Nota: One Piece y todos sus personajes son propiedad de su autor, Eiichiro Oda.


El Sombrero de Paja - Especial de Halloween

Noche 1


─ ¡Umi! ¡Umi! ─ los gritos de una madre enfurecida retumbaban cerca de los acantilados. Hacía poco tiempo que estaban en esa isla y aún así su pequeña hija de sólo siete años ya se conocía todos los rincones y escondites habidos y por haber. Sobre todo porque siempre los necesitaba tras haberse mandado alguna travesura. ─ ¡UMI! ─ vociferó. Nami traía el cabello desacomodado, un short azul gastado, una camisa de mangas largas a cuadros verdes y blancos, que llevaba abierta y arremangada, y debajo una bikini blanca. Estaba descalza sobre la arena blanca de aquella isla de verano.

─ ¡No voy a bajar! ─ se escuchó la voz infantil de una muy berrinchuda Umi, la cual parecía provenir desde arriba. Por lo tanto Nami alzó la vista hasta casi caer al suelo. Sus ojos se abrieron mucho tras la impresión de ver a Umi colgada de la rama de un árbol, sosteniéndose solamente con las piernas, cabeza abajo. El árbol estaba arraigado sobre el borde del acantilado, y sus ramas caían hacia el vacío. Más abajo las piedras y el mar. Nami arrugó el ceño y se cruzó de brazos, haciendo que su busto se levante.

─ ¿Qué es lo que estás haciendo allí? Baja inmediatamente, es peligroso ─ le pidió, regañándola.

─ No quiero ─ Umi se cruzó de brazos. ─ Siempre quieres que vaya a la casa justo cuando comienzo a divertirme

─ Tengo que ir a la oficina, debemos volver ─ Nami relajó la expresión. A veces su hija lograba sacar lo peor de ella. Sonrió con tristeza recordando a Luffy, eran endemoniadamente iguales. Hasta en eso.

─ Me quedaré jugando aquí en la playa ─ abrió los ojos y dejó ver un lado tierno y suplicante. La navegante suspiró con resignación.

─ Está bien, pero no te metas en problemas ─ Umi sonrió y Nami también.

Después de que su madre se fue, bajó del árbol. Se acomodó la ropa. Llevaba una musculosa roja y un short azul. Su cabello negro lo llevaba sostenido en una trenza. Tenía sus infaltables ojotas.

Corrió hacia el pueblo. Moría de ganas por ver los preparativos para la noche de Halloween, que sería esa misma noche. Estaba entusiasmada, sería su primer Halloween, ya que en las islas anteriores en las que había vivido no se festejaba. Caminaba tranquilamente por las calles del pequeño pueblo con curiosidad. Los pobladores eran gente tranquila, en su mayoría granjeros, y la principal actividad del lugar no era la pesquera ─como la mayoría de los lugares que habitaban ellas dos─, sino la agricultura.

─ Oi, viejo ─ llamó Umi. Se dirigía a un granjero de cabellos blancos y ojos pequeños, con una mirada amable. El hombre estaba encorvado trabajando sobre su plantación de calabazas. Levantó la vista para observar a la pequeña niña, que sabía era nueva en el pueblo.

─ Hola, Umi chan ─ la saludó. ─ ¿Qué estás haciendo sola por aquí? ─ preguntó y se acercó al alambrado. ─ Es peligroso que una niña ande sola por estos lares, más siendo hoy Halloween ─ el tono del hombre cambió por uno más serio y preocupado. La pequeña Umi se acercó a él y trepó en el alambre, quedando a su misma altura.

─ Soy muy valiente y sé cuidarme sola ─ aseguró con su ceño fruncido. El anciano seguía serio.

─ Eso lo dices porque no conoces al descabezado ─ Umi alzó las cejas.

─ ¿Descabezado? ─ preguntó. El hombre profundizó su mirada.

─ ¿No conoces al espantapájaros sin cabeza? ─ ella negó con la cabeza.

