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Pequeños pasos
Lunes: Prejuicio
Scorpius Malfoy había entrado de manera discreta, casi imperceptible en su vida. No se había dado cuenta de ello hasta que una tarde lo observó a través de sus pestañas, y pensó en que reían juntos. Y comenzó a preguntarse cómo había sido que estaban en aquella situación. La memoria trabajó, dando paso a una serie de eventos que fueron causados por otros, y así; hasta llegar a lo que ella creía que había sido el comienzo. Tal vez fuera otro, no estaba segura. Nunca había anotado "este día empecé a hablar con Malfoy", porque simplemente… pasó.
Todo ocurrió un día de segundo año. ¿Abril? No, antes. Recordaba que habían hablado de la decoración de navidad en una ocasión… ¿Noviembre? Oh, Diciembre. Sí. Y estaba segura que fue la primera semana, porque fue la misma en que Beth había estado tres días confinada a la enfermería.
Solía ir poco a la biblioteca. Algo en el ambiente callado del lugar la alteraba. Escuchar con tanta exactitud el rasgueo de las plumas sobre los pergaminos, cuando alguien cambiaba de página, o la respiración de la persona más próxima; le hacían huir cuanto fuera posible. Casi siempre buscaba el libro, lo pedía a la bibliotecaria y desaparecía.
Pero estudiar en la sala común no le apetecía ese día. No cuando su mejor amiga estaba en la enfermería, luego de sufrir una grave lesión en el partido de quidditch del fin de semana. Y en aquella época aún no se llevaba del todo bien con el resto de compañeros de curso. Le caían bien, pero no tenían mucha interacción. Rose era muy tímida, apenas hablaba en público.
Y cargando la mochila con pergaminos, un nuevo frasco de tinta, pluma y un cuaderno para tomar notas; fue a ese enorme lugar que la exasperaba.
Durante los primeros quince minutos, se dio muchas vueltas. Caminaba por los estantes de literatura muggle, luego iba hacia la sección de Encantamientos y sus pies empezaban a doblar a la derecha, donde se veía la salida. Se regañaba mentalmente por ser tan estúpida. No iba a morir por estar allí una tarde, ¿verdad? Sus piernas la llevaban casi de modo automático hacia la puerta, donde se detenía y se giraba para perderse en el laberinto de libros.
Supuestamente los Ravenclaw debían vivir en ese lugar, ¿no? Algo en sus cerebros estaba modificado y los hacía sentirse bien respirar el olor a papel viejo de algunos libros, cómodos con el repentino crujido de alguna tabla del suelo al momento de caminar. Bueno, ella debía ser una Ravenclaw fallada. Era tan simple como ello. De lo contrario, no estaría repitiendo en su mente "quiero irme" cada dos palabras que leía.
-Disculpa, ¿cuándo desocuparás el libro?
Le costó darse cuenta que esa pregunta iba dirigida a ella. Se trataba de Malfoy.
-El resto de las copias de "Historia de la brujería, parte III" se las han llevado, y mañana tenemos que entregarle la redacción al profesor Binns…
Cuando lo escuchó hablar en plural, enderezó la espalda y observó que un pequeño grupo de Slytherin se encontraba reunido al otro extremo de la sección, mirándolos de vez en cuando.
Fue entonces cuando se fijó en que ya se había hecho tarde. El sol se escondía y pronto iba a oscurecer por completo. ¿Acaso había desperdiciado una tarde de estudio pensando en cómo escapar de la biblioteca?
-Llévatelo –lo cerró y lo empujó con suavidad, haciendo que se deslizara hasta la mano del chico-. Ya he terminado con él.
Bajó de inmediato la vista, enfocándose en guardar su pluma y todo lo demás dentro de la mochila. Nunca se le había dado bien hablar con extraños, y la manera tan fija en que él le sostenía la mirada la hacía sentirse más nerviosa de lo usual. Por alguna extraña razón, sus ojos brillaban de pura diversión. Como los de James cuando se vanagloriaba del resultado de alguna de sus bromas. Y ciertamente eso, la turbaba.
