- Te odio.

- Yo también te amo.

A pesar de que el día era hermoso y soleado, para él, era un día horrible y por supuesto que lo era. Sería una estupidez decir que era un día feliz porque, para Sasuke Uchiha, era todo lo contrario. Todavía podía escuchar los berridos de Naruto cuando, al fin, pudo convencerle de volver a pisar la tierra en la cual juró no volver a vivir. Cabe agregar, que no lo hizo de una forma muy amable y ambos salieron muy, muy mal parados. Aunque, después de todo, él no se hubiese dejado por las buenas.

Sasuke era inteligente y sabía que ahí no era bien recibido, podía sentir cómo las enfermeras le inyectaban con más fuerza de lo normal, solo para ver cómo su rostro se contraía del dolor.

Perras.

Y ahí, en la cama de al lado, Naruto jugaba tal cual niño de 13 años, completamente recuperado gracias a las poderosas capacidades curativas del Kyuubi. Naruto, el muy desgraciado, no sentía ni un poquito de empatía por su estado. De hecho, a pesar de contar con perfecta salud desde hacía dos días, el idiota seguía restregándole en la cara que él se tenía que mantener a punta de suero en esa estúpida cama de hospital.

Lo odiaba, claro que sí, lo odiaba más que nunca.

Pero había algo que odiaba más que al mismo Naruto, y era esa extraña sensación de que te falta el aire. Lo extraño era que eso solo sucedía cuando Naruto invadía su espacio personal. En otras palabras, invadiendo su cama cuando él dormía, acostándose en ella cuando le daba la gana, dándole personalmente la comida cuando la enfermera salía por la puerta y él, casi bailando, se acercaba. La primera vez, se negó rotundo; escupía la comida o simplemente no la tragaba, pero Naruto Uzumaki no era Naruto Uzumaki por nada.

- ¿Sabes qué, Sasuke?

No contestó.

- Te quiero mucho.

Ese día de verano, en una camilla de hospital, luego de años de no mostrar sentimientos... Sasuke sonrió.