─ ¡Señor Wilson! ─ la voz agitada de un niño distrajo al anciano, que corrió su vista hacia el camino. Umi hizo lo mismo, algo molesta por la interrupción. Se había quedado muy intrigada con el asunto del espantapájaros. ─ ¡Señor! ─ bajó la voz. El niño era un par de años mayor a Umi, con su rostro amable. El cabello era castaño, corto en la parte de atrás, y más largo adelante. Caía de lado cubriéndole el ojo izquierdo. Su piel era blanca y sus ojos color miel. El señor Wilson sonrió levemente, haciendo que sus ojos se entrecerraran.

─ Bienvenido, hijo ─ le dijo afectuosamente.

─ ¿Podría prepararme el encargue para esta tarde? ─ preguntó ignorando completamente a Umi que lo miraba con fastidio.

─ Esta vez estás mucho más grande. Ha pasado tiempo desde que vinieron la última vez ─ comentó.

─ Lo siento ─ se disculpó el niño haciendo una reverencia. ─ Disculpe las molestias, señor Wilson, pero mi madre está apurada por llegar al Grand Line ─ explicó aún viendo el suelo. ─ La última vez pudimos quedarnos unos días, pero esta vez tenemos prisa

─ No te preocupes, dile a tu madre que para esta tarde tendrá preparado lo de siempre ─ el anciano miró a Umi, y vio su enojo. ─ ¿Por qué no le muestras a esta niña la chacra? Es nueva en el pueblo

─ No quiero ─ dijo Umi. ─ Quiero que me diga lo que iba a decirme, viejo

─ No debes decirle así al señor Wilson ─ la regañó el niño.

─ Tu no me digas qué hacer cuando ni siquiera saludaste ─ se cruzó de brazos y llevó sus ojos a los del granjero que estaba de lo más divertido con la situación.

─ Está bien, está bien, les contaré la historia ─ el niño también mostró interés en la historia que el hombre contaría. Ambos se acercaron. ─ Vengan, entren

El señor Wilson los llevó a la sombra de un gran árbol y les sugirió que se sentaran. Umi lo hizo con las piernas cruzadas y el niño, un poco más alejado, bien derecho y con clase. El anciano trajo consigo una vieja silla de madera con paja, que rechinó cuando se sentó. Su rostro amable se tornó sombrío de un momento a otro, y ambos niños quedaron mudos e hipnotizados mirándolo detenidamente.

─ Hace unos cuantos años, mi bisabuelo era dueño de casi todo el pueblo. Vivía en la casa donde ahora vive el alcalde ─ hizo una breve pausa mientras dedicaba su mirada a Umi. ─ Él tenía una enorme plantación de calabazas, mucho más grande que la mía. Las calabazas crecían por todos lados, incluso en medio de las casas ─ sonrió. ─ Y también tenía un gran espantapájaros. Lo había hecho con su ropa, como de dos metros de alto. Sus brazos estaban estirados y abiertos. Como cabeza tenía una calabaza calada, sonriente y también traía un sombrero de paja

─ Pero ese espantapájaros si tiene cabeza ─ refutó algo enfurruñada Umi, cruzándose de brazos dejando ver un capricho.

─ Todavía no termina ─ respondió tranquilamente el hombre. ─ Una noche de Halloween, los niños del pueblo quisieron hacerle una broma al señor Wilson, mi bisabuelo, y robaron la calabaza que el espantapájaros tenía por cabeza ─ su voz sonaba cada vez más tétrica. El niño se había acercado un poco y estaba arrodillado junto a Umi. ─ Al día siguiente mi bisabuelo, notando la broma, pensó que lo mejor era no volver a colocarle una cabeza de calabaza, y entonces dejó al espantapájaros sin una, colocando sólo el sombrero

─ ¿Qué tiene de emocionante eso? ─ preguntó Umi, interrumpiendo nuevamente.

