Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi. Además, la imagen de dicha historia tampoco es mía.

Historia dedicada especialmente a Madame Morgan y Moun. ¿Por qué? Porque están locas de remate. Y eso hace que arda en llamas. ARGH(?).

NA: La historia tendrá entre tres y cuatro capítulos, así que será un Short-fic. Las fechas de los siguientes capítulos irán apareciendo en mi muro, por si alguna le interesa.

¡Gracias por leer!


Dangerous Night

Ya habían pasado más de cuatro años desde que comenzaron el viaje en busca de los fragmentos. Las batallas por estos habían sido innumerables de la misma forma que los peligros por los que se habían visto acechados, pero todo esto no los había acobardado, sino todo lo contrario. Los había fortalecido hasta tal punto que el único temor en la batalla era perder a uno de sus compañeros.

Esa noche, no sería diferente.

El grupo se encontraba resguardado en una cueva en mitad de un bosque. La lluvia a fuera era temible, haciendo que los árboles temblaran ante las frías gotas acompañadas del fuerte viento que las impulsaba. Las nubes eran iluminadas durante breves instantes y musicalizadas por un estruendo. Una noche peligrosa.

En el interior de la cueva resplandecía unas cálidas llamas que iluminaban y calentaban dicho lugar. Sango, sentada en el fondo de la cueva, limpiaba su boomerang; Miroku meditaba sobre la maldición que se cernía en su familia desde hacía varias generaciones. El más pequeño componente del grupo, Shippo, jugaba con la compañía de Kirara. Mientras, Kagome e Inuyasha observaban la tenebrosa noche, intercambiando unas pocas palabras cuando lo creían conveniente.

―Tan sólo nos queda un último fragmento por encontrar ―murmuró la azabache.

―Además de los fragmentos que tiene Koga y el de Kohaku —recordó Shippo.

Todos los que se encontraban en la cueva se sumieron en sus propios pensamientos, conociendo lo que esto comportaba.

—La última batalla se acerca —dijo el monje mientras añadía un tronco a la fogata.

Cada uno de ellos sabía que era posible que cuando eso ocurriera, podría ser que se encontrase solo cuando la batalla acabase, o bien, que no llegasen a ver el resultado final.

—Pero no tenemos que pensar en eso —animó la exterminadora a los demás.

—Tienes razón, Sango. Vamos a pensar en otra cosa —continuó Kagome intentado sonreír. Se levantó del lugar donde estaba sentada y se dirigió a su mochila amarilla que se encontraba junto a Shippo y Kirara. De ella sacó una tetera, una botella de agua y unos cuantos boles de ramen—. Sango, ¿me ayudas a preparar la cena?

La susodicha asintió y se acercó a Kagome. Mientras los hombres seguían con sus propias reflexiones de lo que sucederá en un futuro.

En poco tiempo, la tetera que se calentaba sobre el fuego empezó a silbar, llamando la atención de todos en la cueva. O quizás, no todos. Kagome tenía la mirada fija en la entrada de la cueva.

—¡Siento los fragmentos de la perla! —exclamó.

—¡Naraku! —dijo el medio demonio.

Pero antes de que pudiesen hacer nada, la cueva se encontraba llena de veneno.

No había tiempo para nada. Tan sólo salir lo más rápido que se pudiera con las armas en las manos. El enemigo estaba cerca y con él la inminente batalla.

Los protagonistas se encontraban en mitad del bosque, bajo la tremenda lluvia que les mojaba los ropajes. Kagome se acercó a Shippo.

—Debes irte —le dijo suavemente la chica.

—Yo quiero ir con vosotros —replicó testarudamente el demonio zorro.

—No, Shippo. Va a ser una batalla muy dura y no quiero que salgas herido. Regresa con Kaede y dile que el día ha llegado —le persuadió Kagome.

—Pero yo... —Los ojos de Shippo se inundaron de agua —. No quiero, Kagome. Quiero ir con vosotros.

—Por favor no lo hagas más difícil de lo que ya es, Shippo —suplicó la chica.

El resto de integrantes observaba la escena sin saber que decir. Todos eran conscientes de que la cosa debía ser así, Shippo siendo nada más que un niño con toda una larga vida por delante, no debía presenciar la batalla.

Shippo derramó unas cuantas lágrimas y se abrazó a Kagome.

—Está bien. Me iré, pero debes prometerme que volveréis todos —sollozó.

—Claro que sí, lo haremos —le susurró entre lágrimas.

Un instante después, Shippo se transformó en una gran bola rosa y se internó en el bosque en la dirección contraria a la que ellos se dirigían. El resto de grupo, se observó unos a los otros. No hubieron palabras entre ellos. No eran necesarias. Sabían todo lo que se jugaban en esa batalla.

