Disclaimer: Ninguno de los personajes de Full Metal Alchemist me pertenece.

1/9 - Número de capítulo en relación al total de la historia.

¡Hola a todos! ¿Cómo están? Espero que bien. Bueno, dije que iba a volver -para quienes leyeron la anterior historia- con dos nuevas historias de esta pareja y ésta es una de ésas. Me tomó algo de tiempo, porque tuve que rendir un examen de la universidad en el proceso y tuve que ceder mis ganas de escribir esos días en pos del estudio (al menos aprobé =D), pero acá está. Para los que no lo saben, o no leyeron nunca ninguna historia que yo haya escrito, o simplemente porque recordar nunca es malo, yo actualizo mis historias todos los días. Un capítulo al día, y esa es una promesa que cumplo al pie de la letra. Así que, ya dicho eso, quería agradecerles de antemano a todos por darle una oportunidad a mi humilde historia. Gracias. Y apreciaría también, mucho, que me hicieran llegar su opinión o crítica; así puedo mejorar. En fin, otra vez, ¡gracias! Ojalá que este primer capítulo les guste... ¡Nos vemos y besitos!

Pd: La historia se ubicaría tras el final del Manga, del Anime Full Metal Alchemist Shintentsu ó Brotherhood y puede tener referencias también a OVAs de este segundo Anime y algún que otro Gaiden. Así que puede haber Spoilers (!). Dicho eso, no los/las molesto más. Y espero que el largo de los capítulo no los espante... =)


Redención


I

"Ámbito de lo abstracto"


Hacía una considerable cantidad de tiempo que se encontraba allí, ¿cuánto exactamente?, no tenía la menor idea. Pero era conciente de que hacía bastante ya, porque afuera ya había anochecido completamente –desde que había regresado del cuartel y a su casa- y cuando se había dejado caer por primera vez en la silla –de la cual no había vuelto a levantarse- no había necesitado encender ninguna luz para iluminar el ambiente. No realmente. Ahora, por otro lado, sería una buena idea hacerlo dado que se encontraba en la penumbra de su sala, y desde hacía un tiempo ya. Bajo la única luz tenue que provenía de la siguiente habitación. Y aún así, no podía obligarse a ponerse de pie y hacerlo. Estaba en ese humor, después de todo, y sinceramente no tenía demasiados deseos de moverse.

Por lo que simplemente continuó sentado en el exiguo iluminado lugar, con su ancha espalda contra el respaldar de la silla y los hombros ligeramente encorvados hacia delante. Codo izquierdo acomodado perezosamente sobre el respaldar también, mientras que con el derecho –extendido hacia el frente- tamborileaba sobre el bajo y ancho vaso de cristal. Distraído. Golpeteando con sus yemas el objeto cilíndrico, mientras cómodamente cruzaba una pierna sobre la otra. Apoyando, el tobillo de su pierna izquierda sobre la rodilla derecha, formando una figura similar al número cuatro.

Soltó un denso suspiro, enroscando finalmente los dedos alrededor del vaso y observándolo con expresión apagada, siguiendo con sus ojos negros la larga sombra que el objeto proyectaba en su dirección, hacia él, a causa del delgado rayo de luz dorada que se filtraba desde la puerta entreabierta de su habitación. Deteniéndose particularmente en la forma en que la oscuridad se desplazaba a lo largo de toda la superficie de su mesa. Siguiendo cada surco y nudo de la oscura madera, como si de un líquido se tratara. Uno que se derramaba y escurría por cada rincón que su extensión alcanzaba. Engulléndolo todo a su paso.

Aún entonces, aún tras tres años trascurridos del día prometido, lo primero que le asaltaba la mente cuando veía la oscuridad, las sombras devorando los rincones de su casa, era Pride. E inmediatamente sus manos se tensaban al recordar las heridas en la redondeada mejilla de ella y en su muñeca, sirviéndole a él de recordatorio sobre la posición en la que se había encontrado. Así como la llamada que había hecho a ella esa noche también cuando había percibido que algo sucedía, en su voz. En la pausa que había hecho, al hablar con él. Aún así, ella no había dicho nada y Roy sabía que ella jamás habría hecho algo que pudiera ponerlo en riesgo a él también, su posición o su objetivo. Aún si eso había significado tener los ojos de dos homúnculos sobre ella y tener que manejar la situación por su cuenta.

Ella era fuerte, de todas formas, y Roy había sabido que Riza sería perfectamente capaz de manejar la situación de la mejor manera. Con mente fría y caución. Como con todo lo demás. Pues era ella, y solo ella –a fin de cuentas- la que siempre mantenía de los dos la calma en las peores situaciones. Así había sido siempre y así lo sería, probablemente. Su cable a tierra. Sin embargo, y a pesar de su eficiencia y la confianza que Roy podía depositar en ella, Riza jamás debería haber estado en esa situación para empezar. Y eso era completa y absoluta responsabilidad suya. Pues, para empezar, había sido imprudente más de una vez. Saltando en medio de la acción –aún cuando se suponía que debía permanecer al margen y oculto- y había vociferado indiscretamente su ambición en voz alta. Así como había dejado expuesto y revelado su punto débil. Y era justamente por ese lado en que habían logrado sosegarlo. Tomándola a ella de rehén.