─ A partir del siguiente Halloween, todas las personas, sean niños, adultos o ancianos, al pasar cerca del lugar donde estaba el espantapájaros, sentían cómo su cabeza quería ser arrancada de su cuerpo y su sombrero volaba por los aires, tan alto y tan lejos que jamás los podían volver a encontrar

─ ¡Señor Wilson! ─ una mujer de mediana edad, ataviada con jardinero y botas, se acercó corriendo. ─ Debe venir de inmediato, hay un problema ─ el anciano les sonrió a los niños, que lo observaban algo confundidos.

─ Debo irme, espero tengan feliz Halloween ─ se puso de pie. ─ Ah ─ dijo dirigiéndose al niño. ─ Y dile a tu madre lo que te dije

Cuando el señor Wilson se fue, Umi y el niño se quedaron por unos cuantos segundos en silencio, inmóviles, pensando en la historia que les había contado el hombre. ¿Sería cierta? Tenía mucha pinta de ser un engaño. Umi frunció el ceño y se cruzó de brazos.

─ Fue un fiasco ─ dijo en voz alta.

─ Debería regresar con mi madre ─ comentó el niño. ─ Adiós

─ Espera ─ Umi volteó. Si dejaba que él se fuera, todo se volvería muy aburrido. Los niños del pueblo no querían jugar con ella. Además, todos eran muy raros y este niño, a pesar de haberle parecido maleducado en un principio, le agradaba.

─ ¿Qué quieres?

─ ¿Por qué no vamos a averiguar más sobre esta leyenda? ¿Tienes algo qué hacer? El viejo te dijo que tendría tus cosas para la tarde ─ el niño levantó los hombros, restándole importancia.

─ Está bien ─ dijo. ─ Mi madre está en sus asuntos ─ suspiró con desgana.

Caminaron preguntando a la gente del pueblo sobre la historia aproximadamente por una hora. Ninguno podía darles más información de la que el viejo les había dado. Estaban hambrientos y decepcionados.

─ ¿Dónde está tu casa? ─ preguntó Umi, quizá podrían ir y comer algo, ¡se moría de hambre!

─ En el mar ─ dijo él. Umi se sorprendió.

─ ¿En el mar?

─ Vivo en un barco, mi casa está muy lejos, en el Nuevo Mundo

─ ¡¿Tan lejos?! ─ gritó Umi, haciendo que unas mujeres que acomodaban una guirnalda de luces volteara a verlos. ─ ¿Y qué estás haciendo aquí en el East Blue?

─ Acompaño a mi madre ─ dijo con simpleza y restándole importancia. ─ ¿Y tú? ¿De dónde vienes?

─ Nací en Cocoyashi ─ comentó, volviendo su vista a un puesto de helados. ─ Pero mi madre se muda todo el tiempo por trabajo ─ comenzaba a babear. ─ Entonces vivimos un poco en cada sitio

─ ¿Quieres helado? ─ el niño arqueó una ceja con asco, viendo la baba bajar desde la comisura izquierda de la boca de Umi al suelo. Ella asintió con la cabeza, casi hipnotizada. ─ Tengo algo de dinero, compraré

Él caminó hacia el puesto y Umi, como despertando de un letargo, reaccionó con un grito de felicidad y corrió detrás de él. El heladero era un hombre joven, de baja estatura y mirada amable. Sonrió al ver a la pequeña Umi acercarse con tanta alegría, pero arrugó la nariz al ver al niño.

─ ¿Otra vez vienes a timarme? ─ preguntó con un tono de voz poco amable. Umi, que había recién llegado, no comprendía por qué el hombre del helado, que antes había sido tan amable con ella, estaba tan serio. Parecía enojado.

─ No ─ el niño afinó la mirada. ─ Quiero dos helados de chocolate ─ dijo secamente, sin mirar al hombre. Sintió que Umi lo tomaba de la mano.

─ ¿Cómo sabías que quiero de chocolate? ─ preguntó curiosa. Y el niño sonrió de lado, pero no respondió.

