Disclaimer: todo en esta historia me pertenece, a excepción de la conceptualización original de Henrik, Hugo y Amara; personajes del SYOT Tierra de Caos.

Regalo del Día del Amigo para Camille Carstairs.


Por siempre y para siempre

.I.

Amara POV

A veces, sentía que mi vida había comenzado el día en que había conocido a Hugo. Puede que parte de eso se debiera a que la primera vez que nos vimos ambos aún usábamos pañales y a que el primer recuerdo de mi vida que podía evocar, lo tenía a él, con los fuegos artificiales para celebrar el Día de la Independencia estallando sobre nuestras cabezas. Su mano rodeando la mía, evitando que saliera disparada hacia adelante por toda la energía en mi cuerpo, mientras nuestros padres se dedicaban a asar hamburguesas.

Teníamos cinco años. No soy capaz de ir más atrás en mis recuerdos. Supongo que en parte por lo doloroso que resultaba recordar a mamá, que murió cuando yo tenía cuatro al dar a luz a Dustin, mi hermano menor.

No fueron complicaciones del parto, no realmente. Tenía un pequeño agujero en su corazón que se había ensanchado y simplemente no soportó el esfuerzo.

A veces, me tendía sobre la hierba y cerraba los ojos; intentando encontrar en mi memoria algún momento compartido con Frederick, mi hermano mayor, cuando éramos más pequeños, pero siempre acababa topándome con un muro de concreto y un fuerte dolor de cabeza.

Así que hasta donde sabía, mi vida antes de Hugo bien podía no haber existido. No era como si me molestara. A pesar de las circunstancias, tuve una infancia feliz. En las fotografías del álbum familiar siempre estaba sonriendo: chapoteando en la poza que se encontraba a unos metros de mi casa, hundida hasta el cuello mientras Hugo me miraba con cara de espanto, probablemente tratando de convencerme de que saliera de la parte más honda. Atrapando mariquitas en un frasco de mermelada con agujeros en la tapa. Persiguiendo a Kaiser, el pastor alemán de Hugo, para ponerle lazos de papel en las orejas…

Hugo también había estado en los momentos difíciles: sosteniendo mi mano mientras me ponían una escayola en el brazo que me había fracturado al caer del manzano, poniéndome banditas de colores sobre los raspones que me había hecho la primera vez que había usado mis patines y dejándome llorar en su hombro cuando Odín, mi pez dorado, había amanecido flotando panza arriba en su pecera de cristal. Aunque de esos momentos no guardábamos fotografías.

De no haber sido por lo diferentes que éramos físicamente, la gente habría podido pensar que éramos hermanos. Hugo vivía en la casa de al lado y pasaba tanto tiempo en mi casa como yo en la suya. Su padre había muerto en la guerra y creo que una parte de nosotros, cuando éramos niños, siempre había anhelado que nuestros padres se enamoraran mágicamente para poder asegurarnos de estar siempre juntos.

No sucedió. Mi padre aún amaba a mamá y no tenía ojos para otra mujer. La madre de Hugo trabajaba tanto que supongo que resultaba difícil para ella el pensar en nada más que sacar adelante a su pequeña familia.

No hizo falta tampoco. A papá nunca pareció importarle que Hugo y yo construyéramos fuertes con sábanas en la sala y que nos desveláramos contándonos historias sobre fantasmas y espíritus que habitaban la montaña. Su madre me sonreía cuando aparecía en su puerta a las seis de la mañana para sorprender a Hugo saltando sobre su cama. Aunque la mayor parte del tiempo creo que él fingía sorprenderse, porque siempre se despertaba junto con el sol.

Hugo siempre sería mi mejor amigo y, conforme comenzamos a crecer, la gente empezó a bromear sobre el hecho de que acabaríamos casándonos algún día.

Hugo POV

Mamá decía que yo había nacido con un alma vieja.

El día en que el soldado había aparecido en la puerta, cuando yo tenía siete años, con una expresión grave y contrita, había sido yo el que se había mantenido fuerte y sereno. Dando las gracias mientras mamá se desplomaba con el rostro pálido y ceniciento.