Miroku y Sango montaron sobre Kirara; Kagome se agarró fuertemente al cuello de su protector, mientras se internaban en el bosque.

Inuyasha corría entre los miles de árboles que habían en el bosque. Las gotas salinas de agua escurrían sobre ambos, como si llorara por la posible tragedia de los dos amantes.

—Inuyasha —murmuró la azabache contra el hombro del hombre—. Sabes que estamos juntos hasta el final, ¿verdad? Somos un equipo.

El hanyô la miró sobre su hombro y asintió.

—Un equipo —aseguró. Y volvió su mirada al frente.

La sacerdotisa se aferró más fuerte al que era poseedor de su corazón, del mismo modo, en que él afianzaba el agarre en las piernas de la muchacha, tratando de decirle aquello que era incapaz de decir con palabras.

—Quiero que me prometas algo —dijo Kagome—. No quiero que mueras por mí. Jamás me lo perdonaría.

—Si con ello te salvo la vida, sabes que lo haré, Kagome. —Aseguró, Inuyasha—. Te prometí que te protegería y si mi vida depende de ello, cumpliré con mi palabra. —Calló durante unos instantes y añadió—. Por el contrario, no se te ocurra hacer ninguna locura, Kagome.

Ningún sonido volvió a salir de sus bocas. Ambos habían dicho lo que creían que era necesario decir, del mismo modo que sabían que si se daba el momento, ambos harían lo que creyesen más oportuno.

Con un último salto, el hanyô apareció de la espesura del bosque.

Aquello no era lo que esperaban como campo de una batalla final.

Un claro repleto de flores con gotas sobre sus pétalos; árboles que lo rodeaban y que hacían de aquel lugar un paraje íntimo y especial. A la izquierda un río, ahora rebosante de aguas turbulentas y peligrosas. Y Naraku.

El demonio que poseía gran parte de la esfera de los cuatro espíritus los esperaba allí, junto a la compañía de Hakudoshi.

Pronto, todo sería muerte.


La lucha no estaba siendo nada fácil. Las gotas de sudor y sangre escurrían continuamente, el veneno hacia presencia con continuidad y los gritos de rabia e ira eran la música que acompañaba el susurro que hacían las gotas de lluvia al estallar contra el firme suelo.

El cansancio empezaba a hacer acto de presencia en ambos bandos, pero esto no los detenía a ninguno. Hakudoshi cayó en manos del semidemonio y su herida del viento al verse desprotegido por su progenitor. Naraku no tubo piedad de salvarlo aunque este le suplicó ayuda y dejó que muriese entre las garras del brutal ataque.

Miroku quedó inconsciente poco después. El veneno que habitaba en su cuerpo era tal, que perdió la consciencia al intentar absorber las miles de avispas que habían en el lugar. Su respiración era muy superficial y el sufrimiento se marcaba con intensidad en su rostro.

La exterminadora, junto a la gata demonio, luchaba con él que un día fue su hermano. El boomerang y el extraño cuchillo que manejaba Kohaku chocaban continuamente, produciendo un escalofriante sonido.

—Kohaku, ¡reacciona! —Gritó una vez más, Sango.

Pero los intentos por persuadirlo eran inútiles. Él no recordaba nada y continuaría como una máquina de matar hasta el momento que perdiese el control que poseía Naraku sobre él o bien al perder su vida. El dolor de las heridas de Sango empezaba a apoderarse de su cuerpo, haciendo que las piernas y los brazos le fallaran en los momentos más cruciales.

Inuyasha y Kagome luchaban codo a codo. Mientras él intentaba liquidar las extensiones del cuerpo de Naraku, ella se encargaba de eliminar aquellas partes que él no podía ocuparse y, al mismo, tiempo purificar aquel aire tan cargado de veneno. El demonio perro hacía todo lo que podía por no dejarla sola en ningún momento, pero en ciertos momentos, el enemigo conseguía que él se separase lo suficiente de ella como para perderla de vista durante unos segundos. Y la herida en su costado derecho no ayudaba a su misión.

Kagome hacía tanto como podía. Empezaba a ver borroso por culpa de las múltiples heridas que tenía, sobre todo la del hombro izquierdo, que le dificultaban en exceso sus movimientos. Aunque todavía, no había malgastado ninguna de las valiosas flechas de que disponía.

—¿Creéis que con esos miserables ataques acabaréis conmigo? No me hagáis reír. —Se burlaba Naraku.

—¡Keh! No eres más que un bicho muerto, Naraku —ladró, Inuyasha—. Disfruta del poco tiempo que te queda, porque hoy será tu último día.

