IGNOTUS
Era tarde. Me había quedado en la tienda preparando comandas para la mañana siguiente. La gripe estaba haciendo estragos ese año y el número de comandas para la poción peppermint era desorbitada. Cuando abrí la ventana para dejar salir a mis dos lechuzas, la Bruna y la Fosca, a mi cuervo, Bert, y a mi pequeño halcón, Sullivan, con la correspondencia y las comandas para la mañana siguiente fue cuando lo oí por primera vez.
Por un momento me pareció un ruido extraño, una especie de ronquido o gruñido medio ahogado. Desconcertado miré a derecha e izquierda hacia la oscuridad que me rodeaba, pero no detecté ningún movimiento. Asumí que había sido algún animal así que no me entretuve demasiado más, cerré la ventana de nuevo y recogí para poder cerrar finalmente la tienda y subir al piso de arriba donde tenía mi pequeño apartamento.
Me moría de hambre. Hacía horas que no comía y estaba muy cansado. Un poco de cena, una buena ducha y una noche de reposo. Eso era lo que más deseaba es esos momentos, una noche de reposo.
Hacía pocos meses que vivía solo. En días tan largos como ése, tener que cocinarme la cena después de haberme pasado el día cociendo pociones no me entusiasmaba, por eso recorría al invento de origen muggle más útil de los que disponía, el microondas. Comidas precocinadas y sobras recalentadas no eran mi opción preferida pero con lo cansado que estaba tampoco podía lograr nada demasiado elaborado.
Después de un plato de tallarines y una ducha que me dejó con la sensación de estar aún más exhausto me dormí tan pronto apagué las luces.
Pero mi descanso duró poco. Me desperté unas pocas horas después alertado por un ruido. Instintivamente me incorporé de la cama varita en mano y dije:
—Lumos.
La estancia se iluminó y aliviado me di cuenta de que estaba solo. El ruido debía haber venido de la calle o quizá solo lo había soñado.
Cansado y molesto por aquella interrupción de mi descanso me estiré de nuevo y apagué la luz de la varita.
Pero no tuve tiempo de dormirme de nuevo que oí un murmullo apagado, parecido al gruñido que había oído en la calle antes de subir a cenar. Esta vez me quedé quieto y en silencio. Intentando descubrir la procedencia de ese extraño ruido. ¿Me habría entrado en casa algún animal extraño?
Volví a encender la varita. Pero por más que miraba a mi alrededor no veía nada. Entonces el ruido se repitió. Esta vez sonó como algo más que un gruñido animal, como si fuera una voz muy, muy rugosa. Cerré los ojos para escucharlo bien otra vez.
—Severus, por favor —me pareció entender. Estaba desconcertado.
La voz era solo un murmullo, sonaba lejana y apagada, y además, las palabras estaban intercaladas por lo que parecían gemidos o una respiración alterada, profunda y grave.
Muy pocos sabían que mi segundo nombre era Severus y nadie que yo conociera me llamaba nunca por ese nombre. Todos me decían Al, mis padres me decían Albus, muchos clientes me llamaban Potter, hasta había alguno que me llamaba Maestro, pero nunca Severus. Por eso cuando entendí ese extraño ruido como mi segundo nombre, además pronunciado entre extraños gemidos, no pensé que podría estarme llamando a mi.
—Por Merlín y Morgana —dije enfadado, pensando que lo que desde la cama parecían murmuraciones en el oído eran en realidad gritos que venían de la calle. Sin siquiera levantarme alcé la varita y apuntando a la ventana lancé un hechizo silenciador.
Me tumbé e intenté dormirme de nuevo. El alba llegaría en un par de horas. Pero mi tiempo de reposo de esa noche ya se había acabado.
—¿Me oyes? —oí que esa extraña voz rompía el silencio de nuevo. Esta vez las palabras habían sonado un poco más claras, como si hablara más despacio, esforzándose para hacerse entender. De todas maneras seguía siendo un sonido grave y rasposo.
—Está bien, ya basta de este color. ¿Quién hay aquí? —pregunté encendiendo la varita de nuevo para ver quien o qué se había colado en mi casa sin permiso. Pero la habitación estaba vacía.