Yo estaba listo. Me había preparado por años para convertirme en el hombre de la casa. Papá me había advertido, una y otra vez, que la guerra no distinguía uniformes y que tal vez, más pronto que tarde, me correspondería ser fuerte y cuidar yo solo de mamá.

Mamá siempre había sido fuerte. Ahora era mi turno de ser fuerte por ella y por Elica, que ni siquiera había entrado al jardín de niños aún y que, mientras veía a mamá llorar, se metía el pulgar dentro de la boca con ojos asustados.

Me encargué de ellas. Metí a mamá en la cama, preparé el desayuno para mi hermana y llamé al jefe de mi madre para contarle lo que había sucedido. Terminé de asear la casa y preparé un té para mamá, porque eso era lo que ella hacía cuando la gente estaba triste.

Luego me senté en el sofá a contemplar el rectángulo de papel color marfil que el soldado había dejado en mi mano. Habría un funeral oficial para papá y los otros diecisiete soldados que habían muerto en la misión. Me quedé sentado ahí, con las rodillas juntas y la mirada clavada en el papel hasta que el sol empezó a descender en el cielo y Amara empezó a aporrear la puerta para demandar explicaciones de por qué me había perdido la escuela.

Nunca había visto a Amara realmente asustada. Ella era del tipo de persona que siempre estaba sonriendo, con sus largas pestañas, un poco más oscuras que su larga cabellera rubia, aleteando como mariposas.

Pero ella no sonreía cuando, finalmente, se cansó de tocar y decidió entrar por la ventana de la cocina y llegó hasta donde estaba yo.

Tampoco me pidió explicaciones. Se quitó los zapatos y la chaqueta. Dejó los zapatos en el suelo y subió al sofá, a mi lado, echándome su pequeña chaqueta sobre los hombros para luego rodearme con los brazos y atraer mi cabeza hacia su cuerpo.

No dijo ni una palabra. No era necesario.

Sus manos se sentían cálidas contra mi cuerpo helado y, por primera vez desde que había recibido la noticia, me permití llorar. Seguro de que nadie en el mundo podía entenderme tan bien como ella.

Henrik POV

—Estoy segura de que te gustará la nueva casa, Henrik— dijo mamá alegremente mientras conducía y me lanzaba una mirada por el retrovisor.

La ignoré, observando cómo los paisajes helados desaparecían paulatinamente hasta convertirse en montañas de todas las tonalidades de verde existentes. Mi estómago se hundió un poco más mientras tachaba de mi corta lista de "cosas por las cuales no soy miserable" la idea de poder seguir con el snowbording.

—¿Qué tal estuvo la despedida de tus amigos? ¿Te aseguraste de darles tu nueva dirección? Estoy segura de que cuando lleguemos habrá un par de cartas esperándote.

—Ya nadie envía cartas, mamá— respondí con un gruñido, ganándome una mirada de reprobación de Svante, que, como el hijo perfecto que siempre había sido, parecía encantado de que nos estuviéramos mudando de nuevo.

Ari iba sentada en su sillita de bebé, gorjeando como un pajarillo mientras le daba cuerda por millonésima vez a su caja de música, haciendo que la bailarina de latón emergiera alzando los brazos.

—Tu padre me ha dicho que hay unos cuantos chicos de tu edad en la misma calle en que vivimos. Y ya se ha encargado de matricularte en la escuela. Si nuestros vecinos no te agradan, podrás hacer muchos amigos en la escuela.

—A mí me gustaban mis viejos amigos.

Mamá suspiró.

—A todos nos asustan los cambios, Henrik. Pero es importante para tu padre saber que lo apoyamos. Seguramente lograremos quedarnos aquí tanto tiempo como lo hicimos la última vez…

—Claro, hasta que venga otra increíble oportunidad ¿no?

—Henrik— suspira mamá—. Trata de ser más comprensivo, por favor.

—Claro, igual de comprensivo que ustedes— me quejo antes de volver a sumirme en el mutismo.

—Ya se le pasará— sentencia Svante, ridículamente seguro de todo para solo tener tres años más que yo.

