Nota de la autora: una mañana de domingo desperté y recordaba perfectamente haber tenido un sueño extraño a la par que inspirador. Cuando fui poniendo en pie aquel sueño me di cuenta de que era la idea perfecta para escribir un fic con un buen argumento, bastante original y curioso. Básicamente mi cerebro había intentado adaptar el argumento de TLoZ a una película de acción al estilo Hollywoodiense y pensé que tenía que escribir sobre ello. Espero que me disculpéis, es la primera vez que escribo algo así y es casi un experimento para mí. Intentaré actualizar al menos una vez a la semana para no dejaros con la intriga.

Capítulo I

Ciudad Taura, 8 de agosto de 2012 17:36h

Una joven reportera de penetrantes ojos ámbar sonreía nerviosamente mientras sujetaba con fuerza el micrófono. Se ahuecó su lustrosa melena castaña justo antes de que su compañero que sujetaba la cámara le indicase alzando la mano que quedaban apenas unos segundos para emitir en directo. La joven tragó saliva y trató de componer de nuevo una sonrisa, esta vez más confiada y serena.

-Nos encontramos frente a la fachada principal del templo del tiempo donde en apenas una hora su alteza real, Zelda Nohansen Hyrule contraerá matrimonio con el famoso agente de la agencia Hyliana de inteligencia, Link.-hablaba con tono dulce y jovial y movía la mano que no sujetaba el micrófono como si quisiera mostrar al espectador el entorno-El enlace ha despertado gran expectación y medios de países cercanos como Términa, Holodrum o Labrynna también han venido a cubrir el evento. El público se halla ya preparado y dispuesto para recibir a la primogénita del rey Daphness en su entrada triunfal.

El cámara formó una tijera imaginaria con sus dedos índice y corazón indicándole a su compañera que el tiempo de su breve reseña se había agotado. Casi al instante la reportera dejó escapar un suspiro de alivio y se acercó a su compañero, tomando la acreditación de prensa que este le ofrecía y que la chica se colgó con cuidado de no echar a perder su peinado.

-Vamos a tomar algo, por favor, este calor es insoportable.-resopló, recolocándose la camisa como buscando así que esta no la agobiase más.

-Bueno-su compañero terminó de desmontar la cámara con parsimonia y tomó los útiles-esta vez te lo has ganado, Cris, no has mirado tus notas.

La interpelada no pudo evitar reír al tiempo que cruzaba el cordón de seguridad que la policía había habilitado para separar a la prensa del resto de público que se congregaba alrededor del templo.

-¿Eso significa que invitas tú?-le miró con ojos chispeantes, siguiendo su broma al tiempo que le ayudaba con el trípode.

La pareja se perdió entre el gentío dejando atrás la enorme construcción, un inmenso templo gótico colmado de vidrieras y ojivas que conmovía a cualquiera que se hallase por la zona, como si su influjo se extendiese alrededor de las manzanas cercanas. Su interior no era menos impresionante aunque el espacio que normalmente debía ser calmado y dedicado al recogimiento y a la oración aquella tarde era todo un hervidero de preparativos y de gente de toda clase. Adornos florales decoraban todos los rincones del templo, desde las columnas hasta el altar pasando por las hileras de bancos de madera que se habían colocado para servir de asiento a los invitados a la ceremonia. Los suelos de mármol brillaban con luz propia hasta el punto de que en ellos se reflejaba con detalle la intrincada estructura de las bóvedas y el artesonado.

Un chico de cabellos rubios se hallaba en la sacristía del templo, en lo más profundo de este con la mirada perdida frente a un pequeño altar decorado con diminutos grabados. En un gesto compulsivo se llevó una mano al bolsillo del pantalón mientras que la otra mano se dedicó a toquetear la flor que descansaba en el bolsillo de su chaqueta.

-Todavía puedes arrepentirte, Link.-el chico reprimió un respingo mientras se giraba sobre los talones, volviéndose hacia el portador de aquella voz autoritaria, grave y aterciopelada.

-Majestad.-exclamó Link cuadrándose en un saludo militar.

Daphnes Nohansen Hyrule se había ataviado con el traje de gala y lucía todos los galones e insignias que por su condición ostentaba, se acercó hasta el chico a paso lento pero desprendía una energía impropia de alguien de su ya avanzada edad. Conservaba en gran parte la elegancia y la gallardía de su porte, lo cual hacía que Link inevitablemente se sintiese apocado en su presencia como si empequeñeciese.

-Vamos,-alzó ambas manos frente a él en un gesto tranquilizador, restándole importancia-creo que a estas alturas estás en condiciones de poder llamarme simplemente "suegro".

Link sonrió ajustándose los gemelos mientras buscaba la mirada de aquellos insondables ojos azules, tan similares a aquellos que lograron conquistarle.

-Soy un agente a su servicio, Majestad.-expuso sin rastro alguno de pretensión-Le trataré con el respeto que le debo y el que usted se merece.

Su interlocutor sacó una preciosa petaca plateada del interior de su chaqueta y seguidamente extrajo de ella un cigarro. Se volvió hacia Link y le ofreció uno con gesto servicial y afable.

-Si a estas alturas está usted intentando descubrir mis vicios, Majestad, temo que he de advertirle de que es algo tarde para ello.-ironizó Link alzando las cejas.

