Apuntes del Diario de un Caballero Sagrado
por Lucathia
Renuncia: La Leyenda del Caballero Sol no me pertenece y no obtengo ninguna ganancia por escribir esto.
Notas: Esta historia se sitúa unos meses después de que Juicio y Sol hayan tomado los puestos de sus maestros; es decir, unos 3 años antes del inicio de la serie. Fue escrito para 31days_exchange en livejournal, con el tema #10 de lovefujitez: "Quienquiera que sea, no tiene idea de lo mucho que me está haciendo enojar".
Primer Apunte en el Diario de un Caballero Sagrado: "Para Mantener Feliz al Caballero Sol, Atibórralo de Dulces."
–Sol, si sigues comiendo, vas a engordar –murmuré, viendo al amigo que no se suponía que fuera mi amigo devorar el pay de moras azules que acababa de entregarle. Y sí, hablo del pay entero y no sólo de una rebanada. Verlo engullir el pay como una boa le daría náuseas a cualquiera, pero yo había presenciado cosas peores. Supongo que desarrollé una especie de inmunidad al intenso antojo que Sol sentía por los dulces en el largo tiempo que llevábamos de conocernos. Era inevitable.
Mientras no estuviéramos en El Baño, donde desafortunadamente era el sitio donde atestiguaba la glotonería de Sol la mayor parte de las veces, podía ver a Sol atascarse de dulces.
Eso no evitaba que me dolieran los dientes. Miré el otro pay de mora azul en mi mano, y pensé De verdad no debí comprar esto. Un segundo pay no iba a salvarme de otro viaje a la tienda favorita de Sol en el futuro inmediato.
Cuando escuché pasos a lo lejos, borré la exasperación de mi cara.
–El estricto Dios de la Luz no se compadece de aquellos que sucumben a la glotonería –le dije a Sol sombríamente.
Debes cuidar tu figura.
Sol apenas hizo una pausa antes de tragar el resto del pay y sacó un pañuelo de su bolsillo. Elegantemente, tocó con suavidad las comisuras de sus labios, comportándose como si no acabara de devorar un pay entero, para cualquiera que lo viera.
Deslizando su pañuelo en su bolsillo, me dedicó una amplia sonrisa.
–El Dios de la Luz siempre se regocija de ver que sus hijos tienen un apetito sano.
Considerando que era Sol, lo que dijo no era ni remotamente tan embrollado como sus discursos normales. Sin duda, todavía estaba embriagado por el sabor del pay de moras azules de su tienda favorita, haciendo que sus palabras fueran más comprensibles de lo normal, aunque nunca me había sido difícil descifrar sus mensajes. Sabía que a muchos otros les dolía la cabeza al oírlo hablar, pero yo siempre lo entendí inmediatamente.
Esta vez no fue distinta. Sabía lo que quería decir Sol. También era la razón por la cual Sol me sonreía tan resplandecientemente, y por la cual jamás dudaba en atiborrarse de dulces siempre y cuando pensara que lo hacía con elegancia.
No hay ninguna "regla" sobre que el Caballero Sol coma poco o que no coma dulces, ¡así que toma esa!
Aunque estaba sonriendo apropiadamente, como uno esperaría del Caballero Sol, sabía que quería sacarme la lengua. Yo, por mi parte, quería suspirar aunque mi boca amenazara con esbozar una sonrisa que no debía ser.
Extendió su mano hacia mí. A pesar de que desapruebo sus hábitos alimenticios, le entregué el segundo pay de mora azul antes de que Sol me acusara de negarle sus dulces. Vi cómo su sonrisa se volvía genuina, con sus ojos brillando del deleite.
Si todos entendieran al Caballero Sol igual que yo, me temo que perderíamos la mayor parte de nuestros seguidores. Se necesita ser muy paciente o muy loco para aguantarlo.
Me pregunto qué dice eso sobre mí.
Estoy loco, me dije a mí mismo. Una semana después de que le diera a Sol sus pays de mora azul, lo sorprendí intentando escalar una pared. No era un ninja ni un asesino, así que no lo estaba haciendo espectacularmente bien. Quizá le habría ido mejor si la espada en su cinto no estuviera chocando con la pared estrepitosamente conforme ascendía. Las espadas no se llevaban bien con Sol, las estuviera usando o no.