Soltando otro suspiro, alzó el vaso al aire, tomándolo de arriba con sus dedos, y lo hizo girar suavemente. Lentamente, elevándolo a la luz para observar con mayor determinación los distintos tonos dorados que parecían armonizar en el Whisky, arremolinándose y combinándose los unos con los otros junto al movimiento. Mientras los dos cubos de hielo en su interior colisionaban el uno con el otro en el escaso espacio y con las paredes de vidrio, haciendo un sonido similar a un tintineo. Luego, acercándolo a su rostro, olfateó su aroma. Cerrando por un segundo los ojos. Permitiéndose, calmamente, percibir su fragancia, previo a dar un sorbo. Olía a melaza, con un ligero toque a madera, y el infaltable aroma fuerte y firme a alcohol ascendiendo por sus fosas nasales. Un buen Whisky, considerándolo todo. Uno que proveería el resultado esperado, al menos.

En retrospectiva, quizá podría simplemente haber ido al bar de Madame Christmas. Ahorrarse todo aquello. Tal vez prestarle una visita a la mujer que lo había criado para ver cómo estaban las cosas por allí. Cómo iba el negocio, y demás, mientras se tomaba un vaso de Whisky en compañía de alguna de las bellas empleadas del bar. Si, probablemente podía haber hecho eso y ahorrarse la sombría velada en soledad pero simplemente no había estado de humor. No particularmente ese día. Al menos no de humor para responder preguntas y Roy sabía que eso era exactamente lo que hubiera sucedido de haber mostrado su rostro por el lugar.

La mujer podía ser brusca, pero era perceptiva cuando necesitaba serlo –de lo contrario no sería la relevante informante que también solía ser para él y su equipo- y lo que menos necesitaba era la agudeza de Madame Christmas y su lengua mordaz rondando asuntos delicados de su personalidad. Por lo que había optado por abstenerse ese día y sencillamente conformarse con un vaso de Whisky en su cómoda casa. Aunque eso no estaba resultando tan bien tampoco, no del todo. De todas formas, era mejor que nada. Por lo que llevándose el vaso a la boca, dio un breve sorbo. Sintiendo el interior de su boca de repente vaporosa y, al mismo tiempo, el similar sabor a melaza en la boca así como el alcohol quemándole la garganta mientras descendía lentamente. Muy lentamente, por su traquea y hasta desaparecer por completo.

Pasándose la lengua por el labio superior, dio otro sorbo. Sintiendo la textura lisa y viscosa del líquido dorado rodar sobre su lengua, mientras de reojo pegaba otra ojeada al teléfono que permanecía en una mesita auxiliar más allá cerca de la entrada. Junto al pasillo. Apoyando el vaso nuevamente –con algo más fuerza de la requerida- sobre la mesa, oyó el tintineo de los hielos colisionar nuevamente y contra el cristal. El líquido girando y arremolinándose en el interior de su contenedor, haciendo a los tonos dorados danzar y fusionarse. Pero no se movió, no por otro instante más.

No estaba ebrio, al menos no lo suficiente como para quedar en ridículo en caso de ser visto por los ojos de algún tercero. Así como no estaba ebrio para tomar decisiones apresuradas y precipitarse estúpidamente. No, llevaba ya una o dos horas –tal vez- haciendo rodar la idea en su cabeza. De un lado al otro, girándola y dándole vuelta una y otra vez, sopesando la ocurrencia y tan solo había tomado un vaso previo a aquel. Así que perfectamente podía asegurar que no lo estaba. No estaba ebrio pero el vaso bien podía proveerle la excusa que llevaba horas buscando. Si tan solo se decidiera finalmente a moverse de su lugar y hacer algo al respecto.

Haciendo girar el vaso sobre la mesa, finalmente lo soltó y se puso de pie, decididamente y de una vez por todas, caminando con paso firme y seguro hasta el teléfono. No obstante, una vez frente a este se detuvo. Aún en penumbras. Deslizando las yemas de los dedos de su mano por encima del tubo de madera que conectaba el auricular dorado con el trasmisor al otro lado, también dorado. La yema de su dedo oscureciéndose ligeramente a causa del polvo. Quizá debería limpiar... Pensó para sí, observando la fina capa de polvareda sobre su piel. El lugar era un desastre como estaba pero Roy no entretuvo demasiado la idea al respecto, en vez de eso simplemente se la limpió y continuó observando el objeto en silencio. Al menos, por unos segundos se permitió hacerlo. Hasta que finalmente tomó el tubo y lo llevó al lado izquierdo de su rostro, sosteniéndolo con su mano derecha y manteniéndolo en su lugar con ayuda de su hombro, mientras que con la otra hacía girar el disco. Número por número.

El pulso comenzó a sonar inmediatamente después de que terminó de marcar, en su oído. Una, dos, tres veces. Sabía que estaba allí, siempre estaba allí por lo que simplemente debería aguardar a que atendiera. Y lo haría, Roy estaba seguro de que lo haría. Al otro lado de la línea, la campanilla del teléfono comenzó a sonar. Haciendo que un pequeño perro blanco y negro comenzara a ladrarle al objeto en respuesta, rodeando la mesa sobre la cual se encontraba el teléfono. Una y otra vez, moviendo la cola al mismo tiempo, e intentando que los ruidos llegaran a su ama también. La cual había desaparecido tras la puerta del baño hacía ya 20 minutos.

Curvando sus largos y delicados dedos sobre el grifo, cerró la ducha. Permitiéndose sentir las últimas gotas de agua tibia rodar por su tersa piel, sus hombros, su clavícula, entre sus pechos y por su plano abdomen, así como también por su tatuada y quemada espalda, a la cual se adhería su ahora nuevamente en crecimiento cabello dorado, antes de salir. Apartando la cortina a un lado, abandonó finalmente la ducha, cerrándola tras de sí y tomando una toalla blanca para rodear su cuerpo. Luego, tomando otra más pequeña, comenzó a estrujarse suavemente el cabello, abandonando finalmente el baño y hacia su habitación, cuando oyó el repiqueteo de la campana del teléfono y a Black Hayate ladrándole al objeto.