El anciano soltó una leve risita afanándose por apresar el cigarro entre los labios para no dejarlo caer en la ardua tarea de buscar un mechero, cuando lo halló, encendió dicho cigarrillo y exhaló una profunda bocanada de humo, tomándose aquellas palabras como una educada negativa.

-Te conozco muy bien-posó la mano en su hombro en un gesto paternal-además mi hija no se enamora de cualquiera, Link.

Por su parte, el chico se alzó de puntillas ladeando la cabeza con gesto preocupado, escrutando la lejanía y la parte del templo que estaba fuera de su campo de visión, más allá del altar. Aquel gesto no pasó desapercibido para el rey, quien le miró frunciendo su encanecido ceño, sin apartar la mano de su hombro.

-¿Ocurre algo?-inquirió, apreciando su preocupación, la cual achacó a los nervios ante la proximidad de la ceremonia.

Link volvió a su anterior posición al tiempo que negaba con la cabeza, suspirando. No obstante se humedeció los labios, tomándose su tiempo antes de responder:

-Hay 26 agentes en el interior. 4 en cada una de las esquinas cubriendo una visión panorámica del edificio, uno en cada puerta, lo cual hace un total de 3, en cada una de las filas más próxima al altar hay uno, es decir, 18 y el último patrulla incansablemente el lugar. La última vez que peinaron la zona fue hace exactamente...-de un seco movimiento de muñeca descubrió su reloj-45 minutos, ¿cree que será suficiente? ¿no deberían volver a revisar a conciencia el templo por última vez antes de dejar entrar a nadie?

-Veo que ni siquiera en días como hoy dejas a un lado tu capacidad analítica-volvió a dar una calada y sonrió abiertamente-La boda es en una hora, Link, ya está todo listo. No tienes nada de qué preocuparte-dio un par de suaves palmadas en su hombro y se alejó unos pasos en dirección al altar-Deberías salir y tomar el aire antes de que cierren la iglesia a cal y canto para la llegada de la novia.

Link chasqueó la lengua sopesando las palabras de su futuro suegro y casi por inercia le siguió a grandes zancadas, buscando alcanzarle.

-Por cierto, he oído que has llegado hasta aquí montado en Epona.-apuntó el rey distraídamente observando la pequeña columna de humo perderse en dirección al techo, rodeando en una caprichosa espiral la columna más cercana. Link no apreció reproche alguno en sus palabras pero el mero hecho de que le refiriera precisamente ese hecho lograba desconcertarle, aunque quizá sólo se tratase de un comentario trivial.

-Así es.-afirmó Link sacudiendo la cabeza al tiempo que se reajustaba el nudo de su corbata de seda verde-Las buenas costumbres no deben perderse. Le acompaño, Majestad.-extendió el brazo señalando hacia la puerta, invitándole a avanzar-No sería adecuado que alguien le reprochase que esté fumando aquí dentro cuando está prohibido.

En el exterior el bullicio y la euforia se incrementaban cuanto más cerca estaba la hora de la ceremonia y por tanto, el momento en que la novia llegaría haciendo su entrada triunfal. Un joven de cabellos plateados y ojos de un intenso rojo sangre se hallaba sentado en uno de los bordillos próximos a la escalinata principal del templo. Tenía una rupia azul entre los dedos y jugaba con ella mecánicamente, abstraído. Parecía repasar mentalmente una serie de instrucciones y de cuando en cuando tarareaba en un hilo de voz alguna que otra suave melodía. Algo despeinado como si su cabello de aspecto sedoso no se dejase domar vestía un sencillo traje negro y una camisa blanca, no llevaba corbata y el cuello de la camisa estaba algo arrugado y levantado como para mitigar el calor. Dejó vagar la mirada disimuladamente, podía identificar fácilmente a los agentes de paisano y no perdía de vista a los policías debidamente apostados, además de que tenía perfectamente localizados los lugares donde se hallaban colocados los francotiradores en las azoteas y plantas más altas de los edificios colindantes. Lo tenía todo preparado y tenía la seguridad de que sus planes saldrían a la perfección si cumplía con las órdenes recibidas. Entrecerró los ojos contemplando el lugar en el que debería pararse el coche nupcial para dejar a la novia y calculó mentalmente la distancia hasta la entrada del templo que se encontraba alfombrada y excesivamente ornamentada. El rumbo de sus pensamientos fue bruscamente truncado cuando una pareja de policías llegó junto a él y fue obligado a identificarse. El chico se levantó con lentitud y aplomo dejando mostrar su impoluto traje mientras que con un elegante ademán sacó su documento identificativo y se lo enseñó a los agentes. Estos le conminaron a que circulase y despejase la entrada del templo dado que tenían que vigilar la zona. El chico se disculpó con una amable sonrisa, les deseó buena suerte en su trabajo y se lamentó por haberles importunado.

Se alejó al instante hasta mezclarse con la muchedumbre, no le importaba lo más mínimo que le hubiesen identificado porque si todo salía bien no le encontrarían, de hecho ni siquiera habían advertido que su identificación era falsa. Lo achacó todo a la seguridad que desprendía, su elegancia y su capacidad de mimetizarse con el entorno, sabía cómo comportarse adecuadamente en cada situación y lo que se esperaba de él. Por el rabillo del ojo pudo ver que el gran reloj de unos grandes almacenes marcaba las 18:19. Esbozó una sonrisa, esta vez maliciosa, quedaban poco más de 40 minutos para que comenzase el espectáculo.