—Sí, mamá. Escucha a Svante el perfecto. Después de todo, él es el experto ¿no?

Mamá deja de intentar convencerme después de eso.

La casa está en la base de una colina. Hay tres o cuatro casas en la misma calle y cuando me bajo del auto escucho un río corriendo cerca.

Supongo que, si estuviéramos solo de visita, podría considerarlo bonito, pero estoy preparado para odiar cada segundo que tenga que vivir aquí. Tampoco creo que sea mucho. Se supone que la carrera de papá está "subiendo como la espuma", lo que sea que eso quiera decir, así que dudo que nos quedemos aquí por más de unos meses.

Papá se ha adelantado una semana, así que cuando llegamos la casa se encuentra "habitable", según mamá. Observo la casa con desconfianza antes de seguir a Svante al interior. Ni siquiera voy a poder elegir mi propia habitación porque ya nuestras camas y todo lo demás se encuentra en el interior.

Aún hay algunas cajas llenas en el recibidor, pero los muebles están en su lugar. Esta casa es más grande, así que hay demasiado espacio por todas partes, como si nuestras cosas fueran insuficientes para llenarla. Subo las escaleras y empiezo a explorar. Papá llevó fotografías a casa antes de comprar nuestro nuevo "hogar", pero yo no me molesté en mirarlas. El cuarto de mis padres se encuentra en la planta baja, sobre el ellos está el de Ari, con una puerta de color lavanda y una bailarina de madera sujetando una gran A morada. El de Svante se encuentra el frente y el mío, supongo, es el que se encuentra al fondo del pasillo.

Es más grande que el de mi casa. Mi antigua casa, me corrijo. Una de sus paredes es una gran ventana de cristal desde la cual se puede ver el río y los matices verdeazulados de la montaña.

Miro hacia abajo y veo a una niña rubia corriendo entre el crecido pasto, cerca del río y a un niño con el cabello castaño siguiéndola. Un enorme perro trota alegremente detrás de ellos, jadeando.

—Mira, Henrik. Deben ser de tu edad— doy un respingo. No había escuchado a Svante acercarse— ¿Por qué no sales a saludar?

Le dedico una fea mirada:

—Fuera de mi cuarto— digo empujándolo—. Y deja de meterte en mis asuntos.

Amara POV

Henrik llegó a nuestras vidas el verano antes de que entráramos a tercer grado. Era al menos una cabeza más alto que Hugo y se convirtió en todo un desafío porque a pesar de que era toda una novedad en nuestro tranquilo pueblo, donde nunca teníamos forasteros, no parecía interesado en hablar con nadie.

Tardé más o menos dos horas en darme cuenta de que los nuevos vecinos incluían tres elucientes chicos nuevos, uno que estaba empezando la secundaria, un bebé y el único que me importaba realmente, más o menos de nuestra edad.

Yo era una buena vecina, así que arrastré a Hugo a la casa al final de la calle para presentarnos y tal vez conseguir que el chico nuevo jugara con nosotros.

Fracasé.

A pesar de que la señora, una mujer que lucía increíblemente joven, al menos cuando la comparaba con la madre de Hugo, fue muy agradable e inclusive nos ofreció limonada helada; no conseguimos conocer a nuestro nuevo vecino ese día.

Tampoco al día siguiente ni al siguiente a ese.

Al final, Hugo terminó convenciéndome de que no tenía sentido insistir si él no quería conocernos y seguimos, como siempre, siendo solo él y yo. Aunque a veces veía una cabeza rubia observándonos desde su habitación en el segundo piso.

Me intrigaba, y por lo general no era de las que se quedaban con la duda. Pero los nuevos vecinos eran diferentes a nosotros. No mostraban la misma facilidad que los demás, quienes habían vivido por generaciones aquí, para dejar que los vecinos entraran tranquilamente en sus casas.

Así que el verano avanzó, dando paso a una nueva estación y las clases se reanudaron.

Conocí oficialmente a Henrik el primer día de clases.