Desconcertada, caminó aún goteando y en toalla hasta la cocina. Aún estrujándose el cabello también; y observando el reloj colgado en su pared. Once menos cuarto. Leía, con ambas manecillas en los lugares correctos. Llevándola a preguntarse, por ende, quien podía estarla llamando a aquellas horas de la noche. Dado que no creía que nadie pudiera llamarla, a ella –de todas las personas- a tan altas horas. Al menos ningún nombre se le venía a la mente. Bueno, no realmente. Se estaba mintiendo. Uno sí se le venía a la cabeza, pero dudaba que se tratara de él. A menos que algo hubiera sucedido. Algo importante, o grave.

Levantando el tubo, se lo llevó al oído —¿Hola? —temiendo que algo malo hubiera podido ocurrirle de regreso a casa. O estando ya en esta. Después de todo, solo hacía horas que habían dejado el cuartel.

Una respiración... Y luego, una voz familiar, si bien ligeramente modificada, e indudablemente masculina —¡Habla su florero favorito, gracias por su pedido!

Soltando un suspiro, Riza negó con la cabeza. Honestamente, ¿por qué insistía en decir ese tipo de tonterías cuando la llamaba? A aquellas alturas, dudaba que alguien pudiera estar oyendo su conversación de todas formas. Principalmente porque estaban hablando ambos de líneas privadas —¿General, qué sucede? —musitó, acomodándose la toalla para evitar que continuara deslizándose mientras dejaba la más pequeña sobre la mesa. Goteas de agua fría deslizándose por su piel y cabello hasta morir contra el piso.

Apoyando cómodamente el codo contra la pared, Roy hizo un gesto negativo con la cabeza también. Aún cuando ella no podía verlo —No es nada, lo siento.

El ligero y casi imperceptible tono alicaído de su voz no pasó desapercibido para ella, aún cuando nadie más habría sido capaz de notarlo, así como la breve pausa que había hecho antes de responderle —¿Sucede algo?

Él se enderezó, dando una ojeada al vaso de Whiskey sobre la mesa —No. No realmente. Bueno, no técnicamente.

La expresión de Riza, al oírlo, se suavizó a duras penas. Sus párpados descendiendo unos milímetros —¿Está bien? ¿Sabe la hora que es?

Roy asintió, sacando cuidadosamente su reloj de plata del bolsillo y abriéndolo con una mano. Las manecillas marcaban ya las 11 de la noche —Si, lamento molestarla a estas horas, teniente —sinceramente, ¿en qué había estado pensando?—. ¿Está ocupada?

La joven mujer parpadeó desconcertada, observando el teléfono en silencio por un instante —¿Señor?

Al otro lado, se volvió a oír la voz de Roy. Esta vez, ligeramente más seria —Necesito discutir algo con usted —como rodeando de más importancia al asunto—. Y pensé que podría venir por un momento. O, si lo prefiere, yo puedo ir hacia allá; dado que requiere de su presencia. Eso es, si no está ocupada teniente.

Aferrando la toalla aún más firmemente contra su pecho, bajó la mirada. Su expresión neutra. Y, por un segundo, no contestó. No dijo nada, sino que permaneció allí de pie, en silencio, ponderando sobre todas las posibles razones por las que él podría haberla llamado en primer lugar y sobre esas otras razones que le advertían que aquello probablemente no era una buena idea. No del todo, al menos. Pero no podía tampoco descartar la posibilidad de que algo particularmente importante o serio hubiera ocurrido, que debiera ser discutido con ella, y en relación a su misión y a la ambición de Roy. Y por esa razón replicó en tono serio —Está bien. Estaré en 20 minutos allí. Por favor, espéreme —o quizá solo se estaba mintiendo. De todas formas, no era una mentira. Y no era una verdad tampoco. Era algo inocuo, y continuaría siéndolo mientras permaneciera únicamente en el campo de lo abstracto.

—Bien, no se demore teniente. Y... tenga cuidado...

—Si —y tras oírlo cortar, ella hizo lo mismo, colgando el tubo con sumo cuidado mientras regresaba nuevamente a su habitación para empezar a vestirse una vez más, a pesar de que ya había pensado retirarse a la cama a descansar. Más tarde... Pensó, suspirando cansada y pasando de largo junto a sus ropas de dormir –que ya había dejado preparadas, plegadas y listas, sobre la cama- para buscar algo más que ponerse antes de salir a la calle. No había nada que hacer ya, de cualquier modo, así que más le valía vestirse rápido y hacer todo aquello para poder volver lo más pronto posible. Después de todo, cuanto más rápido se marchara más temprano regresaría para poder acostarse, lo cual era una de sus principales preocupaciones, dado que al día siguiente ambos debían volver al trabajo temprano.

Y si Roy trabajaba poco en su papeleo estando descansado no quería imaginarlo siquiera soñoliento y roncando en la oficina. Sin duda alguna, no era la imagen que el aspirante a próximo Fuhrer debería proyectar. No era la imagen que ningún adulto responsable debería dar, al menos. Pero Riza sabía que eso era exactamente lo que ocurriría si por culpa suya terminaba privándose del poco sueño que podía permitirse. Dado que Roy, como ella, no solían dormir demasiado. Y de eso Riza estaba segura. No, ninguno de ellos dormía. No con todos los horrores que habían visto y cometido y que aún retornaban a ellos cuando cerraban los párpados también. No con todas las pesadillas de balas y fuego y cuerpos quemados y polvo de arena que los acechaban durante las noches. No, ellos rara vez dormían. Al menos adecuadamente.