El día terminó bien. Se había olvidado por completo de Malfoy. Visitó a Beth un rato, luego cenó su plato y postre favoritos: pavo con patatas asadas, y pastel de frambuesa.
Sin embargo, el siguiente se transformó en una especie de sátira patética. Haber ido a la biblioteca había sido una pésima idea. ¡Una de las peores dentro de la corta historia de su vida! Debió haberlo pensado antes. Estudiar en un lugar como ése era el gatillo de un arma cargada de eventos maléficos: no había escuchado el despertador y llegó tarde a la primera clase de la mañana, se bloqueó cuando Slughorn le preguntó sobre la cura para la poción trabalenguas, y no encontraba su maldita redacción de Historia de la Magia.
Después de dos horas de Herbología, se dirigió a la biblioteca dispuesta a encontrar la redacción. No estaba en su mochila, ni en el cuarto y sus compañeras le habían dicho que no la tenían. Por ende, se le había caído en la biblioteca y no se iría hasta tener el maldito pergamino en sus manos.
No se dio cuenta de lo obsesiva que actuaba hasta que alguien carraspeó y la distrajo. Levantó la cabeza, encontrándose con Scorpius Malfoy.
La primera vez que recibió algo por parte del chico fue en aquella ocasión. Ella estaba gateando por el suelo, moviendo cada silla y analizando todos los rincones en busca del pergamino, porque Madame Pince le respondió de mala gana que no había encontrado nada inusual dentro de los libros.
Volviendo al puro en sí, Rose estaba sudorosa, con el pelo hecho seguramente una enorme mota de rizos sin armonía y con las manos negras de haberlas tenido tanto tiempo en el suelo.
-Eres una chica muy extraña.
La gente normal preguntaría qué rayos hacía, aunque lo de extraña estuviera implícito en sus palabras. Pero con el tiempo aprendería que no había nada de ordinario en Malfoy.
Sintió que su corazón se aceleraba y toda la sangre se acumulaba en el rostro. Hasta la punta de las orejas le ardían como si se tratara de lava. Con mucha torpeza se puso de pie, notando que sus rodillas estaban negras de la suciedad del suelo. Él también, porque la miró de arriba hacia abajo alzando las cejas nuevamente con la burla emanando por todos sus poros.
-Encontré esto ayer dentro del libro –extrajo el libro de Historia de su mochila, y desde el interior de éste sacó un pergamino doblado por la mitad.
Abrió la boca, pero la cerró. Tomó el pergamino en silencio.
-¿Acaso no tienes que entregarla el siguiente lunes? ¿Por qué haces la redacción con tanta anticipación?
Slytherin y Gryffindor tenían Historia de la Magia los jueves, Ravenclaw y Hufflepuff los lunes. Él necesitaba el libro para hacer la redacción que debía entregarla ese mismo día. Con razón a Malfoy no era sobresaliente en su desempeño. Pertenecía al grupito que hacía todo el día anterior de la evaluación.
Cuando se percató que él no daría por terminada la pequeña conversación sin antes recibir respuesta, dijo:
-Soy Ravenclaw –se hundió de hombros, como si fuera lo más evidente del planeta.
-Ya, no me había dado cuenta de ello –respondió, con ironía.
-Eres pesado –masculló, dándose cuenta que de todas maneras él la había escuchado. Abrió la boca, sorprendido-. Lo siento. No quise-
-Sí qué eres extraña –en la expresión se le notaba que le costaba no responderle algo ofensivo.
Antes que pudieran decirse algo más, Rose se había ido no sin antes agradecerle por la redacción.
A Beth no le comentó nada a su metida de pata con Malfoy, pero sí se lo dijo a Albus.