Yo tenía más práctica en trepar paredes que Sol, gracias a sus incesantes súplicas de que le comprara pay de mora azul. Observé la pared analíticamente, notando los ladrillos salientes que habría usado como puntos de apoyo. Había escalado esta pared incontables veces durante mi entrenamiento, ayudándome del árbol joven que estaba a un lado. El árbol era ahora más alto que la pared, y sus ramas quedaban demasiado arriba para servir de ayuda.
Sol no estaba usando ninguno de los puntos de apoyo que yo había considerado.
–¿Qué haces? –llamé a Sol severamente. Por fin lo había encontrado. Su pelotón había estado frenético toda la mañana, decían algo de que su capitán estaba de Muy Mal Humor, y ahora no podían encontrarlo, aunque Sol debería supervisar su entrenamiento. Apenas llevábamos unos pocos meses en nuestros puestos, y Sol ya estaba eludiendo sus responsabilidades. El Pelotón del Caballero Sol, si es que no conocía la verdadera naturaleza de Sol, debía por lo menos saber qué tan engañosas eran su brillante sonrisa y su actitud benevolente. Unos pocos meses, no, unos días, era todo lo que bastaba para eso.
Había pasado toda la mañana siguiendo el rastro de destrucción de Sol. Tormenta había sido bombardeado con papeleo que le llevaría toda la semana, si no es que todo el mes; Flama había sido enviado a una misión, aunque acababa de regresar de una; Tierra estaba deprimido a causa de una montaña de pañuelos sucios que exudaban grasa; Hoja me había sonreído alegremente cuando lo interrogué, pero después oí de su pelotón que había disparado tantas flechas a su monigote de práctica que lo había dejado irreconocible. Los otros Caballeros Sagrados no habían salido mejor librados, e incluso el Papa no había escapado de la mala suerte repentina que había caído sobre todos.
Sólo había un factor común a todas las desgracias: Sol. Como líder de los Caballeros Sagrados, nos conocía a todos lo suficiente como para saber la mejor manera de frustrarnos. Sólo Hielo se había salvado de las jugarretas de Sol. Sol era lo bastante listo para saber que molestar a Hielo sólo le negaría el acceso a sus postres caseros. Aunque Sol no había aparecido en persona para ofenderme, el desorden que causó fue suficiente para frustrarme también.
–¡Juicio!
Sol, en vez de aterrado, parecía bastante feliz de verme.
–¡Ayúdame a comprar pay de mora azul! –pidió, desde lo alto del techo.
Crucé los brazos y lo miré fijamente. Él y yo sabíamos que le había dado pay de mora azul hace apenas una semana. Una semana no era tiempo suficiente para ameritar otro viaje a la tienda.
Sol hizo un puchero y probablemente habría hecho una pataleta si no estuviera sobre el techo.
–¡No entiendes! ¡Alguien (quienquiera que fuera, no sabe lo mucho que me hizo enojar) se comió mi segundo pay de mora azul! ¡Lo estaba guardando! Pensé que había sido Tierra intentando mortificarme, pero resultó que no fue él, así que fui e investigué a todos...
¿Por eso es que había creado todo este caos?
Eso fue lo primero que pensé. Lo segundo que pensé fue que, quienquiera que haya sido, sabría lo enojado que había puesto a Sol: sólo tenía que ver los problemas que Sol le causó a todos.
Me froté las sienes.
Debí haberlo supuesto.
Si no conociera a Sol tan bien, me habría sentido conmovido de que no sospechara que yo me comí su pay de mora azul, pero sabía que nunca me consideraría un sospechoso, no con lo mucho que me disgustan los dulces. En vez de eso, me impresionó el que hubiera logrado abstenerse de comer ese segundo pay en el instante en que se lo di.
También sabía que Sol estaba en el punto álgido de su furia por la forma en que apretaba los puños. No había forma de razonar con él cuando estaba de ese humor. Sabía que no debería consentirlo, pero Sol era Sol. Siempre se las arreglaba para convencerme, y temía que si no conseguía azúcar pronto, derrumbaría todo el templo con su rabieta.
–¿Sí sabes que ya somos oficialmente el Caballero Juicio y el Caballero Sol, verdad?