Tomando una falda de tubo negra –larga hasta las rodillas-, una remera lisa de igual color y una camisa blanca arrojó todo a la cama. Comenzando a secarse apresuradamente con la toalla el cuerpo e intentando hacer lo mismo con el cabello. Pretendiendo escurrir de él, al menos, la mayor cantidad de agua posible. Afuera había empezado a hacer frío ya, a aquellas alturas del año, y abandonar el ambiente cálido de su casa con el cabello mojado no era probablemente la más brillante idea concerniente a su salud. No obstante, tendría que conformarse de todas formas. No podía pretender tomarse el tiempo para esperar a que secara solo por su cuenta.

Soltando un suspiro, observó con calma y cierta suavidad en sus facciones a su pequeño perro. El cual, encogido, lloriqueaba desde la puerta de la habitación sin siquiera atreverse a poner una pata en el cuarto de ella —Volveré pronto... —le aclaró, y bajando la mirada comenzó a abotonarse la camisa sobre la ajustada remera negra, uno a uno. De abajo hacia arriba y hasta llegar al botón que se encontraba en el punto justo bajo el comienzo de sus pechos. El cual no abotonó, junto con los restantes hasta el cuello. De todas formas, la remera que llevaba abajo cubría su escote apropiadamente, y la camisa hacía el mismo trabajo ocultando su mancillada espalda. La cual diligentemente intentaba mantener alejada de los ojos del mundo.

Lo que la llevaba a las razones por las que estaba abandonando la casa. Indudablemente, había habido algo en la voz de él –por aparentemente imperceptible que pareciera- que había gatillado en ella esa sensación. Esa sensación de que él no estaba bien, no del todo. Pero por otro lado, ¿cuándo estaban las cosas del todo bien para ellos? Seguro, como todo, tenían altos y bajos. Y las cosas estaban poco a poco progresando. Sus intentos de restaurar Ishbal estaban siendo llevados a cabos y con considerablemente gratos resultados (dejando de lado los incidentes recientes). Pero por más que quisieran y desearan creerlo aquello no borraría nada de lo sucedido. Nada de lo que habían hecho ellos mismos ahí. Los muertos no revivirían solo porque ellos se arrepintieran de sus acciones, y nada haría que todo estuviera bien porque nunca lo había estado en primer lugar. Eso era un hecho, y uno que ambos debían enfrentar día a día. Sin importar cuánto hicieran, cuánto desearan y pudieran efectivamente hacer la diferencia en el lugar, no cambiaría el hecho de que ellos habían sido quienes habían causado todo en un principio.

Creer que podían repararlo y enmendarlo todo era un error, una crasa inexactitud causada por la inocencia que ellos no podían permitirse. No realmente, no cuando habían dañado las cosas más allá del punto de reparación. Y aún así, eso no significaba que fueran a quedarse sentados esperando a que la muerte los alcanzara. Estaban vivos, y eso debía ser suficiente para al menos hacer lo posible con lo que quedaba de su tiempo. Para al menos poder hacer algo bien, a pesar de todos los males que ya habían causado. Pero en ocasiones, la sumatoria de todo era demasiado. Y esa era otra realidad que ambos debían enfrentar constantemente. Eran simples humanos, después de todo. Intrascendentes. Como pequeñas hormigas en el universo, y aún con todo creían en la capacidad del cambio. Por pequeña que fuera. Si... ambos creían en eso. Él lo había creído, y ella había querido creerlo también. Por esa razón quizá, lo había seguido en primer lugar.

Sujetándose el cabello como pudo con su habitual hebilla –dado que aún era demasiado corto y constantemente estaba saliéndose de su agarre-, tomó su gabardina blanca y se la colocó. Acomodándose las solapas del cuello, solo para tomar luego el arma que tenía guardada en el cajón de la mesita auxiliar junto al corredor y acomodarla en la liga de su pierna –bajo la raja de su falda-, no sin antes verificar que tuviera el seguro puesto. Una vez conforme con que el objeto metálico no le molestara ni le impidiera caminar adecuadamente, abrió la puerta y salió a la calle. Sintiendo, inmediatamente, una oleada de frío abofetearle el rostro.

Más vale que sea importante. Pensó severamente, cerrándose el abrigo con ambas manos y comenzando a caminar por las ya desiertas calles de Central. Siendo sus botas golpeteando contra el pavimento el único sonido audible en varias cuadras a la redonda. Aún así, continuó moviéndose. Más rápido inclusive, intentando conservar algo de su calor corporal con ella. No obstante, el cabello mojado y la brisa no ayudaban a su caso sino que hacían todo el asunto del todo un poco peor. Si, probablemente resentiría todo aquello en la mañana.

Roy, aún sentado pesadamente en la silla de su sala, hizo girar nuevamente el vaso de Whiskey en el aire, previo a beber un gran sorbo del líquido dorado. Bebiendo lo suficiente para colmar su boca mientras pasaba el líquido por encima de su lengua una vez más. Saboreándolo. Pero con expresión ausente, dado que sus ojos negros continuaban desviándose hacia la puerta de su apartamento y de vuelta a su reloj de plata sobre la mesa. Veinte minutos pasados las once de la noche, marcaba ahora, inmutablemente, mientras el pequeño segundero continuaba girando rápidamente. Precipitadamente. Dándole la sensación de que el tiempo se estaba desangrando en su mano. Quizá vaciándose, eso era. Escapándosele de las manos, y no había nada que él pudiera hacer.