Era un pueblo pequeño. Habíamos suficientes niños para llenar un salón por grado, así que no fue precisamente una sorpresa el encontrarlo en la escuela. Aun así, me sentí algo triste al darme cuenta de que mientras los demás reían o jugaban, a la espera de que se apareciera la maestra, él permanecía sentado en su pupitre, con una mochila de aspecto costoso a sus pies y los ojos verdes clavados en la mesa. Los demás nos conocíamos de toda una vida, él era un extraño que no se había interesado en hacer amigos durante el verano.

Hugo iba justo detrás de mí y me lanzó una mirada interrogante cuando rechacé nuestros lugares usuales al fondo del salón, donde resultaba más sencillo hablar sin que me pillaran, por otros en una de las filas de en medio, justo detrás del chico nuevo.

Dejé caer mi mochila en el suelo y me senté ruidosamente, de manera que las patas de madera rastrillaran un poco el piso. Hugo me dedicó una mirada ligeramente exasperada y tomó la mesa junto a la mía. Apoyé los codos sobre la mesa y me incliné hacia adelante.

—¡HOLA!

Él dio un respingo y se volteó, con las cejas rubias fruncidas.

—Yo soy Amara y este es Hugo. Y tú eres el chico nuevo. Henrik.

Una chispa de reconocimiento brilló en sus ojos.

—Eres la vecina ruidosa ¿no?

Supongo que lo decía para molestarme, pero lo cierto era que la descripción iba conmigo.

—Amara— le corregí—. La vecina insistente a la que no te has molestado en conocer en ¿cinco semanas? —volteé a ver a Hugo, que era mucho mejor para los detalles que yo.

—Seis— corrigió él y se puso a sacar lápices y gomas de borrar de su propia mochila, acomodando todo metódicamente sobre su mesa.

—Seis semanas entonces. Habría pensado que eras súper popular y por eso no querías amigos nuevos, pero veo que me equivoqué. Tal vez simplemente eres raro.

—No soy raro— dijo él volteándose hacia el frente—. Simplemente no me interesa ser amigo de una niña.

—¿Disculpa?

—¿Tienes problemas para escuchar? Puedo escribirte una nota.

—¡Eres muy grosero! ¿Qué importa que sea una niña?

Él se encogió de hombros.

—No quiero andarme preocupando porque se te atoró el cabello en alguna parte o te rompiste una uña. O porque te caigas y empieces a llorar.

Mi mano se convirtió en un puño y de no haber sido porque Hugo me sujetó por la muñeca, posiblemente habría terminado estampando la cara de Henrik contra la mesa.

La oportunidad de continuar con nuestra discusión murió cuando entró nuestra nueva maestra. Pero definitivamente no dejaría que las cosas acabaran así.

La oportunidad llegó una hora más tarde, cuando nos dejaron salir a nuestro receso.

Las primeras lluvias de la temporada habían caído la noche anterior, así que el suelo de nuestro patio de recreo estaba ligeramente blando. Un brillante charco de agua sucia reflejaba los rayos del sol junto a los columpios, ahí donde los pies de cientos de niños habían creado un agujero.

Hugo me conocía mejor que nadie:

—No me gusta esa cara. ¿Qué piensas hacer?

Le dediqué una sonrisa:

—Nada que tú vayas a aprobar. Te sugiero que mejor vayas al baño o te quedes en el salón. Nos meteré en problemas.

Él hizo una mueca, pero me siguió de todas formas. Henrik se había apoderado de uno de los columpios, meciéndose lentamente con la mirada clavada en el suelo. Su ropa, igual que su mochila, lucía costosa y era de colores claros: crema, blanco y gris. Una lástima.

Nos deslizamos en silencio, rodeando los columpios hasta ocultarnos detrás del sube y baja.

—No creo que sea una buena idea— susurró Hugo sin mucho convencimiento. Yo era obstinada y él lo sabía.

—Ya verá él lo niña que puedo ser— le susurré antes de tomar carrerilla. Solté un chillido y mis manos encontraron su espalda. Salté, de manera que mi cuerpo no se quedara atorado en el columpio y solté un gemido de satisfacción cuando la pulcra presencia de Henrik aterrizó sobre un lodazal.

