A/N: Ninguno de los personajes de Miraculous me pertenece.
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Hace no mucho tiempo un golpe de estado sumió a París en una época oscura, llena de pobreza y desesperanza. Todo era un caos y no podían esperarse más que tragedias; el futuro era algo de lo que nadie quería hablar. Pero en medio de esa tragedia, cuando ya solo quedaba un poco de podrida esperanza, apareció Gabriel Agreste con muchas promesas de mejora y prosperidad.
Bajo su guía la ciudad se recuperó de las heridas de la batalla, más tuvo que pagar un alto precio: la libertad por la que alguna vez había peleado. Gabriel gobernaba con control absoluto sobre todos los habitantes y nadie decía nada. Nadie era capaz; nada podían decir si ellos mismos eran los que le habían entregado el poder.
Solo una persona era capaz de evitar que él enloqueciera por completo: su amada esposa, por quien hacía todo lo que estuviera en sus manos para hacerla feliz. Ella era bondadosa y caritativa; una persona que ganaba el respeto de las personas a su alrededor por su humanidad. A pesar de que siempre tratase de ayudar a apaciguar las inconformidades, sus esfuerzos no fueron suficientes.
En un ataque de uno de los llamados "sindicatos" a la casa presidencial, Gabriel tuvo que usar todos los recursos que tuviese en sus manos para proteger a su familia y, sin embargo, fue inútil. Logró resatar a su pequeño hijo pero, desgraciadamente, la mujer de su vida quedó atrapada en la casa, que se consumió en medio de un fuego infernal.
Eso terminó de endurecer su corazón. Se encargó de destruir hasta el último de los sindicalistas, destruyendo a todo aquel que pensara incluso el desafiarlo y sumiendo a la ciudad en un "orden perfecto": cada ciudadano nacía con un rol que ejercería hasta el día de su muerte, con la posibilidad de cambiarlo solo por matrimonio.
"No hagas nada que provoque que te crean libre"; esa frase se convirtió en el mantra que se pasó de generación en generación como esa ley que todos debían obedecer para poder permanecer con vida. Nada de libros, ni deportes, ni música. Todo aquello que "te hiciera pensar" desapareció de París.
Aterrado en secreto por la idea de una rebelión, el dictador Agreste hizo de su casa la construcción más segura que pudiese existir, confinando en su interior a su único hijo y a él mismos, tratando de convencerse de que estaba a salvo.
Aún así, la llama anhelante de libertad aún ardía.