A pesar de mis "entrañables" recuerdos con esta pared que subí incontables veces por Sol, no había necesidad de que jugáramos a ser ninjas, no cuando ya podíamos ir a cualquier lugar que quisiéramos. La mayoría asumiría que estábamos patrullando, o en una misión.
Señalé con la cabeza en dirección a la puerta principal.
Sol parpadeó. Entonces, me sonrió mansamente. Se encaramó a la orilla del techo y se preparó para bajar. Por supuesto, su espada no se lo iba a dejar tan fácil.
Se tropezó.
Vi cómo caía dando volteretas. Giró en el aire como si estuviera bailando, con su cabello dorado dejando una estela de sus giros. Aterrizó suave y graciosamente, como si no acabara de tropezarse por culpa de su propia espada.
Sólo Sol podía hacer que caer se viera tan elegante. Quizá, si practicara trepar por paredes tanto como había practicado caer, se volvería grácil para eso también.
–¡Vamos, Juicio! –exclamó.
Aunque ahora podíamos ir a cualquier lado de la ciudad que quisiéramos sin tener que dar explicaciones a nadie, era raro ver al Caballero Juicio y al Caballero Sol juntos cuando no estaba pasando nada. En realidad, jamás se había visto. Antes que eso, el sol saldría por el oeste. Al menos eso pensaba el público.
Por eso era que una figura encapuchada me estaba siguiendo.
No pude evitar preguntarme si Sol tenía idea de qué tan sospechoso se veía en ese momento. Caminé entre susurros ahogados, con la multitud abriéndome paso antes de que lo pidiera. Nadie se atrevía a acercárseme. La atención que atraía tenía sus tintes de asombro y terror. Había visto que mi maestro era tratado de esta misma forma y me había preparado para ello, pero una vez que los había pasado, los susurros se volvían más altos. No tenía que volverme para saber que Sol era el blanco de sus cuchicheos.
–¡Juic- Lesus, ayúdame! –Sol me llamó desde atrás de una muralla de gente, que parecían querer interrogarlo.
Lo ignoré y continué avanzando hacia la tienda favorita de Sol. Aunque ahora estaba más exasperado que enojado, pensé que esta situación era un justo castigo después de toda la conmoción que había causado en la mañana por un pay robado.
–¡Lesus! ¡¿Cómo te atreves a dejarme atrás?!
Suspiré para mis adentros. Que Sol rezara porque nadie descubriera quién era, si quería mantener su imagen.
Una vez que llegamos a la tienda favorita de Sol, o mejor dicho, una vez que yo llegué a la tienda favorita de Sol (Sol todavía estaba bastante lejos), noté inmediatamente la multitud a la entrada del lugar. Era un espectáculo familiar, uno que veía cada vez que venía aquí, y nunca estaba seguro de que el gentío estuviera formando una fila o no. Me formé donde supuse que era el final de la fila.
–¿Aquí va la fila? –pregunté.
El hombre frente a mí, que estaba conversando con su amigo, se volvió con impaciencia. Pero su impaciencia se convirtió en pasmo cuando se dio cuenta de quién era yo.
–¡C-Caballero Juicio! –exclamó, abriendo los ojos como platos.
La muchedumbre se volvió al mismo tiempo, como un pelotón bien entrenado, para verme con asombro. Y entonces, como súbditos dándole la bienvenida a un rey, me abrieron paso. Me les quedé viendo, inexpresivo, pero no hice ningún comentario. No había forma de evitar esto una vez que me reconocían.
Caminé entre ellos e hice mi pedido.
–Dos pays de mora azul –dije. Sol me había rogado que comprara cinco, pero una mirada mía lo hizo reconsiderarlo; y yo sabía que un pay ni siquiera le duraría el viaje de regreso.
–¡En seguida, señor! –contestó alegremente el dueño de la tienda. Venía con tanta frecuencia, que ya no tartamudeaba al verme.
En cuanto dejé la tienda, el gentío bulló de agitación.
–Ése era el Caballero Juicio, ¿verdad?
–Vaya, de veras que es intimidante...
–Pero, ¿pay de mora azul?
Mientras me alejaba, me dije a mí mismo...
El Caballero Juicio no es famoso por su gusto por los dulces, pero gracias a Grisia... probablemente ahora haya rumores de que al Caballero Juicio le gusta el pay. Sobre todo el de mora azul.