Y con estás palabras lanzó un nuevo ataque.

—¡Lanzas de diamantes!

El ataque impactó sobre la barrera que protegía a Naraku. No había conseguido hacerle ni un rasguño.

—¡Maldita sea! —Vociferó el peliplateado.

La risa malvada se impuso sobre el silencio del claro.

El semidemonio empezó a gruñir e hizo que la sacerdotisa se situara a su espalda.

Naraku lanzó un ataque de frente e Inuyasha lo paró. Pero, él no se imaginó de que tan sólo era una treta, ya que un nuevo tentáculo se acercó por su lado derecho.

—¡Cuidado, Inuyasha! —gritó, Kagome.

Inuyasha trató de reaccionar, pero ya era demasiado tarde, el tentáculo ya había impactado contra la profunda herida que tenía. El impulso del tentáculo hizo que Inuyasha se alejase unos pocos metros dejando a Kagome sin protección.

La muchacha cogió una de sus flechas y la lanzó contra la prolongación que había apresado a Inuyasha y lo hizo volar en mil pedazos. Naraku, con toda su ira, lanzó otro de sus tentáculos contra ella e hizo que cayese en el río que se encontraba a su izquierda.

—¡Kagome! —bramó, Inuyasha.

La corriente era muy intensa por la tempestad que regía ese día, y ello provocaba que Kagome fuese arrastrada río adelante. Como si tratase de ahogarla. El agua le llenaba la boca y la nariz dificultándole la respiración; debía salir de allí o no volvería a ver la luz del sol. Kagome estiró ambos brazos tratando de alcanzar algún objeto para mantenerse a flote. Rozó una piedra, pero la humedad hizo que sus manos se resbalasen y perdieran el punto de anclaje. La fuerte corriente seguía arrastrándola.

Su mano izquierda tocó una rama y se aferró a ella como si le fuese la vida, impulsándose lentamente a ella. Era un gran árbol que había caído por culpa de un rayo. Kagome agradeció su suerte y se sujetó con ambos brazos.

—¡Aguanta, Kagome, ya voy! —gritó Inuyasha.

El mediodemonio se levantó agilidad y corrió hasta el río. Cuando estaba por lanzarse escuchó a Naraku.

—Buena suerte, Inuyasha. Al parecer volverás a perder la persona que tanto te importa —se mofó el demonio antes de desaparecer entre la espesura del bosque.

El hanyô se lanzó al agua para tratar de sacar a Kagome de allí. No fue necesario esforzarse para llegar a ella, ya que la propia corriente lo dirigió. Cuando estuvo junto a ella, la rodeó con ambos brazos, haciendo que la espalda de la muchacha quedase contra su pecho mientras ambos estaban aferrados a la rama.

El cielo empezó a iluminarse. La tormenta estaba empeorando y la acompañaban unos fuertes rayos. No tenía tiempo. Debía sacar de allí a Kagome, pero era imposible hacerlo antes de que el maldito rayo cayese sobre el agua. Con su mano izquierda, se desató su ahori y se lo puso a ella sobre la cabeza, haciendo que quedase cubierta por la capa. Esta la protegería, haciendo que el impacto de la electricidad fuese menor.

—Ka...—Comenzó en hanyou.

Aunque no acabó. El rayo descendió e impactó sobre el agua; la electricidad se movió como una una araña sobre su propia tela y alcanzó a sus presas más cercanas.

Kagome perdió la consciencia al mismo instante que el rayo los alcanzaba, Inuyasha quedó desorientado.

La rama a la que estaban sujetos se rompió. El río, al verse sin impedimentos, volvió a arrastrarlos por la fuerte corriente.

Inuyasha bramó varias maldiciones para sí mismo. La cabeza le dolía con intensidad y la vista se le comenzaba a nublar; por el contrario, el agarre entorno a Kagome se había fortalecido. La desesperación empezaba a hacerse dueña de su cuerpo. No podían permanecer más tiempo en el agua, si llegase a caer un nuevo rayo, ni la capa de rata de fuego podría evitar que ella muriese.

Y su sangre latió.

Cerró sus ojos como si tratarse de contener todo lo que estaba por venir.

Un profundo gruñido afloró de su pecho mientras sus colmillos crecían. Las garras se hicieron más mortíferas y peligrosas, al igual que sus músculos que ganaron fuerza y firmeza; sus brazos sujetaron aún más cerca de su fuerte pecho a Kagome. Las marcas sobre sus mejillas hacían acto de presencia.

Y abrió los ojos, ahora de un rojo intenso.

Continuará.