─ La próxima vez no te salvarás ─ lo amenazó el hombre.

─ Señor, ¿conoce la leyenda del descabezado? ─ la pregunta hizo que el heladero se distraiga y tire al suelo una bocha de helado. Arrugó otra vez la nariz con algo de disgusto. Miró a Umi con seriedad.

─ Por supuesto, pero esa no es historia para niños miedicas ─ dijo con sorna, mirando de reojo al niño.

─ ¡Somos muy valientes! ─ aseveró Umi, colgándose de la heladera para ver mejor al hombre.

─ Está bien ─ le dio su helado, habiendo colocado la segunda bocha de chocolate sobre el cucurucho. Umi lo tomó con estrellas en los ojos y se sentó en una de las banquetas blancas que estaba frente al mostrador. ─ No soy yo el que puede decirles ─ susurraba mientras servía el helado para el niño. ─ Sino el señor Frank

─ ¿El viejo de las antigüedades? ─ el hombre del helado arrugó el ceño.

─ El señor Frank ─ repitió con molestia tras lo que había dicho Umi.

Después de tomarse el helado y de lavarse un poco la cara, tras las protestas del niño ─jamás acompañaría a una niñata toda sucia de helado a ningún sitio─ fueron por la pista a la tienda de antigüedades del señor Frank. Al entrar, un vaho espantoso se sintió de golpe. El lugar estaba atisbado de objetos lúgubres y viejos, cubiertos de polvo y telarañas. Umi iba al frente, seguida por el niño. Ninguno de los dos mostraba ni una sola pizca de temor.

Al llegar junto al mostrador, no se sorprendieron de ver al señor Frank, un anciano casi sin dientes ni pelo, fumando en su pipa, mientras leía una revista muy vieja. Él les sonrió, sosteniendo la pipa entre los labios. Umi también sonrió con su enorme sonrisa, mostrando que le faltaban algunos dientes de leche, mientras el niño se cruzó de brazos con fastidio.

─ Sé a lo que vienen ─ dijo el anciano. ─ El descabezado los buscará a ustedes si lo molestan ─ sus ojos se ensombrecieron.

─ Es que quiero saber más, quiero saber dónde estaba, y por qué ataca a las personas ─ se iba acercando al viejo conforme decía todas esas cosas con entusiasmo, y se trepaba al mostrador. ─ ¡Quiero verlo! ─ terminó gritando. El niño rodó los ojos.

─ Lo único que tengo es una fotografía ─ dijo, levantándose con pesar de su silla, que rechinó.

─ ¿Una foto? ─ al fin el niño dijo algo. El viejo sonrió aunque ellos no podían verlo. Buscó entre algunos libros sobre un estante detrás del mostrador y sacó un álbum de fotos, forrado en cuero, muy gastado y maltratado.

─ La casa del señor Wilson fue quemada por una pandilla mientras él aún estaba vivo. No vivía allí, vivía con su hijo en la actual chacra Wilson ─ aclaró. ─ Pero el espantapájaros se quemó en el incendio

─ ¿Eso quiere decir que la casa del alcalde no es la misma casa donde vivió el viejo?

─ No, no lo es. La construyeron sobre los escombros de la antigua casa ─ respondió el señor Frank con una sonrisa extraña, entregándole la fotografía a Umi. El niño se acercó para verla. Se podía ver a un hombre de mediana edad, ataviado con ropa de campo, sosteniendo un tridente. Detrás de él, había un árbol y junto a este un espantapájaros con una calabaza tallada por cabeza.

─ ¡Ahí está el espantapájaros! ─ Umi infló los cachetes. ─ Pero tiene cabeza…

─ Luego de que tomó esa fotografía, en el siguiente Halloween, la cabeza del espantapájaros desapareció ─ suspiró profundamente. ─ Los pobladores contaban que el descabezado atacó a los niños que le arrebataron su cabeza ─ se acercó a ellos con los ojos muy abiertos. ─ Si se meten con él hará lo mismo con ustedes ─ Umi tragó saliva y el niño arrugó el ceño. Era sabido que el viejo quería asustarlos, pero no lo lograría.