Medio asustado, medio cabreado por la interrupción, me alcé de la cama y me dirigí a la sala, tampoco había nadie, el baño, la cocina, el despacho, el piso estaba vacío. Estaba solo.
—¡Severus, me oyes! —dijo entonces la rugosa voz tras de mi en un lamento que me provocó un escalofrío.
—No sé quien eres ni qué quieres —dije girándome hacia la puerta de la habitación, de donde había venido la voz—, pero te exijo que salgas de tu escondite ahora mismo o haré venir a los Aurores y acabarás en Azkaban.
—No puedo —dijo la voz misteriosa justo antes de arrancar a gemir. Supuse que eran gemidos, como una especie de llanto desconsolado, pero era difícil de decir por el tono oscuro y bastante extraño de esa voz.
—¿Qué no puedes? —pregunté exaltado y desconcertado. No me hacía ninguna gracia aquella situación y esa especie de llanto me hacía sentir incómodo—. ¿No me puedes decir quien eres, o no puedes ir a Azkaban?
—Necesito... ayuda —lloriqueó la voz. Las palabras volvían a estar intercaladas por grandes inspiraciones como si decirlas le supusiera un gran esfuerzo.
—Sí, esto es evidente —le respondí secamente, aún enfadado por la manca de sueño y sin saber como enfrentarme a una voz rugosa sin sentido que no paraba de llorar. Intenté contar hasta diez, respiré profundamente y pregunté de nuevo—. ¿Quién eres? Necesito saber como te llamas para poder ayudarte.
—¿Tienes una vuela-pluma? —dijo la voz con ciertas dificultades.
—Lo siento, no —le respondí confundido.
—Me cuesta hablar —hizo la voz medio ahogándose en sus propios gemidos, como si no solo le costara hablar, que era bastante evidente, sino como si hacer ese esfuerzo le fuera doloroso.
—¿Puedes hacer algún otro sonido, como picar de manos por ejemplo? —Le pregunté esperando poder mantener una conversación con el intruso ni que fuera a base de síes y noes y descubrir así quien era y como y porqué había entrado en mi casa en mitad de la noche.
—Sí —hizo la voz en un gruñido, y picó una vez encima de la mesa o contra la puerta, no estaba seguro.
—Veo que sabes como funciona. Un golpe es que sí, dos que no, tres que no lo sabes. ¿Entendido?
Un golpe. "Sí"
—Está bien. Ahora te haré unas preguntas y has de responder con sinceridad si realmente quieres que te ayude —dije mientras me preparaba mentalmente para lanzarle un hechizo no verbal para detectar mentiras—. Empecemos por una fácil. ¿Eres humano?
Un golpe. "Sí"
—Bien, eso ya es algo. Supongo que la respuesta es… pero más vale preguntar. ¿Eres muggle?
Dos golpes. "No"
—¿Squib? —pensé en que quizá era algún pobre squib víctima de algún mago tenebroso. Ya no era muy habitual, pero tampoco sería la primera vez que me cruzaba con pobres squibs víctimas indefensas ante magos trastornados.
"No" Eso me sorprendió, pero no hizo saltar ninguna alarma de mentira.
—¿Mago? —Pregunté, pensando que ya no quedaban muchas más opciones.
"Sí"
—Necesitas ayuda has dicho. ¿Estás herido? —la pregunta me salió sola, seguramente debido a los gemidos que el intruso había estado haciendo para hablar.
Tres golpes. "No lo sé"
—Vaya —murmuré desconcertado por aquella respuesta que no esperaba y que tampoco había hecho saltar la alarma del hechizo que había lanzado. Por primera vez me pregunté si acaso no habría funcionado—. Um… ¿y si te llevo al hospital? —Le ofrecí preocupado por él, por mi seguridad y también pensando en como sacarme de encima a ese intruso.
Pero dos golpes rotundos en la mesa me dejaron claro que no quería ir al hospital. No sabía si estaba ante alguien peligroso, violento o loco, tenía que ir con cuidado. Quizá debía aparcar ese tema.