No gritó, no precisamente, aunque una expresión sorprendida salió de su boca. Caí sobre él, mis rodillas a ambos lados de su cuerpo y el lodo salpicando mi ropa. No estaba, ni por asomo tan sucia como él, pero la cosa cambió cuando él nos hizo girar y la parte trasera de mi cuerpo aterrizó sobre el lodo.

Hugo, tan fiel como Kaiser, se arrojó también, apartando a Henrik de mi cuerpo y resbalando en el lodo.

Me eché a reír cuando aterrizó sentado sobre el lodo. A mi lado, otra risa… Henrik. Mis risas no hicieron sino aumentar cuando Hugo lo miró con mala cara. Papá lo llamaba mi don. Era difícil permanecer serio cuando estabas cerca de mí. Unos segundos fue todo lo que tomó hasta que mi mejor amigo empezó a reírse también.

Por desgracia no duró mucho. Escuchamos un grito enojado.

—¡Amara Kähler! ¿Por qué no me sorprende que se trate de ti? ¡Apenas son las diez de la mañana y mira cómo estás!

No necesitaba hacerlo. Estaba segura de que mi vestido nuevo, negro con abejas amarillas, estaba hecho un asco. Bueno, tampoco me importaba mucho. Prefería los pantalones, pero papá estaba decidido a hacer de mí una señorita, aunque mi madre no estuviera ahí para ayudar.

—Y por supuesto que Hugo está contigo— el regaño resultaba mecánico, las palabras mil veces repetidas cada vez carecían más de sentido. Había tenido que lidiar conmigo desde el jardín de niños y ya no se tomaba tan en serio la idea de hacer de mí una buena ciudadana.

—Este debe ser un nuevo record, Mar— se quejó Hugo— ni siquiera es la hora del almuerzo y ya estamos metidos en un lío.

Henrik se nos quedó mirando.

—¿Qué? —espeté yo, decidida como siempre a meterme en una pelea si era necesario.

—Eso ha sido divertido— admitió él—. Tal vez… no sea mala idea que seamos amigos.

Hugo POV

Ser amigo de Amara significaba estar preparado para cualquier cosa.

Cualquier. Cosa.

Ser amigo de Henrik significaba lo mismo, así que ahí donde iban, yo tenía que convertirme en la voz de la razón.

No siempre lo conseguía y con once años, los tres habíamos soportado tantas fracturas, raspones y suturas que mamá solía decir que el ochenta por ciento de mi piel tenía la mitad de mi edad.

A veces, resultaba agotador, pero no había absolutamente nada en el mundo que me hiciera considerar el dejar de ser su amigo.

Mi personalidad era mucho más tranquila. Más comedida. Mientras Amara y Henrik analizaban desde que tan alto podían subir al árbol, yo pensaba en la cantidad de huesos que podíamos rompernos si caíamos desde ahí.

Ellos eran exactamente iguales entre sí. ¿Yo? Yo era completamente diferente a ellos. Pero no me sentía mal por ello. Mamá decía que el equilibrio era necesario. Era gracias a mí que Amara y Henrik no llevaban sus travesuras demasiado lejos. Era gracias a mí que Amara evitaba meterse a los establos en donde las vacas cuidaban a sus crías recién nacidas. Era por mí que Henrik había empezado a usar casco para hacer las piruetas en patineta que desafiaban la gravedad.

Nunca ninguno de ellos me hizo a un lado por ello. Amara se burlaba de vez en cuando, diciendo que yo era un viejo atrapado en el cuerpo de un niño. Pero lo cierto era que me gustaba escucharla reír y la dulzura nunca abandonaba sus ojos. Yo ayudaba a Henrik con sus deberes de matemáticas y podía ver el reconocimiento en su mirada cuando lograba que lo que no tenía sentido para él, de pronto fuera evidente. Seguíamos siendo mejores amigos, ahora los tres. Henrik, ella y yo.

A veces, me parecía que ella lo veía de una forma distinta. Cuando el hacía comentarios burlones sobre la forma en que su apariencia empezaba a cambiar, como el hecho de que en el verano se había vuelto media cabeza más alta que nosotros, ella se sonrojaba. Pero nunca le dije ni una palabra, porque temía que, si lo hacía las cosas entre nosotros cambiarían irremediablemente.