Pronto cumpliría treinta y tres, y el solo pensamiento empezaba a fastidiarlo. Seguro, las cosas habían avanzado considerablemente bien en relación a sus intenciones y a su aspiración. Con ella a su lado, como siempre. Y aún así, todavía no era Fuhrer. Y no estaba volviéndose más joven tampoco. No, de hecho estaba muriendo. Como el resto, todos lo estaban. Pero ese pensamiento aplicado a ciertas asignaturas delicadas parecía casi intolerable. La idea de que ella estaba muriendo también le resultaba inaguantable. Y más lo hacía el hecho de que estaba muriéndose por una causa que ni siquiera era del todo suya. Seguro, lo era porque Riza Hawkeye había dedicado su vida a él y su causa –y con incuestionable esmero-, pero su propia vida se estaba extinguiendo y ninguno de ellos estaba yendo a ningún lado. Nadie iba a ningún lado, si es que había algún lugar al que dirigirse en primer lugar.

Decir que estaba en un humor sombrío era poco. Ni los días lluviosos lograban ponerlo en tal estado de irritabilidad. No que eso importara, de todas formas. Pero se estaba impacientando. La teniente primera se estaba demorando, y Roy empezaba a cuestionarse si realmente vendría. Aunque quizá era lo mejor, de cualquier manera, si verdaderamente lograra convencerse a sí mismo de ello. Cosa que no estaba funcionando. De hecho, estaba considerando seriamente salir y dirigirse a su apartamento. Pero entonces estaría perdiendo por completo la cabeza, y la calma, más de lo que ya había perdido de ambas durante la noche. Y ni siquiera estaba ebrio para culpar al alcohol de ello. Bueno, no del todo al menos.

Afortunadamente, y para la sanidad de su agitada mente, un golpe suave sonó contra la puerta un par de minutos después. Uno. Y luego dos más seguidos, los cuales tenían algo más de fuerza ejercida en estos. Indudablemente, se trataba de ella, pues podría reconocer esa forma de golpear en cualquier parte. Por lo que poniéndose de pie se sacudió los pantalones y en la semi oscuridad caminó casi a tientas hasta la puerta; abriéndola bruscamente hacia atrás. Allí, desconcertada y evidentemente temblando a causa del frío se encontraba ella. Aferrando su gabardina firmemente contra su pecho y con una expresión que dejaba entrever claramente que no estaba del todo complacida de haber debido abandonar la calidez de su apartamento a tan altas horas de la noche.

Aún así, se enderezó y lo saludó correctamente —Teniente primera Riza Hawkeye, reportándose.

Roy, haciéndose a un lado, le indicó con la mano que ingresara; cerrando una vez dentro la puerta tras ella —Teniente, ¿a qué se debe su demora?

Riza, en respuesta, frunció el entrecejo. Removiéndose con porte calmo, a pesar de todo, el abrigo y colgándolo en el perchero junto a la puerta —General, si mal no recuerdo aseveré estar aquí en veinte minutos. Y ese es el tiempo que trascurrió desde entonces.

—¿Veinte minutos? —repitió, observando su reloj de plata por algún tipo de confirmación—. En efecto —musitó, cerrando y guardando nuevamente el objeto en el bolsillo de su pantalón. Definitivamente, su tino era afilado en varios niveles.

Riza, escaneando rápidamente el lugar, se volvió al hombre con expresión severa —Señor, si me permite preguntar, ¿por qué estaba en la oscuridad? —Roy se encogió de hombros. Por supuesto, Riza había visto el vaso de Whisky ahora prácticamente vacío sobre la mesa—. ¿Está ebrio? —musitó, inclinándose hacia delante e intentando percibir el olor de su aliento. Sin embargo, se detuvo a sí misma, congelándose en el exacto lugar con cada músculo de su cuerpo tenso cuando se percató de lo que estaba haciendo. La punta de su nariz a escasos milímetros de los labios de él, alertándole de cuan incorrecto era aquello. Pero Roy no se había movido, ni había retraído su cabeza, sino que permanecía observándola en silencio. Expectante. Aguardando algo, mientras sus ojos color carbón se deslizaban a lo largo de las facciones de ella. Examinando su expresión cauta.

Finalmente, fue ella la primera en retraerse. Retrocediendo un paso como para establecer una distancia prudente, segura, entre ambos mientras lo observaba devolverle la mirada aún en silencio. Por supuesto, no había tenido intención alguna de forzar cierta proximidad entre ambos. De hecho, ni siquiera se había detenido a pensar en el momento cuan impropio y fácil de malinterpretar podían ser sus acciones. Peor aún, no se había detenido a pensar cuan peligroso podía ser para ambos su accionar. Dada la singular naturaleza de su relación. Y era justamente por esas razones por las que Riza Hawkeye prefería eludir las situaciones –donde estuvieran ambos, y sólo ambos- que no fueran en terreno común. En el cuartel, con rangos y ambiciones de por medio, podía lidiar perfectamente con él. Manteniéndose siempre unos pies más atrás, cuidando su espalda pero nunca teniendo que improvisar.

Después de todo, su mayor rasgo era su disciplina y capacidad de atenerse a las normas y jugando según las reglas Riza podía manejarse perfectamente. Ese era y siempre había sido su terreno. Aunque, indudablemente, no estaba por encima de romper las reglas por él. Por su ambición, y el golpe de estado que habían llevado a cabo tres años atrás era la perfecta prueba de ello. De hecho, y hablando propiamente, su lealtad no era con la milicia –lo era, siempre que él estuviera en ella- sino con él. Y siempre había sido de esa forma.

