y los ojos dilatados de horror. ¿Qué había sido aquello? Aquello... aquello... La chica no conseguía calmarse. El sol ya estaba más alto en el cielo, la mayoría de los Weasley se estaban desperezando y hacía un bochorno inesperado, pero las manos de la Gryffindor estaban dolorosamente frías. Por la ventana abierta se escuchaban los gorriones que volaban sobre el prado, como una música que procedía de otra dimensión. Los ojos aterrorizados de la joven se clavaron en los del moreno.
Harry mantuvo la mirada de su amiga durante unos instantes, pero luego la bajó hasta sus zapatos. Hermione suspiró profundamente, intentando tranquilizarse, y preguntó:
- ¿Los ha visto Ron?- su voz era débil y temblorosa.
Harry parpadeó, incómodo.
- Él no lo entendería.- musitó. Hermione esperó, pero el moreno no dijo nada más.
- ¿Y Ginny?
Harry tragó saliva y negó con la cabeza, incapaz de levantar la mirada del suelo.
- ¿Y por qué a mí sí?- su tono le sonó más cortante de lo que pretendía que fuese; aún estaba alterada. Harry puso todo su peso sobre su pierna derecha, suspiró y la miró suplicando comprensión.
- Hermione, por favor.
Cuando ella no dijo nada, Harry añadió:
- Hace meses que no consigo dormir. Aunque esas no son las memorias que más me perturban el sueño...
- Las memorias de Snape con tus padres.- afirmó, más que preguntó, Hermione. Pues claro. Claro que sí, porque... porque...
Harry apretó los labios contra sus dientes y afirmó con la cabeza. Durante un rato no dijo nada, pero al final, soltó la bomba:
- No es normal poder... percibir... los sentimientos y los pensamientos de otra persona en las memorias, Hermione, y tú lo sabes.- el moreno hundió su mirada en los ojos horrorizados de la chica.- A tí también te ha pasado, lo sé, se te ve en la cara. No sé si fue cosa de Snape o de este pensadero o... -Harry hizo una pausa, y volvió al ataque.- Ver... no, vivir estas memorias es como meterte en la piel de Snape. Es algo que no puedo ignorar.- añadió, con un toque febril en su tono. Hermione se mordió el labio inferior. Su cara estaba empapada.
- Me corroe, Hermione.- sentenció Harry, y sus palabras pesaron como planetas de plomo. Los pájaros parecían haber aumentado el volumen de su canto.
La joven desvió la mirada hasta un punto indefinido del desván. No sabía qué decir, cómo actuar. Harry volvió a hablar:
- Vuelve mañana, a las seis de la mañana como hoy... por favor. No has visto más que una brizna de hierba de todo el prado.
Hermione tragó saliva. Había perdido la voz. No estaba segura de querer ver el prado entero. Eran memorias desagradables... y había algo que la inquietaba mucho. Por un lado, como había dicho su amigo, se vivían las memorias en primera persona, metiéndose en la piel de Snape... pero por otra parte...
A la joven Gryffindor le recorrió un escalofrío. Harry no había mencionado el otro detalle. ¿Era consciente de él? ¿O quizás era ella, que se estaba volviendo paranoica? No lo sabría a menos que hiciese otra excursión por la miserable vida de su antiguo profesor de Pociones.
- Por favor...-imploró Harry. Hermione asintió con la cabeza, turbada por los acontecimientos.
Ninguno de los dos dijo una sola palabra más, aunque el silencio no delató a la pelirroja que escuchaba desde las escaleras. Había subido a por unas viejas sábanas para su bebé, pero se había quedado quieta al escuchar la conversación ajena. Con la experiencia de toda una vida, Ginny bajó las escaleras sin sacar ruido y suprimió la tristeza que amenazaba con eclipsar su cara.
Harry... su querido esposo... siempre había vivido más cerca de los muertos que de ella.
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Aquella tarde, Hermione estuvo tan ensimismada que hasta los Weasley se dieron cuenta. Estuvo reproduciendo las memorias de Snape una y otra vez, como si fuesen un tigre enjaulado. Estuvo un largo rato sola, sentada en uno de los bancos descoloridos del jardín; jugueteando con sus rizos hasta dejar el pelo aún más enmarañado de lo normal. Y tomó una decisión. Bueno, tomó varias. Una de ellas: ir a visitar Luna Lovegood. Urgentemente.
La tarde había avanzado y el ambiente se había vuelto más fresco. Tiritando ligeramente debajo de su fino jersey, Hermione decidió volver a entrar en la casa de los Weasley.
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Ron, como siempre aquellos últimos tiempos, roncaba alegremente. Hermione suspiró y se dio la vuelta en la cama, intentando no despertar a su novio.
Las memorias de Snape le habían hecho recordar su primer año en Hogwarts. El troll... las pruebas que protegían la Piedra Filosofal... la joven Gryffindor sonrió con amarga tristeza, y el gesto le resultó extraño. Sí; amargamente o no, ya no solía sonreír tanto como antes. Qué irónico. Ahora que Voldemort estaba vencido...
Voldemort... sí, se acordaba; había estado escondido en el turbante de Quirrell... que había conseguido pasar la prueba de Snape... porque Snape también había contribuído a proteger la Piedra. La prueba de Snape... lógica... acertijos; enigmas... aquello era muy muggle para un profesor de Hogwarts. Aunque, pensándolo bien, la misma materia de Pociones era de lo menos mágico del currículum, junto con Herbología y Astronomía. ¿Qué había dicho Snape en su primera clase? "La sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones"...arte exacto... "Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis de que esto sea magia." La Gryffindor bostezó de cansancio. En Pociones tenías que usar la lógica, el método, la deducción; tenías que ser exhaustiva, ordenada, paciente, científica... Hermione cerró sus pesados párpados. Pociones... qué curiosamente muggle... impartida por el Jefe de la Casa Slytherin... irónico... qué cansada estaba... Snape... qué irónicamente muggle...
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Hermione se despertó de golpe, agitada, y alerta. Miró con nerviosismo su reloj de pulsera: eran las seis menos cuarto. Debería salir ya de la cama. Ron estaba pegado a su cuerpo, con un brazo encima de su cintura. Mierda...
La joven esperó unos pocos instantes, para cerciorarse de que su novio estaba bien dormido. Con delicadeza, se deshizo del cariñoso cepo y salió de la cama sin hacer ruido. Con cuidado, se vistió de una túnica, agarró su varita y echó un último vistazo a la cara de Ron. Éste estaba plácidamente dormido, iluminado por la luz de la luna. Hermione sintió una punzada de culpabilidad, sin saber muy bien por qué la sentía. Tonterías, se dijo a sí misma, y salió de la habitación de puntillas.
Una vez que la puerta de la habitación se cerró, Ron abrió los ojos y se quedó mirando a la luna con el ceño fruncido.
I find no peace, and all my war is done: primera línea de un poema de Sir Thomas Wyatt