La primaria llegó a su final. Amara tuvo dificultades con los cursos de historia, porque su mente iba siempre tan rápido que le costaba trabajo sentarse para memorizar las cosas. Suspendió, y la idea de graduarnos juntos empezó a peligrar. Entonces hicimos un pacto: permaneceríamos juntos. Avanzaríamos juntos.

Las tardes de juegos fueron reemplazadas con tardes de estudio, con Amara en medio. Pintamos de negro una pared en el garaje de Henrik y construimos una pizarra gigante. Empezamos a escribir datos, fechas, nombres… dibujamos mapas, marcamos puntos y equis… Y el día del examen llegó y Henrik y yo esperamos por ella, tomando turnos para caminar de un lado al otro del pasillo.

Algo le pasaba a él, su animosidad habitual parecía ajena. Como si se tratara de otra persona, pero Amara era lo único que ocupaba mis pensamientos en ese momento.

Una hora, dos y ella salió del salón con las mejillas sonrojadas y el cabello rubio revuelto.

—Lo está calificando ahora. Creo que he metido la pata— dijo con tristeza ante nuestras miradas interrogantes.

Sus ojos azules parecían enormes con respecto al resto de su rostro.

Quería decirle algo, prometerle que todo estaría bien porque tenía que estarlo. No había forma de que ella y yo no compartiéramos cada día de la semana. Pero siempre he sido propenso a pensar bien las cosas y no quería prometerle que todo estaría bien cuando no tenía esa certeza.

—Estoy seguro de que sacaste un diez— juró Henrik envolviendo sus hombros con uno de sus brazos. A veces envidiaba a Henrik. Para él siempre parecía fácil rellenar los silencios. Ella le dedicó una amplia sonrisa y yo quise golpearme mentalmente por no poder decírselo también para ganarme una de aquellas sonrisas.

No era que yo no confiara en su capacidad. Pero la conocía bien, sabía que si le prometía que todo saldría bien y luego no era así, ella jamás me lo perdonaría.

Sus ojos buscaron los míos.

—¿Tú crees que lo hice bien?

—Estoy seguro de que hiciste tu mejor esfuerzo. Has estudiado por semanas.

Su mano buscó la mía.

—Sí, pero ¿crees que va a ser suficiente?

La sujeté con fuerza.

—Tiene que serlo. Tenemos que estar juntos.

—Por siempre y para siempre— me promete ella apretando mi mano y en ese momento la puerta del salón se abre. El profesor tiene una expresión inescrutable.

—Tengo sus resultados, señorita Kähler. Si me acompaña…

Ella me da un último apretón y comparte una mirada con Henrik antes de seguir al profesor. Abriendo y cerrando las manos rítmicamente. La puerta se cierra.

Henrik y yo nos pegamos a la puerta, apretando el oído contra la madera, intentando escuchar.

No sirve de nada. Solo consigo captar murmullos ininteligibles. A juzgar por la expresión de Henrik, él no está captando mucho más.

Entonces escuchamos un grito.

La puerta se abre y de no ser por la agilidad que hemos desarrollado por andar correteando por todas partes, habríamos terminado cayendo de bruces contra el suelo.

Es Amara, con el rostro cubierto de lágrimas y una incongruente sonrisa en el rostro.

—¡APROBÉ! ¡APROBÉ!

Ella salta hacia adelante y mis brazos se abren automáticamente, del mismo modo en que lo han hecho siempre. Sus brazos me rodean el cuello y ella ríe.

Y me doy cuenta de que no hay ningún otro lugar en el mundo en el que quiera estar.

Henrik POV

Escucho a Ari llorar en su habitación mientras mamá intenta convencerla con mimos y ruegos para que se calme.

—Ya se lo ha dicho ¿no? —Svante está apoyado en el marco de la puerta de mi habitación.

—Hace una hora, más o menos. No se lo está tomando bien— asiento yo.

—Ari no recuerda ninguna otra casa, será duro para ella.

Lo observo con el ceño fruncido.

—Sí, claro. Será duro.