─ Gracias, señor ─ agradeció el niño con una leve inclinación. ─ Vámonos Umi san ─ dijo, tomándola por la mano y guiándola hacia la salida. Ella se llevó la fotografía. No dijo palabra durante un rato.

Caminaban uno junto al otro en silencio. El sol comenzaba a bajar del cénit. Hacía calor. El niño observaba de reojo a Umi, que a simple vista estaba muy cabreada. ¿Por qué no podían saber más sobre el descabezado? Ella quería verlo. Ella definitivamente quería verlo.

─ Oi, ¿hoy es Halloween? ─ preguntó con un tono extraño.

─ Si ─ la respuesta del niño fue rápida. Tenía una leve impresión de lo que ella le diría.

─ En esta fiesta, ¿todos se disfrazan de cosas de terror? ─ él asintió con la cabeza. Se habían detenido bajo la sombra de un gran árbol. ─ Entonces nos disfrazaremos del descabezado y descubriremos si esto es cierto

─ Yo me voy esta tarde ─ dijo él con calma.

─ ¿Qué? Es cierto ─ ella estaba más molesta que antes. ─ Lo dijiste

─ Pero podría pedirle a mi mamá que nos quedemos por esta noche, a festejar Halloween ─ Umi levantó la vista hacia él y pudo ver una gran sonrisa adornando su rostro. Ella también sonrió con emoción.

─ ¡Si! ¡Te ayudaré a llevarle el encargue a tu mamá y le diremos! ─ el rostro del niño se ensombreció de pronto.

─ No ─ fue cortante. ─ Nadie puede ver a mi mamá

─ Está bien, nos encontraremos aquí cuando anochezca ─ Umi miró a los lados. ─ Esa es la casa del alcalde ─ miró la fotografía. ─ Más o menos… ─ la dio vuelta para todos lados. El niño se la quitó de las manos y la observó detenidamente.

─ A ver ─ dijo y dio unos pasos hacia atrás. ─ Aquí ─ señaló un punto en el suelo cerca del árbol. ─ Ese debe ser el lugar donde estaba el espantapájaros ─ Umi abrió desmesuradamente los ojos. Se abalanzó sobre la verja y se subió, mirando con curiosidad el lugar.

─ Ahí no hay nada ─ dijo con decepción. El niño soltó la carcajada.

─ ¿No escuchaste lo que dijo el señor Frank? Todo se quemó, por eso no queda nada

─ Bueno ─ se bajó. ─ Entonces sólo queda esperar a la noche


Cuando oscureció, Umi se encontraba debajo del árbol tal como habían quedado con el niño. Sólo entonces, en la soledad, se había dado cuenta de que no le había preguntado el nombre. Era un niño extraño. Su cabello castaño y sus ojos miel eran muy hermosos, casi tanto como los de su madre. Pensó que podría tener unos diez u once años por su altura, era bastante más alto que ella. Eso sin contar que era muy elegante y llevaba ropas de calidad. Suspiró cansada, sentada sobre la verja, mirando la ropa que había podido conseguir para el disfraz. Sólo esperaba que él fuera, sino no sería tan divertido y emocionante.

Un ruido la alertó. Cuando volteó no vio nada. Tragó saliva. ¿Y si realmente el descabezado la estaba buscando por hurgar en su pasado? Bajó de la verja y se hizo un poco hacia atrás, pudiendo tener una mejor perspectiva del lugar. Mientras caminaba, se topó con algo que la hizo gritar.

─ Calma ─ dijo la voz que había conocido en la mañana. ─ Sólo soy yo ─ ella se ruborizó y giró para ver al niño. ─ ¿Tienes miedo?