Ni siquiera los años habían cambiado eso, ni los horrores que habían debido cometer por ese sueño que habían tenido de jóvenes. Sin embargo, estaba la otra cuestión. Ese otro aspecto de su relación que había avanzado paralelamente a todo lo demás y que eventualmente tendía a precipitarse. Haciendo peligrar todo por lo que habían trabajado dura y arduamente. Al menos, de esa forma lo veía ella y probablemente estuviera en lo cierto. Por esa razón, eludía activamente situaciones como aquellas. Porque Riza era terrible improvisando. Él, por otro lado, no lo era. De hecho, su astucia y su capacidad para salirse con la suya eran y siempre habían sido habilidades útiles que le habían permitido llegar hasta donde estaban.

Roy Mustang doblaba las reglas, las calentaba como a la hoja de acero de una espada y las maleaba a gusto y beneficio. Siempre hábil y estratégicamente, pero cuidando de no quebrar la hoja en dos. A no ser que fuera absoluta e innegablemente necesario. Pero era también esa habilidad para improvisar que la hacía sentirse insegura respecto a estar allí con él. Si, la situación era mala de por sí y ella probablemente lo había empeorando con sus acciones previas. Pero si él pensó algo al respecto, no dijo nada. En vez de eso, se volteó, caminando por el pasillo y se volvió a dejar caer en la silla. Indicándole que se sentara en la restante frente a él. Riza acató.

Roy, alzando el vaso a sus labios, le dio otro sorbo. Vaciando, finalmente, el objeto cilíndrico por completo —¿Quiere algo de beber teniente?

La mujer observó de reojo la pistola de él apoyada sobre la mesa, al lado del vaso de Whisky, y junto a los guantes blancos de ignición. Extendiendo la mano, tomó el arma y la examinó detenidamente —Un vaso de agua estaría bien, gracias.

Roy asintió y se puso de pie, deteniéndose un instante para voltearse nuevamente a ella —¿No prefiere una copa de vino, teniente?

Riza, poniéndole el seguro, negó con la cabeza. Depositando nuevamente el arma sobre la mesa —No lo creo, general. Un vaso de agua será suficiente. Gracias. Y, por cierto, debería ponerle el seguro a su arma. Más aún si va a beber con ésta al alcance de la mano...

El moreno, regresando con su vaso nuevamente lleno y un vaso de agua en la otra mano, se sentó una vez más. Esta vez, sonriendo torcidamente —Confío en mi valiosa subordinada para que vele por mi bienestar... —replicó, depositando el objeto cilíndrico delante de ella. Luego, cruzándose de piernas una vez más con la pantorrilla sobre la rodilla de la otra pierna, añadió, como si la situación fuera en cierto modo entretenida—. Vino blanco, ¿cierto?

La pregunta la tomó desprevenida —¿Perdón?

Roy se cruzó de brazos, aún con la sonrisa en su lugar —Su favorito, me refiero. ¿No era blanco? —simplemente porque el tinte carmesí del tinto le recordaba a la sangre. Y eso era inaceptable, Roy sabía.

Dando un sorbo a su agua, Riza asintió. Preguntándose por qué Roy parecía continuar bordeando la situación como si su intención desde el inicio hubiera sido simplemente retenerla un rato más, si bien tan solo un rato más —Así es, sin embargo, no bebo entre semana, general. Y creo que usted no debería hacerlo tampoco. Mañana tenemos trabajo que hacer.

Llevándose el vaso a la boca, se detuvo en seco —¿Ni una copa? —preguntó curioso. Riza negó con la cabeza. Su semblante serio.

—No.

De todas formas, bebió un considerable trago. Sintiendo, una vez más, esa sensación a vapor en el interior de su boca —No se por qué no me sorprende —musitó, ligeramente entretenido—. No me diga teniente que una copa es todo lo que se necesita con usted.

Tensándose sutilmente, Riza aferró el vaso con más fuerza. Bajando la mirada y contemplando el líquido traslúcido vibrar casi imperceptiblemente —No, general. Aún así, no creo que me haya llamado para indagarme sobre mis costumbres en relación a la bebida.

Pero él no respondió. En vez de eso, musitó contemplativo —No lleva puesto el uniforme.

Riza soltó un suspiro. Aquello no iba a ninguna parte y continuaba preguntándose si no sería el propósito de todo el asunto —No creí que fuera necesario, dado que no estoy en servicio. De hecho, tiendo a no usarlo en mis días libres también —replicó, con el semblante firme e inmutable en su lugar.

Pero Roy estaba demasiado familiarizado con su afilado sentido del humor como para no percibir el tono mordaz y condescendiente detrás de sus palabras. El mismo que usaba en las ocasiones en que solía llamarlo inútil a causa de la lluvia. Si, conocía a Riza Hawkeye desde hacía demasiado tiempo ya y sabía que ella contaba con eso también. Con que él lo percibiría. Aún así, Roy fingió no haberlo hecho y continuó sonriendo fanfarronamente —Debería usar falda más seguido, como el resto de las mujeres en el cuartel, halaga más sus piernas.

Cruzándolas, instintivamente, Riza se enderezó en su asiento. Ligeramente fastidiada por el comentario —Las faldas restringen el movimiento y, por ende, no las veo apropiadas para mi tarea, señor. Es más práctico de esa forma.