—Para ti también— señala mi hermano mayor mientras entra, inseguro y se sienta en la cama, a mi lado— ¿Ya se lo has dicho a tus amigos?

Niego con la cabeza.

—Quería esperar a que Amara aprobara su examen de historia— digo con un encogimiento de hombros—. Igual creo que ya Hugo sabe que algo sucede.

—Es un niño muy observador. Deberías decírselos pronto. Será mejor que se enteren por ti y no porque vean el camión de la mudanza en la entrada.

—Prefiero que se enfaden conmigo— digo arrugando la nariz—. Hará más sencillas las cosas.

—Son tus mejores amigos, Henrik. No los apartes por orgullo o miedo. Las personas importantes las llevas siempre contigo, a dónde sea que vayas.

Hay un matiz sumamente triste en su voz que me hace levantar la cabeza y preguntarme si él también estará dejando a alguien importante atrás ahora que nos mudamos de nuevo. Me pregunto si él también está enfadado, como Ari, como yo…

Pero Svante es el hijo perfecto, el ejemplo a seguir.

—¿Sabes? Creo que has madurado mucho. Me sorprende que sea Ari y no tu quien hace una rabieta.

—Nos quedamos más tiempo del que creí posible— digo evitando mirarlo—. He estado esperando que este día llegara por mucho tiempo. Supongo que tuve más tiempo del que esperaba.

—A veces hay esperanzas— dice él con una mueca.

—Estaré afuera— digo levantándome, preocupado por la posibilidad de que Svante, el hermano ejemplar, de repente deje de ser tan maravilloso. Si él no está feliz con esto tampoco, entonces yo… —. Iré a ver a mis amigos.

Mi hermano sonríe levemente.

—Sí, creo que yo también saldré— dice con suavidad—. Nos vemos en un rato.

Termino de bajar las escaleras y alguien toca a la puerta. Cuando abro, el rostro sonriente de Amara está ahí.

Se ha recogido la larga melena rubia en una trenza descuidada. Detrás de ella, en el camino de acceso a mi casa, está Hugo, sosteniendo dos bicicletas:

—¿Quieres salir a jugar?

Veo mi propia bicicleta en el jardín y le lanzo una mirada de anhelo. Me cuesta mucho reunir la voluntad para negar con la cabeza.

—En realidad, ¿crees que podamos hablar?

Su sonrisa se desvanece.

—¿Pasa algo malo?

Hugo arrastra ambas bicicletas con dificultad y se acerca sin que tengamos que pedírselo. Tal y como señaló Svante, es muy observador.

Me siento en uno de los escalones y señalo los otros para que ellos hagan lo mismo. Hugo y Amara comparten una mirada fugaz y se sientan.

—¿Te vas a mudar de nuevo? — las palabras salen de la boca de Hugo antes de que yo tenga oportunidad de decir nada y él enrojece violentamente cuando lo veo sorprendido.

—No seas ridículo ¿por qué habría de mudarse cuando toda su vida está aquí? —Amara, práctica como siempre, lanza una risotada que se apaga cuando ve mi expresión seria.

—No es como si fuera mi decisión— empiezo diciendo—. Papá ha sido reasignado a otra oficina.

Amara parpadea.

—No lo entiendo— dice finalmente—. Si tiene un nuevo empleo puede viajar ¿no?

—No es tan sencillo. Es muy, muy lejos.

—Pues que se vaya él y venga a visitarlos los fines de semana.

—Mar— dice Hugo muy serio—, no sería justo para el papá de Henrik estar solo todos los días. Él ama a su familia.

—Si la quiere tanto entonces ¿por qué obliga a Henrik a marcharse? Aquí está su escuela, sus amigos están aquí— dice cruzando los brazos frente a su pecho—. No te preocupes, Henrik, hablaré con papá, seguro que podemos convertir el establo en una bonita habitación para ti.

Me río antes de darme cuenta de que ella no bromea.

—No puede quedarse sin su familia, Mar— me ayuda Hugo.

—Claro que puede— lo contradice ella.

—Claro que no. ¿Dejarías tú a Dustin y Frederick? ¿Qué me dices de tu papá?