─ ¡Claro que no! ─ dijo rápidamente, alejándose. ─ Mira ─ le mostró lo que había conseguido. Una camisa gastada, unos pantalones anchos y un sombrero de paja muy rotoso.

─ Es perfecto

El niño sugirió que lo mejor sería que cargara a Umi sobre sus hombros y que ella llevara la camisa y él los pantalones. Y así lo hicieron. Al terminar de colocar el estropeado sombrero sobre la camisa, que le tapaba completamente la cabeza a Umi, intentaron moverse, logrando una coordinación extraordinaria.

─ Muy bien ─ dijo él. ─ Ahora a buscar al verdadero

Se acercaron a la casa del alcalde con cautela. No pretendían ser reprendidos por estar allí. Ambos sonreían. La adrenalina que sentían era muy satisfactoria para ambos. El niño podía comprender cómo se sentía su madre al ir de misión a algún lugar peligroso. Sabía que no era lo mismo, pero tratar con un espantapájaros viviente era muy emocionante.

─ ¿Tu madre sabe que estás conmigo? ─ susurró Umi luego de un rato de estar escondidos detrás de una pared.

─ No ─ dijo él. ─ Le dije que iría al pueblo a ver el festival ─ ella rió.

─ Le dije lo mismo a mi mamá ─ ambos carcajearon queriendo no hacerlo para no llamar la atención. De pronto oyeron un ruido fuerte que los sobresaltó.

─ ¡El sombrero! ─ gritó Umi, intentando en vano tomar el sombrero que pareció desvanecerse en el aire. El niño levantó la camisa para poder ver mejor, notando que el sombrero parecía volar entre los árboles, acercándose más y más al centro de la ciudad. Comenzó a correr, sosteniendo las piernas de Umi firmemente, mientras ella acomodaba como podía la camisa para que no se viera su cabeza salir por el cuello de esta.

Siguieron el sombrero a través de todo el camino que recorría el centro del pueblo. Pasaron junto varias personas, disfrazadas de distintas formas: brujas, gnomos, serpientes, búhos, murciélagos, hechiceros, y una larga lista de criaturas cada cual más tenebrosa. El sombrero viró en una esquina y para cuando ellos llegaron había desaparecido.

─ ¿Qué es este lugar? ─ susurró Umi al darse cuenta de que se habían alejado bastante del tumulto y se habían escurrido en una propiedad abandonada.

─ No lo sé, tu eres la que vive en este pueblo ─ el niño hizo un movimiento con los hombros que desestabilizó a Umi. Ambos cayeron al pasto seco. Umi se raspó la rodilla y el niño la mano. ─ ¿Estás bien? ─ dijo rápidamente él, incorporándose al instante, intentando esconder el raspón de su derecha.

─ Si ─ Umi se sobaba el trasero mientras intentaba ponerse de pie con el rostro mostrando dolor. Sangre había comenzado a brotar de su rodilla.

─ Creo que no ─ el niño se acercó a ella y se acuclilló, inspeccionando la rodilla de ella.

─ Que estoy bien ─ se puso de pie, empujándolo sin querer. El niño quedó sentado en el suelo y por primera vez Umi pudo ver ambos ojos. Sonrió al notar que sus cejas eran raras.

─ Será mejor que volvamos

─ Ni lo sueñes ─ dijo ella, pasando de él, adentrándose más en la propiedad. Todo estaba oscuro.

─ No tenemos con qué alumbrarnos ─ dijo. ─ ¿Cómo vas a ver si el descabezado está ahí? ─ de pronto se escuchó un fuerte sonido, como de latas cayendo. Umi se tensó. El niño se acercó a ella y la tomó por el hombro con la mano izquierda. Ella dio un nuevo paso al frente y unas cuantas decenas de murciélagos le pasaron rozando la cabeza. Ambos se agacharon, cubriéndose la cabeza.

─ ¡Kya! ─ gritó Umi.