Como toda Weasley, se había visto obligada a querer a su familia por las buenas y las malas. Se llevaba relativamente bien con todos, pero con Albus mantenía un poderoso cariño. Habían aprendido a leer juntos y prácticamente todo lo vivían al mismo tiempo. Sus padres eran mejores amigos, por lo que desde siempre habían estado ante el otro. Rose lo consideraba su hermano mellizo por los momentos familiares e íntimos que vivían a diario, y también un amigo. Pero no hermano y amigo a la vez. A un amigo no podría mirarle la cara sabiendo que la había visto correr desnuda por el jardín de casa a los tres años; y a un hermano no le podría decir lo siguiente con tanta confianza:
-He hablado con Scorpius Malfoy.
Se encuentran en los jardines. Albus llevaba los patines en la mano, mirando con ansiedad el lago congelado. Quería patinar toda la tarde, si le era posible.
-¿De veras? –preguntó-. Qué raro. No sueles tener muchos amigos.
-Serás cabrón –respondió, haciendo un mohín. En la actualidad, Rose pensaba que Albus tenía muchísima razón. Sus habilidades sociales se limitaban a estar con Beth todo el día y cuando el tiempo se lo permitía con Albus, a decir simples monosílabos a sus compañeros de casa, y escribirle a su familia. ¡Menuda vida social!-. Me ha dicho que soy extraña.
-Normal no eres –Rose tomó nieve y se la lanzó-. ¡Eh! Bueno, no eres extraña… -rió, quitándose la nieve de la nariz.
-Y me lo dijo dos veces. No sé qué le pasa –aplaudió dos veces, limpiando los restos de nieve de los guantes-. Está loco… Tal vez por eso papá me dijo que debía ganarle en todo.
-¿Le harás caso? No conocemos a Malfoy.
-No lo haré –lo mira-, aún así me cae mal. Además, si mi papá hablaba de él así, por algo debe ser…
La conversación terminó luego de un corto, pero cargado silencio. Albus propuso una carrera al lago y ella aceptó, echándose a correr abriéndose paso entre la nieve.
La navidad estuvo bien. Sus padres le regalaron un enorme libro de Encantamientos avanzados, tía Ginny una snitch firmada por la buscadora de las Arpías de Holyhead y otras cosas que no recordaba con exactitud. Lo que todavía tenía en la memoria de esa navidad fue que Hugo se quedó dormido en su regazo, después de haber insistido en esperar a Santa Claus despierto. Hugo siempre había sido inocente, si creía hasta en el hada de los dientes hasta los diez años. Bueno, doce, pero le había hecho prometer que no le diría a nadie el secreto. Se veía feliz, casi un ángel. Y estuvo mucho tiempo acariciándole el pelo, pensando en que lo extrañaba mucho. Solo le quedaban tres años e iría a Hogwarts. ¡En tres años ella tendría catorce! Se preguntó cómo sería el futuro, y también se quedó dormida en la sala, con las luces del árbol de navidad bañándole el rostro.
Con la llegada de los exámenes finales del año, Rose se vio forzada a estar más tiempo en la biblioteca. Beth torcía los ojos cuando le decía que se sentía mareada y se ahogaba, y solo se sentaba ignorándola. Inevitablemente, como toda Ravenclaw, aprendió a respirar con normalidad y sentirse a gusto entre los estantes llenos de libros.
Una tarde le ayudaba a Albus con Transformaciones. Se le daba bien todo lo demás, pero cuando alguien le preguntaba cómo hacer que el ron o cualquier líquido se convirtiera en agua, empezaba a balbucear mal el hechizo y luego se quedaba callado sin saber qué decir.
La biblioteca rebozaba de estudiantes de todos los años, especialmente de primero y tercero. Repasaban la teoría, ya que practicar con varita sería algo catastrófico. Rose temía que su primo incendiara el lugar de lo contrario.
-Er, ¿esta silla está ocupada?
Albus y ella levantaron la vista. Scorpius Malfoy traía dos libros bajo el brazo y la mochila colgada en el hombro del otro.
-Sí –respondió Rose a secas. Albus arqueó una ceja-. Está ocupada.