—No es lo mismo— continúa ella tozuda—. Papá no me está obligando a irme.

—¿Cuándo te marchas? —pregunta Hugo, rindiéndose en la tarea imposible de razonar con Amara.

—En dos semanas. Papá se irá el sábado a conseguir una casa nueva— digo con tristeza.

—¿Y te quedarás mucho tiempo allá? Tal vez puedas volver pronto.

Meneo la cabeza.

—La última vez que nos mudamos pensé que sería poco tiempo y nos quedamos por tres años. Mamá dice que esto es lo que papá siempre quiso. No creo que volvamos…— mi voz se va apagando poco a poco.

—¡Ya sé! —dice Amara— Hugo y yo te visitaremos. Tenemos nuestras bicicletas— dice señalándolas con la mano.

—Amara…

—¡Está decidido! —dice ella aplaudiendo.

—No lo creo…

—¡Tú lo prometiste! —estalla ella—. Hiciste una promesa, igual que Hugo, igual que yo... ¿Vas a romper tu promesa?

Empalidezco.

—Yo no…

—¡No debiste hacer promesas que no podías cumplir, Henrik! ¡Si sabías que tarde o temprano te irías, entonces no debiste prometer nada! ¡Eres un mentiroso!

Ella echa a correr, recoge su bicicleta y se aleja pedaleando a toda velocidad. Ni siquiera tengo tiempo para gritarle que se detenga.

A mi lado, Hugo suspira:

—Ya se le pasará. Ya la conoces, no sabe manejar bien las emociones fuertes. Yo hablaré con ella. Ya se disculpará.

—No tiene que disculparse. Ha dicho la verdad. No debí prometer cosas que sabía que no podía cumplir.

—No ha sido tu culpa. Además ¿quién dice que no podemos ser amigos a pesar de la distancia?

—¿Cuidarás de ella? —la pregunta nos sorprende a ambos.

—Siempre lo he hecho— responde él—. Siempre lo haré.

Le sonrío.

—Al menos uno de los dos podrá cumplir con su promesa— le respondo.

El día de la mudanza llega más pronto de lo que esperaba. Hugo y Amara aparecen a último minuto para despedirse. Hugo me abraza y me promete que nos mantendremos en contacto, pero no estoy muy seguro de si debo creerle o no.

Amara está muy callada. Hugo me ayudó a empacar. Amara también vino, probablemente obligada por Hugo, pero prefirió quedarse con Ari, guardando juguetes en una caja en lugar de estar con nosotros.

—¿Sigues enfadada conmigo?

Ella niega con la cabeza.

—Te echaré de menos, Amara.

Ella clava sus ojos azules en el suelo.

—Nos volveremos a ver ¿verdad?

No soy lo que se dice llorón. Mamá, que es enfermera desde que tengo memoria, dice que tengo un umbral del dolor muy alto. Pero me duelen sus palabras. Me hacen sentir como si me hubiese dado un puñetazo en el estómago.

Aun así, aprieto los dientes por unos segundos antes de forzar una sonrisa:

—Por supuesto.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.


¡Primera parte de cuatro! Esta historia me ha emocionado y me ha sacado canas verdes a partes iguales, especialmente por los requisitos del final, pero creo que la disfrutarás.

Ha quedado bastante larga porque abarca mucho tiempo de la vida de ellos y me pareció que lo más justo era darles un contexto propio, ajeno al universo del SYOT original, de manera que pudiera entenderse sin necesidad de conocerlos de antes.

Cami, una vez que posteaste tus opciones, creo que no tuve más elección XD. Sabes que amo a nuestros chicos y quería darles la oportunidad de una vida sin tanto dolor y violencia. También espero que sepas lo mucho que te quiero a ti. Así que, con mucho cariño, aquí tienes tu historia.

Gracias a Jacque por haberme dado su permiso de usar a Henrik. En cuanto a Hugo, traté de hablar con Naty, pero no recibí respuesta. Espero que mi manejo del personaje te esté convenciendo si llegas a leer esto.

Mañana, el segundo capítulo.

¡Feliz día del amigo!