—Mensaje captado. Nada de hospitales. Buf —murmuré notando como el pulso se me había acelerado por el susto.
—Perdón —dijo entonces la voz rasposa.
Aquella disculpa me sorprendió y a la vez me calmó lo suficiente para atreverme a insistir en el tema.
—¿He de entender que no buscas ayuda médica entonces?
"Sí"
—Me pregunto que puedes querer de mí. ¿Sabes que solo soy un Maestro en pociones? —le pregunté con la esperanza de que todo fuera solo un malentendido y ese desconocido hubiera entrado en mi casa por error, buscando a alguien más.
"Sí"
Quizá no me buscaba a mí sino solo una poción…
—¿Necesitas alguna poción? —le pregunté con optimismo pensando en como no había caído antes en aquella opción.
"No"
—¿Por qué has venido entonces? ¿Por qué no has ido a los Aurores? —no pude evitar preguntar molesto.
"¡No!" Dos nuevos golpes rotundos me hicieron saltar de nuevo el corazón.
—¿Eres un fugitivo? —Pregunté levantando la varita de nuevo en posición defensiva. ¿Me había relajado demasiado? Aunque poco podría defenderme si no veía a mi atacante.
Se hizo el silencio y me di cuenta de que amenazándolo no conseguiría nada. No parecía que ese desconocido, fuera quien fuera, tuviera intención de atacarme. Podría haberme matado mientras dormía y no lo había hecho, me había pedido ayuda.
—Contéstame. No podré ayudarte si no me explicas qué te pasa —le dije bajando la varita.
—Por favor —dijo la extraña voz en lo que parecía un gruñido de súplica.
—¿Estás huyendo o no? —Insistí.
Se oyó un nuevo gruñido-gemido, que me pareció un llanto contenido; Después muy suave, casi como si fuera una caricia más que un golpe oí la respuesta.
"Sí"
Era evidente que huía de alguna cosa pero, por más irracional que fuera, que hubiera sido sincero me tranquilizaba.
—Lo ves, has dicho la verdad y no ha pasado nada. Si quieres que te ayude debes confiar en mí.
"Sí"
—¿Puedes hacerte visible? —Le pregunté incomodo por la sensación de estar hablando solo.
"No"
Un ligero cosquilleo me advirtió que esa respuesta escondía algo, aunque no era mentira ¿No podía o no quería? Era difícil de decir. Pero pensé que no era momento de insistir en el tema. Como mínimo sabía que el hechizo no verbal había funcionado.
—Está bien. Necesito un café. ¿Quieres uno? —Le ofrecí medio en broma, intentando relajar un poco el ambiente cambiando a un tema cuotidiano, aunque no esperaba que aceptara.
"Sí" respondió sorprendiéndome.
Una de les sillas de la mesa se apartó sola. Intenté no quedarme mirando. Se me habían puesto los pelos de punta. Por el contrario me dirigí a la cocina y puse una cafetera a hacer. Inmediatamente salí y me dirigí a la habitación.
—Me voy a vestir. Ahora vuelvo —murmuré antes de cerrar la puerta mirando la silla "vacía".
Me vestí deprisa. No quería dejar solo al desconocido invisible demasiado rato. Antes de salir de la habitación, pero, descolgué el teléfono y llamé a la tía Hermione, uno de los pocos miembros de la familia y de la comunidad mágica que como yo utilizaba ese invento muggle con regularidad. Con aquel desconocido en la sala no podía usar la chimenea.
Era demasiado pronto, me saltó el contestador y le dejé un mensaje:
—Tía, soy Albus, ¿me puedes hacer un favor? Contacta con papá y dile que me llame al móvil. Gracias. Ya te lo contaré. Recuerdos al tío. Besos.
Una vez enviado el mensaje me apresuré a salir de la habitación.
—Prepararé un poco de desayuno. Necesito café —murmuré mientras cruzaba la sala bacía hacia la cocina.
Cuando llegué a la puerta me asaltó la duda de si estaría hablando solo realmente.
—¿Todavía estas aquí?