Roy asintió, cerrando los ojos. Por supuesto sabía que ella diría algo de esa naturaleza. Después de todo, Riza era una mujer práctica y sensata. Así como extremadamente seria y racional y sin duda alguna consideraría algo así a la hora de realizar su trabajo. Lo cual, en cierta forma, le complacía. Su dedicación, eso era, hacia él. Por arrogante y egoísta que eso sonara. Y lo era, en cierta forma, un completo narcisista egocéntrico en relación a ella y no lo negaría. Pero no podía evitar deleitarse en su compañía y retenerla siempre un minuto más, si tan solo un minuto. Un segundo, no importaba. Su presencia, su mera presencia silenciosa siempre lo hacía parecer todo un poco mejor. O, al menos, un poco menos peor.

Y era egoísta, y miserable de su parte. El querer retenerla a su lado de esa forma. Más aún habiéndola arrastrado, en primer lugar, al mismísimo infierno, a Ishbal. Porque aún cuando Roy quisiera engañarse y mentirse a sí mismo era inútil. Hacerlo era una completa pérdida de tiempo y un insulto a su inteligencia y Roy no era tan inocente como para creer, a aquellas alturas, que podía haber otras razones para que ella hubiera elegido seguirlo. No, Riza había optado por darle la investigación de su padre –aquella noche tras el funeral- y él había derrochado el esfuerzo cometiendo las peores atrocidades que un hombre podía cometer. Peor aún, la había arrastrado a ella a toda aquella locura. Y hasta el día de la fecha esa responsabilidad recaía sobre él, siempre lo haría de todas formas. Y eso lo hacía un egoísta.

Aún así, continuó sonriendo arrogantemente y replicó —Cielos teniente, un cumplido y me baja de un disparo —bromeando. Como si Ishbal no estuviera en su cabeza, o las quemaduras de su espalda que nunca podía dejar de recordar. Como si no estuvieran en él todos esos recordatorios de cuando casi la había perdido, uno a uno. Recordándole a cada segundo, con cada tic tac de su reloj de plata, que ella estaba muriendo. Y él también.

—General, ¿hay algún motivo por el que me haya hecho venir? —insistió, ahora irritada.

Roy dio otro sorbo a su Whisky, rehusándose a zanjar el asunto. Su expresión ligeramente más apagada, así como sus ojos, los cuales lucían repentinamente más oscuros que de costumbre. Él estaba tanteando las líneas, como siempre, y ella estaba intentando mantenerse lo más alejada de éstas como le fuera posible. Lo cual era sensato, después de todo, y lógico. Y probablemente mejor y mas conveniente también, pero ella era la sensata de los dos. Él no. Él era negligente y no podía evitar serlo con ella también. No podía, siquiera, obligarse a intentar no serlo. Pero esa era la misma negligencia que la había puesto en riesgo más de una vez, y a causa suya. Y eso era algo inaceptable también. En retrospectiva, él solo le había generado tragos amargos y cicatrices que jamás se borrarían de su piel.

Cicatrices que nunca debería haber tenido, para empezar —De hecho, lo hay —musitó, manteniendo el tono ligero a pesar de que le estaba costando hacerlo. Y ella lo sabía. Sus ojos lucían cansados—. Se me antojaba su compañía... —sonrió. No, egoísta no llegaba a cubrir ni la mitad de lo que era.

Pronto se pondría de pie y se marcharía. Lo sabía —¿Solo por eso me ordenó salir de mi casa y venir hasta aquí?

No, pero no podía decirle que la necesitaba para que volviera a unirlo en una pieza todo de nuevo, como había hecho aquella vez con la situación referente a Envy. Así que Riza debería conformarse con la segunda mejor opción, una pequeña mentira —Así es, gracias por el esfuerzo teniente —y ella estaba por replicar algo, pero Roy la volvió a interrumpir, dando perezosamente un sorbo de su vaso casi vacío—. ¿Hubiera accedido si le decía el verdadero motivo?

—No, señor —no, probablemente no. Simplemente porque sabía cómo eran las cosas y como debían serlo, y no era así como debían serlo. Esos no eran ellos y jamás lo serían. Y alguien, de los dos, debía mantener cierto sentido común y cordura para evitar que todo se desmoronara a causa de un error. Todo el trabajo arduo que habían hecho, hasta entonces. Todo el esfuerzo de él. Por encima de todo, Riza quería salvaguardar eso. Protegerlo, como había hecho hasta entonces.

Roy sonrió amargamente —Eso pensé—si, él también lo sabía. Podía verlo en los ojos igualmente cansados de ella, en su expresión derrotada. Los pensamientos, las razones, ella podía enumerarlas todas y él tendría que darle la razón y asentir con la cabeza porque Riza Hawkeye siempre tenía la razón. Siempre sabía ver las líneas, y dónde estaban, mejor que nadie. Y por esa razón había decidido confiarle su espalda en aquel entonces. Aún lo hacía, confiar en su juicio. Solo que había días como aquellos en que era demasiado. Todo lo era. Y ella aún era su única fuente de sanidad, cuando Roy más la necesitaba.

Como en Ishbal, su existencia era lo que continuaba empujándolo hacia adelante. En días como aquellos, su existencia y la carga que ambos debían llevar sobre sus hombros parecía ligeramente más liviana cuando la compartía con ella, solo con ella. Porque nadie jamás entendería cómo era realmente. A excepción de aquellos que habían estado también en la campaña de aniquilación, y aún entonces no parecía suficiente. Porque solo ella, y nadie más que ella, se había desnudado a él y descubierto el secreto de su padre y solo ella llevaba en su piel las cicatrices que él le habían infligido. Las marcas de él, en su cuerpo.

—Déjeme ayudarle —susurró finalmente, poniéndose de pie y tomando los dos vasos de la mesa. Incluido el de Whisky de él, a pesar de que no lo había terminado. Y Roy, sin quejarse, lo consintió. Observándola discretamente por el rabillo del ojo retirarse a la pequeña cocina a sus espaldas y regresar segundos después con las manos vacías.