Todas las demás mesas estaban llenas. Ellos se encontraban en una pequeña, en el pasillo de los ventanales que tenían vista al lago.
-Ah, está bien –hizo una mueca-. No quise molestar. Gracias, de todas maneras.
-Hay tres sillas. Dos ocupadas por nosotros, y la tercera, ¿por quién? ¿Por la Dama Gris? –Albus la miraba con extrañeza.
-Por nadie... No quiero estar con él.
-Se lo has dejado claro, créeme –bostezó-. Y de seguro solo quería llevársela para sentarse con sus amigos. No es como si quisiera estar contigo… Meh, que no sé por qué te cae mal. No me ha parecido un demonio o algo parecido.
-Oh, ahora es tu mejor amigo –casi se abalanzó sobre la mesa, para poder darle una palmada al libro-. Continuemos. Quiero ver un Extraordinario en el examen…
Albus empezó a quejarse de cuánto odiaba Transformaciones, mientras Rose miró el resto de mesas del sector. Malfoy no estaba en ninguna de ellas.
Por un pequeño instante se sintió mal. Le había mentido y ahora no tenía ningún lugar para estudiar. Más encima, estaba solo. En su lugar, ella se sentiría decepcionada y ni ganas tendría de abrir un libro.
Pero era un Malfoy, ¿no? Su padre odiaba al padre de Malfoy. Y como bien dicen, la manzana no cae lejos del árbol. Seguramente había aprendido a ser tan grosero por su progenitor. Malfoy debe tener un carácter horroroso, se dijo reformando su ímpetu de aversión con su persona.
Las idas a la biblioteca se hicieron más frecuentes. En especial cuando Rose se dio cuenta que realmente era un lugar lo suficientemente silencioso la mayoría del tiempo para hacer los deberes. Con la llegada de la primavera, todos se la pasaban en los jardines como si el interior del castillo los asfixiara. A ella no. De hecho, se sentía feliz en la biblioteca.
Un día adelantó faena. Terminó dos redacciones para la semana siguiente, afinó algunos detalles del mapa para Astronomía y completó un resumen de Encantamientos para el siguiente examen. Y no solo eso, sino que además tuvo tiempo de escoger tres libros (uno era el nuevo best-seller recomendado por El Profeta) y hasta pudo ordenar todos los apuntes de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Como cualquier persona que llevaba la mochila y manos llenas de todo este material, no tenía buena visibilidad. Ella tenía apenas once años. No veía nada de nada. Sus pestañas casi rozaban las gastadas hojas del enorme volumen de Teoría de la transformación transustancional.
Y por aquellas casualidades de la vida, justo debía chocar con alguien. Por coincidencia, esta persona iba caminaba de espaldas y por eso no la había esquivado.
-Malfoy –gruñó, viendo las hojas esparcidas en el suelo.
-Vaya, una sorpresa que seas la primera en hablarme –dijo, sin sonreír.
-¿A qué te refieres? –preguntó y lo miró. Estaba de pie, observándola sin hacer ninguna expresión-. ¿No me vas a ayudar?
Se puso de cuclillas, y tomó un par de hojas. Vio que era su redacción de Pociones y empezó a ver lo que había escrito para ordenarlas.
-¿Por qué? Fue tu culpa. ¿Quién lleva una torre de cosas para ser una ciega?
-No cabían todas en mi mochila –replicó.
-Duh, eres bruja. Podrías haber hecho algún encantamiento para que el interior se agrandara…
Simplemente suspiró, pero no dijo nada. Tenía razón. Podría haber hecho un encantamiento y así evitaría haberse convertido en un arma de choque en potencia.
Enojada consigo misma, empezó a juntar todo sin ordenar. Quería salir corriendo del lugar.
-Eres demasiado rara –Malfoy pronto le acompañó al suelo, y tomó la novela.
No lo miró. Todavía su cara se sentía caliente. Debía verse como un tomate rojo.
-¿Por qué? –inquirió antes de pensarlo dos veces.