"Sí"
Y por más extraño que parezca respiré aliviado. Sí que quería deshacerme de él, pero creía sinceramente que necesitaba ayuda y la verdad es que antes de perderle de vista quería saber porqué necesitaba ayuda, por qué había acudido a mí, por qué no quería saber nada de hospitales ni Aurores, y como diablos se había metido en mi casa.
Un rato más tarde volví a entrar en el comedor con dos tazas de café, dos platos con tostadas y mermelada de ciruela y de cerezas.
—Espero que te guste. Lo siento, no soy muy bueno en esto de la cocina. Aunque no hacerte visible ni hablar, supongo que podrás comer…
"Sí"
—Bien, pues buen provecho. ¿Te parece bien si continúo con las preguntas mientras desayunamos?
"Sí"
En ese momento una mano de piel pálida, casi transparente apareció de la nada y cogió la taza de café humeante. No dije nada al respecto, e intenté no mirarla demasiado tampoco. Aunque era difícil no fijarse en una mano flotando delante de mí con una taza de café primero y después una tostada que desaparecía y reaparecía un poco más pequeña sin motivo aparente.
—¿Vives aquí en Londres?
"No"
De hecho tampoco era tan extraño dado que la comunidad mágica Inglesa no tenía demasiada tendencia a establecerse en núcleos muggles demasiado grandes.
Descubrí que era inglés, eso sí, y que había estudiado en Hogwarts igual que yo, aunque se negó a responder preguntas que pudieran revelar más información sobre su verdadera identidad o incluso su edad.
—Si no me quieres decir tu nombre tendré que llamarte de algún modo. Ya lo tengo: Ignotus. ¿Sabes quien era? —No respondió—. Del cuento de las reliquias de la muerte, el tercer hermano, el de la capa de invisibilidad.
El misterioso hombre invisible tampoco respondió a eso. Y en ése instante unos golpecitos en el cristal me indicaron que el correo matutino acababa de llegar.
Intentando no dejar entrever mi estado de alerta, como si tener aquél extraño individuo en mi casa no me preocupara lo más mínimo, me levanté y abrí la ventana a mis pájaros.
Bruna y Fosca se posaron sobre la mesa a la espera que les recompensara el trabajo bien hecho con un trozo de tostada.
—Buenos días, bonitas. Sois mis reinas —les dije acariciándolas un poco mientras les daba parte de mi desayuno—. Y ahora a dormir.
Ambas lechuzas ulularon suavemente y emprendieron el vuelo hacia mi despacho.
—¿Y tú Bert, no quieres desayunar? —Dije entonces mirando al cuervo negro que se había posado sobre mi hombro izquierdo—. Anda, ve a buscar la bolsa de chucherías.
Mientras yo me sentaba de nuevo en la silla, el animal voló hacia la cocina bajo mi mirada y cogió de encima la despensa una bolsa marrón y me la trajo hasta la mesa para que le diera un par de saltamontes secos. Pero no había terminado de comerse el segundo que el pájaro batió las alas amenazadoramente hacia donde estaba Ignotus.
—Tranquilo Bert. Éste es Ignotus. Sé que no lo puedes ver, no pasa nada. Ignotus necesito que tiendas la mano y dejes que Bert se acerque a ti. Dale un saltamontes y así entenderá que no eres una amenaza.
Bert quiso picarle la mano a Ignotus. Pero después de que lo reprendiera dejó de intentarlo y se quedó postrado en mi hombro, desconfiando del misterioso desconocido y su mano flotante; Demostrando todo el recelo que yo intentaba esconder para intentar tirar de la lengua del hombre invisible.
—Cuando abran las tiendas enviaré Bert a comprar una vuela-pluma, así podrás darme más explicaciones. Hasta entonces tendremos que seguir con los síes y los noes. Así que dime, Ignotus, ¿la mano es la única parte del cuerpo que puedes hacer visible?
La mano picó dos veces en la mesa. "No".
Entonces, antes que yo pudiera pedirle nada más la otra mano apareció y ambas señalaron debajo la mesa. Cuando me agaché puede ver dos zapatos sucios durante unos instantes antes de que desaparecieran de nuevo.
—¿Y ya está? —Pregunté confundido.