─ ¡Fuera! ─ la voz era fuerte y oscura, áspera, como si no hubiese hablado por años. Ambos tragaron saliva en seco. No se atrevían a moverse, ni siquiera habían bajado sus brazos. Un nuevo sonido de latas los puso en alerta. Los dos se pusieron de pie como resortes. ─ ¡Déjenme en paz! ─ la voz volvió a gritar.

─ Vámonos ─ susurró el niño.

─ No ─ ella estaba empecinada en ver al descabezado y no se iría de allí habiendo tenido semejante oportunidad. Dio un paso al frente. Una sombra se posó delante de ellos. Llevaba ropas viejas y rotosas, sus brazos estaban abiertos. No pudieron ver mucho más, sólo que no tenía cabeza que sostuviera su sombrero, que era exactamente el que ella había encontrado y estaba usando hacía unos momentos. El niño tomó a Umi por la mano con su mano ensangrentada y tiró de ella, pero no logró moverla. Estaba paralizada mirando la sombra que estaba a escasos centímetros.

─ ¡Umi! ─ gritó. ─ ¡Despierta! ¡Tenemos que huir! ─ lo siguiente que oyeron fue un nuevo ruido de latas. Y luego silencio y oscuridad.


Abrió los ojos con pesadez, descubriendo los ojos curiosos de su madre. Se sentó, notando que estaba debajo del árbol donde se había encontrado con el niño ─del que aún no sabía el nombre─. El sol estaba asomándose en el horizonte. Junto a Nami, se encontraba el señor Wilson, que traía un enorme pastel de calabaza.

─ ¿Por qué no regresaste a casa para dormir? ─ preguntó Nami fingiendo enfado. ─ No deberías haberte quedado dormida bajo este árbol, podrías coger un resfriado ─ la regañó.

─ P…pero ─ balbuceaba. No comprendía cómo era que había llegado allí después de lo sucedido con el descabezado. ─ El descabezado

─ Ya basta con eso ─ la calló. ─ Mejor vamos a casa a desayunar ─ la levantó de las manos. Umi se miró la rodilla, que estaba apenas raspada. No había rastros de sangre, ni manchas en ningún lado. Estaba atónita. No comprendía qué había sucedido. Se dejaba llevar por Nami pensando en el niño. Le hubiese gustado saber su nombre.


En el horizonte se podía divisar una gran carabela azul. Un niño de cabello castaño se removía molesto en la cama. La ventaba estaba abierta y se podía ver la cubierta del barco. Allí una mujer hermosa, que llevaba un vestido de gaza celeste de mangas cortas amarrado en la cintura, conversaba con otra mujer de cabello color oliva. Cuando giró, cayó de forma estrepitosa sobre las maderas del camarote. Las mujeres voltearon a ver.

─ Estoy bien ─ se escuchó, y ellas continuaron su charla. El niño se sentó y observó sus manos. La derecha tenía algunas magulladuras y raspones, pero nada grave. Miró hacia el espejo que tenía en frente. Su reflejo era normal. Llevaba su pijama azul, como siempre. Pero, había algo que no estaba bien. ¿Cómo había vuelto al barco? Salió de la habitación por la ventana, aún sin siquiera cambiarse o lavarse y corrió junto a las mujeres. ─ ¡Mamá! ─ gritó con desesperación. La mujer castaña se acuclilló frente a él.

─ ¿Cuál es el problema, Dai chan? ─ le dijo con amabilidad y dulzura.

─ ¿Hace cuánto partimos? ─ preguntó percatándose que ya hacía un par de horas desde que había amanecido. La mujer se sorprendió por la pregunta.

─ Después de que trajiste el encargue del señor Wilson ─ arrugó el ceño. ─ ¿Qué pregunta es esa? ─ le removió el cabello. Él se dejó hacer para luego ponerse de pie y volver a su habitación. Al entrar, vio al pie de la cama el sombrero de paja que Umi llevó para terminar el traje del descabezado. Lo tomó entre sus manos.

─ Umi