Una vez más, dudé de mi salud mental por seguirle el juego a Sol.
Tras rescatar a Sol de la gente que lo había detenido, le entregué los pays de mora azul, lo que disipó inmediatamente su ira contra mí por haberlo dejado atrás. Emprendimos el camino de regreso al Templo Sagrado juntos, mientras Sol ronzaba uno de los pays de mora azul y comentaba que yo era un profesional en comprarlos. La gente nos veía con extrañeza, pero nadie se atrevía a abordarme aunque estuviera caminando con un encapuchado sospechoso.
Cuando llegamos a las cercanías del templo, me preparé para despedirme de Sol, ahora que su furia había sido calmada temporalmente. Todavía no sabíamos quién se había comido su segundo pay, pero ya debería haberlo olvidado, ahora que le había comprado más pays de mora azul, lo que me daba más tiempo para averiguar qué había pasado.
Obviamente, estaba subestimando enormemente la capacidad de Sol para guardar rencores cuando se trataba de sus dulces.
–Me pregunto quién fue –gruñó–. ¡Jamás lo perdonaré! Por su culpa, ¡tengo un pay de mora azul menos para disfrutar!
En ese momento, alguien se nos acercó desde la derecha, ahorrándome el tener que responder a las ridiculeces de Sol. Estaba listo para soltar mi sermón sobre la severidad del Dios de la Luz cuando me di cuenta de que el recién llegado era Hielo.
Hielo, tras encontrar a Sol, le entregó una pequeña bolsa inmediatamente, sin soltar palabra. Podía oler el chocolate que contenía desde donde estaba. El chocolate que Hielo preparaba para Sol era nauseabundamente dulce, preparado específicamente para el paladar extremo de Sol.
–Ah, ¿ya la rellenaste? –exclamó Sol, con su mirada iluminándose–. ¡Pensé que te tomaría más tiempo!
Nada más terminó de hablar, Sol tomó rápidamente la bolsa de las manos de Hielo, como si temiera que fuera a cambiar de idea.
–¡No es que me queje ni nada de eso!
Este intercambio no tenía nada de anormal, ya que Hielo preparaba dulces para Sol con frecuencia, pero después de haberle dado sus chocolates, Hielo siguió ahí, sin dar muestras de querer irse. Seguí su mirada inexpresiva y descubrí que estaba fija en el pay de mora azul en la mano de Sol. Y sí, sólo quedaba uno. El primero ya había sido destruido por completo y reposaba en el estómago de Sol.
Hielo se acercó a Sol, haciendo que parpadeara.
–¿Qu-...? –comenzó a decir Sol, desconcertado por la cercanía de Hielo.
Antes de que pudiera decir nada más, Hielo empezó a olisquear el pay.
Yo parpadeé también.
Entonces supe lo que le había pasado al anterior pay de mora azul de Sol.
–Bien, éste no está caduco –murmuró Hielo.
¿Qué...? ¡¿Qué le hiciste a mi pay, Hielo?!
Aunque estuviera protestando, no había nada que Sol pudiera hacer para tomar represalias contra Hielo, a menos que estuviera dispuesto a vivir sin los postres que Hielo le preparaba especialmente.
Hielo sólo se le quedó viendo, sin cambiar su expresión. No tenía que decir nada. ¿El pay de Sol? Seguro lo tiró a la basura. La comida caduca era tabú para Hielo.
Si yo fuera dado a reír, éste sería el momento. Ya que sólo estábamos nosotros tres presentes, pensé que estaba bien que admitiera que sí, soy dado a reír cuando no estoy en público. Me dejé llevar por la sensación rara y persistente que me estaba invadiendo, una que a veces se posesionaba de mí cuando estaba en presencia de Sol.
Me reí por lo bajo.
Sol me frunció el ceño, lo que era totalmente inapropiado para el radiante Caballero Sol.
Ah, si la gente supiera cómo somos en realidad.
Fin
N/A: Titulé este fic siguiendo la misma línea de los nombres de las novelas, ¡pero planeaba desde el principio que esto fuera un one-shot! Si llegara a haber más capítulos después de esto, lo más probable es que cada capítulo trate de distintos caballeros.
También consideré llamar a esto "Pay de mora azul", je.
¡Gracias por leer!
N/T: Sí, sí lo hizo. Todo.