"Sí"
De nuevo ese cosquilleo. No mentía, pero había algo raro en su invisibilidad.
—No lo entiendo. ¿Eres invisible de nacimiento?
"No"
—¿Es tu invisibilidad fruto de algún accidente?
"No"
—¿Es intencionada?
"Sí" "No"
—¿El hecho de ser invisible tiene alguna relación con lo que sea que quieres que te ayude?
"Sí"
—¿Quieres que te ayude a ser visible de nuevo?
"Sí"
—¿Por qué yo? —Pregunté más por mí que por él, dado que en realidad él no podía responderme.
"Sí"
Aquella respuesta fuera de lugar me hizo mirarme las manos de Ignotus con más atención y entonces me pareció entender lo que, gesticulando, intentaba decirme.
—Por que confías en mí —murmuré.
"¡Sí!" Picó con énfasis Ignotus y luego las manos hicieron el gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba.
—¿Nos conocemos?
"Sí" y "No".
—Es evidente que tú sabes quien soy yo.
"Sí"
—Y yo debo saber quien eres tú.
"Sí"
—¿Pero nos conocemos?
Otra vez la respuesta de las manos fue gesticulada. Una mano basculando a derecha e izquierda decía "más o menos", el pulgar hacia arriba en señal de aprobación me decía que iba por buen camino.
—A ver volvamos a tu problema. ¿El no poder hablar es de nacimiento?
"No"
—¿El no poder hablar y el ser invisible está ligado de algún modo?
"Sí"
—¿Está relacionado en el sentido que una cosa provoca la otra?
"No"
—¿En el sentido de que te han pasado ambas a la vez?
"Sí" "Más o menos" decía la mano.
—¿Por el mismo motivo?
"No" "Más o menos"
—¿Te lo has hecho tu mismo?
"No"
—¿Te lo ha hecho alguien?
"Sí"
—¿Y es de este alguien de quien huyes?
—Ya no.
La inesperada respuesta verbal me sobresaltó.
—¿Conozco a quien te hizo esto?
"No"
—Después me tendrás que decir por qué no quieres acudir a los Aurores... ¿No habrá sido algún Auror? —Pregunté asustado de la sola idea de que los hombres de mi padre pudieran hacer nada parecido.
"No"
Respiré aliviado.
—¿Sabes cómo te lo hicieron? —pregunté entonces, consciente de que sería mucho más fácil ayudarle si sabíamos exactamente qué teníamos que contrarestar.
"Sí" y "No"
—Será mejor que nos esperemos a tener la vuela-pluma para seguir con este tema. ¿Quién te hecho esto es humano?
"Sí"
—¿Es hombre?
"Sí"
—¿Es inglés?
"No"
Aquello podía complicarlo todo mucho.
—¿Te lo hizo aquí en Inglaterra?
"No"
—¿Sabes dónde te lo hizo?
"Sí"
—Está bien. Te quiero ayudar, lo prometo, pero comprenderás que me cuesta confiar en ti sin saber quien eres, así que necesito que confíes tú en mí por los dos de momento y me cuentes como te lo has hecho para entrar en mi casa. Sé que te cuesta hablar, pero es importante que me digas cómo pasaste la barrera de seguridad. He de abrir la tienda y no puedo llevarte conmigo; Y tampoco puedo dejarte aquí solo si no es un lugar lo bastante seguro Necesito que me digas qué falló de mi sistema de seguridad para arreglarlo antes de irme.
Lo que acababa de decir era cierto, no quería dejarle solo en un piso que quizá no era seguro, pero también necesitaba saber qué había fallado para que una situación similar no me pudiera volver a pasar.
—...trado tras de ti —murmuró Ignotus con dificultad.
—¿Has aprovechado que las barreras estaban bajadas para entrar cuando lo hacía yo?
"Sí"
—No entiendo como has podido pasar de todas formas el hechizo debería haber detectado que alguien más que yo entraba al piso…
—Capa... invisibilidad —dijo de nuevo con dificultad su voz rugosa.
—¿Quieres decir que eres invisible por una capa de invisibilidad?
"Sí" hizo con una mano en la mesa. "Más o menos" hizo la otra basculando lentamente a derecha e izquierda.