Manos que jamás deberían haber tocado la sangre, sangre de inocentes, ni las armas con que había llevado a cabo efectivamente la tarea. Su piel entera, estaba profanada, y todo era su culpa. Su absoluta y completa responsabilidad. Eso era algo que Mustang no podía negar, y no pretendía hacerlo tampoco. Por lo que, al sentirla pasar junto a él, extendió la mano y la tomó por la muñeca. Sorprendiéndola ligeramente. No estaba pensando con claridad ya, no del todo.

Sus ojos abatidos, hacia abajo, mientras su flequillo negro caía alborotadamente sobre su frente, proyectando sombras largas sobre su expresión —Lamento causarte tantas dificultades... —susurró, comenzando a dibujar círculos con su pulgar en la muñeca de ella. Tentativamente. Sobre su piel, lentamente, trazando la ramificación de sus venas mientras se ponía de pie, aún sujetándola.

Riza, inmóvil, intentó soltarse del agarre dando un pequeño tirón. Ligero. No realmente un intento. Dado que de haberlo querido se habría liberado fácilmente. El agarre de Roy ni siquiera era un agarre firme sino más bien laxo. Débil. Concediéndole a ella la posibilidad de huir si así lo deseaba, de alejarse de él. Y dejarlo atrás. Pero no lo hizo. No se marchó. No lo abandonó –nunca lo había hecho de todas formas. En vez de eso, permaneció allí, de pie, aguardando y evaluando con ojo crítico su siguiente movimiento. Trazando con su mirada cada línea de su rostro aniñado y contradictoriamente masculino. Sus ojos. Su nariz. Su boca. El sutil rastro de sombra de barba que estaba creciéndole, antes de que volviera a afeitarlo rasamente.

Su garganta se secó, y un nudo se formó en la boca de su estómago, cuando Roy dio otro paso hacia ella –aún rozando las yemas de sus dedos contra la piel de su muñeca-, y luego otro, quedando exactamente delante suyo. Y con una mano bordeando su cintura. Pero sin siquiera tocarla. Al menos no por unos segundos, hasta que su otra mano –la que no aferraba su brazo- fue a descansar sobre la zona baja de su espalda. En el exacto punto donde la tinta roja comenzaba. Su tatuaje, aún podía recordarlo. No, nunca lo había olvidado. Estaba grabado en su mente. El mapa de su espalda. En su carne.

Enterrando su rostro en la curva del cuello de ella, frente sudada contra su pálida piel, comenzó a trazar el tatuaje. Suavemente. Línea por línea, círculo por círculo y curva por curva, acariciando su espalda por encima de la ropa con los dedos. Si, lo tenía perfectamente memorizado. Completamente, aún cuando podía contar con los dedos las ocasiones en que lo había visto, en el pasado. Y de eso ya habían pasado demasiados años. Aún así nunca lo olvidaría, ese era el tipo de cosas que lo atormentarían por el resto de su vida; más que otras tantas cosas que había visto y hecho. Por inaceptable que eso sonara.

Desistiendo, finalmente, descansó su mano completa en el arco de su espalda. Dejándola reposar un segundo más de lo que debería, antes de retroceder un paso y soltarla finalmente. Su expresión una de cansancio y culpa, así como una ligera mirada de disculpa por el atrevimiento que se acababa de tomar, dado que no era costumbre de él hacer ese tipo de cosas. Ni de ella, permitírselo. Pero suponía que estaba bien también, ella entendía, aún cuando fuera impropio, inadecuado y demás, se trataba solo de un instante. Un pequeño segundo en que se permitía tenerlo más cerca de lo que debería y aún no lo suficientemente cerca de lo que lo necesitaría. Un instante en que debía convencerse de que todo aún permanecía en el ámbito de abstracto, aún cuando no lo pareciera.

Luego podrían regresar a la rutina, y amoldarse a los papeles que llevaban años cumpliendo dentro del ejército. Hasta que llegara el día en que pudieran ser ellos quienes realizaran en cambio. Desde adentro. Pero hasta entonces, ella continuaría cuidando su espalda, como siempre. Como había estado haciendo hasta entonces. Y como continuaría haciendo, probablemente, una vez que todo hubiera terminado. Después de todo, había jurado seguirlo hasta la tumba y eso era lo que haría. Seguirlo, hasta el mismo infierno, de ser necesario.

Pero, por ahora, necesitaba alejarse de él. Su mente ya estaba nublada tal y como estaba y la presencia de Roy, tan cerca suyo, no estaba ayudándola a separar sus ideas con la claridad que habitualmente poseía —Lo lamento general, debo retirarme —se excusó.

Roy asintió, comprendiendo perfectamente —Bien, teniente. La veré mañana, entonces.

Riza asintió, caminando hacia la salida con Roy unos pasos más atrás. Observando su espalda en silencio. Finalmente, ella tomó su gabardina y se la colgó en el antebrazo, abriendo la puerta y deslizándose hacia afuera. Solo para volverse un instante a él, un mero instante, con una cálida y casi inexistente sonrisa en los labios —Por favor no llegue tarde. Y no beba más...

Roy devolvió el gesto y asintió —Si... —observándola cerrar la puerta inmediatamente después. Y desaparecer, completamente. Una vez más, estaba solo... No, no lo estaba realmente. No mientras la tuviera a ella. Nunca estaría solo. Y en cierta forma, el pensamiento le reconfortaba.

Aunque no debería hacerlo, no tanto al menos.

No dadas las circunstancias.