-Porque primero pareces un pollito asustado al hablarme, después actúas en plan de guerrera y ahora… ¿Estudias Encantamientos un viernes en la tarde?
-Dame eso –le quitó la hoja-. Lo que haga o deje de hacer, no es tu asunto.
-¿Acaso siempre eres tan malas pulgas? -le tendió el resto de cosas de manera brusca, mientras se levantaba.
Ella le imitó, y se puso de pie.
Hacía un día precioso. El sol no quemaba lo suficientemente fuerte como en el verano, sino que se ocultaba detrás de algunas nubes por prolongados minutos, haciendo que la idea de recostarse sobre la hierba y dormir una siesta fuera muy tentadora.
Por unos segundos se distrajo viendo este panorama a través del ventanal.
Luego, miró al frente y vio a Malfoy. Todavía tenía los brazos extendidos, tendiéndole la mitad de lo que había estado por el suelo.
Las tomó con torpeza, sintiéndose de repente muy pequeña. Más pequeña que cuando tenía siete y James le jalaba el pelo para molestarla.
-Trata de de no ser tan… Rose Weasley la siguiente vez, por favor –dijo, entornando la mirada.
Aquella frase la iba a perseguir desde aquel momento. Era una de las que más usaba Scorpius para advertirle que se estaba comportando como una completa obtusa de mente o gilipollas, como se limitaba a añadir luego.
-Gra-gracias.
Eso fue lo que menos esperaba oír. Así lo dijo un par de años después, cuando conversaban sobre la evolución de su relación casi amistosa.
-De nada –respondió, levemente confundido.
Ambos se sonrieron con timidez.
Scorpius Malfoy no era tan malo, después de todo. Tal vez tuvieron un mal comienzo, y luego más malos momentos que fueron arruinando la imagen que tenían el uno del otro. Rose le confesó que pensaba que era un tío pedante y pesado, mientras que él admitiría que creía que estaba más chiflada que una cabra.
El resto del día, la pelirroja se lo paso en el exterior. Jugó snap explosivo con sus compañeros y con Beth conversaron mucho rato sobre quidditch.
Desde aquel día, saludaba a Malfoy en los pasillos y a veces se encontraban en la biblioteca. Él se sentaba a su lado o si era ella la que lo veía, le preguntaba qué hacía y se ayudaban mutuamente con los deberes o con las preguntas del examen que alguno tuvo antes que el otro.
De esta manera, Scorpius Malfoy se coló en su vida para nunca más irse.
N/A: Estas son viñetas para la Tabla Jane Austen de la comunidad de LJ vrai_epilogues. Pero más que viñetas, son capítulos que retratarán momentos específicos de Scorpius y Rose. Tal vez hayan leído mi otro fic de este pairing, "La reina de las manzanas", y ahora se pregunten qué ha sido esto. Aquí quiero ser más... realista. Que haya humor, tragedia, risas, lágrimas, indiferencia, intensidad; como es la vida misma. Así que por aquí tienen mi primer intento de hacer un trabajo más serio del pairing que más me gusta de la tercera generación.
El summary lo basé en la canción Friday I'm in love de The Cure, porque la he escuchado mucho últimamente y me parece la más apropiada para el fic en sí. Y para esta viñeta/capítulo, Lunes: Prejuicio, traté de ser lo más simple posible en cuanto a los diálogos. Traté de escribir cómo hablarían los personajes con once años, aunque lo narrado es más detallista porque es un flashblack, así que el estilo es más acertado. Y qué mejor que representar el prejuicio con Rose, que con aquella frase de Ron, "tienes que ganarle en todo", la hace perfecta para la palabra.
Muchísimas gracias por leer. Y si tomaron la molestia de hacerlo, también tómense el tiempo de dejarme sus impresiones en un review. Podría decir que dejando un review adelgazas o que salvas gatitos, pero en el fondo sabemos que me haces feliz. ¿Y qué mejor que hacer feliz a otra persona? :). Gracias de antemano.
Hasta la siguiente palabra Austen, adiós.