—¿Puedo confiar en ti y dejarte aquí solo mientras atiendo la tienda?
"Sí"
La pregunta era un poco absurda. Y tampoco tenía más opción que dejarle solo en el piso, pues no podía llevármelo a la tienda y exponer a mi clientela de ese modo, por no hablar del hecho de darle acceso a material peligroso de mi trastienda.
—¿Sabes cómo funciona un teléfono? —se me ocurrió pedirle.
"No"
—Mira, si necesitas nada, descuelga el auricular, aprieta esta combinación numérica —dije mientras escribía en el bloque de notas del lado del teléfono mi número de móvil. De aquella manera podríamos comunicarnos si fuera necesario sin que él tuviera que salir del piso—. A través del auricular podrás oírme. Dado que no puedes hablar tendrás que dar golpecitos al auricular para responder sí o no. Si sucede algo y necesitas que suba llama y golpea el auricular repetidamente ¿De acuerdo?
"Sí"
—No creo que suceda, porqué nadie me llama nunca a casa, siempre me llaman al móvil, pero si suena no hagas caso, saltará el contestador. Oirás la voz de quien intenta llamar dejando un mensaje, pero ellos no podrán oírte a ti, así que tranquilo.
Los pulgares levantados de Ignotus me indicaron que lo había entendido.
—Volveré para comer. El baño es esa puerta de allí. Si tienes hambre o sed sírvete tú mismo, la cocina está allí. La habitación y el despacho estarán cerrados.
Con cierto pesar cerré mágicamente la habitación y el despacho. Le di una última ojeada a las manos que quietas descansaban encima de la mesa y salí del piso para abrir la tienda. Dejando tras de mí una ristra de encantamientos de protección que habrían enorgullecido a papá. No podía permitir que nadie más entrara en el piso, y hasta saber quien era Ignotus tampoco podía dejarle salir y vagar por el mundo siendo invisible.
En la puerta ya me esperaban tres clientas.
—Albus querido —dijo una de ellas mientras entraba antes incluso de que me acabara de poner el delantal de trabajo y encendiera todas las luces—. Tengo al pequeño con una fiebre que da miedo se me ha terminado el gel refrescante.
Gel para bajar la fiebre, pociones para el resfriado, para el dolor de garganta, para la afonía, para la mucosidad, para el dolor de oído. Aún no había llegado el mediodía que ya había vendido la mitad de las pociones que había preparado la noche anterior.
Me refugié unos minutos en la trastienda y saqué el móvil. Papá no había llamado todavía. Sin pensarlo marqué el número del tío George.
—Tío George, necesito ayuda. La gripe me está colapsando. ¿Podrías pedirle a Roxie que me venga a echar una mano esta tarde? —Mi prima Roxane trabajaba de dependienta en la tienda de artículos de broma de mi tío Goerge, a pocos metros de mi pequeña apoteca. Y los primeros días de haber abierto y los días que, como ése, tenía más trabajo del que podía abarcar yo solo ella me echaba una mano.
Después envié a Bert a la librería a comprar una vuela-pluma.
Y finalmente seguí despachando clientes tan rápido como podía para evitar que se me acumularan. Por la tarde tendría que dejar a Roxie en el mostrador y dedicarme a reponer el estoque.
Antes de subir a comer volví a sacar el móvil del bolsillo y comprobé que papá no me había llamado. Llamé al ministerio pero papá no estaba. Entonces llamé a la tía de nuevo, pero tampoco estaba en su despacho en ese momento, sino en una reunión y no quise molestarla. Así que la llamé al móvil y cuando saltó el contestador, porque en el ministerio los móviles no funcionan nada bien (por eso papá no lleva nunca el suyo encima y por eso no lo llamé a él directamente), le dejé un nuevo mensaje.
—Tía, necesito contactar con papá. Con papá, no con el jefe de Aurores. Dile que me llame al móvil. La chimenea está cerrada. Gracias. Besos al tío.
Acto seguido cerré la tiendo y subí arriba. Con Bert en el hombro y la vuela-pluma nueva en la mano.
